Utopía Kampesina. El programa de las organizaciones campesinistas y su relación con el Gobierno

en El Aromo nº 74

¿Usted cree que los dirigentes de las organizaciones campesinas encarnan una crítica radical, imposible de ser procesada dentro de los límites del sistema capitalista? ¿Que levantan un programa cuyo desenvolvimiento implicaría una salida superadora para el grueso de la humanidad? En este artículo, le mostramos cómo esos referentes son, en realidad, los intermediarios para entregar a una importante fracción de la clase obrera al kirchnerismo.

 

Roberto Muñoz

TES-CEICS

 

La activación política de múltiples agrupamientos que dicen ser campesinos y/o indígenas, a lo largo de varias provincias periféricas de la Argentina, es un fenómeno relativamente nuevo. Esta identidad es reforzada desde las ciencias sociales que, al abandonar la categoría de clase, se dedican a buscar “nuevos actores” y “nuevos movimientos sociales”. Básicamente, el planteo que atraviesa al grueso de los aportes sobre la cuestión se puede resumir en un sinsentido más o menos así: en estos momentos de incertidumbre global y crisis capitalista, debemos devolverle la centralidad a la identidad campesina. No dicen mucho más, porque se mueven dentro de los parámetros posmodernos que hacen foco en el análisis cultural de la formación de los discursos, sin importarles las formas concretas de reproducción de esta población. Son campesinos y/o indígenas, simplemente, porque ellos así se llaman a sí mismos. Todos han decidido avalar esta especie de silogismo absurdo: desde Cristina hasta el PO, pasando por todas las variantes posibles del “progresismo”.

El Aromo se ha ocupado, en repetidas ocasiones, de mostrar que se trata de una fracción de la clase obrera, bajo su condición de población sobrante para el capital.[1] Son obreros desocupados u ocupados de manera precaria y estacional, que adoptan una identidad cultural mistificada. Obreros históricamente ocupados en diversos sistemas agroindustriales, como por ejemplo el del algodón o el azúcar, que tras su mecanización son expulsados en masa y, al no encontrar otras opciones laborales, algunos de ellos recomponen su conciencia recreando una situación ficticia, pre-capitalista. Varias organizaciones oficialistas o reformistas suelen aprovechar este fenómeno para fijar esa conciencia burguesa.

En esta oportunidad, nos centraremos en el accionar político de las dos entidades que, a nivel nacional, reúnen a la mayoría de estos agrupamientos: el Movimiento Nacional Campesino Indígena (MNCI) y el Frente Nacional Campesino (FNC). Veremos que, a pesar de la insistencia académica en su supuesta autonomía, su presunta “racionalidad particular”, sus formas de producción y reproducción aparentemente “alternativas y enfrentadas a la lógica del capital”, son organizaciones con una base social fundamentalmente obrera y una dirección pequeño-burguesa que encolumna a esas masas detrás de kirchnerismo.

 

Organizando entelequias…

 

El MNCI se constituyó formalmente en 2003, en Santiago del Estero, y está integrado por organizaciones de alrededor de 10 provincias, entre las que se destacan: MOCASE-VC, la Unión de Trabajadores Sin Tierra (UST) de Mendoza, El Movimiento Campesino de Córdoba (MCC), la Red Puna de Jujuy, GIROS de Santa Fe, Servicio a la Cultura Popular (SERCUPO) de Buenos Aires y Encuentro Calchaquí, de Salta.

Los principales impulsores del movimiento a nivel nacional han sido estudiantes universitarios agrupados en la Federación Argentina de Estudiantes de Agronomía (FAEA). Se trata de una federación que se autodefine como “independiente” y “autónoma” y que desde la década del ’90 comenzó a desarrollar articulaciones con algunas de las organizaciones campesinas que luego conformarían el MNCI, mediante la realización de pasantías.[2] El mismo MNCI reconoce que “estos compañeros son los que, de alguna manera, han diseñado un movimiento nacional y nos sacaron del aislamiento”.[3] A partir de estas experiencias, algunos de sus miembros deciden “campesinizarse”, para llamarlo de alguna manera, y se instalan en los territorios. Desde entonces, su influencia es tal que hoy los dirigentes principales del MNCI provienen de la FAEA. Tal es el caso de Diego Montón, dirigente de la Unión de Trabajadores sin Tierra, del MNCI y, más recientemente, miembro de la Secretaría Operativa de la Confederación Latinoamericana de Organizaciones Campesinas (CLOC): “La dinámica fue terminar la universidad y luego instalarse en el campo, en algún lugar”.[4]

Con algunas variantes, la mayoría de las organizaciones de base que conforman el MNCI tiene un origen similar, en donde, además de estos sectores universitarios, confluyen ONGs, curas parroquiales y algunos miembros de las regionales del INTA. Surgieron entre los años ’90 y principios de la década pasada y, sumadas, dicen representar a más de 20 mil familia, a pesar que en su exageración aseguran montar “una acción territorial que incide en más de 100.000 familias”.[5] En su imagen alucinada sobre el agro argentino, campesinos e indígenas serían los sujetos mayoritarios, prácticamente excluyentes. La organización más activa del movimiento, el MOCASE-VC, llega a sostener que:

 

“En Argentina viven 280 mil familias numerosas de 22 pueblos indígenas y 220 mil familias campesinas, con al menos 1,5 millón de personas. No producen soja ni suscriben a los agronegocios, siembran alimentos y crían animales para autoconsumo y tienen una relación especial con la tierra, no la consideran un medio para negocios, se entienden como parte de ella, de su cultura, su historia y un bien común de las próximas generaciones.”[6]

 

Que esto choque de frente con los datos más elementales de los censos agropecuarios -por ejemplo, que el total de explotaciones agropecuarias no llega a las 300 mil en todo el país-, no tiene ninguna importancia para el MNCI y sus apologistas, porque ser campesino es una identidad ancestral, casi genética. Para ellos se puede ser campesino incluso sin poseer tierras, es más, se puede seguir siendo campesino aunque el lugar de residencia sea un asentamiento del conurbano. Para estos últimos casos, la tarea debería ser, precisamente, luchar para “devolverlo” a su ámbito “natural”:

 

“Sabemos que hoy solamente un 7% de la población es rural. Entonces, no tiene sentido hablar de reforma agraria o soberanía alimentaria sin involucrar a la población de las ciudades, sin hablar de las migraciones que se han multiplicado en los últimos años. Una reforma así, debe considerar el retorno al campo.”[7]

 

Pero en su lucha cotidiana contra la realidad, los dirigentes del MNCI también tienen que lidiar con la falta de “conciencia campesina” de los jóvenes obreros rurales transitorios. En una entrevista concedida a la agencia Telam, Deolinda Carrizo, dirigente del movimiento, se indigna ante el desinterés de estos jóvenes por los emprendimientos productivos de la organización y su preferencia por el trabajo asalariado en las tareas agrícolas estacionales: nos estamos rompiendo el c…, nos estamos organizando, creando emprendimientos colectivos […], todo un proceso desde las centrales y desde el movimiento para que los jóvenes se adueñen de todo eso”.[8] La propuesta, sostiene Deolinda, es que los peones rurales temporarios se conviertan en “pequeños productores”, pero la alternativa no es muy tentadora y ella es consciente de ello: “obviamente cuesta romper [con que sigan trabajando en las cosechas u otras tareas agrícolas] porque nuestros emprendimientos se hacen, como todos los trabajos en el campo, con mucho sacrificio”. Difícil imaginar una opción más inviable y miserable como para que los obreros, ante la disyuntiva, la rechacen y, en cambio, elijan emplearse en actividades que se realizan bajo condiciones de superexplotación, como, entre otras, el desflore del maíz.

 

En cuanto al Frente Nacional Campesino (FNC), se trata de un espacio que surgió en pleno conflicto agrario, el 17 de abril de 2008, en la universidad de las Madres de Plaza de Mayo, con la intención política de intervenir a favor del gobierno en su disputa con la burguesía agraria agrupada en la Mesa de Enlace. Benigno López, uno de los principales referentes del FNC, lo deja claro:

 

“repudiamos la adjudicación de la representatividad que ellos [la Mesa de Enlace] hacen de todos los productores de la Argentina, 250 mil familias de pequeños productores agropecuarios no representados. Nosotros estamos a favor de las retenciones, porque el Estado es nuestra madre, si no ¿quién nos protege? Tiene que cobrar un impuesto a las exportaciones, ante este excedente de las ganancias, y utilizarlas para fortalecer la economía nacional.”

 

Presentándose también como los verdaderos sujetos del campo, entre sus fundadores encontramos organizaciones que se conformaron a fines de los ’60, como el Movimiento Agrario Misionero (MAM) y el Mocafor, pero también otras más recientes, como el Movimiento Campesino de Liberación (MCL) –frente campesino del Partido Comunista, el cual, antes de que estallase el “conflicto del campo” formaba parte de la mesa directiva de Federación Agraria Argentina- y una multitud de ONGs y cooperativas de diferentes puntos del país. En relación con esto, si bajo la categoría de campesino se esconde fundamentalmente a población obrera, las organizaciones que integran el FNC estarían compuestas por sectores ya proletarizados, pero también por fracciones pequeño-burguesas en un proceso de franca pauperización. Precisamente, el MAM y el MOCAFOR serían los principales exponentes de ese proceso.

Sus principales líneas programáticas coinciden con las del MNCI: “soberanía alimentaria” y “reforma agraria integral”. El primero es un concepto desarrollado por la organización internacional Vía Campesina y consistiría en el derecho, estrechamente nacional y burgués, de cada Estado y pueblo a definir su modo de producción de alimentos de acuerdo con sus propias necesidades, dando prioridad a las economías y mercados locales y fortaleciendo, obviamente, a los campesinos y a la agricultura comunitaria. Para ello, sería indispensable el segundo punto, la reforma agraria. Con ese horizonte, sus reivindicaciones inmediatas se concentran sobre los siguientes puntos: titularización (propiedad) de las tierras para campesinos e indígenas; apoyo técnico y económico para la producción y comercialización de los productos campesinos; ley para la suspensión de los desalojos de familias campesinas y pueblos originarios; ley de propiedad de la tierra para poner freno a la concentración y extranjerización de la tierra en la Argentina.

 

…para el proyecto nacional y popular

 

Tanto el MNCI como el FNC están convencidos de que actualmente en el agro argentino se enfrentan dos modelos de desarrollo, uno encarnado por las organizaciones tradicionales de la burguesía agraria, aliadas con empresas transnacionales, y otro que los tendría a ellos como los principales protagonistas. Diego Montón lo resume así:

 

“Para nosotros, la producción de alimentos, la tierra y los bienes naturales no son mercancías. El modelo que desde hace miles de años sostienen los campesinos ve a la naturaleza no como un rival a desafiar, sino como una parte de nosotros. […] proponemos la producción y el trabajo de la tierra sin agroquímicos o agrotóxicos, […] El objetivo es que los alimentos lleguen a precios justos a quienes los necesitan. […] Eso nos diferencia completamente de los agronegocios: el agronegocio prioriza el lucro.” [9]

 

Dejando de lado el carácter mágico del enfrentamiento, la cuestión es que ambas organizaciones decidieron llevarlo adelante adhiriendo al kirchnerismo. El FNC de una manera abierta y sin ambages. El MNCI, de forma más vergonzante y solapada. En el primer caso, la misma fecha y lugar en el que surge ya es toda una declaración de principios, pero para que no queden dudas, el FNC cierra la mayoría de sus comunicados llamando a la “profundización del proyecto nacional y popular”. Luego de la muerte de Néstor Kirchner, a fines de 2010, el FNC publicó una elegía del ex-presidente, en donde se sostiene que:

 

“Fue lejos, muy lejos, el mejor presidente de la historia de este país […]. Los campesinos y pueblos originarios accedieron a políticas públicas activas que antes estaban predeterminadas en programas diseñados por el Banco Mundial y aplicados por tecnócratas formados en la administración de la pobreza.”

 

Sin embargo, no se explicitan cuáles fueron esas políticas públicas. Hacerlo implicaría señalar los diferentes mecanismos que construyó el kirchnerismo para contener a la población sobrante y no para el desenvolvimiento de un “nuevo modelo agrario”: AUH y los diferentes planes para desocupados, como el Plan “Manos a la Obra”, entre otros. Pero el FNC, empecinado, todavía en 2011, cuando ya se acumulaban varios casos de asesinatos de miembros de organizaciones campesinas e indígenas, mantenía su adhesión sin fisuras, a pesar de que en Formosa, la represión se desató también sobre una de las organizaciones de base del Frente, el MOCAFOR. Es más, a mediados de ese año organiza una larga caminata desde esa provincia hasta la ciudad de Buenos Aires “para pedir que se tomen medidas que pongan en marcha un nuevo modelo agropecuario en la Argentina”, pero, obviamente, siempre dentro del marco “de la profundización del proyecto nacional y popular conducido por la Presidenta Dra. Cristina Fernández de Kirchner.”[10]

 

Por su parte, el MNCI realizó un recorrido un poco más largo para llegar al mismo lugar. Diego Montón explica que, inicialmente,

 

“Todo nuestro proceso tenía un eje muy fuerte en la autonomía y casi en el descreimiento total del rol del Estado y quizás hasta una subestimación del poder del Estado. En el sentido que nosotros decíamos ‘construir poder’. No hemos perdido eso, pero decíamos también que el Estado no hacía falta.”

 

El autonomismo pequeñoburgués, no obstante, les va a durar poco. Ya para el 2005, los chicos antipartidos vislumbran una opción superadora:

 

“Lo que marca una inflexión muy grande es, en el 2005, la cuestión del ALCA. Ahí fue cuando decidimos que había que volver a mirar las cosas, porque que Néstor haya puesto el país y el estadio para que Chávez diga ‘Al carajo’ demostró que se estaban jugando otras cosas. […] Empezamos a reconocer que en torno al kirchnerismo hay un proyecto latinoamericano.”[11]

 

De todas maneras, la dirección del MNCI no se iba a dejar cooptar tan fácilmente, iban a ser necesarios algunos gestos más del kirchnerismo para terminar de convencerlos. Para su tranquilidad, llegaron pronto:

 

“De ahí, hasta la resolución 125, seguimos con este debate. Con la 125, tenemos una posición clara a favor de la resolución. Nosotros siempre dijimos que era una medida necesaria para nosotros, porque desalentaba un poco el auge de la soja. Aunque no era ‘la medida’ estructural la apoyamos y seguimos, ahí, viendo que había que empezar a pensar de otra manera al kirchnerismo. Y después, viene todo un paquete de medidas por todos conocidas que también reconocemos y ahí ya dijimos ‘bueno, evidentemente desde este grupo político hay una intencionalidad’.”[12]

 

El MNCI quiso ver en el conflicto del campo una disputa entre dos modelos de desarrollo agrario y no la batalla interburguesa por el control de la renta de la tierra. Eso les bastó para terminar de abrazar al kirchnerismo definitivamente. ¿Por qué apoyar un gobierno que ni siquiera se molesta en aprobarles una mísera ley para frenar los desalojos? Bueno, porque, según ellos, tampoco se les puede pedir tanto a Néstor y Cristina…

 

“porque ellos heredan un país que se desindustrializó. Si hubiéramos tenido una industria nacional como el que se diseñó en los cuarenta creo que la búsqueda de divisas, para que no haya pobres, dentro de lo que es este capitalismo que a nosotros no nos gusta nada pero, para ser sinceros, si este fuese un capitalismo de industria nacional, si estuviera mucho más diversificada la pequeña y mediana industria, si esa industria nacional se hubiera potenciado es probable que la soja, la matriz productiva agroalimentaria sería un 25% del ingreso por exportación de la Argentina. Lamentablemente eso se destruyó.”

 

Campesinistas preocupados por una supuesta desindustrialización y fetichistas a ultranza: para ellos, el problema no es el capital sino la soja y, como veremos en la siguiente cita, también las máquinas. Porque los dirigentes del MNCI consideran que tampoco sería justo adjudicarle a un gobierno un problema que sería de índole cultural y que atraviesa a toda la humanidad. Sin temor al ridículo, nos explican que

 

“En el mundo, todavía no hemos podido romper la física mecanicista y el progreso y la modernidad es lo que todavía estamos aplaudiendo como lo más progresista. […] es un problema serio que no lo vamos a resolver […] porque nos paremos como muy rebeldes contra el kirchnerismo o contra los gobiernos de UNASUR o Lula Da Silva o Evo Morales o incluso Hugo Chávez. Ellos también siguen manteniendo esta matriz productiva porque si no: ¿el avión cómo vuela? El avión en el que se suben los más ecologistas de todos, nosotros mismos venimos en un ómnibus que gasta combustible. Es decir, es un problema que la humanidad deberá resolver o se acabará la humanidad, no es el kirchnerismo el problema.”

 

Como vemos, la dirección del MNCI está totalmente blindada contra cualquier planteo por fuera del realismo mágico. Incluso si se les cuestiona cómo puede ser que apoyen un gobierno que descarga de forma cada vez más abierta la represión estatal sobre sus propios compañeros, ellos, apelando a los mecanismos de la dialéctica más vulgar, nos dicen que hay que saber comprender las contradicciones propias de todo movimiento nacional y popular. Insfrán, Capitanich, Zamora, por nombrar a algunos de los gobernadores más fielmente kirchneristas, serían resabios feudales que ya “decantarán”:

 

“Para nosotros está claro que, en el caso del kirchnerismo, la lógica del poder en el Estado trae aparejada esas contradicciones. Sabemos que en varias provincias están esos porque no hay otra opción y tampoco nosotros, hoy, vamos a poner toda nuestra fuerza en construir una opción electoral en el corto plazo. Por lo tanto, eso decanta en que con alguien hay que aliarse en las provincias. Quizás nuestra crítica no tiene tanto que ver con eso, sino con cómo podemos ir resolviendo esas contradicciones, sobre todo, en el modelo agrario. Ahí quizás es cuando nuestra lectura es más crítica.”

 

Estos son los posicionamientos políticos de los dirigentes de las dos principales organizaciones nacionales que se reivindican campesinas e indígenas. Decidimos citarlos extensamente para evitar la crítica infantil a los campesinistas sensibles, que se tranquilizan creyendo que construimos un enemigo ficticio, hecho a nuestra medida, para poder destruirlo fácilmente. La realidad es que, equipados con conceptos que no explican nada, como “agronegocio”, “extractivismo”, “neocolonialismo”, etc., los referentes pequeñoburgueses de estas entidades se han dado la tarea de desarrollar un programa inviable para las fracciones más pauperizadas de la clase obrera argentina. Primero, negándoles su misma condición obrera, aislándolos en una falsa identidad campesina, para luego, dócil y conscientemente, entregarlos al kirchnerismo.

1Véase, entre otros, Desalvo, Agustina: “¿Con la tierra alcanza? Un análisis de la intervención del MOCASE entre 2001 y 2011”, en El Aromo nº 67, julio-agosto de 2012 y Muñoz, Roberto: “Vamos al corte. Reestructuración agraria y organizaciones campesinas en Chaco”, en El Aromo nº68, septiembre-octubre de 2012.

2También tienen vínculos con el Frente Popular Darío Santillán. Véase Página/12, 3/10/2011.

3Véase http://goo.gl/IP7SBg.

4Ídem.

5Véase http://www.mnci.org.ar.

6Véase http://goo.gl/PsGuFH.

7 Véase http://goo.gl/O6l7rO.

8 Véase http://goo.gl/skA1py.

9Véase http://goo.gl/egPBC4.

10Véase http://goo.gl/4bQydZ.

11Ídem.

12Ídem.

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