Lo que contamina es el capital

en El Aromo nº 76

 

Acerca del film La guerra del fracking, de Pino Solanas

 

Betania Farfaro Ruiz

OME-GIHECA

 

En su último documental, Pino Solanas analiza el impacto social y ambiental de métodos como el fracking para extraer petróleo no convencional en la Argentina. Presentado como una crítica al “modelo extractivo”, el ahora senador por UNEN reproduce planteos que no superan los límites ideológicos del agotado nacionalismo petrolero.

 

El acuerdo que el Gobierno cerró con Chevron para explotar los hidrocarburos no convencionales suscitó numerosas críticas por parte de grupos ambientalistas, comunidades originarias y organizaciones políticas, que lo rechazaron por considerarlo una entrega de recursos o bien por deteriorar el medio ambiente.[1] Dentro de los críticos al acuerdo se ubicó Pino Solanas y su espacio político, Proyecto Sur. El cineasta decidió intervenir en las discusiones sobre los efectos ambientales y el capitalismo en el sector petrolero mediante un documental, que presentó en octubre de este año, titulado La guerra del fracking. En él, se plantea el problema de la explotación de recursos como el petróleo o la minería a cielo abierto, aunque, como veremos, sin superar los límites de interpretaciones de tipo ecologistas (“lo importante es conservar el medio ambiente sin contaminación”) o nacionalistas (“el problema es la participación del capital extranjero”). De esa forma, el autor pierde de vista el eje central: la cuestión no pasa por la falta de regulaciones del Estado en materia de medio ambiente, o por la entrega de los recursos a los capitales extranjeros, sino por el agotamiento del petróleo argentino en un contexto de crisis del capital que obliga a sobreexplotar los recursos naturales más allá de las consecuencias de la población. Problema que va a persistir mientras el objetivo excluyente sea el lucro, no importa si la empresa queda en manos públicas, privadas, nacionales o extranjeras.

 

Más de lo mismo

 

El documental comienza con una explicación sobre el fracking y los daños ambientales que puede causar su práctica generalizada a nivel mundial (terremotos, contaminación, deforestación, efecto invernadero por liberación de gases tóxicos como el metano). Según esta perspectiva, este sistema se desarrolló debido al agotamiento de la alternativa tradicional de Medio Oriente, producto de los enfrentamiento militares. Para Pino, sería más barato explotar yacimientos no convencionales que invadir Irak o Afganistán.

No obstante, conforme transcurre el film, el objetivo inicial (las características del fracking) queda relegado a un segundo lugar y el centro de la película pasa a ser la contaminación en sí misma. Ahora el problema no sería solo el fracking; sino también la industria petrolera privada. La contaminación sería el resultado, según el director, de la acción  de los capitales transnacionales (es decir no de todo los capitales, sino de estos) que no buscan el beneficio de toda la población, sino el suyo propio (qué novedad…). La existencia de estos intereses explica que no se haya avanzado en otras energías renovables como la eólica o la termo solar, que no contaminaría y serían más baratas (afirmación que Solanas no sustenta con ningún dato).

Otra constante en el documental es la intervención de la “comunidad”: vecinos, pequeños productores frutícolas, comunidades originarias. El autor quiere mostrar que estos grupos se oponen a toda práctica contaminante, aunque sus reclamos no sean escuchados, sino reprimidos.

 

Hippismo petrolero

 

Solanas plantea un debate a partir de su film: la situación petrolera local e internacional y la creciente necesidad de explotar no recursos convencionales. Existe un debate aun no saldado sobre el fracking. Muchos especialistas indican los problemas ambientales que ocasionaría su difusión, sobre todo en las napas de agua del subsuelo. Por su parte, una serie de técnicos defienden la fracturación hidráulica como un método seguro. En el país, el debate está mediado porque gran parte de la burguesía deposita sus esperanzas en esta actividad, ya que espera que suceda lo mismo que en EEUU. Allí, la extracción mediante esta técnica permitió aumentar la producción, reducir las importaciones de gas licuado hasta llegar a plantearse en la actualidad la posibilidad de exportar hidrocarburos. Lo que no se menciona es que para hacer de eso un negocio rentable, el Estado yanqui tuvo que conceder exenciones impositivas, fijar precios mínimos e imponer límites a la importación energética con el fin de amortizar costos y garantizar una ganancia media para el sector.[2]

Por su parte, en Europa se discute sobre la posibilidad de comenzar a explotar recursos no convencionales. Otra vez, el gran problema son los costos iniciales y la disponibilidad de reservas efectivas.[3] En ese contexto, se introduce la Argentina y el descubrimiento de Vaca Muerta. Con este yacimiento, se ubicaría como la cuarta reserva mundial de gas y petrolero no convencional. Por eso, las esperanzas del gobierno están puestas en esta región para salir de la crisis energética, uno de los principales ítems del déficit público. No obstante, su puesta en producción tiene dificultades. En principio, este método precisa la inversión de grandes magnitudes de capital, aproximadamente tres veces más por pozo que los convencionales.[4] Es por ello que el Estado tuvo que permitir el ingreso de multinacionales (hasta el momento Chevron, aunque habría otros interesados), a las cuales les promete grandes beneficios, ya que YPF no tiene la capacidad de explotarlos por cuenta propia.

El debate planteado por Solanas sobre la búsqueda de lucro individual como causante de destrucción de las condiciones de vida de la población parece correcto. Los límites aparecen cuando cree que bajo el capitalismo podría haber otro objetivo. Para Solanas, el problema no es la crisis del sistema ni los límites del petróleo local, sino la participación del capital extranjero. Según el colega de Lilita, los recursos no deberían ser entregados a los “pulpos imperialistas”, ya que los explotan con una lógica extractivista, en contraposición del “bien común” que podría llevar adelante la gestión estatal. Como ejemplos históricos recientes tendríamos el caso Botnia y la mega minería en Famatina. En este punto, el Estado en lugar de actual como protector de los intereses comunitarios, avala con falta de regulaciones el accionar de privados.

Las apariciones de figuras como el candidato a diputado por Proyecto Sur Félix Herrero o la socióloga Maristella Svampa en el documental, plantean la idea de que el extractivismo impone una lógica de saqueo y contaminación, donde los métodos utilizados son, en cierta medida, culpables del deterioro ambiental de la sociedad.

 

Que el Pino no tape el bosque

Nuevamente, cuando se discute sobre ambientalismo y producción de materias primas, se esgrimen los mismos argumentos. En este sentido, el documental no aporta elementos para entender los problemas del petróleo argentino. Atribuirle la culpa al fracking y a los “pulpos” es eludir el problema. Lo que no ve el autor es que el desarrollo de las fuerzas productivas bajo este sistema social trae como consecuencia la destrucción del medio ambiente. Toda producción humana supone la destrucción de otra cosa y modifica el medio. La vida interactúa con la naturaleza y la modifica. Ese no es el problema, sino que esa transformación está mediada por intereses capitalistas. La única forma de que cualquier método sea utilizado racionalmente (es decir, midiendo los costos y beneficios sociales) es con una planificación colectiva y centralizada de la producción, una idea que a Pino le asusta, porque implica expropiar al capital.

Por eso, para eludir esta discusión, el autor termina fetichizando al fracking, como si el método utilizado fuera el problema, como hacen los que culpabilizan al glifosato o a la minería en abstracto por los mismos males.[5] Pierde entonces de vista que el trasfondo de esto es el propio capitalismo, las relaciones sociales sobre las que se asienta esta producción. A la vez embellece al Estado como si su producción fuese destinada a un consumidor ideal comunitario, cuando en realidad la función de la empresa estatal es abaratar los costos de los capitalistas. Con lo cual está tan o más obligada que el capital privado a abaratar costos por la vía de la destrucción de las condiciones de vida de los obreros.

Para Solanas, el problema no son las relaciones de producción, sino las malas acciones de un puñado de grandes empresas en contra de un ideal interés común. Así, la culpa no es del capital sino del modelo económico o de políticos corruptos que no imponen las regulaciones acordes contra la rapiña. Por lo tanto, sería posible realizar reformas que permitan un desarrollo verdaderamente nacional de la “comunidad”. Es decir, de los burgueses nacionales tutelados por el Estado. El problema para el senador es que, para desarrollar su programa, ya está el kirchnerismo, con el poder y la batería de recursos asignados a los ineficientes capitales locales, que no logró ningún cambio sustantivo en la última década. Pero Pino insiste, una y otra vez. Antes, con Lozano. Ahora, con Carrió y Prat Gay. Siempre en el mismo campo, el del capital.

1Véase Betania Farfaro Ruiz: “El acuerdo YPF-Chevron y las perspectivas de la rama petrolera”, en El Aromo, n° 74, 2013.

2Metz, William: “Oil shale: a huge resource or low-grade fuel”, en Source Science, vol. 184 nº 4143, 1974.

3Teusch, Jonas: “Shale gas and the internal EU gas market: beyond the hype and hysteria”, en CEPS working document, Nº 369, 2012.

4BBC Mundo, 17/7/2013, http://goo.gl/quhFXi.

5Debates sobre estos puntos en Cadenazzi, Guillermo: “El fetichismo de la soja”, y Kornblihtt, Juan: “No es la mina, es el capital”, en El Aromo, n° 53 (2010) y n° 65 (2012).

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