Todos y ninguno. Reseña de la novela «Dos veces junio», de Martín Kohan

en El Aromo n° 30

Por Rosana López Rodríguez – Siguiendo con nuestro análisis de la literatura argentina contemporánea, le toca esta vez a uno de los escritores más leídos de la “joven generación”: Martín Kohan. Su novela Dos veces junio cuenta dos momentos de derrota de la historia argentina. Una, la del seleccionado nacional de fútbol durante el Mundial del ’78, frente a la selección italiana. Otra, transcurre en 1982, después de la guerra de Malvinas. En el ’78, el protagonista es conscripto, chofer del doctor Mesiano (un médico encargado de “supervisar” las torturas en un centro clandestino de detención). La situación inicial de la novela se dispara con una pregunta: “¿A partir de qué edad se puede empezar a torturar a un niño?”, escrita en el cuaderno de notas y dirigida al doctor. El conscripto debe encontrar al médico para que responda esta consulta, pero sólo se preocupa por la falta de ortografía. Corrige el error y esto es lo que más lo inquieta: haber desautorizado la voz de la autoridad.

Mientras el muchacho busca al doctor (que ha ido a ver el partido), lo espera afuera del estadio, escucha golpes en las paredes de los descampados, ve correr a una chica que llora, pero nada de eso le llama la atención. Piensa que son ratas, perseguidas y atrapadas por gatos. Por fin encuentra a Mesiano, quien está acompañado por su hijo Sergio. El médico, a pesar de la urgencia, les propone terminar la noche en un prostíbulo. El narrador relata su experiencia sexual, violenta y asociada con su pertenencia a una institución de poder, intercalada con la narración de una película pornográfica.

Después, se trasladan a un centro clandestino en Quilmes. Allí el conscripto es interpelado por una detenida que, a través de una puerta, le pide ayuda para ella, para su hijo y para sus compañeros; le dice que él no es uno de ellos, que llame a su abogado para contarle dónde los tenían, le da “detalles” de su situación. La respuesta repetida de diferentes maneras, cierra dolorosamente el episodio: “No hables más, hija de puta, ¿no ves que ya estás muerta?”. Y como si no fuera lo suficientemente claro, remata: “No ayudo a los extremistas”. Mesiano se apropia del recién nacido que llevará a su hermana.

La segunda parte de la novela, dijimos, transcurre en junio de 1982. Argentina ya se ha rendido en Malvinas y el ex conscripto estudia medicina. Se ha enterado de que el hijo de Mesiano ha muerto en combate y visita al doctor para ofrecerle sus condolencias. Éste repite que “todo está perdido”: perdido el mundial, perdida la guerra, perdida para los militares la perspectiva de continuar siendo el personal político dirigente de la Argentina. A pesar de la preocupación, la radio que escucha el narrador cuando se va a su casa, deja un mensaje esperanzador: “nadie quiere resignarse a la derrota” y “los argentinos debemos estar más unidos que nunca”. El protagonista vive solo, no tiene amigos y todavía sueña con la prostituta del pasado, cuyo rostro ya no puede recordar, pero que él pretende “una mujer real”.

Las estrategias y los fundamentos filosóficos

En la novela hay tres estrategias clave que revelan cuáles son sus fundamentos filosóficos y consecuentemente, su postura política. El primer recurso fundamental es la puesta en abismo1. Todos los episodios menores representan, indirectamente, el problema más general del ejercicio del poder en la sociedad. Y en particular, cómo éste se llevó a cabo por parte de los individuos que lo representan. La película pornográfica, el prostíbulo, el partido de fútbol, funcionan como una puesta en abismo de la situación argentina. Por medio de este recurso, los hechos revelan que los débiles también ejercen cierto poder: por ejemplo, la mujer finge (la prostituta), “se embaraza” (como las “subversivas”) u obliga a escuchar la realidad (la detenida al conscripto). También el protagonista, al corregir el error de ortografía, ejerce su poder sobre los “fuertes”. El partido de fútbol también muestra que los débiles pueden ganar: aun cuando no se narre el episodio, todo el mundo sabe que, más allá de la derrota que se cuenta, el campeonato del mundo es ganado por Argentina. La importancia que se le da a los detalles menores y aparentemente superfluos, hace que la obra pueda “ser leída desde Michel Foucault”, según declara el autor en una entrevista. Recordemos al lector que Foucault se opone al pensamiento marxista (que considera mecanicista porque es del orden de la certeza y el discurso que él propone es del orden de la duda) y niega la posibilidad de conocimiento de la realidad. Considera que todos los individuos son capaces de desarrollar estrategias de poder y que esas estrategias son generadas por el poder mismo, que no destruye, sino que construye y es omnímodo. Sólo se trata de una diferencia de grado. Pero a ningún marxista serio escapa que el materialismo dialéctico no es mecanicista, ni reproductivista, sino dialéctico. Y que las diferencias que existen en el ejercicio del poder no son simplemente de grado: la cantidad acumulada representa un cambio cualitativo. Tener más poder no es sencillamente eso, sino la imposición de ciertas formas sociales que pueden (y debieran) ser modificadas sustancialmente. Habida cuenta de la contingencia del mundo real, de su diversidad y su multiplicidad, Foucault cree que es imposible establecer una lógica de emancipación de carácter general. Considera que las configuraciones del poder se han dispersado de modo tal que se han escindido en partículas autónomas, cuya fuerza o función no es cuantificable de antemano. Todo poder engendra su reverso y por eso es limitado. La clave es mantener fraccionadas a las fuerzas disímiles; lo deseable, la reivindicación de la resistencia individual.

La segunda clave interpretativa de la novela está en su temática numérica: la estructura externa está formada por capítulos breves titulados con números, cuyos significados están relacionados con el contenido. Cada capítulo está dividido en subcapítulos ordenados con numeración romana. Esta obsesión por los números se traslada a los enunciados del narrador: el número de orden en el sorteo para la colimba, la formación de Argentina el día del partido con Italia (nombres completos de sus integrantes, posición en la cancha, procedencia, numeración, fechas de nacimiento, estatura y peso), la cantidad de espectadores en el estadio ese día, e inclusive la numeración desde el punto de vista literario, como enumeración para realizar descripciones (la habitación del hotel o el registro del botín de guerra expropiado a los subversivos, por ejemplo). El capítulo “Dos trescientos” (el peso del bebé al nacer) intercala exposiciones acerca de la forma de uso y utilidad de las balanzas. El cálculo de gasto de nafta que insumen los viajes, la cantidad de horas que un niño mira televisión, la edad del niño apropiado, los resultados de los partidos. El uso “burocrático” de los números tiene como intención mostrar (según declara el propio autor en una entrevista) que “el holocausto y el exterminio son una consecuencia de la razón occidental, no como el asalto a la razón de Lukács, no como un avance de la irracionalidad, sino como una forma en todo caso inhumana de la racionalidad más plena, por eso estos personajes que clasifican, miden y racionalizan todo el tiempo. Que el horror sea el producto de esa razón y no aquello que se le opone”. Kohan, con la intención de escapar a “las formas cristalizadas de la memoria” que se han hecho de este episodio del pasado y al registro testimonial, elige la postura de Adorno y Horkheimer en Dialéctica del Iluminismo.

El último elemento de la novela que tendremos en cuenta es el narrador, en primera persona protagonista, quien también muestra su avidez de objetividad al no intervenir en ninguna situación que se le presenta. El primer efecto de la lectura es provocar la indignación moral en el receptor: en el lugar menos responsable y más diferido del poder, ese sujeto es responsable moralmente como engranaje, es punible como individuo; el texto lo obliga a ser cómplice, a tomar partido. La última fuente filosófica que explica el uso de esta estrategia y en la que Kohan abreva, es Eichmann en Jerusalén, de Hannah Arendt. Allí caracteriza a Eichmann como un eslabón más de la maquinaria burocrática nazi, un personaje alejado de los centros de poder en los que se decidían las masacres; alguien que incluso rechazaba el uso de la violencia en su vida cotidiana. Sin embargo, Eichmann es culpable, porque no responde al imperativo del deber ser moral. Arendt considera que el poder social está constituido por un aparato verticalizado, en el cual existen diferentes grados de responsabilidad. En tanto los actos contrarios a los derechos humanos han formado parte del ordenamiento jurídico del Estado nazi, el mal se convierte en cotidiano, banal. Esto significa que la responsabilidad les cabe a todos: desde los judíos que colaboraron en los campos de exterminio, hasta los ciudadanos alemanes que fueron manipulados por los medios de comunicación con la propaganda favorable al régimen. Al ver a la sociedad como una maquinaria burocrática de poder, en la que todas y cada una de sus partes deben cumplir una función necesaria para su funcionamiento, el mal se banaliza. No porque éste sea cotidiano, sino porque esta postura considera a los individuos separados de sus relaciones y de sus intereses (de clase) que son los que verdaderamente ponen en funcionamiento esa maquinaria.

La novela como política

La novela muestra los engranajes menores de la máquina social, convertidos y convirtiendo a otros individuos aislados en objetos de un uso social abstracto: los personajes cumplen con su deber más allá de toda consideración general e incluso desconocen (o pretenden desconocer) por qué actúan como actúan. Así, reproducen lo que exige el ejercicio del poder en la sociedad: que los mecanismos funcionen. La imagen de los engranajes y la máquina social es la metáfora sintetizadora de la novela. Como todos los sujetos están involucrados (aunque en grado diverso) en el funcionamiento de la maquinaria, todos los engranajes humanos de esa máquina son responsables. Todos somos culpables (por acción u omisión) y, por lo tanto, la víctima se transforma en victimario. O, por el contrario, nadie es culpable, salvo que en algún momento se establezca una diferencia de calidad a partir de la diferencia de grado. Desde la perspectiva foucaultiana, las víctimas también pueden ser victimarios, pues cualquier individuo puede ejercer algún grado de poder. Sin embargo, podemos preguntarnos qué usos del poder pueden llevar a cabo individuos atomizados, quebrados porque les han quitado todo lazo social: la detenida, la prostituta, el bebé apropiado. No es el mismo uso que hacen Mesiano o el conscripto porque esos personajes funcionan (consciente o inconscientemente) como sujetos sociales.

La novela critica, por lo tanto, no al racionalismo, a la posibilidad de conocer el mundo real, sino al empirismo vulgar que es una forma de idealismo porque considera que la realidad es observable a simple vista. Es coherente que del empirismo vulgar derive el irracionalismo porque ambas son formas de idealismo. Kohan establece, entonces, una correspondencia incorrecta entre racionalismo y empirismo, de allí que la novela muestre la irracionalidad del mal como producto de la racionalidad. Si lo que Kohan dice es correcto, no hay culpables, porque no hay sujeto. O todos somos culpables en aras de una moral individual abstracta cómplice. Cree escapar a las lecturas políticas establecidas con una lectura supuestamente más crítica, pero al exponer la realidad en clave foucaultiana y frankfurtiana, muestra una interpretación que diluye todo elemento explicativo de la historia real y que resulta en una mera diatriba moral individual.

La obra pretende oponerse a la teoría de los dos demonios, que restaura dos sujetos sociales metafísicos, abstractos y al testimonio y victimización del Nunca más, pero elimina al sujeto social y niega la historia y toda posibilidad de transformación. Una interpretación quizás peor que las criticadas, donde todos son culpables, cómplices, o, lo que es lo mismo, ninguno.


Notas

1 Recurso que consiste en exponer un mismo eje temático, dentro de una narración, a partir de diferentes episodios menores que remiten a ese eje para completarlo, ejemplificarlo o mostrarlo desde distintos puntos de vista.

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