Los trabajadores y la ciencia

en El Aromo nº 4

 

Por Fabián Harari, Historiador del CEICS

 

El 8 de julio participamos de la mesa «De las cacerolas a las Urnas» invitados por la Asamblea Popular de Mercedes en el marco de la última Fiesta del Libro regional, organizada por la Librería «Chelén Libros», el Rotary Club y la Municipalidad. Cabe decir que nuestra inclusión fue una victoria política de la asamblea contra la oposición de algunos organizadores. En la mesa estaban León Rozitchner (filósofo izquierdista «comprometido» desde fines de los ´50) y Horacio González (sociólogo de moda en el ámbito progresista actual) y se proponía un balance de las jornadas del 19 y 20 de 2001 hasta aquí. Abrimos el debate y explicamos dos cosas: 1) que el Argentinazo era resultado de un largo proceso que había empezado a madurar desde mediados de los ´90 y 2) que la etapa abierta el 19 y 20 no se había cerrado y que debíamos prepararnos para nuevos enfrentamientos, esta vez más decisivos. Nuestra intervención se basó en los resultados de nuestra investigación en la materia y en la defensa del análisis científico de la realidad. Para ilustrar la primera afirmación explicamos el Argentinazo como un proceso con dos partes: el desarrollo y la crisis del capitalismo en Argentina que produjo una desocupación en masa, que desalojó capitales y atacó brutalmente a lo que se conoce como clase media; la segunda, la repercusión de este derrotero económico en la cabeza de los protagonistas: la unión de la clase media (pequeña burguesía) y los trabajadores. Para unir lo que antes estaba desunido tuvo que pasar cierto tiempo y hubo que compartir ciertas experiencias. A la pequeña burguesía y a la clase obrera no las unió un amor a primera vista. Se dio un proceso al margen de las preferencias individuales que explican el Argentinazo como un desenlace necesario. Finalmente explicamos que el Argentinazo produjo un «empate» entre nosotros y la clase dominante, y que un empate luego de 30 años de derrotas era el comienzo de la victoria. Sufrimos el ataque de los otros dos interlocutores. Horacio González afirmó que él no se sabía objeto de ningún proceso necesario, que él había salido porque tuvo ganas. Luego se dedicó a hablar de las virtudes milenarias de la cacerola, limitando la lucha de clases a una serie de deducciones gramaticales. Habló de curiosidades que nada le interesan a quien intenta dar una lucha por cambiar la sociedad en que vivimos. Eso no fue todo. Al final, cuando el debate subió de tono, se declaró indignado porque hayamos hablado de política. ¿De qué quería hablar en un debate sobre el cacerolazo y las elecciones?¿De biología molecular? Si fuera por él no se habla de política, ni se forman asambleas, sencillamente nos dedicamos a hablar de nimiedades para que ninguna autoridad se enoje (con él). Así terminan los intelectuales progresistas. Rozitchner se dedicó a decirnos que no debíamos caer en la violencia y que debíamos expresar nuestro descontento en las urnas. Que los movimientos piqueteros con su violencia iban a despertar las iras de la burguesía y a provocar una masacre, como en los ’70. O sea que en los ’70 como hoy, hace responsable de las muertes al que lucha y no al que obliga al compañero a luchar y luego lo reprime. Intentó, como González, infundir miedo macartista y culpabilizar a las organizaciones que luchan. Lo que Rozitchner no cuenta -aunque se lo recordamos- es que en los años ’70 el límite de los movimientos fue el haber confiado en los mecanismos democráticos: aquí con Cámpora-Perón y en Chile con Allende. El movimiento piquetero demuestra día a día cómo dar de comer a los compañeros: mediante la acción directa. Y sabe hasta dónde dan las fuerzas: no se ha lanzado ninguna aventura. Tanto González como Rozitchner aparecen como los paladines de la izquierda y terminan difundiendo la aceptación de las cosas tal cual están. No podría ser menos: viven al amparo de las migajas del aparato cultural burgués, en especial la Universidad.

Estos personajes son sólo un botón de muestra de un aparato cultural que está en todos lados: la radio, la televisión, los diarios, las revistas, el cine, la música, la escuela primaria y secundaria, en los libros, etc. Todos estos organismos están al servicio de preservar este tipo de sociedad. Si les preguntamos, dirán que ellos son independientes del gobierno, que opinan libremente. Pero en realidad están manejados por el capital y obedecen sus órdenes, reproducen su visión del mundo. Lo cierto es que muchos de quienes son sus portavoces saben lo que están haciendo y el resto lo hace inconscientemente. Estas organizaciones y empresas por sí solas no aseguran su dominio, además de embrutecernos necesita la violencia para asegurar la explotación de las mayorías. La burguesía se toma el trabajo de conocer la realidad sobre la que opera y no escatima recursos para pagarle a sus intelectuales por ese trabajo. Dos son las funciones que tiene este aparato cultural. La primera es conocer cómo funciona la realidad: se estudia qué tipo de ajustes económicos se deberían hacer para que el sistema siga vivo, cuántas empresas deben cerrar, cuánto hay que bajar los salarios, cuántos empleados se deben echar, cuánto deben subir las tarifas, etc. Se estudia también cómo mantener el orden: cuándo y cómo reprimir, etc. La segunda es la de difundir a todo el mundo que la sociedad capitalista no debe ser transformada. Algunos son enemigos de todo cambio y otros proponen cambios menores: los Hadad provocan a los luchadores y los Rozitchner y González se disfrazan de amigos. Pero lo cierto es que todos se abocan a la tarea de ocultar las verdaderas relaciones que nos unen (las de explotación) y quiénes son los dueños del poder, a desarmarnos diciéndonos que lo que proponemos es imposible, o a amedrentarnos diciéndonos que vamos a ser reprimidos. Esta acción de propaganda va dirigida a que se apoye al sistema y a desorientar al que lucha. Un machaque permanente sobre nuestras cabezas cuya misión es que la mentira sea tomada por verdad. ¿Qué debe hacer la clase obrera ante esta situación?¿Dejar todo el conocimiento a la burguesía? ¿Permitirle alegremente que cante a viva voz su credo a las masas que deben escucharlo hasta en la sopa?¿Dejar que le digan a nuestros chicos que el mundo está muy bien así y que no hay que rebelarse a las autoridades?

La ciencia tiene por función develar lo oculto, mostrar la realidad detrás de las apariencias. Si la realidad se mostrara tal cual es no haría falta conocimiento alguno sobre nada, todos sabríamos lo que debemos hacer y no harían falta organizaciones ni dirigentes. La revolución habría estallado hace rato. La sociedad, como la naturaleza, tiene sus leyes de funcionamiento. Para transformar ese funcionamiento primero hay que obedecerlo, es decir operar según sus leyes. ¿Cómo se descubren sus leyes? Operando y reflexionando sobre lo hecho. Si intento tomar el poder con diez compañeros seré reprimido y tendré que sacar las conclusiones pertinentes. Cuanto más opere, más ricas serán mis conclusiones, si es que me tomo el trabajo de pensar sistemáticamente. Entonces ¿por qué hace falta el estudio científico si es cuestión de ensayo y error? Porque la clase obrera ya lleva 200 años operando y reflexionado sobre lo actuado. Ha sufrido grandes derrotas al borde del triunfo y ha trocado situaciones adversas en victorias. Ya hay un conocimiento acumulado sobre problemas simples como sobre problemas complejísimos. La ciencia permite, justamente, acelerar el desarrollo político porque permite saltear problemas más rápidamente. Y todos sabemos que en momentos decisivos, el tiempo cuenta. El conocimiento es un arma siempre que sea un conocimiento útil y nadie debería ir a un enfrentamiento desarmado. Así como la burguesía tiene su cuerpo de conocimiento y sus productores, la clase obrera debe tener los suyos propios, exigir un estrecho contacto con ellos y asimilar los resultados. Debe salir al encuentro de todas las mentiras a las que nos someten y desenmascararlas a los ojos de toda la población. Debe poner al desnudo las causas de la miseria de este mundo y en su lugar a los charlatanes que nos prometen el paraíso si somos buenos ciudadanos. El domingo 13 de julio la Asamblea Popular de Mercedes, la de Plaza Congreso, el Polo Obrero y Razón y Revolución hicimos justicia a lo dicho en la mesa de presentación del libro La plaza es nuestra (segunda victoria sobre la conservadora organización  municipal). El nivel de los expositores fue -obviamente- mucho mayor a la mesa anterior. Y el centro de nuestra intervención consistió en la defensa de la necesidad de utilizar el arma de la ciencia para la lucha. Ningún conocimiento va a cambiar el mundo. Karl Marx escribió con pelos y señales cómo funcionaba el capitalismo hace 150 años y sin embargo hasta el día de hoy ese sistema no ha caído. Si la clase obrera tiene, en estos tiempos, alguna posibilidad de triunfo que cambie nuestra forma de vida de una vez y para siempre, se la debe a los que forjaron esas lanzas. La lucha no crea la realidad. Las leyes de la realidad son anteriores a ella pero la lucha puede transformarla. La ciencia no crea la lucha, pero la mejora.

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