Para abordar el centenario de la Revolución Rusa, una muy buena lectura es El Año I de la Revolución Rusa. Se trata de un libro de historia auténtico, que pone de manifiesto los problemas más importantes que debió afrontar la Revolución en su primer año de vida, en el momento en que varios ejércitos apuntaban a desmontar el operativo revolucionario y Occidente apostaba a su derrota.
Su autor fue un militante comunista de origen belga. Luego de circular y activar por Europa (Paris, Cataluña), pasó a Rusia, donde apoyó al gobierno bolchevique, colaborando con el órgano del Soviet de Petrogrado y como instructor de los clubes de Instrucción Pública. Allí daba clases a los milicianos. Colaboró con Zinoviev -dirigente bolchevique- en la organización de la III Internacional, donde debió cumplir varias funciones. También pasó a Alemania a organizar la actividad ilegal para organizar un movimiento obrero internacional. Al retornar a Rusia en 1925 tomó opción por la Oposición de Izquierda al estalinismo. En el medio de las peleas en el seno del partido, Serge fue obligado a abandonar la Unión Soviética.
En su obra, Serge intenta responder cómo pudo triunfar la revolución y cómo pudo gobernar Rusia. Pensemos que se trataba del país más atrasado, más poblado de Europa y el más extenso del planeta. También intenta encontrar los límites de la revolución mundial: si ninguna revolución triunfa en Europa, ¿cómo impacta esto en Rusia? Como se ve, a Serge le importa entender por qué la revolución se estancó, por qué no llegó más lejos.
Naturalmente, en su primer año, los militantes comunistas debieron primero conquistar a la clase obrera, convencerla de su estrategia y su programa. Del mismo modo, debían conquistar el poder y sostenerlo, lo que exigía proceder con cuidado y atender atentamente a la realidad. Luego, debían organizar la nueva sociedad: el socialismo. Pero incluso la apuesta era más compleja: estas tres tareas debían ser afrontadas a menudo al mismo tiempo.
Serge no solo aborda los debates políticos que atravesaban a los dirigentes de los partidos sino la actividad de las masas. Observa cómo las masas se movían antes, durante y después de la revolución. En efecto, un partido pequeño como el partido bolchevique necesitaba entregarle la iniciativa a las masas rusas. Y ella respondió con gran combatividad y espíritu organizativo: en numerosos lugares, formaron soviets, expropiaron terratenientes, crearon tribunales y formaron guardias rojas. Pero agotada su fuerza moral y encontrando su conciencia un techo, la revolución iniciaría una curva descendente.
Serge aborda también el comunismo de guerra, aquella primer forma de organizar la sociedad, en un contexto adverso. El propio Lenin debía sembrar una cultura de trabajo y obediencia al Estado obrero: el proletariado tenía que entender que todo era suyo y debía cuidarlo. Allí, había que dar una batalla ideológica muy profunda. Incluso necesitó de represión: huelgas y cooperativas contra el Estado obrero fueron reprimidas por el poder soviético. Así el libro muestra que las revoluciones no son lineales. No son novelas rosas ni se presentan de la forma que queremos. Al contrario, suponen conflictos incluso dentro de la propia clase obrera. Suponen alianzas que se forman y se rompen. Poner esto de manifiesto (¡y en 1925!) es lo más interesante de la obra de Serge.