Nota de Sebastián Cominiello sobre la industria láctea argentina. En Página/12 (8/12/2013).

en Prensa-escrita

Tambos, usinas procesadoras, trabajadores y consumidores
Industria de pequeña escala

La producción láctea argentina encuentra límites en el mercado mundial, debido a la reducida dimensión de cada uno de los eslabones de esa cadena productiva.

Por Sebastian Cominiello *

En la edición de Cash del 3 de noviembre pasado, un artículo de la Fundación Pueblos del Sur presentaba una situación actual “muy promisoria” para el conjunto de la industria láctea. Basados en datos del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación mostraba cómo las exportaciones de productos lácteos aumentaron desde 2007 a 2012 de forma permanente. Varios indicadores del sector exhiben cifras espectaculares de desempeño si se compara con 2002 o 2003, período de crisis del país y, también, del sector lácteo. Pero si se remonta un poco más en el tiempo, dichas virtudes dejan de ser tales. En 1999, la producción nacional de leche alcanzó los 10.330.836 de litros y recién en 2011, doce años después, se superó dicha producción. De esta forma, Argentina tardó una década en volver a producir lo mismo. A su vez, exportar más no significa mejor competitividad internacional del sector. Esto lleva a la necesidad de subsidios estatales, bajos salarios y malas condiciones laborales para compensar su menor productividad.

En los últimos treinta años se incrementaron en 24 veces sus exportaciones de productos lácteos, de 11.920 toneladas en 1981 a 296.711 en 2011. Sin embargo, este último dato representa el 1,74 por ciento del mercado mundial, según datos de Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Con estos niveles de exportaciones, sigue ubicándose por debajo de países como Polonia o Irlanda. Mientras, los países con fuerte incidencia en el mercado mundial, como Alemania, los Países Bajos, Francia y Nueva Zelandia se encuentran cuadruplicando o quintuplicando sus exportaciones. Por lo tanto, lo que se presenta como un crecimiento de las exportaciones se hace omitiendo que sigue teniendo un lugar marginal en el mercado internacional.

¿Cuáles son los obstáculos en el sector, que no puede “despegar”? Las características de la producción primaria de leche (los tambos) y el tamaño del mercado interno conforman obstáculos serios para el sector lácteo. Esto no hace otra cosa que dejar a la Argentina a un lugar marginal en la participación del mercado internacional.

Los tambos son explotaciones agropecuarias donde se ordeñan las vacas para extraer la leche. Luego, el tambo les vende la leche a las usinas lácteas, que se encargan de recolectar la leche y procesarla. Argentina cuenta con muchos tambos y pocas usinas. Dentro de la estructura de tambos, la mayoría son poco eficientes. En 2008, según la Secretaría de Agricultura, existían 7752 tambos de los cuales el 72 por ciento (5620) presentaba una producción baja (menos de 3000 litros diarios) y el 3 por ciento (257) producían, en promedio, 22.945 litros por día (casi siete veces más). Los tambos poco productivos compensan su baja rentabilidad, por la pequeña escala con la que operan, otorgando condiciones laborales precarias a sus trabajadores, los tamberos (con trabajo familiar encubierto y no registrado). De esta forma, el sector primario cuenta con alto porcentaje de unidades poco productivas.

Las principales industrias lácteas se cuentan con los dedos de la mano (La Serenísima, SanCor, Ilolay, por mencionar algunas). Estas firmas, por ser pocas, aparecen como monopolios “más grandes” que se enfrentarían a los pequeños tambos. Sin embargo no son “grandes”. Fuera de Argentina, SanCor o Mastellone Hermanos se encuentran muy lejos de ser grandes empresas. Sumando el recibo de leche de Mastellone (La Serenísima) y SanCor se obtiene 8,4 millones de litros diarios (40 por ciento del total de procesamiento). Por ejemplo, Fonterra, empresa láctea neocelandesa multinacional, recibe más de 59 millones y la francesa Danone, 22,5 millones de litros diarios. Este fenómeno habla de la desventaja de la industria láctea, donde el nivel de producción se encuentra retrasado en relación con sus pares de otros países.

La baja producción de los tambos y el bajo nivel de procesamiento de las usinas van de la mano del tamaño pequeño del mercado interno. En 2011, la Argentina tuvo un consumo aparente de 11.571.384 de toneladas de lácteos. Brasil tuvo un consumo tres veces más grande (32.096.401), Francia consumió 26.588.687 y Estados Unidos, 89.973.409 de toneladas, casi ocho veces más. Argentina tiene un mercado interno pequeño en relación con Brasil o EE.UU que determina una producción ineficiente de leche primaria, y un bajo nivel de procesamiento de leche.

La excepción, cuando se habla de producción de leche, la establece Nueva Zelanda. Argentina presenta costos de producción bajos, similares a Nueva Zelanda. No obstante, este último presenta pasturas con muy buena calidad, que permiten una carga animal muy alta, condición que ningún otro país tiene. Esta circunstancia lleva a que el tamaño del mercado interno, para el país de Oceanía, no constituya una barrera y pueda exportar cerca del 80 por ciento de su producción. Dicha característica no la posee ningún otro país.

Los inconvenientes que comparte toda la cadena láctea argentina son los mismos. La producción primaria de leche no se desarrolla no porque, como se cree, La Serenísima o SanCor, al ser “oligopolios” que oprimen a los tambos, no lo permitan, sino a la inversa. En realidad, no existe una producción que exceda la capacidad que tienen las industrias de procesamiento y que superen el consumo interno en una magnitud comparable a otros países rectores a nivel mundial.

En lugar de ilusionarse con el magro aumento de la producción nacional y los créditos que otorgue el Gobierno al sector, tenemos que pensar otra forma de organizar la producción láctea, que implique una escala mayor y más eficiente. Estamos hablando de centralizar la producción primaria (en tambos estabulados) para ser más productivos. Esto llevaría a producir más leche de forma más eficiente y ahorrando trabajo. Inclusive mejorarían las condiciones de trabajo de los tamberos. Es decir, con el conjunto del rodeo vacuno en Argentina se debería armar una Empresa Nacional de Producción de Leche Primaria, organizada en 460 unidades productivas (y no casi 8000, como existen hoy en día), con un promedio de 5000 animales cada una, con tecnología de punta (sala rotativa de ordeño, por ejemplo), que permitiría que se ordeñe al animal en la mitad de tiempo que en las condiciones actuales.

Dicha transformación necesitaría una usina láctea con mayor capacidad de procesamiento que la que conocemos hoy. Centralizar el conjunto de las usinas lácteas del país permite procesar 18 millones de litros diarios de leche (muy cercano a los 22 que procesa Danone en Francia). Superar la fragmentación de la producción para hacerla más eficiente es cuestionar la propiedad privada capitalista, tanto de los tambos chicos como de los supuestos oligopolios, que a nivel internacional también son chicos. Esta ampliación de la producción sólo puede surgir de quienes verdaderamente ordeñan y procesan la leche todos los días: los trabajadores. La socialización de la producción en gran escala aparece como la forma más potente de sacar de la crisis a un sector clave para garantizar alimentos baratos al conjunto de la población y dejar de dilapidar subsidios en sostener a una burguesía ineficiente.

* Investigador del Instituto Gino Germani de la UBA e integrante del Centro de Estudios e Investigación en Ciencias Sociales Razón y Revolución.
scominiello@gmail.com

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