Monstruo. Sobre El Rati Horror Show, de Enrique Piñeyro

en El Aromo nº 57

 

na36fo03Por Mauro Cristeche
Grupo de Investigación sobre el Estado – CEICS

El Rati Horror Show, documental dirigido por Enrique Piñeyro (Whisky, Romeo, Zulú, Fuerza Aérea Sociedad Anónima, entre otras) refiere a un supuesto raid delictivo en el cual unos “malvivientes” habían asesinado a tres personas inocentes. En realidad, fue un nuevo caso de “gatillo fácil”, que contaría posteriormente con la aquiescencia del poder judicial y otras instituciones estatales. Una manifestación concreta (hay incontables) en que un sinnúmero de determinaciones se realizan y resultan en un hecho despreciable y degradante. El film quiere mostrar que lo que le pasó al personaje de esta historia le puede pasar a cualquiera, incluido uno mismo.(1)  Ejemplo de que la descomposición social lo abarca todo.

Los hechos y el show

El 25 de enero de 2005 Fernando Carrera, un joven trabajador de 30 años, casado y padre de tres hijos pequeños, transitaba en su Peugeot blanco por el centro de Pompeya. Personal de civil de la Comisaría 34º, a bordo de un auto sin ningún tipo de identificación policial, lo intercepta abruptamente a través de un “operativo cerrojo”. Se presupone que los ocupantes del auto blanco habían participado en un robo, a unos 300 metros del lugar. Uno de los efectivos saca una “itaca” por la ventanilla del auto. Carrera se asusta y, temiendo ser asaltado, acelera su auto. El policía dispara. Uno de los proyectiles impacta de lleno en su mandíbula y lo deja inconsciente. No obstante, por automatismo, sigue acelerando su auto, que continúa su curso unos 300 metros con su conductor inconsciente. En ese trayecto, atropella a tres personas, dos mujeres y un niño, provocándoles la muerte. Termina chocando unos metros más adelante contra una camioneta. El auto se detiene. Los policías bajan del pseudo-móvil, se paran frente al auto de Carrera formando un abanico y comienzan a disparar. En total unos 18 disparos, de los cuales, 8 encontraron diferentes partes del cuerpo de Carrera quien, sin embargo, logra sobrevivir.

Al instante los móviles de varios medios de comunicación se hacen presentes en el lugar. No ha pasado una hora del hecho y ya titulan: “Robar, huir, matar”. Los vecinos, cual testigos directos, hablan en los medios. Quieren linchar al “malviviente” (y lo hubieran hecho, sin dudas, de no ser porque Carrera ya estaba medio muerto y en manos de la policía). Lo consideran una verdadera “escoria”. Él no lo sabe, es prácticamente un colador humano, pero se ha convertido en un “monstruo”; más porque una de las víctimas “iba a trabajar” y mucho más aun porque el hijo de ésta, también muerto, era “sordomudo”. Los testimonios se contradicen, lo mismo que la información que van ofreciendo los diferentes canales de televisión. Parece ser que nadie sabe a ciencia cierta qué fue lo que pasó. Hasta que aparece un peluquero que dice haberlo visto todo. Es el testigo clave. Carrera habría disparado con saña contra el patrullero (un Peugeot 504 viejo), y ni siquiera respetó la voz de “alto”, de modo que sería el delincuente perseguido. Ello lo hace merecedor del fusilamiento (que lo salvó del linchamiento). Una señora mayor manifiesta su deseo de que mueran los familiares de Carrera. De ese modo, remata, “vamos a estar de igual a igual”.

Luego vendría la detención, la prisión preventiva y el juicio. Robo agravado y homicidio. El Tribunal lo condena a 30 años de prisión, “condena ejemplar” según los medios. Y desde 2005 hasta la fecha, Carrera está preso en el Penal de Marcos Paz. Actualmente, la causa está pronta a ser tratada por la Corte Suprema de la Nación y ya cuenta con el dictamen del Procurador general, que aconseja la confirmación de la sentencia.

El documental muestra que en realidad Carrera no tuvo ninguna participación en el hecho que desencadenaría el desastre: un robo a un colectivo a unos 300 metros del lugar. La policía lo confundió con los delincuentes y le disparó a quemarropa, con la evidente intención de matarlo. Luego, consciente del “error”, le “arma una causa” al instante, con testigos falsos, plantación y adulteración de elementos probatorios, entre muchas irregularidades.

Durante el juicio, los abogados de Carrera desentrañan la causa armada(2) : cuatro de los testigos que en la instrucción aparecían diciendo que habían visto a Carrera disparar, lo negaron frente a los jueces. Más aun, nuestro testigo clave, el peluquero, resulta ser el presidente de una organización muy particular: la Asociación Amigos de la Comisaría 34º. En realidad, un policía disfrazado de testigo. Parte de las pruebas procesales misteriosamente desaparecieron. Ninguno de los damnificados por los robos reconoció a Carrera como el autor de los hechos. Todos los testigos afirman no haber escuchado sirenas durante la persecución y muchos etcéteras.(3)

Quien primero enfrenta la situación es su mujer. Desesperada por lo que está viviendo su marido, busca la ayuda del Programa Nacional Anti-Impunidad del Ministerio de Justicia, quienes la asesoran judicialmente. También interviene la Defensora del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires, Alicia Pierini. Las irregularidades son evidentes. Pierini las denuncia en “El Juego Limpio”. Piñeyro se anoticia del hecho en el programa de Nelson Castro. El caso comienza a cobrar mayor notoriedad y ahora el otrora monstruo es apoyado por personalidades de los derechos humanos. En tanto, los medios titulan “¿El victimario es la víctima?”. Es probable que la Corte, ante las evidentes irregularidades, anule la causa y Carrera quede en libertad. Menos probable es que los protagonistas deEl rati horror show (policías, jueces, testigos falsos, responsables políticos) sean juzgados con la dureza con que lo fue Carrera.

Vamos a ver cómo es…

La película cierra con “El Reino del revés”, de María Helena Walsh, en versión rock. Y tiene la virtud de resumir la impronta que el director quiere darle al documental. Más aun, sintetiza la posición que el progresismo y varias corrientes de izquierda tienen sobre este tipo de hechos. Vamos a ver cómo es, entonces, “el reino del revés” para esta posición.

Se trata, en primer lugar, de una posición crítica y con pretensión de profundidad. Pero, lamentablemente, sus límites son evidentes. No es una crítica reaccionaria, por supuesto. Aporta en el sentido de interpelar sobre el fenómeno social. No se trata de una crítica vulgar, hay un avance respecto a la crítica barata, politiquera y voluntarista que domina sobre la cuestión. No obstante, se trata de una crítica inmediatista respecto al problema que presenta. Que no puede verlo -o mostrarlo- como constitutivo de un sistema social del cual es resultado. Porque, en definitiva, la pregunta que debe ordenar el análisis es simple: ¿dónde está el problema? Y este tipo de perspectivas no avanzan más allá de las formas, de las manifestaciones concretas. Por lo tanto, la crítica del documental no puede ir más allá de culpar a unos cuantos milicos y medios de comunicación, amén de desilusionarse porque aberraciones que no deberían existir en la “democracia”, son moneda corriente. Más aún, muchos organismos de derechos humanos (la mayoría financiados por el Estado) llegan a denunciar el carácter sistemático de estos problemas: el “sistema carcelario”, el “sistema represivo”. Con toda la furia, alguno por allí denunciará al “sistema democrático”. Mas no se denuncia al capitalismo, a la relación social que es la madre de todos los “rati horror show” que vemos todos los días.

La película habla del “gatillo fácil”, la contracara de lo que la “derecha” suele tratar como “inseguridad”. Desde ambas puntas se acusan mutuamente: para los defensores de los “pobres”, la “inseguridad” es la policía misma. Para los que sufren la “inseguridad”, el “gatillo fácil” es la única forma de frenar el desborde de los “negros villeros”. En la realidad, ambas realidades expresan lo mismo: en la Argentina, la tendencia a la degradación de las relaciones sociales gesta un estado general de violencia en el que los personajes transitan con comodidad de una figura a otra: el policía “de gatillo fácil” se recluta de la misma población de la que sale la carne de las cárceles, las barras bravas del fútbol, las patotas sindicales, los sicarios mafiosos, el submundo de la droga, etc., etc. Todos salen de ese sustrato de la clase obrera que hemos descripto numerosas veces en estas páginas como “sobrepoblación relativa” y que adquiere una magnitud cada vez más relevante. Dicho en criollo: acá sobra gente que el mercado no puede absorber. Gente que no tiene otra alternativa que debatirse entre vivir de la caridad (pública o privada) o por medio de distintas formas delictuales. De allí se reclutan, simultáneamente víctimas y victimarios. En el medio, se cuela el resto de la sociedad, en particular, otras capas de la clase obrera, principales receptores de la “inseguridad”. Es por eso que este tipo de expresiones de la descomposición social (el gatillo fácil, los homicidios, los robos, etc.) han aumentado sobremanera en las últimas décadas. Y aquí está el núcleo de la cuestión: tal fenómeno no es causa, sino efecto; consecuencia del crecimiento exponencial de esta fracción de la población sobrante. No es un problema de “inseguridad institucional y jurídica” como plantea Piñeyro(4) , sino de la descomposición de las relaciones sociales y los resultados que va arrojando.

La perspectiva que ve las manifestaciones concretas del sistema como un problema en sí mismo (la “maldita” policía, el “gatillo fácil”, la “corrupción judicial”), abstrayéndolas, no puede encontrar más que un problema subjetivo, un problema de voluntad. No hay otra forma de concluir el análisis que considerando que el problema son los “hijos de puta”: los milicos, los chorros, los políticos corruptos, los fachos, los progres. Además, se considera que hay una entidad que organiza conscientemente a los hijos de puta, el Estado, y los hace perseguir inocentes, otra vez conscientemente. Se le otorga una voluntad ajena a los seres humanos de carne y hueso. Por supuesto que hay que responsabilizar a los culpables del hecho en cuestión, en este caso a los policías y al poder político involucrado. No obstante, al mismo tiempo hay que comprender que la cuestión no se agota allí. Debemos avanzar en la comprensión de que, en realidad, esos sujetos son expresión la descomposición social a la que asiste la sociedad argentina en las últimas décadas.

El Monstruo que no se ve

“Hechos que parecen desconectados entre sí no son más que el comienzo y el final de una misma historia”. Con esta frase arranca la película y el desarrollo no la hace suya en toda su potencialidad. Muy pocas veces, en la crítica a este tipo de hechos, se incluye la palabra “capitalismo”. Y es el capitalismo el que mata. Tiene incontables medios para hacerlo. Las balas son uno de ellos. No exigimos que haya que explicar in extenso cómo funciona el capitalismo cada vez que se denuncia un hecho concreto (aunque no estaría de más), ni tampoco que la crítica se agota en atribuirle la responsabilidad al capitalismo y listo. Pero considerando que estamos en un campo de batalla específico, el cultural, la crítica (la denuncia) tiene que ser capaz de poder desnudar la causa que produce este tipo de sucesos. Esto no es el reino del revés. Esto es el capitalismo. No funciona al revés, funciona “bien”. O mejor dicho, funciona “así”. El problema no es la falta de democracia, el problema es la democracia. En tanto las tendencias del capitalismo argentino sigan el curso que venimos señalando desde hace tiempo en El Aromo, el “gatillo fácil”, las torturas, las muertes seguirán aumentando su frecuencia. La denuncia de estas expresiones de la descomposición social no puede estar separada de la denuncia de aquello que las provoca: el capitalismo.

Notas:

(1) El propio Piñeyro ha dicho: “una periodista dijo que hago películas de advertencia: me gusta esa definición. No me empuja ninguna tragedia personal. Pero yo, vos, todos podemos ser mañana los pasajeros de LAPA o Carrera”. Clarín, 16/04/2010.
(2) En realidad, Carrera tuvo más de un defensor. El primero fue otro particular “amigo” de la 34, defensor de genocidas, quien aportó su grano de arena para hundir aún más a su “defendido”.
(3) Resultó también que varios de los policías que participaron en el hecho, habrían estado vinculados al asesinato de Ezequiel Demonti, el joven que murió ahogado al ser obligado a arrojarse al Riachuelo, y al de un policía de la bonaerense, en el marco de un supuesto tiroteo. Importante prontuario el de “la 34” y su cuerpo policial.
(4) Ver Página 12, 16/04/2010.

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