Los Hijos de Romero (h). Crónica de unas “sangrientas” Jornadas de Historia en Mar del Plata
Por Fabián Harari
Grupo de Investigación de la Revolución de Mayo – CEICS
En diez años de participación en jornadas de investigación, Razón y Revolución se ha ganado una fama que mejor le cabe a sus detractores: la de ser desubicados. Se nos acusa de soberbios, de poco serios y de no adaptarnos al lugar. La última, la suscribimos con orgullo: intentamos ser un factor activo allí donde vamos. Las otras dos son injustas: siempre hemos buscado debatir con aquellos que trabajan nuestras temáticas y hace años que nos dedicamos a la investigación. Nosotros somos muy ubicados, vamos a lo que se va a unas jornadas: a debatir. Es una falta de respeto no hacerlo. No se trata de buenas o malas maneras: existe una disputa real entre programas políticos diferentes.
El escenario y sus protagonistas
El Departamento de Historia de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Mar del Plata organizó unas Jornadas de Discusión sobre el siglo XIX temprano. El organismo es dirigido por Eduardo Míguez, Matías Wibaux, Diana Duart, Valentina Ayrolo y Beatriz Ruibal. Míguez diseñó el plan de estudios y el cuerpo docente en la carrera de la UNMdP. A su vez, dirige el Anuario IHES (una de las publicaciones más reconocidas de la disciplina) y la Carrera de Historia que posee el mayor presupuesto por alumno del país, en la Universidad de Tandil. El resto son profesores rentados de la carrera en Mar del Plata y, con la excepción de Duart, becarios del CONICET. A pesar de anunciarse como de “discusión”, y de expedir certificados curriculares, las jornadas fueron votadas en el Consejo Directivo de la UNMdP con el carácter de “cerradas”. Sin embargo, solicitaron la asistencia de historiadores con renombre. Enterémonos de quiénes. Marcela Ternavasio, con posgrados en Milán y Turín, es profesora en la U. N. de Rosario y autora del libro La revolución del voto, que editó Siglo XXI. Roberto Schmit es profesor en la UBA y en la Universidad de General Sarmiento. Dirige la publicación del centro de investigación más grande del país: el Instituto Ravignani (UBA) y es uno de los autores de la Nueva Historia Argentina, la obra colectiva de los historiadores oficiales, ligados a Luis Alberto Romero, editada por Sudamericana. Asimismo, escribe los manuales de Historia de la editorial Troquel. En 2003, Biblos le publicó la compilación: La desintegración de la economía colonial. Estos dos historiadores participaron en el colosal proyecto de la burguesía de explicar la sociedad argentina y su origen a las masas: la Historia Visual Clarín (1999-2000). Beatriz Bragoni dirige -junto a otros- la Carrera de Historia en la Universidad de Cuyo, es autora del libro Los hijos de la Revolución, editado por Taurus. Todos son becarios del CONICET. Los dos primeros integran el plantel de investigadores del Ravignani. Se trata de grandes formadores de intelectuales burgueses que acaparan fuertes recursos del Estado.
Las jornadas no tenían como fin la discusión sino acumular currículo. Los alumnos marplatenses ni siquiera fueron avisados que allí donde cursan, aquellos que dirigen su carrera, los que escribieron su bibliografía, quienes, en definitiva, son mantenidos por todos nuestros bolsillos, estaban exponiendo sus trabajos. Estos historiadores sólo querían rendir cuentas ante su clase: el Estado y las editoriales.
A pesar del carácter restrictivo original, la convocatoria hacia el resto del país fue “abierta”. Razón y Revolución se propuso participar del debate, para lo que envió cuatro ponencias. La convocatoria puntualizaba las condiciones que debían cumplir los trabajos, pero no especificaba ningún requisito particular a cumplir por el ponente. Sorpresivamente, RyR recibió como respuesta que dos de sus ponencias -el estudio de Juan Manuel Corbalán y el de Jonathan Palla- fueran rechazadas con un argumento que en nada se relaciona con la calidad, formato o temática de los trabajos: sencillamente, se censuró su derecho a exponer por ser estudiantes.
RyR se encargó de realizar la denuncia pública, con el apoyo del Centro de Estudiantes de la Facultad de Humanidades. Se solicitó la palabra en el acto inaugural y se acusó el carácter estamental y críptico del evento. Recibimos por toda respuesta una andanada de gritos y acusaciones de alborotadores. Ninguno de los historiadores que allí se hallaban alzó la voz para repudiar lo vergonzoso del asunto. Lo cierto es que aquellos que concentran los fondos públicos destinados a la investigación no quieren discutir qué es lo que realmente hacen y, mucho menos, se devele qué es lo que defienden.
El debate
Los trabajos se caracterizaron por su bajo grado de capacidad explicativa. Una colección más o menos importante de fuentes sin otro fin que anunciar especificidades locales. Ninguno vincula sus resultados con el problema de la formación de la sociedad. Sin embargo, como es costumbre, los comentaristas se desgañitan hablando de la “importancia” de tales estudios. Todos tienen en común la adscripción al liberalismo: no existen las clases, sino los “actores”; no existe una jerarquía explicativa sino “diversas lógicas”; no es la economía la que determina la política sino al revés; no hay procesos históricos sino alteraciones más o menos azarosas. Es la Historia de la Pavada. El problema de la Revolución y de la construcción de la sociedad burguesa en Argentina queda afuera.
La participación de RyR tuvo que concentrarse, censura mediante, en las ponencias de Fabián Harari sobre el Cuerpo de Patricios y de Cecilia García sobre las características de la clase dominante durante la colonia. La ponencia de Cecilia García estuvo precedida por dos exposiciones lamentables: Diana Duarte afirmaba que el crédito no es una relación económica sino social (cabe preguntarse si la economía no es parte de la sociedad). Sin embargo, para probar tamaña afirmación tan sólo citó tres casos, que ni siquiera cumplen un patrón común: una sociedad comercial que se rompe amigablemente, un hijo que derrocha el dinero del padre y un reclamo por salarios adeudados. Por su lado, Matías Wibaux se dedicó a describir las mercancías que adquirían los pulperos de la campaña. Una extensa muestra de 200 pulperías a lo largo de 30 años. Nuestra compañera, en cambio, atendió a problemas más sustantivos: su trabajo prueba, a través de la evolución económica y política de los Agüero, que: a) existe una clase social dominante en la colonia que la Revolución vino a liquidar y b) que esta clase dominante en la colonia reproducía el atraso y se daba un ámbito de intervención contra la política de la clase revolucionaria. Tocó comentar estas ponencias a Roberto Schmit, quien se desarmó en elogios hacia las dos primeras (aunque tuvo que reconocer cierta inconsistencia en el trabajo de Duart). Llegado nuestro turno, el comentarista perdió la calma. Se trató a la ponencia con ironía, reprochándosele no rendir pleitesías en las citas, querer descubrir un plan predeterminado donde sólo hay reacciones ante la crisis, advertir conflictos por el poder donde tan sólo se discute la forma de comercio y observar a una clase social donde tan sólo hay órdenes estamentales.
Intentamos contestarle pero se nos interrumpió constantemente. Beatriz Bragoni, Eduardo Míguez y Marcela Ternavasio actuaron como fuerza de choque. Cuando quisimos intervenir desde el público para explicar nuestra posición comenzaron los gritos. La falta de respeto se consumó cuando Ternavasio se levantó acusándonos (a los gritos todavía) de no traer a discusión problemas nuevos, acto seguido de admitir que no había leído la ponencia. Valentina Ayrolo llegó a “invitarnos” a que nos “retiremos” del evento. Advertidos del problema e interesados por el debate, acudieron algunos miembros del Centro de Estudiantes. Disgustados, pero resignados al fin, los organizadores pidieron calma en sus filas: la imagen no podía repetirse. Es así que la mesa que tuvo por protagonista a quien escribe y a Gabriel Di Meglio careció de provocaciones y permitió las intervenciones. La comentarista Beatriz Bragoni, que había criticado “duramente” el trabajo de García, no reparó elogios para con el mío, aunque sus conclusiones son idénticas… La discusión en la mesa tuvo un ángulo revelador. En nuestra intervención analizamos la estrategia del Cuerpo de Patricios entendido como organización política. A su vez, hicimos énfasis en el análisis de la dirección, el elemento dinámico, por sobre los elementos subalternos. Gabriel Di Meglio realizó una historia de las milicias desde 1800 a 1820, explicando cómo lo que el llama “la plebe” parece ser un elemento activo. Las formas administrativas priman, en su estudio, por sobre el contenido social. Señalamiento que estuvo a cargo de Juan Manuel Corbalán, contrastando las afirmaciones del ponente con las investigaciones que realizó, pero que no le dejaron exponer(*). La llamada “renovación historiográfica”, liberalismo al fin, nos quiere hacer retroceder hasta la historia de Ricardo Levene. No es casual, defienden a la misma clase social. Y reaccionan a los embates de la clase obrera de la misma manera: a los garrotazos.
(*) Una versión de la misma se publicó en Razón y Revolución nº13, invierno de 2004.