Los mitos sobre la privatización de YPF. El lugar de la rama petrolera en la economía argentina – Betania Farfaro Ruiz

en El Aromo nº 73

privatización

Según los teóricos de la centroizquierda (e incluso de “izquierda”) la privatización de YPF en los ’90, conformaría uno de los tantos ejemplos históricos del triunfo de las finanzas y del neoliberalismo instaurados con la dictadura militar. Esto implicaría la supuesta derrota del “buen capital”, asociado con los burgueses nacionales progresistas. Si quiere conocer los déficits y falacias de este planteo lea esta nota.

Betania Farfaro Ruiz
OME-GIHECA

La reestatización parcial de YPF generó un golpe de efecto en la opinión pública. El furor nacionalista llevó a identificar la decisión como un avance hacia la recuperación de la soberanía perdida en los ’90 y hacia la industrialización. El proceso que llevó a la privatización es visto como una cuestión de malvadas políticas públicas (o de falta de ellas) de los funcionarios que circunstancialmente ocuparon el poder desde la dictadura hasta esa década. La usina ideológica oficial se encargó de difundir esa idea, desde medios acólitos y también a partir de escritos como los publicados por editoriales de venta masiva como Capital Intelectual [1]. En cuanto a la debacle de YPF, se atribuyó no solo a la gestión de Repsol la causa del déficit energético, sino también a administraciones previas: la dictadura por un lado, y el alfonsinismo y menemismo por el otro, habrían sentado las bases de la política privatista. El kirchnerismo vendría a recuperar la grandeza petrolera perdida retomando el Estado el control de la petrolera.
Esos cantos de sirena nos prometen volver a un pasado mítico donde YPF era un puntal del desarrollo. No obstante, un análisis más detallado muestra que no logran dar cuenta de las características de la explotación petrolera en Argentina y su capacidad de funcionar como bien “estratégico” para la economía. El problema de fondo, obviado por todo el arco progresista que postula el retorno a un pasado mítico de grandeza petrolera, es la renta diferencial de la tierra. Es decir, la existencia o no de una ganancia extraordinaria, por condiciones naturales no reproducibles, ventajosas para la Argentina. De ello depende la capacidad del petróleo en Argentina para subsidiar al capital que acumula a escala interna. Ese es el motor que se ha quedado sin combustible.

Héroes y villanos

La noción que subyace a estos planteos es que la privatización de YPF es resultado del dominio del “modelo neoliberal” [2]. Esta postura sostiene que a partir del golpe de 1976, se instauró un régimen basado en las finanzas, que impuso la racionalización del Estado y el desmantelamiento de estructuras proteccionistas de tres décadas atrás. La dictadura habría terminado con las regulaciones y la salvaguarda del mercado interno y barrió con la industria local. Estas medidas habrían beneficiado al capital más concentrado, identificado con las finanzas y la especulación. En efecto, se sugiere que

“la reducción de la intervención del estado en la sociedad no solo se centró en su achicamiento, sino también en una reorientación de sus políticas e instituciones con la finalidad de otorgar beneficios a los principales actores económicos de la sociedad, estableciendo el principio de subsidiaridad del estado hacia el capital concentrado, en detrimento de los sectores populares” [3].

Las repercusiones de este cambio sobre YPF habrían sido nefastas. Privatizaciones periféricas, límites a las retenciones y endeudamiento externo fueron los mecanismos principales, cuyo objetivo era favorecer a la fracción más concentrada y a empresarios amigos. Con Alfonsín continuó esta lógica, con un aumento en el precio del crudo que se compraba a contratistas. A finales de los ‘80, la empresa se encontraba en crisis, con dificultades para garantizar su propio funcionamiento y con un mercado que comenzaba a liberalizarse a favor de la participación privada y extranjera.
Menem decretó la venta de algunos activos, lo que implicó la fragmentación de YPF y el avance en la desregulación del mercado petrolero local. Se determinó que debía producir rigiéndose por los parámetros de la competencia. Ello llevó a la “commoditización” del petróleo, que según estas posturas provocó el agotamiento de reservas como consecuencia de la sobreexplotación y la falta de inversiones en exploración.
De lo expuesto, se deduce que la política energética desde 1976 a la actualidad habría sido la responsable de estos resultados desastrosos. La reestatización propuesta por el kirchnerismo plantearía la posibilidad de recuperar a YPF para transformarla en herramienta de planificación estratégica del sector energético.

¿Y la renta?

La idea de cambio de “modelo”, sumada a la noción de que la política por sí misma puede modificar las características de la acumulación, lejos de echar luz esconde un profundo idealismo a la hora de reconstruir el fenómeno que trabajamos. La insistencia en explicar toda transformaron social a partir de idealizaciones excluye del análisis elementos específicos de la rama como la renta petrolera, sus formas de apropiación y su relación con la estructura industrial y sus particularidades, a saber: la permanente necesidad del capital que acumula en Argentina de recibir subsidios como forma de compensar la falta de competitividad internacional.
En realidad, YPF estatal y privada responde a los avatares del petróleo argentino y a la capacidad del estado para utilizar ese recurso como forma de subsidiar a los capitalistas, tanto nativos como extranjeros, que acumulan en el país. Durante los años del proceso militar, en un contexto de crisis y caída de la renta agraria, el estado utilizó la riqueza de YPF para subsidiar a diversos capitales [4]. Esto lo hizo por variados mecanismos: venta subsidiada de fuel oil para la producción de electricidad, expendio de combustible por debajo de su valor al mercado interno, transferencia a contratistas y refinerías por sobreprecios pagados a los primeros y bajos precios a los que vendía a los segundos. Todos los capitales que acumulaban en el mercado interno recibieron, en mayor o menor medida, estas transferencias. Las fracciones más concentradas obtuvieron pingües beneficios, como fue el caso de Siderca, a quien se compraban insumos con sobreprecio. Pero este grupo no fue el único, ya que la política de transferencias implicaba venta de combustibles subsidiado, que significaba entre otras cosas menor costo de producción de electricidad (insumo esencial de la industria) y un subsidio al transporte (o sea, al salario). Estas formas específicas de “política” petrolera beneficiaron a los capitales que acumulaban en el mercado interno, es decir la burguesía nacional y extranjera radicada en el país, al reducirle sus costos. Si bien la situación de crisis económica y social de aquellos años implicó el fin de la protección general para los capitales más chicos e ineficientes, y quiebras masivas, las transferencias desde YPF (entre otros mecanismos que utilizó el estado) evitaron que el proceso fuera mayor. Esto, a costa de minar la rentabilidad de la empresa, que entre 1976 y 1989 registró varios quebrantos operativos por ejercicio contable. Es decir, mediante la recirculación de la renta petrolera y de los ingresos por exportaciones de YPF, el estado logró subsidiar a los capitales que acumulaban localmente, pero afectando la reproducción de la petrolera. Hacia fines de los ’80, la crisis del estado argentino, y de la propia YPF, limitó esta forma de transferencia y forzaron la privatización.
La clave del análisis histórico del proceso es la renta. Su expansión, así como también su contracción, se relacionan de forma directa con la masa de subsidios destinada al sector industrial. Los inicios de los ’90 encuentran a YPF frente al dilema de continuar operando al servicio del desarrollo del capital general en una etapa de contracción, o hacerlo en pos de su rentabilidad individual.

La historia distorsionada y el convidado de piedra

El vaciamiento expresó que YPF fue utilizada (como a lo largo de su historia) para rescatar a todas las fracciones burguesas locales, tanto de origen argentino como extranjero. Todos los capitales que acumulaban en el espacio nacional recibieron, en mayor o menor medida, parte de la renta de YPF. Es errado pensar que se vació a YPF solo para beneficiar la valorización financiera. Al contrario: las pérdidas operativas y los mecanismos “estratégicos” de transferencias que se dieron tanto en la dictadura como bajo el alfonsinismo muestran que la petrolera siguió cumpliendo su rol histórico en beneficio del capital general. Ese rol fue el que, ante una crisis internacional y de descenso de los precios de bienes primarios, selló la suerte de la compañía. El menemismo encontró a la petrolera en una situación límite en cuanto a su capacidad subsidiaria. En ese contexto, YPF fue privatizada pese a que continuaba siendo una empresa rentable. El problema es que ya no alcanzaba para repartir al resto de la economía.
Hoy, en otro momento no solo político, sino de precios del crudo y con el desenvolvimiento de una crisis energética inédita, se produce la reestatización parcial de la empresa. La idea de que esta medida permitirá relanzar a la industria nacional omite que YPF ya fue utilizada en el pasado con este mismo objetivo. Y que fracasó. El problema, otra vez, es la ineficiencia del capital que acumula en la Argentina. La YPF actual plantea reproducir esa experiencia que no logró revertir el carácter marginal del capitalismo argentino, con el agravante del progresivo agotamiento de reservas y de los crecientes costos para la explotación del crudo disponible en el territorio. En este sentido, el acuerdo con Chevron por la explotación del yacimiento más rentable de la Argentina con condiciones en extremo favorables (en particular, la exportación de crudo sin retenciones y el acceso libre al dólar oficial) muestra la imposibilidad de YPF de financiarse por su cuenta, dada la baja competitividad de la empresa, sea privada o estatal. Este acuerdo junto a la permanente suba de precios y la necesidad de importar combustible muestran que, más allá de discursos, la YPF vaca lechera para financiar al resto del capital industrial está agotada.
La defensa de una YPF estatal, en estos términos, no tiene ninguna perspectiva para los trabajadores. Bajo estas relaciones, el planteo se transforma en el llanto de la burguesía local ineficiente para apropiar para si esta masa de riqueza. Proteger a estos parásitos, como propone el kirchenismo y sus intelectuales, implica continuar dilapidando riqueza para financiar la pervivencia de capital chatarra. Es necesario que la clase obrera ingrese en  la disputa política sobre YPF, reclamando que se discuta en una paritaria general el reparto de la renta petrolera apropiada con la perspectiva de dejar de dilapidar la renta petrolera en manos de una burguesía inviable.

Notas
1 Barrera, Mariano et al: Historia de una privatización. Cómo y por qué se perdió YPF, en Colección Claves para todos, Capital intelectual, Buenos Aires, 2012.
2 Tesis desarrollada por Basualdo, Eduardo: Estudios de Historia Económica Argentina, Siglo XXI, Buenos Aires, 2006.
3 Barrera, Mariano et al.: op. cit, p. 21.
4 Farfaro Ruiz, Betania: “El populista del oro negro”, en El Aromo n° 72, abril-mayo de 2013.

Deja una respuesta

Your email address will not be published.

*

Últimas novedades de El Aromo nº 73

Ir a Arriba