Irlanda, aclamada en su momento como el éxito del neoliberalismo, se encuentra ahora ante una traumática crisis económica. Como c consecuencia, se avecina un terremoto político que podría determinar su política por décadas.
La economía irlandesa, antes conocida como el “el tigre celta”, creció hasta hace poco a un 7 por ciento anual. El término fue acuñado, en 1995, por un economista de Morgan Stanley, quien comparó a Irlanda con el grupo de países comúnmente conocidos como “tigres asiáticos”. Poco después, Irlanda fue elogiada por los liberales como un modelo a seguir. Thomas Friedman, el columnista del ala derecha del diario New York Times, por ejemplo, aconsejó que la “vieja Europa” cambiara su forma y se pusiera al nivel de La Magia de los Gnomos.2 Este un ejemplo de su fervor misionero:
“Los alemanes y los franceses tal vez quieran seguir algunos consejos prácticos del tigre celta. Una de las primeras reformas que Irlanda instituyó fue facilitar el despido de las personas, sin tener que pagar años de indemnización. Sé que suena atroz, pero cuanto mas fácil sea despedir a la gente, mayor será la disposición de las empresas para tomar empleados.”3
En el mismo sentido, el think tank de derecha, Cato Institute, publicó un artículo sobre el tigre celta a fin de demostrar que su crecimiento fue el resultado de haber adoptado plenamente el modelo de “libertad económica”.4
En realidad, la economía irlandesa contenía dos debilidades estructurales que ahora han venido a atormentarla. En principio, si bien en la primera etapa estuvo impulsada por la espectacular afluencia de inversiones estadounidenses, ésta comenzó a agotarse. En un momento dado, Irlanda atrajo un 25% de la inversión estadounidense en la Unión Europea, a pesar de tener el 1% de la población. Sin embargo, en los últimos años, las empresas estadounidenses buscaron mano de obra con menor costo en Europa de este. La respuesta del Estado irlandés fue fomentar la burbuja de la propiedad inmueble a fin de prolongar el auge. Se redujeron las viviendas sociales y surgió una estrecha alianza entre el partido Fianna Fail, los grandes constructores irlandeses y los bancos, para promocionar el mercado de propiedad inmueble. El resultado fue una extraordinaria transformación de la economía. Para 2006, la construcción representaba el 20% del producto nacional bruto. La cantidad de mano de obra empleada en la industria de la construcción ascendió a 14% -cerca del doble de la cantidad normalmente empleada en este sector en otros países. Los bancos irlandeses prestaron una asombrosa cifra de 110 mil millones de euros a los constructores, mientras una manía de avaricia se apoderaba de los ricos, quienes terminaron creyendo que podían caminar sobre el agua.
En segundo lugar, la clase gobernante irlandesa puso énfasis en los servicios financieros como parte de su creciente alianza con el capital estadounidense. Supusieron que podrían atraer un financiamiento con alta movilidad hacia Dublín. Solamente en 2006, hubo un flujo de 500 mil millones de euros hacia los hedge funds con base en el centro de servicios financieros irlandés. Un 70% de estos fondos tenían en realidad su domicilio en las islas Caimán, un conocido paraíso fiscal, y eran simplemente administrados en Dublín. Empresas como Merrill Lynch situaron la mayor parte de sus operaciones en Dublín a fin de beneficiarse con su régimen laxo. El Estado alentó a las firmas multinacionales a participar de la contabilidad creativa para beneficiarse con impuestos fijados en el 12,5%. Para 2005, el diario New York Times describía a Dublín como “El lejano Oeste de las finanzas europeas”.
Mientras el auge continuaba, a la elite política le fue posible desarrollar una particular forma de asociación con los dirigentes sindicales. Si bien los aumentos salariales estaban limitados por tratados nacionales, los trabajadores pudieron sentir un aumento en las condiciones de vida debido a la reducción de impuestos. Los dirigentes sindicales pedían que a cambio de las restricciones salariales se les otorgara una mayor influencia en los pasillos del poder. A pesar de ello, esta influencia mayor no pareció presentar obstáculo alguno para la transformación de Irlanda en una de las sociedades más liberales y con mayor desigualdad de Europa. El nivel de sindicalización descendió del 44% de la mano de obra, en 1995, a 33% en la actualidad.
El crash
Hoy todo el edifico se ha derrumbado. Este año la economía de Irlanda se contraerá alrededor de un 6%, la caída más grande hasta ahora registrada. El colapso de la burbuja inmobiliaria ha tenido un impresionante impacto en las finanzas estatales, que obtenía una desproporcionada participación en los ingresos de este sector. Unos meses atrás, la clase dirigente irlandesa se sentía perfectamente segura con el Crecimiento de la Unión Europea y el Pacto de Estabilidad, el cual limitaba los préstamos estatales a tan sólo 3% del PBI. Hoy tendrán que pedir préstamos de al menos 10% del PBI para poder mantener al Estado en funcionamiento. También tendrán que pagar intereses comparativamente más altos dado que las agencias de calificación lo están catalogando, cada vez mas, como un país “en situación de riesgo”.
Y por si esto fuera poco, la crisis bancaria que enfrenta Irlanda es mucho mas grave que en cualquier otro país. Seis principales bancos irlandeses tenían una deuda incobrable estimada en 40 mil millones de euros. A uno de ellos, el banco Anglo-Irlandés, se lo conoce como el banco Fianna Fail (FF) debido a que muchos de sus directivos y prestamistas estaban vinculados al partido. Cuando entro en caída libre, el gobierno trató de rescatarlo a un costo muy alto para los contribuyentes pero se vio obligado a nacionalizarlo. A pesar de inyectar miles de millones de dinero de los contribuyentes a los dos bancos principales, la Alianza Bancaria Irlandesa5 y el Banco de Irlanda, es muy probable que éstos también sean nacionalizados en los próximos meses. El objetivo de dicha nacionalización es, naturalmente, descargar las deudas tóxicas de los ricos sobre la población en general. Como resultado, de acuerdo a las estadísticas del gobierno, la economía deberá enfrentar cuatro años más de terribles recortes, causando así sufrimiento social a gran escala.
La crisis no podía haber llegado en un peor momento para FF. El partido es uno de los rasgos más singulares de la política europea: tiene su base de votos en la clase obrera, a pesar de perseguir políticas que benefician descaradamente a sus acaudalados partidarios. Desarrolló esta forma singular de populismo convirtiendo los grandes ideales del Republicanismo Irlandés en las tímidas reformas del nacionalismo económico. Sostiene que, si todas las clases en Irlanda “tiran para un mismo lado”, la nación avanzará en lo económico y los trabajadores se beneficiarán. El éxito de esta propuesta se debe sólo a la debilidad del Partido de los Trabajadores (Labor Party), que implícitamente aceptó el mismo marco nacionalista económico. No obstante, para convencer a los trabajadores, el FF también necesitaba pruebas reales del éxito económico. El tigre celta, de ya una década, las otorgó y, por un período, ayudó a detener el descenso a largo plazo del partido, el cual estaba vinculado con la Iglesia Católica y los “valores familiares”.
En mayo 2007, el FF volvió al gobierno con la promesa de mantener al tigre celta. A pesar de dramáticas revelaciones de corrupción, la ansiedad de los trabajadores acerca del posible final del auge los llevó a votar al FF, con la esperanza de que ellos fueran el único partido que podía prolongar el auge. Simbólicamente, la cara del FF en esta era que hoy ni se recuerda estaba representada por un charlatán que imitaba a Ronald Reagan en su habilidad para hablarle al “llano de pueblo” de Irlanda. El partido asumió el poder por tercera vez consecutiva con la ayuda del Partido Verde (Green Party), que previamente se había hecho pasar por un partido de centro izquierda.
El FF descubrió que esta espectacular victoria era en realidad un cáliz envenenado. Lo que impulsó a Ahern a dejar su cargo fueron las crecientes revelaciones acerca de la fuente de los fondos que financiaron su campaña electoral. Fue remplazado por Brian Cowen, un antipático agente interno de FF, quien también tenía una fuerte conexión con la clase empresarial. A unos pocos meses de haber asumido el poder, logró perder el voto del tratado de Lisboa (un tratado para reemplazar la constitución de la Unión Europea rechazada), principalmente debido a que los votantes se oponían a la creciente militarización de Europa. De una manera significativa, el referéndum mostró una polarización marcada en las tendencias electorales en líneas de clase que muy pocas veces se ha visto antes.
Cuando estalló la crisis económica, el partido no estaba institucionalmente preparado para imponer el tipo de soluciones que la clase gobernante quería. En octubre 2008, introdujo un presupuesto de emergencia para reducir gastos, atacando tanto a la población mayor como a los jóvenes. Durante la década de 1970, en Irlanda, se brindaba tratamiento medico gratuito como resultado de una maniobra electoral de los políticos de derecha para asegurarse votos. Pero el gobierno FF-Verde lanzó un ataque contra la idea de “beneficios universales” e insistió en hacer una evaluación financiera para la asistencia médica. El resultado fue una de las más espectaculares protestas jamás vistas. Este movimiento social, que comenzó con una asamblea en una iglesia, recurrió a un sistema en red creado por los grupos de “jubilados activos” de Irlanda. Poco después, 20.000 personas marcharon al Parlamento, haciendo uso del plan de viajes gratuitos -otro “regalo” de un político oportunista de derecha. Los ministros de gobierno, quienes creyeron que recibirían algo de respeto por parte de la población mayor al expresar su “comprensión y pesar”, fueron abucheados y tuvieron que retirarse del escenario. En pocos días el gobierno se vio obligado a retirarse, teniendo que pedir disculpas por su “falta se sensibilidad”.
Los jóvenes se enfrentaron a un feroz recorte en el presupuesto escolar y esto también provocó una ola de protestas. En una serie de enormes movilizaciones, los profesores se unieron a los padres en enormes marchas. Esta vez le fue un poco mejor al gobierno porque los dirigentes de los gremios docentes no mostraron la misma militancia que en los ‘70. No obstante, el gobierno FF-Verde se vio en la necesidad a hacer algunas concesiones.
La clase gobernante logró reagruparse incluso mientras estas batallas estaban siendo libradas, al final de 2008. Un comentarista de los medios de comunicación de derecha criticó duramente al gobierno por su debilidad y lanzó una decidida campaña en contra de los trabajadores “privilegiados” del sector público. El instigador de esta campaña de prensa fue la organización de empleadores, IBEC, quien se propuso dividir a los trabajadores en el sector público, donde la sindicalización es de un 80%, de aquellos del sector privado, donde la sindicalización cayó a un 20%. Dos eran los objetivos: primero, desviar la creciente bronca del pueblo contra los ricos tomando a los trabajadores del sector público como chivo expiatorio; segundo, restablecer la agenda política sobre un programa de recortes salariales. Si se lograban imponer recortes salariales a los trabajadores del sector público el camino estaba liberado para reducciones en toda la economía.
No pasó mucho tiempo para que pudiera verse la verdadera agenda de la clase gobernante irlandesa. Respaldados por un coro de los mismos economistas liberales que no pronunciaron crítica alguna al débil régimen regulatorio durante la época del tigre celta, tomaron como slogan “restablecer la competitividad”. Sostenían que los salarios irlandeses habían subido demasiado durante el auge y que, de acuerdo a Cowen, el nivel de vida debía caer al menos un 10%. En vez de lanzar un paquete de estímulo para reactivar la economía como lo habían hecho otros gobiernos, una deflación a gran escala se convirtió en la orden del día. Se iba a permitir que aumentara el desempleo para disciplinar a la clase obrera y, de esta forma, obligarlos a aceptar niveles salariales más bajos. Una vez impuestos los recortes salariales generales, el objetivo fue reducir el salario mínimo, atacar los beneficios de bienestar social e imponer gravámenes al agua a una población ya sobrecargada de impuestos regresivos indirectos.
La nueva agenda de recortes salariales se hizo evidente cuando se impuso un “tasa de pensiones” a los trabajadores del sector público. Muchos de ellos ya pagan un aporte de 6,6% a su pensión de prestación definida. Sin embargo, con el objetivo de imponer un recorte salarial eficaz -al mismo tiempo que sorteaban ciertos obstáculos legales- el gobierno impuso mayores gravámenes a los mismos empleados. Pero antes de llevarlo a cabo, involucraron a los dirigentes sindicales en una discusión sobre “la estabilización de las finanzas estatales”, y luego, a último momento, lanzaron la propuesta de un gravamen sobre la pensión.
La respuesta de las bases fue de una ira enorme. El 21 de febrero más de 120 mil personas salieron a las calles de Dublín y muchos de ellos se sumaron al pedido de la izquierda por un día de huelga nacional. Sin embargo, la respuesta de los dirigentes sindicales fue ambigua. En vez de decirle al gobierno que los trabajadores no pagarían por una crisis que no habían causado, los dirigentes se limitaron a hablar de una participación más justa en el sufrimiento general. Contrataron a un social demócrata sueco como asesor para desarrollar un plan de diez puntos que exigía mayores concesiones fiscales a los ricos pero no la eliminación completa del gravamen. Al igual que viejos cantantes que no pueden aprender nuevas melodías, imaginaron que podían seguir con el juego de amenazar con tomar medidas para luego cancelarlas a fin de entablar negociaciones. Tenían la esperanza de que, luego del despliegue de fuerzas del 21 de febrero, el gobierno los invitara a un consenso nacional para solucionar el problema de la economía irlandesa.
Sin embargo, ante una crisis del capitalismo irlandés que se agudizaba y la creciente presión de las bases, los dirigentes sindicales descubrieron que ya no eran más agentes libres. A unos pocos días de la enorme marcha, anunciaron una huelga nacional el pasado 30 de marzo. La intensificación de la lucha de clases ya está teniendo efectos políticos dramáticos. Las encuestas de opinión han mostrado una gran oscilación hacia la izquierda y un menor apoyo a FF. Por primera vez en la historia de Irlanda el partido ha sido superado por su principal rival de derecha, Fine Gael, y, en otra de las encuestas, también por el Partido de los Trabajadores. La misma encuesta indicó que en Dublín el apoyo al partido habría decaído a un mero 13%.
El Partido de los Trabajadores ha sido hasta ahora el principal beneficiario de esta jugada. Al comienzo de la crisis, el partido giró hacia la izquierda y denunció públicamente un plan de garantías estatales para los bancos. Sin embargo, Sinn Fein, en un esfuerzo inoportuno para ganar respetabilidad, votó a favor de la garantía. En uno de esos grandes momentos de ironía, el ala derecha del IRA había decidido que el robo del banco tenía que ser reemplazado por contribuciones estatales a la elite financiera. Por otra parte, el giro del Partido de los Trabajadores hacia la izquierda es profundamente contradictorio. Mientras que, por un lado, ataca el rescate a los banqueros, por otro, defiende la idea de un consenso nacional para salvar las dificultades económicas del país. Su meta final es sostener su base electoral virando hacia la izquierda para luego entrar en el gobierno de coalición con la derecha.
Todo esto crea un terreno por demás favorable para el surgimiento de nuevas fuerzas en la izquierda radical. Una señal esperanzadora es el desarrollo de PBPA (People Before Profit Alliance),6 una nueva coalición de fuerzas que agrupa al Partido de Trabajadores Socialistas, antiguas figuras principales del Partido Socialista y una gran cantidad de activistas sociales. La alianza presentará 15 candidatos en las elecciones locales que se avecinan y espera ganar un nueva cohorte de concejales como parte de una estrategia para ofrecer un reto electoral más serio al Partido de los Trabajadores. La alianza ha desarrollado una agenda económica alternativa a fin de desafiar las prioridades del establishment político y se ha destacado en varias campañas locales que se oponen a los recortes.
También es necesario construir una fuerte organización socialista revolucionaria al lado de la izquierda radical. Durante la manifestación del 21 de febrero, soldados de la unión PDFORA7 que no estaban en servicio, participaron en una gran manifestación, a pesar de la presión ejercida por otros funcionarios. Lo mismo hizo una enorme cantidad de policías, que acudieron unos días más tarde para marchar contra el gobierno. A medida que la crisis se intensifique, cada vez se verá con más claridad que cualquier intento de un cambio serio por mejorar el sufrimiento de los trabajadores se enfrentará con los rigurosos límites del capitalismo irlandés. Pronto surgirá la cuestión de una propuesta revolucionaria práctica para resolver la crisis irlandesa y la crisis mundial.
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1Publicado en International Socialism, nº 122, 31/03/09. Traducción de Verónica Gottau.
2Título original “Leapin’ Leprechaun”, La magia de los Gnomos, dirigida por Ted Nicolaou.
3Thomas Friedman: “Follow The Leapin’ Leprechaun”, en New York Times, 1/06/05.
4Benjamin Powell: “Economic Freedom and Growth: The Case of the Celtic Tiger”, en Cato Journal, vol. 22, nº 3.
5El Allied Irish Banks, más conocido por sus siglas AIB Bank.
6 Beneficio antes de Alianza Popular
7Sus siglas en inglés: Permanent Defence Forces Other Ranks Representative Association.