Pueblo, nación y clase. Sobre el “conflicto mapuche” en la Patagonia – Roberto Muñoz

en El Aromo n° 98/Entradas/Novedades

Una porción para nada despreciable de los compañeros hoy organizados en el “movimiento indígena” muestran una gran disposición a la lucha. Detrás de las “reivindicaciones ancestrales”, los reclamos de esto trabajadores no difieren de los de las capas más pauperizadas de la clase: vivienda, trabajo, salud…

Roberto Muñoz

Taller de Estudios Sociales-CEICS

 


Días atrás se puso sobre la palestra lo que se dio en llamar el “conflicto mapuche” en la Patagonia, a raíz de sucesivas represiones por parte de la Gendarmería Nacional y la Policía de Chubut sobre la Comunidad Cushamen, asentada sobre tierras en propiedad de la empresa dueña de la marca Benetton, en la provincia de Chubut. Los hechos se nacionalizaron con la desaparición todavía no resuelta de Santiago Maldonado, anarquista platense que se encontraba en la comunidad al momento de la arremetida de las fuerzas represivas el pasado primero de agosto. La ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, valiéndose del instrumental legal heredado del kirchnerismo, acusó a los “indígenas” de formar parte de una organización terrorista, la Red Ancestral Mapuche, que activaría a ambos lados de la Cordillera y que mantendría lazos internacionales de los más disparatados: con las FARC, con grupos kurdos, con la ETA, con una entidad mapuche con sede en Bristol, Inglaterra. Incluso la cuestión dio lugar a una suerte de debate histórico acerca de la nacionalidad de los mapuches. Funcionarios provinciales y varios medios de comunicación reflotaron la idea de que los mapuches son araucanos de origen chileno, invasores responsables del aniquilamiento de “nuestros tehuelches”. El grupo de Etnología de la Facultad de Filosofía y Letras les retrucó con un nacionalismo contrario: el grueso de los denominados hoy mapuches nació en territorio argentino y, además, se trataría de un “pueblo pre-existente”.

Aquí nos interesa detenernos en las características generales, los programas en pugna y la inserción social de los miembros del “movimiento mapuche” de la región.

 

El “territorio mapuche”

 

Según los datos del censo de 2010, la región de la Patagonia reúne un total de 2.100.188 personas, de las cuales 145 mil se autorreconocen como descendientes o pertenecientes a un “pueblo originario”. De esta manera, se trata de la región con mayor proporción de población “indígena” de la Argentina, en donde alrededor del 80% pertenecería a la etnia mapuche. En particular, Chubut concentra el mayor porcentaje de personas de esta procedencia, con un 8,5% de sus habitantes. Además, lejos del sentido común, y como ocurre en el resto del país, la inmensa mayoría de estos habitantes se asienta en ciudades y no en zonas rurales. Ya hemos criticado el carácter anticientífico de esta medición, construida bajo el criterio subjetivista de la auto-adscripción y que oculta su posición objetiva, en términos de clase, dentro de la estructura social.[1] Sin embargo, más allá de esto, las provincias patagónicas han sido el epicentro del surgimiento y desarrollo de diversas organizaciones estructuradas alrededor de esta “identidad indígena”. Siguiendo la tendencia general que se observa en Latinoamérica, las primeras de ellas nacen en la década de 1980, aunque en el caso de Neuquén se encuentra como antecedente la Confederación Indígena Neuquina, que surge a principios de los ‘70 de la mano de la Iglesia Católica provincial y, rápidamente, queda bajo el control clientelar del Movimiento Popular Neuquino. Ya en los ‘80 esta entidad primigenia pasa a denominarse Confederación Mapuche Neuquina, todavía hoy en actividad. Durante esos años, como decíamos, se vive una verdadera erupción de organizaciones, la gran mayoría de ellas impulsadas por ONGs de raigambre católica y otras por el activismo de organizaciones de Derechos Humanos. Entre ellas, se destaca, también en Neuquén, la organización Nehuén Mapu, uno de los primeros grupos de “mapuches urbanos”. Surgió en 1982, a instancias de grupos migrantes del medio rural. Varios de sus integrantes tenían experiencia en la militancia barrial, sindical y partidaria, así como también en tareas comunitarias vinculadas al obispado local.

En el caso de Río Negro, en esa época, surge el Consejo Asesor Indígena (CAI), que tiene como antecedente, otra vez, un movimiento impulsado por la Iglesia y el Gobierno provincial para contrarrestar los efectos de una gran nevada que había afectado a gran parte de los “pequeños productores rurales” de la zona. También aquí surgen varios grupos urbanos, los Centros Mapuches, en las principales localidades de la provincia (Bariloche, El Bolsón, General Roca, etc.). Estos centros se diferencian del CAI porque colocan su demanda en el derecho a la diferencia cultural, más que en una articulación en tanto “campesinos”.

Por su parte, Chubut, donde hoy está puesto el foco por el avance represivo y la desaparición de Santiago, presenta la particularidad de que este avance organizativo es más tardío y que, a su vez, no ha dado lugar a una organización provincial que reúna en su representación a las diferentes comunidades. Tampoco, a diferencia de lo que ocurrió en Neuquén y Río Negro, en Chubut han existido, hasta bien entrada la década del ‘90, instituciones gubernamentales que hayan centralizado las cuestiones relativas a los “pueblos originarios”. De esta manera, la tan reivindicada “participación indígena” en la gestión estatal, que resultó un eficaz mecanismo para procesar las demandas y cooptar dirigentes, tanto en Neuquén como en Río Negro, y que fuera particularmente agilizado durante el kirchnerismo[2], no tuvo el mismo peso en Chubut. Como señalaba un militante de la organización chubutense Pillan Mahuiza:

 

“La particularidad que tiene Chubut, y que no tiene Río Negro y el Neuquén, es que nunca jamás hemos permitido al Estado que nos venga a institucionalizar la lucha […] Ellos dicen ‘en Chubut, no están organizados y no sabemos con quién hay que dialogar’. Y eso se traduce ‘en Chubut, no los pudimos amontonar y no sabemos a quién comprar”.[3]

 

De los casi 32 mil habitantes que se reconocen como mapuches en esta provincia, poco menos de 7 mil viven en zonas rurales (INDEC, 2010). La gran mayoría se asienta en barrios periféricos de las ciudades, en particular en Esquel, viviendo en pésimas condiciones. En varios comunicados de prensa, se resalta la condición de desocupados o con empleos precarios y estacionales de los mapuches. Es interesante destacar también que frente a la acusación que realizó el gobierno acerca del financiamiento externo que recibiría Jones Huala y su organización, él explica que: “A nosotros no nos financia nadie, nos financian nuestros parientes que trabajan en la construcción, nos financiamos nosotros mismos a través de nuestro propio laburo, saliendo a hacer changas”.[4] Es decir, su condición obrera está fuera de discusión.

En este contexto, las organizaciones tienen como elemento central de su programa la “recuperación de tierras”. Se proponen un retorno a los lugares de origen. Un caso destacado en este sentido es el de la comunidad Pillan Mahuiza, que surge como proyecto de algunos militantes mapuches que, habiendo nacido en la ciudad, ven la necesidad de desarrollar la experiencia de “vivir en la tierra” como forma de fortalecer su identidad. Este es un proceso que se viene desarrollando en los últimos años. Población que había sido desplazada del medio rural a las ciudades –ya sea por haber sufrido desalojos de tierras fiscales o, más marcadamente, por la falta de oportunidades laborales- e incluso obreros que directamente nacieron en espacios urbanos, hoy, ante la desocupación abierta, ensayan esta salida de vuelta al campo, impulsados por una suerte de esencialismo estratégico, que señala que solo de esta manera podrán realizarse enteramente como mapuche. Dentro de esta lógica se encuadra el caso del Lof en Resistencia Cushamen:

 

“Actuamos ante la situación de pobreza de nuestras comunidades, la falta de agua, el acorralamiento forzado hacia tierras improductivas y el despojo que se viene realizando desde la mal llamada Conquista del Desierto hasta la actualidad por parte del Estado y grandes terratenientes. Sumado a esto la inmensa cantidad de reiñma (familias) sin tierra donde poder siquiera subsistir dignamente”[5]

 

A grandes rasgos, entonces, mientras el activismo mapuche en Neuquén y Río Negro se ha centrado fundamentalmente en la exigencia de que el Estado cumpla con los derechos plasmados en la legislación indigenista que se desenvuelve sobre todo a partir de la reforma constitucional de 1994, avanzando en su participación en los entes estatales creados a tal fin, en Chubut surgen organizaciones más propensas a la acción directa, poniendo sus fuerzas en la “recuperación de tierras”.

 

El Movimiento Mapuche Autónomo y la Red Ancestral Mapuche

 

Si bien se desprende de lo anterior que el grueso de las organizaciones mapuches se limitan a reclamos de ciertos derechos democráticos, de autogestión y de defensa del medio ambiente, la avanzada represiva de los gobiernos nacional y provincial, incluyó toda una construcción ideológica de los mapuches como enemigo externo. Pusieron el foco en la figura de Facundo Jones Huala, sobre el que pesa un pedido de extradición por la justicia chilena, y la Red Ancestral Mapuche (RAM). Esta Red engloba tanto a organizaciones que activan  en Chile como en Argentina. En nuestro país, forma parte de ella el Movimiento Mapuche Autónomo, que se declara independiente del Estado, las fundaciones, las empresas y ONGs. Su programa de máxima consiste en la “reconstrucción del mundo Mapuche como el camino a la liberación nacional mediante la recuperación de tierras productivas y sagradas”. Hablan en términos de Nación Mapuche y su reconstrucción sería posible desde las comunidades (Lof) rurales, e incluso “aquellos que habitan en las urbes debieran plantearse seriamente el retorno a la vida en Lof bajo los principios del NorMonguel y el AzMapu”.

Estos planteos parten del supuesto falso de entender a esa población en el período anterior a la Conquista como formando una única comunidad organizada. El “pueblo Mapuche” en realidad era una serie de grupos diversos, relacionados por no más que cierta afinidad lingüística. La mayoría de ellos, se habían desplazado en una vasta región que incluía el sur de los actuales territorios chileno y argentino, pero cuya dinámica podría haberlos llevados más allá, de no ser por la conquista. De ser consecuentes con esa reconstrucción, no bastaría con “recuperar” algunas estancias para poder recrear el “mundo Mapuche”, sino que implicaría la expropiación de casi toda la Patagonia y la región de la Araucanía chilena, con la consiguiente expulsión de la población “no mapuche”.

Más allá de esta cuestión, con tales propósitos, su confrontación es “sobre todo contra el gran capital, las grandes estancias y las multinacionales”.[6] De esta manera, reproducen mucho de lo que plantean los estudios académicos que proliferan hoy en día. El principal responsable de la situación de los llamados mapuches sería el comúnmente denominado “modelo del agronegocio”, que se distinguiría por su carácter extractivo y la injerencia de capitales trasnacionales. Sin embargo, estos planteos dejan de lado el problema de fondo: que la actividad está guiada por la búsqueda de aumentar la tasa de ganancia en países donde el capital condena a gran parte de su población al carácter de sobrante. El problema no es un aparentemente nuevo modelo de desarrollo agrario, es decir, no es un problema técnico o de la nacionalidad de los capitales que intervienen, sino la transformación de los espacios rurales según las necesidades de la ganancia capitalista. De hecho, la arcaica forma de explotación de la tierra era mucho más agresiva y, por eso, obligaba a los grupos a un nomadismo agrícola, resultado del rápido agotamiento del suelo.

Con estas limitaciones, sin embargo, el caso de Jones Huala es un hallazgo dentro del grueso del activismo “indígena”. En las diversas entrevistas que estuvo dando a la prensa en estos días, logra articular una serie de posiciones con un claro contenido de clase, que lo colocan a la izquierda de todas las organizaciones indigenistas. En la nota más difundida, con un Lanata empecinado en ridiculizarlo, Jones Huala afirmó sin ambages que está en contra de la propiedad privada y se colocó como parte de la clase obrera: “Somos pobres obreros, albañiles, nosotros sí vivimos el hambre…”. En el medio de las continuas provocaciones de Lanata, agregó: “Sus empleados son como nosotros…. ¿Quién trabaja en su casa? ¿Quién le construyó su casa? Obreros. Nosotros construimos el mundo”.[7] Además, ante la amañada caracterización de terrorista, basada en supuestas acciones de sabotaje que habría llevado adelante la RAM, él no se desliga de esos hechos sino que aclara que no hay ningún muerto que puedan adjudicarles. Se trataría de terroristas muy ineficientes, que tras 77 acciones que habrían protagonizado no lograron ninguna baja en el campo enemigo. Y reafirma: “Nosotros no somos terroristas. Sí somos revolucionarios y anticapitalistas”.[8] Con esa delimitación, no es extraño que Jones Huala empiece a quedar relativamente aislado del resto del “movimiento indígena” argentino. Ya comenzaron a circular comunicados de espacios y referentes indigenistas, involucrados con ONGs, la Iglesia y/o dependencias estatales, destacando que “no compartimos su metodología violenta”, a la vez que se preguntan: “¿Por qué el mundo mapuche lo deja solo? Nadie de las comunidades sale a respaldarlo. ¿Por qué se instala a 150 km de Cushamen que no es su territorio ancestral?”.[9]

A pesar de estos elementos de clase que distinguen a Jones Huala del resto de la dirigencia “indígena”, el problema surge cuando ensaya una salida programática. En este punto, cae en propuestas similares al resto, ancladas en una vuelta a un pasado pre-capitalista idealizado. No obstante, es falsa la idea de que tendrían pretensiones separatistas. En palabras de Jones Huala: “no estamos planteando la construcción de un Estado mapuche. Nunca planteamos eso, sencillamente porque el Estado es una concepción occidental. Nosotros no queremos eso. Nosotros queremos vivir como mapuches, dentro de nuestras tierras”.[10]

En resumen, actualmente el accionar político del “movimiento mapuche” se mueve dentro de un arco que va desde organizaciones cooptadas por el Estado hasta organizaciones que desarrollan acciones directas y que parecen acercarse a un programa revolucionario pero, hay que decirlo, caen en un romanticismo reaccionario, asentado sobre supuestas prácticas ancestrales, que los aísla del resto de la clase obrera.

 

La cuestión indígena y la izquierda

 

Como se desprende de lo dicho hasta aquí, la mentada identidad indígena no surge espontáneamente, ni es preexistente o innata, sino que es el resultado de la intervención de distintos sectores de la burguesía, que propician así la fragmentación de la clase obrera. En el caso de Jones Huala, si bien reconoce su condición obrera y la de sus compañeros, no logra desarrollar una estrategia y organización que tenga como premisa esa posición estructural y, por lo tanto, cae en salidas inviables. Al igual de lo que ocurre con las organizaciones campesinistas, se trata de obreros desocupados u ocupados de manera precaria y estacional que ensayan experiencias en base a una identidad social mistificada. De todas formas, sería pretensioso y exagerado responsabilizar de ello al mismo Huala. El verdadero problema es que el grueso de la izquierda, en vez de combatir esta falsa conciencia se pliega a ella. Desconociendo la realidad concreta en la que intervienen, plantean que “la cuestión indígena es la cuestión de la tierra”[11], a pesar de que con solo mirar los datos del último censo de población salta a la vista que 7 de cada 10 de los llamados indígenas viven en ciudades. Con esta ceguera, hacen propios los postulados más duros de la academia burguesa, centrados casi exclusivamente en las interpretaciones subjetivistas de la identidad, y pasan completamente por alto la posición objetiva que ocupan estos compañeros dentro de la estructura social. Estos mecanismos posmodernos le sirven para seguir sosteniendo en abstracto la fórmula de la revolución permanente, pero a costa de subestimar a esta población al negarle el papel protagónico, en tanto obreros, dentro de la estrategia revolucionaria. Solo se trataría de una masa marginal oprimida a la que la clase obrera debería “brindarle su apoyo”. Jones Huala dice que son obreros, también dice que no tiene ninguna importancia si son argentinos o chilenos, pero concluye con son fundamentalmente mapuches y la izquierda considera que lo que corresponde es “acompañar”, en lugar de terminar de desarrollar este salto en la conciencia. De esta forma, apenas logra intervenir con una política seguidista, haciendo propio el programa reaccionario del indigenismo. Así, en vez de disputar su dirección, se la regala a la burguesía indigenista.

Las características estructurales que describimos muestran la falsedad de la antinomia indígena-no indígena. Una vez más, la tarea política que se impone, por el contrario, es superar la fragmentación en el interior de la misma clase obrera. Es decir, organizar a todos los obreros desocupados y subocupados, junto a los trabajadores ocupados, estatales o privados. Una porción para nada despreciable de los compañeros hoy organizados en el “movimiento indígena” muestran una gran disposición a la lucha. Detrás de las “reivindicaciones ancestrales”, los reclamos de esto trabajadores no difieren de los de las capas más pauperizadas de la clase: vivienda, trabajo, salud… Lo que les falta es un programa que exprese su condición de clase para guiar esas acciones.

Notas

[1]Véase Muñoz, Roberto: “Cómo se mide una entelequia. Acerca de las fuentes estadísticas oficiales para delimitar a la población indígena en Argentina”, en El Aromo N° 87, noviembre/diciembre 2015.

[2]Véase Muñoz, Roberto: “Hermanos macristas. Sobre la creación del Consejo Consultivo de los Pueblos Originarios y los realineamientos de las organizaciones indígenas”, en El Aromo N° 91, julio-agosto 2016.

[3]Briones, Claudia: Cartografías Argentinas. Políticas indigenistas y formaciones provinciales de alteridad, Antropofagia, Buenos Aires, 2008.

[4]https://goo.gl/ba69f2

[5]https://goo.gl/2eRZz8

[6]https://goo.gl/im2JY4

[7]https://goo.gl/sXVrqB

[8]https://goo.gl/zxooQG

[9]https://goo.gl/VjbDa6

[10]https://goo.gl/rKA92g

[11]https://goo.gl/bejtC3

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