Ser o apestar. Sobre la muestra de la fotógrafa Helen Zout, con fotografías a Julio López, en la Galería Arcimboldo

en El Aromo n° 33

“…si alguien pretendió desaparecerlo logró el efecto
absolutamente contrario porque ahora está en todos
lados. La foto de él está en los autos, en las calles.”

Helen Zout1

Por Nancy Sartelli – Nacida en Rosario en 1957, Zout, desde 1990 trabaja como fotógrafa de la Cámara de Senadores de la Provincia de Buenos Aires. A partir de 1999 desarrolla una investigación con ex detenidos-desaparecidos, sus familiares, los centros clandestinos de detención, así como sobre el Río de la Plata y los llamados “vuelos de la muerte”. Su obra ha recibido premios, distinciones y becas, entre ellas la Beca Guggenheim a su trabajo Huellas de desapariciones durante la última dictadura militar en Argentina, 1976-83. Desde esta experiencia de reflexión artística acerca de los sobrevivientes de la dictadura militar, es que Zout hoy nos trae a Julio López dentro de su muestra, donde pueden verse trabajos de la serie Sueños inconclusos, así como de la premiada Huellas. Con buena afluencia de público dado el nombre que invoca, la muestra adolece de las expectativas que se ha encargado de provocar, dada la escasez de “obra” de López. Centrada en su presencia, los espectadores acuden a la galería bajo la pregunta “¿acá es la muestra de López?”. Si fuimos a la muestra en busca del “artista” Julio Lòpez, seguro que nos fuimos defraudados, con la sensación de que Helen Zout ha dado un buen golpe de marketing con la inclusión de esas dos fotos en su muestra. Sin embargo, el mero oportunismo no es el problema, si su obra contribuye a comprender profundamente el porqué de la desaparición de personas por la Dictadura. En realidad, su obra es profundamente reaccionaria y objetivamente justifica la actual desaparición de López.

La muestra

La exposición consta de diecisiete fotografías; siete de la serie Sueños inconclusos, y diez de Huellas. Entremezcladas y en variados tamaños, en color y blanco y negro, rondan siempre sobre la idea de las “huellas” de las desapariciones, sobre los sobrevivientes y familiares de las víctimas, así como en objetos y lugares. De Sueños inconclusos vemos fotografiados diversos juguetes que Chicha Mariani2 ha ido juntando para su nieta apropiada, Clara Anahí. Enfatizando en el imaginario infantil, la artista acude a acentuar las saturaciones de color de los juguetes iluminándolos directa y potentemente, rescatándolos de una atmósfera tenebrosa de oscuridad circundante y casi teatral. Así, entre otros trabajos, se revela en la oscuridad la lucha de clases cuerpo a cuerpo, en la obra El soldado y la dama, donde la fotógrafa registra un soldadito de plástico apuntando su fusil a una estilizada e inocente muñequita. Es inevitable relacionar esta composición con el suceso real: el asesinato de Diana Teruggi, nuera de Mariani, por el aparato represivo de la dictadura. En Muñeca y balas, a la imagen de una muñeca de pañolenci, Zout le superpone los orificios de los disparos realizados a la casa de los Mariani-Teruggi, hoy monumento histórico nacional, y que presenta en otra de las fotografías. Por otra parte, de la serie Huellas, vemos fotografías de poca unidad formal, develando aquellas “marcas” de modo efectista. De diversa calidad técnica, entre las obras vemos la de un avión utilizado en aquellos vuelos de la muerte. Con cabellos superpuestos, se inspira en un relato de un represor que aseguraba que lo más difícil de limpiar de los aviones era la sangre y los cabellos. Un Ford Falcon incendiándose, presuntamente con dos “desaparecidos” dentro, es una fotografía de la fotografía, el registro de los registros: Zout retrata la imagen, que es, principalmente, la de un legajo policial original del año 1976. Un retrato de G., un hijo de un desaparecido, es un primer plano muy ampliado a tal punto que casi va perdiendo definición. Centrándose en la melancolía de su mirada hacia el espectador, hace juego con la fotografía siguiente: de espaldas y mirando la luna está Gabriela Martínez, hija de desaparecidos, frente al Río de la Plata. Le siguen una seguidilla de fotos, a modo de políptico: una ventanilla de avión, con chorreos, supuestamente de sangre. Retrato casi lineal de Nilda Eloy, sobreviviente ex detenida-desaparecida, hoy actriz dramática, acompañada por la fotografía del vaciado de la escultura en homenaje a Pablo Miguez, realizada por la escultora Claudia Fontes. Un cráneo con un orificio de bala perteneciente a una mujer desaparecida, asesinada y enterrada como NN; sostenida por manos iluminadas teatralmente, casi nos recuerda la reflexión de Hamlet hacia su amigo Yoric. Finalmente, la presencia de López en un retrato realizado en el año 2002 y en una fotografía de un texto escrito por él, superpuesto por un dibujo también suyo, donde registra la tortura de una mujer por un grupo de tareas. Nuevamente registro de registros, esta vez, del otro lado de las fuerzas en pugna. Representaciones, dobles, calcos, actuaciones: ser o no ser un “desaparecido”, parece decirnos Helen Zout.

Registros

Fotógrafa del Senado provincial, Helen Zout no escapa a su obsesión por los registros. En distintos niveles de lectura, ellos se van sucediendo en distintos guiños al espectador: la fotografía como registro en sí mismo, pero también como registro del registro. Legajos, fotos de aviones del Museo Aeronáutico de Morón, la fotografía del texto con el dibujo de López -el dibujo-registro sobre el texto-registro en la fotografía-registro-, la fotografía del molde (registro) de la escultura (doble) de Pablo Miguez. La representación, el doble, la inversión: el cráneo fusilado de la mujer NN -calavera shakesperiana- junto a la sobreviviente Nilda Eloy, actriz dramática. El doble, la paradoja: el juego-soldado-dama, el fusilamiento de Diana Teruggi, todo va y viene desde la ficción hacia la realidad. Sin embargo, esta obsesión por los registros no deja entrever una buena conclusión, en aquel Ford Falcon incendiado en el legajo policial: la sistematicidad del plan de aniquilamiento físico del proletariado por parte de la burguesía en su momento armado. La foto en sí misma no deja ver que se trata de un legajo; lo sabemos por la referencia escrita que acompaña la foto. Como contrapartida de su enemigo de clase, vemos los registros de López: nos traza una referencia a la sistematicidad del plan de aniquilamiento físico de la burguesía por parte del proletariado en su momento armado. Hoy, esos registros, han sido la herramienta para el encarcelamiento del asesino Etchecolatz.

Culpables

“Mi objetivo, cuando empecé a hacer este trabajo, fue el de recomponer un cuerpo ausente (que es el de los desaparecidos) a través de las huellas dejadas en los presentes y en los lugares donde ocurrieron los hechos, que para mí guardan la memoria de la desaparición.”3 En este sentido, podemos relacionar estas intenciones con las que sustentaron la reciente muestra The dissapeared-Los desaparecidos, en el Centro Cultural Recoleta, curada por la norteamericana Laurel Reuter. Planteando la reconstrucción del yo en abstracto, aquella trataba de reconstruir la “humanidad pasada” de los desaparecidos. Todos tenían sus amigos, sus amores, dientes, cuerpos, lágrimas y sonrisas -tal como sus enemigos-, hasta que “en algo se metieron”. Pero nunca sabemos en qué, ni por qué desaparecieron. La de Zout, por el contrario, pareciera querer reconstruir el presente de los que sobrevivieron: porque “en algo se metieron”, así han quedado (los que han quedado). Ensimismados, melancólicos, culpógenos. Las miradas interpelan al espectador desde los retratos de los hijos de desaparecidos; G., desafiantemente melancólico hacia el espectador. Gabriela, resignada, lo hace con la luna del Río de la Plata. “Por mi culpa, por mi culpa, mi gran culpa”, parece golpearse el pecho toda la muestra. Si la del Recoleta mostraba el desarme físico de la fuerza revolucionaria, esta encarna el desarme moral de su último destacamento, el de la lucha por los “derechos humanos” bajo el gobierno K, desarme hoy representado más que nunca por la desaparición de Julio López.

Ser o no ser un desaparecido

“Jorge Julio López está con los ojos cerrados, como en un esfuerzo por recuperar sus recuerdos, como tratando de sacar a la superficie aquello que guarda en lo profundo de sí”4, nos dice el redactor de Página/12, describiendo el retrato realizado por Helen Zout. Huellas de desapariciones nos muestra el mea culpa de aquellos que “en algo anduvieron”. Pero como la realidad se mueve -a pesar de todo y todos- hubo aquí una disrupción: la del que decidió seguir “andando”, y por eso ahora es nuevamente castigado. Lejos de golpearse el pecho, López utilizó sus registros, sistematizó nuevamente su acción. Paradójicamente, sus fotografías ya podrían verse como un registro del registro del registro que vendrá. La gran huella que Huellas finalmente connota –a pesar suyo- es que la sistematicidad y el aparato represivo aún no han sido desmantelados, y con ello, se desarma la farsa K de los derechos humanos. El juego del doble, la inversión, es superado por la realidad: aunque la foto de López esté pegada por todas partes, hoy está desaparecido por el mismo aparato represivo que lo secuestró en los setenta, ese del que Zout, sin quererlo, da cuenta al fotografiar los legajos. Estar registrado en una foto, no es la realidad, una foto no es un cuerpo. Es, como diría Barthes, un momento muerto que quiere ser eterno. Zout arma su discurso desde la duda, desde la ambigüedad, la imprecisión acerca de la ficción y la realidad. ¿Es o no es Julio López un desaparecido? Ser o no ser, se preguntaba Hamlet con la calavera de Yoric entre sus manos, y con Dinamarca oliendo a podrido.


Notas

1 “Las huellas que la dictadura dejó en López”, reportaje a Helen Zout, Página 12, sección El país del Domingo, 15 de Octubre de 2006.
2 Fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo, aún busca a su nieta hija de los asesinados Daniel Mariani y Diana Teruggi.
3 Ídem nota 1.
4 Ídem.

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