Una reseña de El andariego. Poemas 1944-1980, de Hugo Padeletti, Buenos Aires, FCE, 2007.
Por Mara López (Grupo de Investigación de Literatura Popular – CEICS)
El libro que reseñamos obtuvo el premio de la Crítica 2007 de la Fundación El Libro. Entre los jurados estuvieron Graciela Aráoz, presidenta de la SEA y Maximiliano Tomás, director del suplemento cultural de Perfil. Se constata a partir de su lectura la perspectiva irracionalista que sustenta la experiencia poética de Padeletti. Hay que reconocerle una virtud: la de mostrarnos cuál es la línea general reivindicada por la institución que lo premia y por los eventos que le dan lugar, como vimos en el III Festival Internacional de Poesía.1 Es, hasta cierto punto, un testimonio del estado del establishment poético.
Confesar la propia decadencia
No podemos negar que el prólogo, escrito por Jorge Monteleone, le hace justicia al libro en un doble sentido: por el modo en que está escrito, perfectamente confuso, y por lo que podemos deducir de su lectura, a saber, posiciones en extremo individualistas, reivindicadas y sostenidas como un modo legítimo de creación estética.
El texto está dividido en varios parágrafos en los cuales su autor pretendió explicar los diferentes temas o ejes que atraviesa la poética de Padeletti. Uno de estos conceptos es “la errancia” en la cual está inserto el poeta. Se trataría de un camino “aceptado como destino”, “que ocurre inexorablemente” más allá de su voluntad. En este sentido, la inconsciencia del artista constituye uno de los puntos centrales: según Monteleone, la poesía de Padeletti trasciende incluso su propia conciencia hasta hacer de sus versos un ejemplo de “impersonalidad”. Es más, una de las “búsquedas” de Padeletti sería la del “pensamiento no pensado”, concepción que podemos relacionar sin complicaciones con la idea de “inspiración”, de producción artística que se opera más allá de la conciencia del artista. Ésta es una perspectiva ya presente en el romanticismo. Por este camino, no es extraño que Padeletti se considere, en tanto artista, libre de toda determinación social. Una perspectiva es solidaria de la otra.
Por otro lado, cada una de las experiencias de las cuales participa el artista no suponen progresión alguna, siempre se mantienen en el mismo lugar, a pesar de que el tiempo transcurra. De hecho, Monteleone reconoce la existencia de dos tiempos diferentes: el del hombre con alguna concepción religiosa y el de aquél que no posee ninguna. Por esta razón dice que “el sujeto poético de Padeletti, el Andariego, vive en la duración, en el tiempo histórico, en el curso de la vida fugaz que lleva a la muerte, pero siente en ella el fulgor intransitivo de un tiempo sagrado que se resume en un instante abismal: el ahora”.2 El poema, por su parte, “acaece”, es decir, tiene lugar en el tiempo histórico pero, como el poeta, busca el tiempo sagrado, que está fuera de aquél en que vivimos todos los mortales. El propio autor, citado por el prologuista, se ocupa de destacar lo siguiente:
“Estuve en un ashram muchos años después de haberlo imaginado como espacio espiritual (…) Exploré y practiqué el budismo, que fue un descubrimiento fundamental en mi vida. Practiqué la ‘contemplación serena’ de la escuela Soto del zen. Las religiones del mundo en apariencia no son compatibles, pero creo que finalmente Todo es Uno”.3
Esta idea de la falta de movimiento, de ausencia del desarrollo histórico, asociada al pensamiento místico, encuentra su fundamentación en la cita de autoridad a Parménides: “que es todo sin mengua: /pues, igual por doquier a sí mismo, lo Mismo en su límite reina”.4 En la misma página, Monteleone nos anuncia que “Todos los seres del mundo están sometidos a este movimiento y, en consecuencia, a la mortalidad. Pero Padeletti introduce una nueva paradoja: en el seno del movimiento, en la mutación de los seres, es posible abstraer lo que permanece y dura”. Este platonismo que niega el movimiento real, constituye la base filosófica de un conservadurismo reaccionario que tiene varios miles de años. La realidad, la realidad profunda, se mueve, sólo nos queda descubrir las leyes de ese movimiento. Algo a lo que no están dispuestos ni el prologuista ni el autor: porque reconocer que la realidad, toda la realidad, se mueve implica aceptar que lo puede hacer en un sentido de conservación, pero también de transformación.
Se suma, a esta visión retrógrada, una segunda idea reaccionaria: la contemplación vinculada a la “responsabilidad”. Dice Monteleone: “El sujeto se hace responsable del ser, cuando elude la sucesión mortal, al acordarse en una autolimitación, en una interiorización, en un límite que lo contiene”.5 Ese límite no es sino otro que el de la propia subjetividad y el camino para la expresión estética no es otro que el de la contemplación, es decir, la inacción absoluta del sujeto ante su entorno más inmediato. El irracionalismo, como vemos, esconde una perspectiva política clara: la sanción de las relaciones sociales existentes. Es, finalmente, la impotencia del arte ante la realidad.
Un último aspecto relevante es el del momento de “canonización” del autor prologado: “Por su particular modo de aparición y por la lectura que tuvo de parte de los poetas y de los críticos, la obra de Hugo Padeletti, junto con otras (…) fue incluida en un relativamente demorado canon de lecturas que las incorporaron como insoslayables (…) Pero esto ocurrió, además, porque, por un lado, la nueva poesía argentina ofrecía, a partir de los años ochenta, renovadas condiciones de legibilidad para reinterpretar o descubrir las obras de los mayores y, por otro lado, porque también se gestaron nuevas condiciones de circulación de esas obras, y se hicieron accesibles cuando algunas editoriales asumieron su publicación”.6 Monteleone parece decir que gracias al fin de la lucha de clases más aguda, es decir, de la llegada de la democracia burguesa, Padeletti obtiene un merecido triunfo. No se equivoca.
Instrucciones para mirarse el ombligo
Uno de los epígrafes que aparece al comienzo nos da la pauta, junto al prólogo, de lo que leeremos luego: “El Andariego no pierde su dignidad ocupándose, en el camino, de cosas vulgares. En su fuero interno, tampoco se pierde a sí mismo. Allí encuentra un lugar de reposo”. El libro está dividido en diecinueve “estaciones”. Éstas corresponden a un tiempo cronológico, que es el de su vida. Si nos guiamos por el prólogo, en realidad responden a su interioridad subjetiva. Tomaremos algunos ejemplos de cada una de ellas haciendo un repaso no exhaustivo para no abusar de la buena voluntad del lector.
La primera estación (1944-1946) nos encuentra junto al poeta en el “ashram” señalado antes, ese espacio espiritual e individual desde el cual Padeletti nos deleita diciendo, en “Peldaños”: “En los claustros azules /se desangran los peces. /¿Sientes vibrar los mástiles /en los altos vientos? //Ya se puede, /despertando los ojos, /asomarse al dintorno /de la luz. //Los altos eucaliptos, /abriéndose, descienden //y el nómade apacienta en los afluentes /con otra mano”.7
La sexta estación corresponde al período 1958-1960. Dice en las tres primeras estrofas del poema “Canción colmada”: “Auténtico es el nudo /de esta quietud: hasta la ruda /respira fuerte. /¡Y cómo huele a salvia, sin embargo, /a rosa sin espina! //Los días se deslizan generosos /por la sombra. Que dure / su corola mojada, su encaje /de helecho //Como el agua, que sube /para volver, amiga /de la paloma – ruido /de surtidor, de arrullo /vertido”.8 Los poemas no nos llevan sino al lugar que habita la conciencia del poeta.
Mientras en la Argentina de los años ’70 escribían y combatían autores de la talla de Francisco Urondo o Roberto Santoro, Padeletti vivía aferrado a sus convicciones místicas, plegado a su espacio interior, ausente de toda vinculación con la realidad más inmediata. No puede escapar, sin embargo, al clima ambiente. Escribe en la decimoséptima estación (1975-1976) algo que puede ser entendido como un intento de alertar, no se sabe a quién, de lo que se viene: “‘ATENCIÓN’ //es una palabra modesta. /No relumbra /como ‘esplendor’, no implica /trascendencia, no divide /como ‘dialéctica’. /Contiene, /eso sí, simultáneo /e impostergable, /el ojo del semáforo”.9 ¿Hay un toque de desprecio hacia la izquierda en la irónica alusión a la “importancia” de la “dialéctica”? Quién lo sabe. Otro de los poemas de la misma época dice: “EL TEMA ES SECUNDARIO: //si consiste y persiste: /arboladura /de bajel, /bajío /o arboleda en un cuadro. //No hay secreto /en las olas del mar /que el espacio y el tiempo no guarden, /publicándolo. /Grita en la garita, /se ahoga con su soga. //El desconcierto /de estar aquí, /despierto / o aturdido, /no me alcanza”.10 ¿Alusión a los desaparecidos? Quizás.11 Sin embargo, como advertencia llega tarde, porque Padeletti publica estos textos recién en 1989.12 Efectivamente, aunque no dejará de exponer sus cuadros (Padeletti es, casi más que poeta, pintor) durante la dictadura, sólo publicará una reedición de su primer libro en una revista santafesina: una breve plaqueta de doce poemas en El lagrimal trifurca, en 1979.
Esta situación explica perfectamente que el autor que reseñamos haya comenzado a ser leído recién en los años ’80 y no antes. Fue posible, entonces, reivindicar su obra en un contexto de claudicación generalizada frente al estado burgués. El clima ideológico imperó a favor de su “canonización tardía”.
¿Entonces qué?
El arte, como toda actividad humana, se encuentra atravesado por las relaciones sociales que le dan lugar. Suponer que la poesía no lo está es simplemente desconocer, consciente o inconscientemente, esta relación elemental. Es también negarle al arte aquello que lo constituye en una actividad específicamente humana: la de ser expresión de determinadas posiciones políticas y, por esta vía, tener la capacidad de constituirse en vehículo de transformación o de sanción del statu quo.
La poesía de Padeletti, como vemos, se coloca abiertamente en el campo del subjetivismo más radical: la existencia de dos tiempos, uno social, colectivo, es decir, histórico, y otro subjetivo, individual, más allá de todo cambio y movimiento, constituye uno de los elementos más claros de una posición explícitamente irracionalista. No sólo en lo que se refiere a la capacidad de intervención del arte sobre la realidad, sino a la negación misma de la existencia de un mundo más allá del propio artista. Es más, Padeletti incluso le niega al artista la posibilidad de influir concientemente en su propia producción estética a partir del concepto de “pensamiento no pensado”. Es claro entonces por qué el autor se siente tan cómo en un universo místico, apartado de toda posibilidad de encuentros no deseados, ni buscados, ni posibles, con la realidad más prosaica. Esta idea es solidaria con el lugar que le otorga, otra vez, al artista: la pura contemplación. Pero, le guste o no a Padeletti, su poesía conlleva un contenido y una acción, aunque más no sea por la vía del “dejar hacer”. Un contenido que, mal que le pese, es reaccionario desde sus devaneos filosófico-místicos hasta la expresión formal que encuentran en su escritura.
Notas
1 “Entre el elitismo y la somnolencia”, El Aromo nº 43, Julio/Agosto de 2008.
2 El andariego, op. cit., pág. 13.
3 Ibid., pág. 11.
4 Ibid., op. cit., pág. 32.
5 Ibid., pág. 33.
6 Ibid., pág. 23.
7 Ibid., pág. 56. La figura del “dintorno”, tomada de la técnica del dibujo, refuerza la idea de círculo, de percepción centrada en sí misma.
8 Ibid., op. cit., pág. 124.
9 Ibid., pág. 283.
10 Ibid., pág. 291.
11 Otros poemas pueden ser leídos en la misma línea: “Uno no habla de muertes en la fiesta”, “Ser noticia”, por ejemplo.
12 Poemas 1960-1980, Santa Fe, Universidad Nacional del Litoral, 1989.