Por Damián Bil, Grupo de Investigación de los Procesos de Trabajo – CEICS
En 1878 los obreros gráficos, con la primera huelga sindical del país, dirigida por la Unión Tipográfica, consiguen sus primeras conquistas y fijan contratos colectivos: con esta lucha obtienen aumento salarial, el reemplazo de los niños por adultos (medida que sólo se cumple de forma parcial), y una jornada de 12 horas en verano y 10 en invierno. En 1906 firman el primer convenio colectivo de trabajo de la Argentina. En éste fijan las distintas categorías laborales, una tarifa de salarios mínimos para cada una de ellas, establecen límites a la jornada y pautan las condiciones de trabajo. Este convenio logrado tras una huelga que venció un lock-out patronal, instituyó también las comisiones paritarias encargadas de supervisar su cumplimiento.
Pero el avance de la mecanización en la rama con el arribo de máquinas como la linotipo, rotativas,
prensas mecánicas y el offset, modifica lentamente los oficios tradicionales de la rama, como así también la jerarquía en el taller. El régimen de gran industria permite un aumento en la tasa de explotación por entre otras cosas el incremento de la productividad y la destrucción de la base técnica del trabajo de oficio. La maquinaria que en un nuevo sistema social puede ser la base de una mejor calidad de vida mediante una radical reducción de la jornada, bajo el capitalismo genera, en cambio, desocupación y mayor intensidad del trabajo. Así los empresarios gráficos, aprovechando el desempleo, durante la Primera Guerra intentan “flexibilizar” las condiciones de trabajo obtenidas tras años de luchas: tratan de aumentar las horas de trabajo, obligar a un obrero a operar más de una máquina, destruir las categorías colocando niños o jóvenes aprendices a realizar las tareas hasta entonces asignadas a obreros calificados. Esto impulsará a la Federación Gráfica Bonaerense a encabezar nuevas luchas, entre ellas la pelea, durante 1919, por las 44 horas semanales.