Primer plano a la conciencia – Por Marina Kabat

en El Aromo nº 78

kabat bm 78Prólogo a Movimiento obrero argentino, 1930-1945, de Hiroshi Matsushita, editado por Ediciones ryr.

Le presentamos al lector un extracto del prólogo a la obra que reconstruye la historia de la clase obrera previa al arribo del peronismo. Pase y lea cómo los distintos partidos y corrientes ideológicas que orientaban al movimiento obrero argentino (el comunismo y el socialismo, centralmente) impulsaron el desarrollo del nacionalismo en su seno.

Por Marina Kabat (TES-CEICS)

Una vez más presentamos en la Biblioteca Mi­litante un texto clásico de la historia de la clase obrera nacional. Movimiento obrero argentino, 1930-1945. Sus proyecciones en los orígenes del peronismo estudia un período crucial, que va desde la creación de la CGT en 1930 hasta el 17 de octubre y la emergencia del peronismo. Obra de referencia obligada, ha sido constante­mente empleada como fuente de información empírica reproducida o reelaborada por otros autores. Sin embargo, sus tesis principales y muchos de sus hallazgos parecieran no ser teni­dos plenamente en cuenta en obras editadas en el último tiempo.

En gran medida esto se explica por el giro pos­moderno de la historiografía argentina. Este vuelco no sólo implicó un abandono de es­tudios estructurales, sino también de aquellos consagrados al análisis de la ideología. El es­tudio de programas políticos y del desarrollo de diversas formas de la conciencia del prole­tariado fue remplazado por la indagación de “prácticas culturales”. La microhistoria tuvo su parte, pues ya no se trata de estudiar las gran­des orientaciones del movimiento obrero, sino el microcosmos personal de este o aquel sujeto entrevistado por el historiador.

En el caso puntual de la obra de Matsushita se agrega otro fenómeno: muchos de sus hallazgos pueden incomodar tanto al público peronista como a la audiencia de izquierda. Ni el pero­nismo gusta hoy de recordar que no solo anar­quistas y socialistas se oponían al proteccio­nismo, sino que también lo hacía la corriente sindicalista, que consideraba a todos los patro­nes por igual, pequeños o grandes, nacionales o extranjeros, pues todos explotaban al obrero. Ni a la izquierda le satisface reparar en el hecho de que el mismo comunismo educó a la clase obrera en el nacionalismo y el reformismo al abogar por el proteccionismo industrial y por la alianza con el pequeño empresariado nacio­nal frente a los monopolios extranjeros.

El gran debate

Muchos historiadores o sociólogos parecen in­capaces de concebir la posibilidad de transfor­maciones de la conciencia de los trabajadores. En consecuencia, cada vez que se constata un cambio en la orientación ideológica del prole­tariado, este es adjudicado a la emergencia de trabajadores de nuevo tipo. David Rock aso­cia el ascenso del sindicalismo con el incremen­to numérico de los trabajadores nacidos en el país, vinculación que Matsushita relativiza en esta obra.1 Por su parte, Brennan relaciona el desarrollo del clasismo cordobés, entre otros fe­nómenos, con el arribo a la capital provincial de migrantes rurales escasamente peronizados.2

En esta misma lógica, ya Germani planteaba que los migrantes recientes del interior consti­tuían una nueva clase obrera portadora de valo­res tradicionales que iba a apoyar a Perón. Para Germani, ella se oponía en términos radicales con la vieja clase obrera, de más largo arraigo y origen extranjero. Esta, proveniente de la vie­ja Europa, había traído al país su cultura po­lítica y las tradiciones socialistas y anarquistas. Los nuevos migrantes, en cambio, carecerían de tradiciones sindicales y políticas previas. De su procedencia rural Germani deduce que es­tarían acostumbrados a relaciones paternalistas En las ciudades, su dificultad para adaptarse al medio urbano y a los acelerados cambios re­forzaría su interés por reproducir este tipo de vínculo. De esta manera, estos nuevos contin­gentes obreros conformarían masas disponibles a la espera de un líder carismático que decidiera instrumentarlas políticamente.

En resumen, ni la vieja ni la nueva clase obre­ra responden a las características que Germani les adjudicada y ambas convergen en su apoyo al peronismo. Más aún, como ya lo destacaron Murmis y Portantiero, la vieja guardia sindi­cal, aquella que dirigía el movimiento obre­ro hacia 1943, constituyó uno de los prime­ros apoyos que Perón recibió. En otro libro de esta colección, La vieja guardia sindical y Perón, Juan Carlos Torre reconstruye la historia de ese vínculo, desde los primeros intentos de acerca­miento a los dirigentes sindicales por parte de la Secretaría de Trabajo y Previsión, hasta la di­solución del Partido Laborista, la organización creada por la vieja guardia sindical que apoya­ría la candidatura de Perón en las elecciones de 1946 y que pretendía tener una gravitación im­portante y duradera en la vida política del país.

Cambia, todo cambia

El gran valor de la obra de Matsushita radica, fundamentalmente, en que describe y analiza cómo los distintos partidos y corrientes ideo­lógicas que orientaban al movimiento obrero argentino impulsaron el desarrollo del naciona­lismo en su seno. Mientras que Germani asu­mía que para el desarrollo de un movimiento obrero nacionalista era necesaria la irrupción de migrantes del interior que rompieran con las ideologías internacionalistas, Matsushita nos muestra cómo esas organizaciones supues­tamente internacionalistas promovieron el na­cionalismo en las filas proletarias.

El rol del PC en este escenario llega a vislum­brarse claramente, pese a que Matsushita pro­bablemente subestime el desarrollo de esta corriente dentro del movimiento obrero.3 Mat­sushita señala que la represión estatal focalizada sobre el PC limitaba el crecimiento de este par­tido, al igual que había ocurrido previamente con el anarquismo. Pero considera que también la elevada movilidad ascendente en la Argenti­na dificultaba la inserción de partidos clasistas. A nuestro juicio, Matsushita sobredimensiona esta movilidad ascendente y, por ende, su inci­dencia en la trayectoria del PC.

Llama la atención que Nicolás Iñigo Carrera coincida con Matsushita acerca del clima ideo­lógico predominante al promediar la década del ’30: “Se extendió entre los obreros, entre los trabajadores y entre la pequeña burguesía de la capital un estado de ánimo no solo de descon­tento antigubernamental (claramente expresa­do en los resultados electorales) sino también antimonopolista y antifascista, anti imperialis­ta y en cierta medida anticapitalista…”.4 No obstante, Iñigo Carrera no dedica una palabra a explicar la forma en que dicho estado de áni­mo nace y evoluciona. El mismo pareciera sur­gir por mera generación espontánea. En la me­dida que elige recortar solo un aspecto de la vida de la clase obrera, sus luchas, no puede pensar cuál es la forma en que evoluciona la conciencia que orienta esas luchas. Es precisa­mente en este punto que resultan fundamenta­les los aportes de Matsushita.

La investigación de Matsushita refuta en forma contundente el planteo de Laclau respecto a las corrientes que orientaban el movimiento obre­ro argentino en general, y al PC en particular. Ni las demandas democrático-populares ni el nacionalismo antiimperialista eran en absoluto ajenos al accionar del PC. Como veremos, no es la ausencia de esta orientación lo que puede explicar la derrota del PC frente al peronismo, como sostiene Laclau. Por el contrario, el de­sarrollo de la misma constituye una de las de­bilidades programáticas del PC que dificultan un posicionamiento adecuado frente al pero­nismo. Es más, leyendo la obra de Matsushita, uno puede concluir que el PC –junto al PS y a otras corrientes– educa a los obreros en el re­formismo y el nacionalismo, de tal forma que los prepara ideológicamente para la adopción del peronismo. Esto debiera alertar a la izquier­da actual, respecto a su propio proceder. Si bien parte de la izquierda puede cuestionar al PC por su tendencia a la conciliación de clases y considerar errónea parte de su estrategia a ini­cios de los cuarenta, suele atribuir estos proble­mas al “estalinismo” o la burocratización, sin visualizar que las medidas antiimperialistas que proponen tienden a situar el enfrentamiento principal fuera de las contradicciones de clase.5

Las tendencias dominantes de la izquierda hoy creen verse inmunizadas, por su trotskismo, de cometer los errores del PC. Sin embargo, un énfasis excesivo en las propuestas de naciona­lización, (que olvida que un servicio naciona­lizado sigue siendo un servicio en manos de la burguesía) y un análisis estrechamente nacio­nal del desarrollo industrial, constituyen hoy debilidades programáticas que facilitan el avan­ce político del bonapartismo kirchnerista.6

Partidos, dirigentes y bases obreras

Hoy en día constituye una crítica habitual a los “estudios tradicionales” de la clase obre­ra argentina el cuestionamiento a una preocu­pación exclusiva por lo que las instituciones o los dirigentes hacían o decían en abstracción del comportamiento de las masas obreras. Esta acusación, ciertamente, no le cabe a la obra de Matsushita, siempre atento al apoyo o rechazo de las bases respecto a acciones de los dirigen­tes. Matsushita estudia las orientaciones ideo­lógicas partidarias y cómo impactan en la po­lítica desarrollada por las centrales sindicales y los gremios particulares. Pero analiza también las posiciones de dirigentes intermedios y de­legados. Se preocupa por dar cuenta de los ca­sos en que la dirección sindical toma decisiones luego revocadas en asamblea, e incluso intenta discernir, cuando esto es posible, en qué casos los delegados votaban siguiendo su propia po­sición o el mandato de sus bases.

Ocurre que en muchos estudios recientes esta exacerbada preocupación por las posiciones de las bases se encuentra vinculada a una posición populista, con cierto matiz autonomista que en realidad niega toda agencia a las entidades partidarias. Desde esta perspectiva, estudiar el comportamiento de las bases implica necesaria­mente un abordaje metodológico que reivindi­ca la historia oral como método privilegiado. Paradójicamente, esta corriente confluye con otra que hemos caracterizado como mecani­cista y que analiza las luchas de la clase obrera como prácticamente la única instancia legítima a ser estudiada, luchas que son analizadas “en sí mismas”. Es decir, en abstracción de la orien­tación y preparación que los distintos partidos y corrientes gremiales buscan darle. Por nues­tra parte, consideramos no solo legítimo sino central el campo de indagación histórica vincu­lado con las orientaciones ideológicas del mo­vimiento obrero. La investigación de Matsushi­ta, desarrollada con especial habilidad y oficio, constituye un modelo ejemplar dentro de este campo de estudios.

Notas

1 Rock, David: El radicalismo argentino, 1890- 1930, Amorrortu, Buenos Aires, 1977.

2 Brennan, James: El Cordobazo. Las guerras obreras en Córdoba, 1955-1976, Editorial Sud­americana, Buenos Aires, 1996.

3 Obras posteriores dedicadas al estudio especí­fico del PC pudieron mostrar con mayor clari­dad su desarrollo en el mundo gremial. Tal el caso de Hernán Camarero: A la conquista de la clase obrera. Los comunistas y el mundo del tra­bajo en la argentina, 1920-1935, Buenos Aires, Siglo XXI, 2007. Sin embargo, los importan­tes aportes empíricos de estos trabajos no son equiparados en el plano interpretativo. Una crítica a su obra puede verse en: Eduardo Sar­telli: “Acerca de éxitos y fracasos” en Razón y Revolución, n° 24, 2do.semestre de 2012.

4 Iñigo Carrera, op. cit., p. 117, recupera la mis­ma idea en las conclusiones, p. 285.

5 Por ejemplo, Peña señala que la política del frente popular lleva el confusionismo a las filas obreras, al tiempo que reclama una profundi­zación de la política antiimperialista, op. cit., pp. 470-478.

6 Para una crítica más detallada de la política de la izquierda ante la nacionalización de YPF, véase: Juan Korblihtt: “Riqueza ajena. Los pla­nes del gobierno para la nueva YPF”, El Aro­mo, n° 66, mayo-junio de 2012, disponible en: http://goo.gl/U1SM4w.

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