Por Verónica Baudino
Grupo de investigación de la Historia Económica Argentina – CEICS
La dictadura del ‘76, señalan muchos, destruyó el proyecto de construir un país para todos. Fue el fin de un capitalismo nacional basado en la industrial local y la distribución del ingreso. José Ber Gelbard, ligado al Partido Comunista, representante de la CGE y ministro de Economía de Cámpora y Perón, aparece como la máxima expresión de ese proyecto. Hace poco, se estrenó un documental sobre su vida y obra, dirigido y escrito por la periodista María Seoane. El trabajo intenta demostrar aquella interpretación tan aceptada por una parte importante del espectro político-intelectual: con sus virtudes y defectos, Gelbard fue una de las últimas esperanzas de la burguesía nacional. Por lo menos, hasta la llegada de los vientos patagónicos, que vendrían a retomar su tradición.
A izquierda y derecha
Una voz en off simula el relato en primera de persona de nuestro personaje. Detallará su historia como un empresario que se hizo desde abajo sin abandonar nunca su preocupación social. Inmigrante polaco llegado a Argentina en 1930 junto a su familia, Seoane muestra la larga trayectoria militante de Gelbard, que giró siempre alrededor de conciliar negocios con política. Comenzó como activista pro-semita, para luego continuar con la organización de empresarios y comerciantes de la zona del Noroeste Argentino. Desarrolló una polí-tica corporativa para pequeños capitales, que lo llevó a acercarse al círculo financiero del Partido Comunista y a través de él hacer negocios con la URSS. Posteriormente, lideró la Confederación General Económica, alternativa a la UIA a favor de los capitales nacionales más chicos. Desde ella, participó en el Congreso de la Productividad, en 1955. El film muestra que, pese a su vinculación izquierdista, era también un burgués que para crecer económicamente debía negociar con personajes de todo tipo, sin miramientos. Relata, entonces, su vínculo con Lanusse, gracias al cual ganó la licitación de Aluar. Esta ambigüedad no es criticada por la directora, sino todo lo contrario. Aparece en el relato como una muestra del realismo del proyecto político que encarnaba. En la voz del protagonista, la película nos cuenta cuáles eran esos objetivos. En 1973, luego de haber impulsado el GAN (Frente Cívico- Militar), asumió como ministro de economía de Cámpora. A pesar de la mala relación entre ambos, Gelbard tenía por objetivo “derrotar a los grandes terratenientes y empresarios”, según sus propios dichos. El plan económico, en su aspecto formal, apuntaba a la distribución progresiva del ingreso, avanzar en la “recuperación de la independencia económica” y a traspasar el dinamismo del sector extranjero al nacional y estatal. A su vez, pretendía implementar la Ley Agraria, para reformar las estructuras agrarias.1
El representante de la burguesía nacional no se casaba con nadie y por eso, nos muestra Seoane, su programa favorecía un poco a cada uno, sin extremos. Además de negociar con Lanusse, mediaba entre las diferentes fracciones del PJ, donde aparecía como representante directo de Perón. En sus propias palabras (que la realizadora no cuestiona) su gestión fue un éxito, aunque nadie se lo reconociera: “Estoy entre la derecha y la izquierda. No ven que se redistribuyó el 50% de la riqueza a los trabajadores”. Esta es la mirada que se elige resaltar. Una casi conmovedora historia de un ministro de economía ecuánime e incomprendido, con un proyecto de nación igualitaria.
La directora pretende poner distancia y borrar las marcas de su sesgo en el documental. Sin embargo, maquillada de objetividad, su interpretación está muy presente. En primer lugar, porque presenta la coyuntura política y económica como resultado directo de las políticas del gabinete Gelbard. No atiende al marco general en el que se desarrollaron, en el que le aumento de los precios agrarios posibilitaba el resurgimiento de pequeños capitales. Era una situación similar a la que experimenta hoy el gobierno de Kirchner. La “primavera económica” no fue efecto de sus acciones, sino de una coyuntura internacional favorable a la producción agraria, sustento principal de la economía argentina. A su vez, en su afán por mostrar al biografiado como un luchador nacional y popular, la obra elude un hecho fundamental de su gestión: el Pacto Social, cuyo objetivo era la contención de las demandas obreras. En este marco, aunque aumentaron los salarios mediante la negociación con las centrales sindicales propatronales, al poco tiempo éstos quedaron desactualizados a causa de la inflación. Esta situación no aparece en el documental. Por el contrario, se encubren todos los aspectos conflictivos de la gestión Gelbard. La lucha de la clase obrera está completamente ausente en su relato. La conformación de las coordinadoras interfabriles y otras acciones de los trabajadores contra este ministro supuestamente “neutral”, también. Al abstraerse de los intereses de las clases sociales, el documental reduce las disputas a un complot de la derecha, como se ve claramente en su interpretación de su salida del ministerio.
¿Quién echó a Gelbard?
El alejamiento de la función pública llegó, para Seoane, por las crecientes presiones de la “derecha”, identificada en la figura de Ló- pez Rega, que no le iba a perdonar semejante política considerada “comunista”. Asediado y maniatado por las persecuciones (y sin apoyo del ala izquierda peronista), nuestro héroe renuncia, dejando trunco el último sueño de un país justo.
Como el título de la obra lo indica, Gelbard es presentado como el empresario con las características necesarias para ser un burgués nacional: centrado en el mercado interno, nacionalista, emprendedor, progresista. Del otro lado de la vereda encontramos, según esta posición, a un rival casi fantasmagórico que no aparece en forma explícita nunca, más allá de la mención a los terratenientes y el gran capital extranjero. Sin embargo, no observa que los bandos de la burguesía enfrentados son dos caras de la misma moneda. Inclusive en la propia vida que se narra puede observarse tal contradicción. El caso Aluar es una muestra de las intenciones del personaje en cuestión. Las negociaciones con Lanusse, para obtener la licitación de la planta, evidencian sus ambiciones por convertirse en un gran capital. Su supuesta militancia en pos del desarrollo del pequeño y mediano capital era solo una circunstancia. En potencia, su capital podía convertirse en un gran capital. Su objetivo era convertir esa potencialidad en acción. Si su proyecto personal se hubiera cumplido, la encarnación terrestre del buen burgués se habría convertido (según lo que se plantea en el documental) en un representante más de la “derecha liberal”, difícil de distinguir de los Arcor, Techint o Pérez Companc. De hecho, ya se había anticipado a todos ellos al exigir, en 1955, el derecho de los patrones a aumentar la tasa de explotación a gusto y placer. Gelbard era un burgués nacional, como también lo eran quienes fueron representados por López Rega. Son dos fracciones de diferente tamaño en disputa por liderar la acumulación. Parece sencillo, sin embargo para Seoane las cosas son bien distintas. Solapadamente, intenta recrear objetivamente la tesis de que los que lideraron el proceso económico desde la década de 1970 fueron los capitales concentrados dedicados a la especulación financiera, que le hicieron morder el polvo a los emprendedores productivos.
El proyecto “nacional y popular” fracasó porque, asentado en pequeños y medianos capitales, no representaba una alternativa viable para enfrentar la crisis. El fracaso de su plan fue causado por la debilidad misma de los intereses de la fracción que expresaba. Los ganadores, por su parte, no son la personificación de los intereses extranjeros, antinacionales, como intentan disfrazarlos algunos. Tienen las mismas características que los que perdieron, pero a una escala superior. No es una distinción entre malos y buenos, sino entre capitales viables y capitales inviables. La clase obrera puede esperar muy poco de la burguesía más poderosa. Menos todavía de un conjunto de inútiles.
Notas
1 Ver Baudino, Verónica, “Reforma agraria y fuegos de artificio”, El Aromo n° 29, junio-julio de 2006.