Los zamoristas en acción

en El Aromo n° 27

Por Gonzalo Sanz Cerbino – La destitución de Ibarra fue, sin lugar a dudas, un triunfo de la movilización de familiares, víctimas y las organizaciones piqueteras. Cuatro años después, el responsable principal de una ciudad en descomposición, que creía haber sobrevivido al Argentinazo, las Asambleas Populares, etc., comprobó que la lucha piquetera modificó radicalmente el margen de acción de la política burguesa. Ni con el respaldo masivo del “progresismo porteño”, ni con el apoyo material del kirchnerismo, logró sostenerse en el poder. El peso de su culpa inocultable y el temor de los legisladores a la represalia popular, firmaron su partida de defunción. No hay que perder de vista, sin embargo, que con Ibarra no alcanza. Es apenas un firme primer paso. Él es expresión de un sistema y de una clase social que permanentemente reproducen crímenes como el de Cromañón. Ibarra, al igual que Chabán, es la expresión del funcionamiento normal del capitalismo y del comportamiento lógico de su clase dominante, la burguesía.

Lo importante de la destitución de Ibarra es que pone sobre el tapete la crisis general de la política burguesa. En primer lugar, porque la burguesía no pudo sostener al responsable de construir durante 10 años en el poder una estructura con los rejuntes del PJ y del Frente Grande que sobrevivió incluso a la crisis de 2001. La llave de la política porteña estaba en manos de Ibarra. Y la burguesía tuvo que sacrificarlo sin querer hacerlo. En la legislatura porteña nadie quería destituirlo. El kirchnerismo se mostró dividido y sin capacidad para imponer un sólo programa. Al macrismo cada debate público lo desmembra un poco más, mientras que el ARI necesitaba “despegarse” de las acusaciones de “golpismo” desperdigadas por la prensa ibarrista, que tanto impacto hicieron sobre su base electoral. Todos juntos, y no olvidemos a los socialistas y los aliados del Encuentro Amplio, querían evitar el “efecto Argentinazo”, es decir, sentar un nuevo precedente a la voluntad de poder de las masas. Sin embargo, debieron optar por el menor de los males. Para proteger todo el sistema prefirieron deshacerse de un fusible, importante, pero reemplazable. Ibarra y Strassera vivieron en carne propia la medicina que aplicaron en su momento a Videla: cuando la burguesía no necesita más de sus funcionarios, sean del régimen que sean, los expulsa sin más.

Un nuevo Borocotó

El movimiento de Cromañón supo quebrar una a una las maniobras, denunciándolas y penetrando la prensa burguesa reacia a mostrar las acusaciones contra Ibarra. El temor a la condena pública, a los escraches y a las marchas fue quebrando uno a uno cada voto en la legislatura. La movilización heredera del Argentinazo logró imponerse y avanzar en medio de la crisis interburguesa. El voto de Helio Rebot terminó de enterrar a Ibarra, desnudando la crisis interna del bonapartismo kirchnerista y la pelea por ver quién se queda con Capital, De Vido o Aníbal Fernández. Es también la crisis del progresismo porteño, que salió en masa, con Estela Carlotto a la cabeza de un frente de intelectuales y representantes de todo orden, a respaldarlo y perdió frente a las brasas calientes del Argentinazo.

Como en su momento sucedió con Borocotó, las maniobras, las amenazas y las denuncias de compra de votos estuvieron nuevamente a la orden del día. El caso más resonante quizá sea el del legislador zamorista Gerardo Romagnoli, cuya renuncia a la Sala Juzgadora en el mismo movimiento dejaba sin un voto seguro a la condena de Ibarra y hacía posible la anulación de todo el juicio. Cuando los legisladores se la rechazaron, su partido, Autodeterminación y Libertad (AyL), decidió que debía abstenerse de votar1. A último momento, temiendo una reacción popular y cercado por las denuncias de corrupción, terminó votando la destitución. El autonomismo zamorista mostró en esta canallada, una vez más, de qué lado está. 

Quinta columna

Autodeterminación y Libertad nace durante los meses previos al Argentinazo, planteándose como una alternativa política a la crisis capitalista, pero también a lo que ellos llaman la “izquierda tradicional”, partidaria. Criticaba por izquierda a militantes que traían una larga historia de lucha, con un discurso ultraizquierdista que mamaba de la peor tradición del anarquismo, el autonomismo y el anarquismo antiorganizador2. Con su inflamada fraseología hueca lograron agrupar a buena parte de la pequeña burguesía más confundida de la capital del país, alcanzando casi 100.000 votos en las elecciones de octubre de 2001 en este distrito3. De la misma manera, AyL se convirtió en una fuerza política de importancia en plena crisis hegemónica de la burguesía, llegando a ser referente de gran parte de los que defendieron el “que se vayan todos”. Cuando en aquellos meses de la primavera zamorista intentábamos, recuperando la historia, demostrar que quienes nos invitan a una batalla contra la burguesía organizada en el Estado, desprovistos de armas y de organización, fueron siempre y seguirán siendo funcionales al enemigo de clase, terminábamos siempre “corridos por izquierda” por los apóstoles de AyL. Cuando señalábamos que las nuevas modas posmodernas de las que el autonomismo se nutre -la negación de la existencia de la realidad, la afirmación de la imposibilidad del cambio, la crítica al marxismo y a la tradición de la izquierda partidaria-, eran producto de la contrarrevolución ideológica encabezada por la burguesía tras la derrota del proceso revolucionario a escala mundial en los años ’70, nos miraban con desconfianza. Ni siquiera valían las pruebas contundentes del servicio burgués de este programa, como la agenda del Mesías del anarquismo antiorganizador, Toni Negri, en su visita a Buenos Aires de noviembre de 2003, cuando se reunió con Aníbal Ibarra y celebró como un triunfo propio el ascenso de Kirchner al gobierno4. Ni frente a demostraciones tan evidentes terminaban de creernos que el autonomismo era expresión de la derrota y su potenciador. Pero ahora, a poco más de cuatro años del Argentinazo podemos hacer un balance de sus hechos. Ha llegado la hora de saldar cuentas.

Recordemos qué “programa” nos proponía Zamora. El primer punto de los planteos políticos de los que nace AyL es el “horizontalismo”. Como ellos mismos lo señalan, el horizontalismo se “contrapone con la conformación de aparatos partidarios, estructuras jerárquicas o verticales, búsquedas de líderes jefes, o dirigentes inamovibles”5. El horizontalismo es la negación del mejor instrumento que la clase obrera ha creado para enfrentarse a su antagonista: el partido. Peor aún, es la negación de la necesidad de cualquier tipo de organización. De ésta forma desarma a la clase a la hora del choque con un enemigo que, lejos de hacer caso a los disparates que Zamora y los suyos repiten, se encuentra fuertemente organizado. Porque el partido de la burguesía no es otro que el Estado burgués. ¿De qué manera nos preparaba Zamora para enfrentarnos al Estado burgués? “Pensamos en una red […] que vincule a quienes adhieran a estas ideas y traten de llevarlas creativamente a la práctica […] mediante las acciones que decidan aquellos a los que les parecen útiles […]”6. Que cada uno haga lo que le parezca: individualismo extremo que reproduce todas las ilusiones liberales en el mercado capitalista, en el que cada uno, como buen zamorista, hace lo que le parece. La imagen atomística de la sociedad, donde cada individuo se “autodetermina”, propia de la fantasía burguesa está detrás del “horizontalismo”. Zamora y sus seguidores parecen no darse cuenta de que la clase obrera ya es “horizontal”: cada obrero aislado de sus compañeros, indefenso en el mercado ante los patrones coaligados. Precisamente, el problema de la clase obrera es como “verticalizarse”. Como la realidad no es estúpida, no se comporta como el zamorismo quiere, incluyendo al propio Zamora. En efecto, ¿cómo funciona este horizontalismo en la práctica? Preguntémosle a Héctor Bidonde, quien se fue de AyL porque: “Zamora acude a métodos que no usó conmigo ni siquiera la dictadura genocida”7.

¿Qué más proponía Zamora? “No tenemos certezas sobre lo que queremos”, “no tenemos dogmas, ni libros sagrados, iremos probando y casi seguro vamos a equivocarnos mucho”8. ¡Y vaya que lo hicieron! Pero el que avisa, no traiciona. En esta frase, el autonomismo reivindica como virtud su peor miseria: la ausencia de programa. “No sabemos qué vamos a hacer”. O lo que es lo mismo, “vótenos para hacer lo que se nos dé la gana…”

Sin embargo, en su propio balance a cuatro años de dar el batacazo en las urnas, Zamora mostraba el profundo carácter oportunista de su programa: “nos presentamos muy rápido en las elecciones de 2003. Teníamos muchos votos y poco cuerpo. Lo que permitió que ingresaran arribistas, carreristas políticos, gente que vino, obtuvo una banca y se mandó a mudar. No hubo discusiones políticas. Hoy están con el Partido Comunista, otro con Kirchner, otro haciendo acuerdos con Macri. Era gente que no tenía ideales, vino a buscar la banca”9. El bloque de diputados y legisladores zamoristas, que llegó a ser de 18 personas, se desmembró por izquierda y por derecha. Pero no se ve por qué enojarse con los “arribistas”, que no hicieron más que “autodeterminarse”… Si fuera honesto en este balance, Zamora debería o reconocer que su “programa” es el mejor canal a la miseria política o que la única forma de evitar estas consecuencias es tener un programa claro y una organización compacta.

El autonomismo zamorista sólo puede ocupar en la lucha de clases, igual que el anarquismo, el lugar de quintacolumna burguesa en el movimiento de masas. Tarea que Romagnoli ha desempeñado cabalmente. El autonomismo nace siendo un obstáculo en el camino de la clase obrera al poder y vive parasitando el movimiento, hasta que, sin dejar de ser consecuente con sí mismo, lo entrega al enemigo.

Los zamoristas en acción

Los planteos autonomistas preanuncian la traición del zamorismo desde sus propios lineamientos fundacionales. De entrada, AyL le permitió a Ibarra evitar una destitución de hecho a pocos días de consumado el crimen de Cromañón, cuando el poder burgués en la Ciudad de Buenos Aires pendía de un hilo. El crimen dio paso a una movilización popular en ascenso que pedía la cabeza del entonces Jefe de Gobierno. Cacerolazos y marchas improvisadas el viernes 31 de diciembre. Más marchas el sábado 1 y el domingo 2, que no sólo fueron creciendo en convocatoria, sino que ya dirigían sus reclamos a la Plaza de Mayo, frente a las sedes del poder ejecutivo nacional y municipal. La consigna que se impuso fue “Ibarra, Chabán, la tienen que pagar”. Las marchas se repitieron el martes 4 y el jueves 6, llegando a juntar 15.000 personas. El Estado sólo pudo acudir a la represión para poner freno a una crisis política que iba en aumento. En este contexto, el viernes 7, se reunió en sesión extraordinaria la Legislatura porteña. Allí se trató el pedido de interpelación al Jefe de Gobierno. Llamar a Ibarra a dar explicaciones públicas cuando su continuidad al frente del ejecutivo municipal estaba seriamente en duda, podría haber sido el golpe de gracia. Pero en la Legislatura se decidió no interpelar a Ibarra, en una votación que se perdió por un sólo voto. Ese voto podría haber sido el de Noemí Olivetto o el de Daniel Vega, los dos legisladores zamoristas que eligieron no asistir a la sesión10. Finalizada la votación, Susana Etchegoyen, ex aliada de Zamora, puso en palabras la canallada: “en nombre de aquellos que hoy sentimos la vergüenza de haber caminado con el zamorismo, queremos dejar constancia de la ausencia de la diputada Olivetto y del diputado Vega en ésta sesión, en la calle y con la gente. Estamos hartos de que con ese discurso que se pretende a la izquierda de todo, abandonen, saquen el cuerpo y lucren siempre al servicio de lo peor del Estado.”11

No estuvieron tampoco acompañando las marchas. Según la propia Olivetto, para que no se leyera en ésta presencia un “oportunismo político”12. También dejaron su marca en la sala juzgadora, donde denunciaron a los legisladores macristas por sus vínculos con Massera y la dictadura del ’76; los mismos argumentos de los abogados defensores de Ibarra: “el golpe de derecha”. La renuncia de Romagnoli es apenas la última de una serie de acciones en las que los representantes de la “no política” se jugaron a fondo por la defensa y salvación del responsable principal de Cromañón y, detrás de él, del orden establecido. Se revelan así como lo que son: la más pérfida reacción conservadora, la más insidiosa política burguesa.


Notas

1 Página/12, 8/3/06.

2 Recomendamos ver, sobre este punto, Sartelli, E.: “El virus idiota”, en El Aromo, Nº 20, junio de 2005; y Sartelli, E.: La Cajita Infeliz, Ediciones RyR, Bs. As., 2005.

3 Clarín, 22/10/02.

4 Página/12, 19/10/03.

5 Zamora, L. y Olivetto, N.: Bases fundacionales de AyL, marzo de 2001.

6 Ídem

7 Clarín, 18/10/05.

8 Zamora y Olivetto, op. cit.

9 Página/12, 17/9/05.

10 Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires, sesión extraordinaria, 7/1/05, versión taquigráfica.

11 Ídem, p. 40.

12 Carta de Noemí Olivetto a los padres, familiares y amigos de los chicos muertos en Cromañón, 10/12/05, ayl.org.ar.

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