Tranqueras en calma. Falsos enfrentamientos entre Kirchner y los terratenientes extranjeros

en El Aromo n° 33

Por Fernando Dachevsky – Mucho se habló en estos últimos meses sobre la extranjerización de tierras. El asunto resonaba desde hace años como consecuencia de los conflictos entre Benetton y pobladores mapuches del sur. Hace unos meses, el tema cobró mayor notoriedad con la presentación de un proyecto de expropiación de tierras contra Douglas Tompkins en Corrientes y, particularmente, luego del ataque de D’Elía a su tranquera.

La irrupción mediática del dirigente de la FTV llevó a que desde la Federación Agraria Argentina hasta la Iglesia Católica declamaran contra la extranjerización. El objetivo de las huestes K fue presentar a dichos propietarios como exponentes de un enemigo exterior que, en forma sigilosa y sistemática, se estaría apropiando de las riquezas nacionales. El gobierno nacional, por su parte, sería nuestro defensor. En este sentido, se dieron a conocer muchas especulaciones en torno a los intereses que los extranjeros tendrían en nuestras tierras. Desde las napas subterráneas hasta los paisajes turísticos. No obstante, hasta ahora nadie ha mostrado el poder real que estos terratenientes expresan.

Oligarcas de papel

Dos cuestiones suelen asociarse inmediatamente a propietarios como Benetton, Tompkins, Lewis o Turner. Por un lado, su vinculación con “grandes capitales” que operan a nivel mundial. Tanto Ted Turner (fundador de la CNN), Benetton (dueño de la marca de ropa que lleva su nombre) y Lewis (accionista del Tavistock Group), entre otros, personifican la acumulación de capitales altamente concentrados. Sin embargo, esto nada nos dice acerca de su poder en este país en tanto capitalistas agrarios. Quienes apuntan contra la extranjerización se limitan a resaltar el hecho de que poseen enormes grandes porciones de tierras. Efectivamente, la cantidad de hectáreas de las que cada uno de ellos son dueños se cuentan por cientos de miles, pero eso no nos dice nada sobre su utilidad y valor. Lo que uno debe preguntarse es ¿constituyen estos propietarios extranjeros el poder económico del agro argentino actual? Quienes se propusieron investigar el problema no han logrado aún responderla. Una muestra de esto que afirmamos la constituye el reciente trabajo del periodista Gonzalo Sánchez La Patagonia vendida. Los nuevos dueños de la tierra.

En dicho libro, el autor busca esclarecer la cuestión de la extranjerización de las tierras argentinas. Particularmente las de la Patagonia. Se trata de una obra desafortunada: promete un trabajo de investigación y termina describiendo cuestiones meramente anecdóticas. El razonamiento que lo estructura no logra trascender el sentido común. A través de sus páginas, el autor se limita a contrastar la excepcionalidad y la belleza de las tierras patagónicas con la desidia de los funcionarios locales. Sin embargo, a pesar de estos deficits, el trabajo nos arroja algunos elementos que pueden ayudarnos a clarificar algunos aspectos del problema en cuestión.

En este sentido, se toma cinco casos de capitalistas extranjeros con grandes porciones de tierra: Joseph Lewis, Douglas Tompkins, Ted Turner, Ward Lay y Luciano Benetton. Los primeros cuatro propietarios extranjeros habrían adquirido sus propiedades con fines recreativos. La excepción sería el caso de Benetton, que produce en sus tierras la lana que se emplea en la elaboración de sus prendas de vestir. Hay quienes harían negocios, pero marginalmente (como sería el caso de Tompkins) o vinculándose a capitales locales ya existente, como el caso de Ward Lay (dueño de las papas fritas Lay) con la familia Ruttini. No obstante, el autor señala que, en definitiva, lo que los impulsaría a la acumulación de tierras sería el control de los paisajes, de cursos de agua, lagos y montañas con el fin de armarse de un lugar de descanso.

Ahora bien, sospechamos que 100.000 hectáreas para pasear a caballo un fin de semana es demasiado y que deberían existir expectativas de lucrar con esas tierras, por parte de sus propietarios. Más aún si damos cuenta, como afirma el propio Sánchez, de que en la Patagonia las tierras que contienen atractivos turísticos (bosques, lagos, montañas, etc.) se valorizan más que aquellas aptas para la cría de ganado.1 En este sentido, la idea de un potencial negocio inmobiliario a futuro no sería descabellada. De todas formas, aún considerando que las tierras acumuladas en la Patagonia no son meras residencias de descanso, sino que constituyen verdaderos capitales prontos a ser valorizados, falta determinar cuál es su peso para la economía agraria argentina.

Un indicio en este sentido podría resultar de observar el valor de dichas tierras. Recientemente, el estadounidense Stephen Bussey demostró que una hectárea de tierra fiscal en la región cordillerana de Chubut – cerca de montañas, lagos y bosques- puede ser conseguida por solo u$s 350. En contraste, el precio promedio de una hectárea en la Pampa Húmeda es de u$s 5.000.

Ahora bien, ¿qué significa que el valor de las tierras del sur sea tan bajo? ¿Es resultado de la indiferencia y el oportunismo del personal político de turno? En parte sí: los funcionarios locales encargados de regular la venta de tierras actúan prácticamente como asesores inmobiliarios. Incluso Scioli, señala Sánchez, actúa como “una especie de embajador argentino ante los nuevos multimillonarios de la Patagonia”.2 El propio Kirchner, por su parte, hace la vista gorda a la entrega de grandes porciones en El Calafate.3 En este sentido, el autor señala que dicha localidad santacruceña -donde la pareja presidencial tiene su casa de fin de semana- “es un paraíso de corrupción donde la tierra pública se ofrece sin trabas a las grandes cadenas hoteleras que desembarcan para instalarse cerca del glaciar Perito Moreno”, mientras que “si un trabajador del lugar solicita media hectárea al municipio para construir una vivienda única, deberá saltear mil vallas antes de conseguir (si es que lo logra) una porción de tierra en algún sitio alejado del pueblo y hasta de los servicios básicos”.4 Así, el kirchnerismo a la vez que se presenta como el defensor de la soberanía nacional, es responsable de que la Patagonia esté siendo convertida en un gran barrio privado.

El bajo valor de la tierra patagónica no solo es consecuencia del accionar del personal político. El principal atractivo económico que tienen las tierras del sur pareciera ser la posibilidad de su explotación turística. Sin embargo, cómo afirma el dueño de papas fritas Lay, la Patagonia parece el far best.5 No sólo por estar escasamente poblada, sino porque gran parte de sus territorios cuentan con paisajes atractivos que no tienen acceso a la electricidad, teléfono o Internet. Esta infraestructura suele ser instalada luego por los propios propietarios que las adquieren.

¿Y la Pampa?… bien gracias

Como venimos sosteniendo en números anteriores de El Aromo, la bonanza de Kirchner se apoya en el agro. La política K se financia con los diversos mecanismos como las retenciones a las exportaciones. Esto obligó al gobierno a mantener cierto grado de enfrentamiento con sectores de la burguesía agraria nucleados en la CRA (Confederaciones Rurales Argentinas) y con parte de la SRA (Sociedad Rural Argentina). Hemos visto manifestaciones concretas de dicho enfrentamiento en el paro agropecuario realizado meses atrás. Sin embargo, así como la economía obliga al gobierno a enfrentarse al agro, también lo obliga a recular. El “nacionalismo popular” no puede desentenderse de la burguesía agraria.
Las grandes porciones de tierra patagónica de los propietarios mencionados no están en el corazón del agro argentino. Junto a estas, las tierras de Tompkins en Iberá (Corrientes) tampoco son parte de las que motorizaron el crecimiento de los últimos años. De hecho, la oposición de los productores ganaderos de la zona hacia Tompkins remite a que solo una baja proporción de las tierras de éste son puestas en producción, lo cual haría disminuir el valor de las tierras de toda zona.

Así, lejos de ser expresión de una avanzada por la expropiación del agro o contra los capitales imperialistas que vienen por nuestros recursos, el ataque de D’Elía a la tranquera de Tompkins no termina siendo más que una cortina de humo, un intento de maquillar que la base de Kirchner es, en definitiva, la propia burguesía rural.

Nacionales o extranjeras, las tierras a expropiar con mayor urgencia están en la región pampeana. Simplemente porque estas son las más productivas y son las que generan los recursos que sostienen al país desde sus inicios. Sin embargo, al “nacionalismo popular” pareciera no importarle quienes son sus dueños, ni cuantas hectáreas tienen. Tampoco se preocupa por el hecho que los otros recursos fundamentales, tanto mineros como petrolíferos, estén en manos extranjeras. Si ahí alguno rompiera una tranquera, lo desalojaría el propio Kirchner.


Notas

1 Sánchez, Gonzalo: La Patagonia vendida. Los nuevos dueños de la tierra, Editorial Marea, Buenos Aires, 2006, p. 237.
2 Idem, p. 198.
3 Ibidem., p. 254.
4 Ibidem, p. 15.
5 Ibidem, p. 230.

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