Sobre los límites de la intelectualidad “progresista” en la Universidad.

en El Aromo nº 7

 

Por Germán Rosati, Grupo de Investigación de la Pequeño Burguesía en Argentina, y militante de RyR en la carrera de Sociología (UBA)

 

En el año 1984 se funda la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Eran los albores de la democracia alfonsinista y asistíamos a un retorno de la intelligentsia argentina del largo exilio que la dictadura militar les había impuesto. Desde ese momento esa intelectualidad tomó el control institucional de la nueva Facultad (y podemos decir de todas las ciencias sociales de la UBA).

Juan Carlos Portantiero, Emilio De Ípola, Waldo Ansaldi, Horacio González… Estos y muchos otros nombres rondaban (aún hoy lo hacen) los pasillos de las destartaladas aulas de la sede de Marcelo T. de Alvear al 2200, rodeados de un halo de respeto, de prestigio. Suelen aparecer como modelos científicos a seguir, dada la originalidad de sus aportes a la ciencia social.

Otro aspecto de este prestigio de la intelectualidad socialdemócrata es la constante referencia a su pasado. Pensadores comprometidos con la democracia, opositores a la dictadura, defensores de los derechos humanos. En algunos casos nos encontramos con marxistas “críticos”, o sea, que han abandonado la línea insurreccional, y han comprendido y aceptado las reglas del juego democrático, sin renegar por eso de su posición teórica. Un caso paradigmático es el de Portantiero, quien tiene su origen en el Partido Comunista Argentino. Exiliado durante la dictadura, retornará y se hará cargo del decanato de esta e irá más allá: tomará participación activa en la campaña alfonsinista, al punto de ser el encargado de la redacción de los discursos presidenciales. Algo similar sucede con los intelectuales ligados en el pasado a la izquierda peronista.

La situación pareció cambiar en el año 2001, cuando se hizo cargo de la gestión Federico Schuster. Esta renovación del progresismo traía consigo, además de todo el prestigio político e intelectual de sus predecesores, el augurio de un mayor compromiso social. Prometían hacer frente a las políticas de recorte y ajuste de la Universidad; prometían honestidad y transparencia; prometían pluralismo ideológico. Prometían.

Pero la Historia mostraría, una vez más, las miserias de los ideólogos del reformismo, porque de la mano del ascenso de la lucha de clases, la insurrección espontánea del Argentinazo, y el proceso de movilización por él generado, el cuestionamiento del régimen de gobierno llegó a la Universidad de Buenos Aires, y más específicamente a la Facultad de Ciencias Sociales. Se reveló, a través de la actitud asumida frente al reclamo de la carrera de Sociología por la democratización, uno de las manifestaciones más claras de los límites de estos ideólogos. El movimiento por la elección directa (aún con todas sus limitaciones, que no entraremos a detallar aquí) centró el debate en la cuestión del poder en la Universidad. ¿Quién produce conocimiento de la realidad social (y quién no)? ¿Para quién es útil ese conocimiento (y para quién no)? Se hizo conciente el contenido político de la educación. La lucha de clases se mostró en toda su actualidad.

Y aquí los “progresistas” olvidaron todas sus viejas promesas. Dejaron de lado sus rencores y diferencias y se unieron en un frente bien definido, en contra de las consignas de la democratización. Un grupo, al que llamaremos la derecha, se opuso ferviente y militantemente, a los reclamos de democratización; a través de volantes, solicitadas, y diversos tipos de boicot (de los cuales el más descarado es la amenaza de renuncia de varios titulares si el movimiento obtenía alguna conquista). Otro grupo, el centro, optó por la alternativa “cambiar algo, para que nada cambie”. El resultado más palpable de este grupo es la actual situación, donde se realizarán, durante la semana del 27 al 31 de Octubre, elecciones directas. Las mismas tendrán un carácter consultivo y votarán de forma diferenciada los tres claustros. Aquí encontramos a sectores, (algunos en su pasado, otros actualmente) ligados al peronismo de izquierda: H. González (con quien ya hemos discutido largamente en el número 4 de este mensuario); Lucas Rubinich, y otros.

Así, entonces, queda claro cómo los intelectuales “progresistas”, se trocan en su opuesto. Se transmutan en partidarios de la reacción, ya que, conciente o inconscientemente, impiden el desarrollo de un Asamblea Interclaustros que gobierne, es decir, del instrumento por el cual se llevará adelante en la Universidad el programa intelectual de la clase obrera y sus aliados.

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