Pensar: una actividad propiamente humana – Pablo Bonavena y Flabián Nievas

en Debates/El Aromo nº 49

marketing-10-com-desconfc3ada-de-las-buenas-ideas-antes-de-pensar-en-su-verdadera-viabilidad3 Eduardo Sartelli, en su segunda crítica “¿Qué tipo de actividad es  ‘pensar’?”, sostiene que nuestro argumento “gira sobre tres ejes: 1. no  toda lucha armada es foquista; 2. el eje de la lucha revolucionaria actual  pasa por Medio Oriente y África; 3. no ‘pensar’ la guerra es pacifismo.” En  el segundo punto, nuevamente nos asigna una posición que no  sustentamos. Jamás escribimos tal cosa y le damos la razón, ya que asevera lo que afirmamos. Sin embargo, en lugar de asentir nuestra posición la detenta.
Dejando de lado otros equívocos, tales como endilgarnos que proponer un paso al costado de direcciones fracasadas sería convocarlas a abandonar la militancia,1 preferimos profundizar los puntos uno y tres. Partimos de un diagnóstico: la persistente ausencia en la agenda teórica marxista local de la reflexión sobre el tema militar. Proponemos remontar ese déficit. Eduardo enfrenta nuestra sugerencia, navegando entre algunas reflexiones sobre qué actividad es pensar, evaluándola como peligrosa debido a sus posibles proyecciones en la realidad, sugiriéndonos que en lugar de estimular algunas actitudes observemos otras.2
Frente al tema, el marxismo no postula una ciencia militar pero no deja librada al azar cuestiones tan delicadas. Nuestra proposición encontró resistencia en Eduardo desde una perspectiva “etapista”, que descompone la acción revolucionaria en fases, relegando la cuestión militar a un futuro posterior a la hegemonía política que podría construirse prescindiendo de toda acción armada. Nosotros pensamos que, con distinto énfasis, hay tareas paralelas; la formación militar debe ser sistemática y su aplicación desenvolverse al ritmo de cada momento histórico.
Asumimos, desde donde y como podemos, la preocupación de Marx y Engels sobre este tema. Eduardo nos interpela: “¿necesitamos un brazo armado antes de la quiebra del aparato del Estado? No se puede saber ahora.” Sin ser futurólogos le decimos que hay algo que para el marxismo tiene el peso de una regularidad histórica. Las guerras civiles representan, en algún momento, el desarrollo y el recrudecimiento de la lucha entre las clases. Por eso Marx y Engels emprendieron un programa de estudios militares, preocupados por la debilidad de su espacio político en lo concerniente a las cuestiones militares. Éste es el alcance de nuestra propuesta.
Con respecto a la temática del foquismo, Eduardo confronta nuestra definición “clásica” de foquismo con otra de su cuño. Haciendo un ejercicio que reivindicamos, al buscar con más profundidad su contenido, lo entiende como “una concepción de la acción revolucionaria donde el elemento militar se construye en abstracción de la lucha política”. Desde hace muchos años venimos planteando que al foquismo hay que verlo desde el ángulo de la matriz de pensamiento que lo sustenta. Así, podemos decir que expresa una vieja tendencia del movimiento revolucionario consistente en reducir la lucha a un solo ámbito de la realidad, en este caso el militar. De esta forma, se sobrevalua tanto el territorio donde tendría mayor eficacia como una determinada subjetividad o fracción social, generando una prescripción sesgada hacia una porción de las fuerzas potenciales y reales que intervienen en el proceso de confrontación. En efecto, la izquierda suele actuar como si hubiese encontrado una receta eficaz, a veces mágica, que tal vez tenga legitimidad táctica, pero que es elevada al nivel estratégico. Es la fetichización de un método o instrumento, y de una determinada porción de la población como puede ser, para nombrar algunas, el campesinado o los desocupados (recordemos al “sujeto piquetero”).3 En el caso que debatimos, se reduce la revolución a la lucha armada, más concretamente en el campo y, más aún, al foco. La búsqueda de condiciones para la lucha militar eclipsa dimensiones como, nada más y nada menos, la política y la cultural. Una fuerza revolucionaria debe organizar y conducir al proletariado y el resto de las fuerzas opositoras bajo un programa; pero la dificultad de no poder llegar a todas los sectores del campo opositor al régimen, no habilitan para hacer de la debilidad una doctrina. El foquismo sería una de las maneras en que se “operacionalizó” esa matriz, pero no es la única (el sindicalismo revolucionario y la vía socialdemócrata alemana son otras). Ciertas orientaciones hacia el proletariado industrial, por ejemplo, reproducen ese andamiaje en su fundamentación. De esta forma, localizan a la fábrica y el sindicalismo de base como su ámbito exclusivo, siendo la proletarización de cuadros, ajenos a la clase, el “foco infeccioso” a instalar allí para que “contamine” el lugar.
Desde los fundamentos profundos del foquismo, atendiendo la dimensión que señalamos, es obvio que son muchas las organizaciones que podrían ser abarcadas desde esta clasificación. De manera parcial, Eduardo cambia los límites de la noción universal de foquismo. Ubica en su interior a otras organizaciones cuando sostiene que nosotros ignoramos “que ni Montoneros ni Tupamaros ni el PRT derivaron su práctica armada de ‘condiciones objetivas’, salvo que los compañeros piensen que el grueso de la clase obrera estaba ya dispuesta a tal tarea y que las direcciones de esos partidos no hicieron más que seguirla.” Para él las “condiciones objetivas” están determinadas por la disposición de la clase obrera respecto de la tarea militar; pero de ser así, sería ocioso que exista un partido revolucionario, ya que si las masas pueden solucionar tal desafío seguramente pueden con todos. Pensamos distinto, somos vanguardistas. Y aun si adoptásemos el modelo de Eduardo, nunca equipararíamos Montoneros con Tupamaros o PRT, ya que al ser populista, entiende que el campo del pueblo ya es un sujeto constituido que se despliega en la historia.
Por último queremos hablar de otra cuestión controvertida. Eduardo ensaya la posibilidad de asimilar nuestra posición con la del “grupo Cibelli”; casualmente un agrupamiento que hace casi cuatro décadas se planteó una tarea irreprochable: la autoasignación de una preparación particular en un esquema de división del trabajo revolucionario. Tal vez así se adelantó a su época diseñando una manera de intervenir en el combate social que parecería prefigurar cierta actualidad de la acción insurgente de gran eficacia. Esa apuesta, que podría tener rasgos coincidentes con alguna experiencia europea para la misma época como los colectivos autónomos franceses, sólo lograría trascendencia mucho tiempo después en agrupamientos que encuentran su cohesión en una argamasa ideológica religiosa, tal vez con la excepción del EPR mexicano. No postulamos ese modelo ni abogamos por replicar esa experiencia.
El tema de fondo para enmarcar estas reflexiones es la pregunta acerca de cómo se evalúa una estrategia: ponderando las metas, los medios para lograrlas y el contexto donde se desenvuelve la confrontación. ¿Qué capacidad militar tenía la guerrilla para la lucha que diseñaba? ¿Combatió de acuerdo al nivel que le permitía su poderío militar? Sin duda para la táctica del ERP, por ejemplo, era muy importante la toma de cuarteles enemigos, pero nunca desarrolló capacidad para asumir con éxito el desafío. A veces los objetivos sobrepasaban la operatividad. La búsqueda de protagonismo político quizá eclipsó a lo militar, desvío que instaló el ofensivismo como fundamento estratégico, obturando el necesario desarrollo de las cuestiones militares, que podría haber evitado sufrir tantos golpes fatales. Contra la opinión dominante, pensamos que no es en el exceso, sino en la falta de militarismo donde se debe buscar también las causas de la derrota. Un mayor rigor en el arte militar se reemplazó por un ofensivismo propio de quien carece de una teoría militar acabada, abrevando en un desprolijo eclecticismo. Un militarismo más desarrollado hubiese generado, seguramente, una economía mayor de la violencia. Sin embargo, la sobrecarga de política apuraba las acciones militares como trampolín a un escenario que no dejaba mucho lugar entre Perón y la clase obrera. La resonancia de un hecho armado pareciera amplificar el poder de una organización, pero el atajo de la violencia crea falsas imágenes de polaridad y tal circunstancia permite que otros hagan política a partir de acciones propias: se confiscan con facilidad. De manera evidente, no oponemos militarismo a política, sino que lo entendemos como una continuación, el uno de la otra, implicándola y desarrollándola en un contexto específico.
Profundizar estos temas requiere de un artículo más detallado que estamos elaborando. Mientras tanto seguimos pensando y expandiendo nuestras ideas para la discusión, por suponer que esta es una de las tantas maneras de aportar a la lucha por el socialismo. Cuando no hay partidos revolucionarios, cada quien milita donde y como puede para desarrollarlos, siempre tratando de limpiar el camino de obstáculos. Muchas veces, varios de los grupos ideológicos preexistentes, al acusarse mutuamente todo el tiempo por supuestas traiciones y oportunismos, tornan cándidas nuestras objeciones. La organización cultural Razón y Revolución es un muy estimulante ejemplo de cómo asumir una tarea militante, con cierto estilo a lo “grupo Cibelli”, pues propone desarrollar parte de las actividades importantes en el sendero de la revolución pero vacantes desde las iniciativas partidarias. Su papel quizás sea mucho más vital que la de muchos “partidos” a los que defiende en su nota, pero a los que, sin embargo, no adscribe. Al igual que nosotros.
Reivindicamos el pensar, el investigar y el debatir. Negar estas actividades equivale a renunciar a toda teoría que, a su vez, sería abandonar la perspectiva del socialismo. Ésta última es una visión anticipada de lo que se quiere construir, que no desdeñamos por no poder plasmar en el mundo inmediato, pero que en las mentes y los libros prefiguran la única salida posible al capitalismo.

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1No todo militante tiene que dirigir, ni todo dirigente tiene que ser eterno. No subestimamos al resto de la militancia que aún no asumió tareas de dirección suponiendo, en cambio, que entre ellos puede haber importantes cuadros para la conducción estratégica. Tampoco subestimamos la presencia de personalismos y burocracias en los partidos de izquierda.
2Eduardo busca reforzar sus reflexiones con un golpe de efecto al recordar los asesinados de la izquierda que nosotros criticamos. Desde ya que reivindicamos a los caídos. No obstante, el número de bajas no le otorga la razón a nadie ni muestra fortaleza en la lucha teórica. De ser así, los Montoneros deberían ser ubicados a la cabeza de la misma.
3En tono jocoso nuestro interlocutor menciona algunas actividades ligadas a lo militar, señalando “que ya se hicieron” y fracasaron. Ese no es un argumento atendible para desecharlas: huelgas, marchas, protestas, asambleas, listas electorales, piquetes, también se hicieron y no condujeron al triunfo del socialismo. Entendemos que no se debe desechar nada especulativamente, sino en términos histórico-concretos.

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