Las verdades del petróleo peronista

en El Aromo nº 48

312001

Fernando Dachevsky
Grupo de Investigación de la Historia Económica Argentina-CEICS

“Los costos de YPF son absolutamente antieconómicos.
Hacer de esto una cuestión de amor propio es peligroso y estúpido”
Juan Domingo Perón (1958)1

El 11 de mayo de 1955, Perón se presentaba en la Cámara de Diputados para impulsar un proyecto de ley que lo autorizara a firmar un contrato con la Standard Oil de California para la explotación de petróleo en el país. La pregunta es ¿cómo fue que el abanderado del nacionalismo popular criollo, supuesto archienemigo de los pulpos imperialistas, llegaría a promover un proyecto que daba lugar a las compañías petroleras privadas? Los apologistas buscaron subrayar la idea de un Perón pragmático. Un líder que no se guiaba por un nacionalismo “principista”, sino por uno “sano” y que, en este caso, priorizó la necesidad resolver la crisis energética e impulsar el desarrollo petrolero de la Argentina. Sin embargo, esta visión centrada en Perón no explica por qué las mismas compañías, que supuestamente no tenían interés en desarrollar el petróleo argentino, de pronto comenzaron a prestarle atención y se apresuraron a firmar los contratos. Responder esta cuestión implica comprender el panorama económico internacional y, en definitiva, a alejarnos de la ilusión del desarrollo económico nacional en abstracción del conjunto de la economía mundial

Perón y los privados

En primer lugar, al hablar de la política petrolera de Perón, es necesario clarificar algunas cuestiones. Perón nunca buscó enfrentarse a las compañías petroleras privadas. Quienes creyeron ver en el peronismo la posibilidad de un avance hacia una monopolización estatal del petróleo, no podrán menos que desilusionarse.
Algunos peronistas actuales, como Pino Solanas, creen ver en la sanción de la Constitución de 1949 la prueba de que el gobierno peronista buscaba darle una orientación distinta a la industria petrolera. Es que en el famoso artículo 40º de dicha constitución se sancionaba que los yacimientos de petróleo, junto con otros recursos naturales, serían propiedad imprescriptible e inalienable de la Nación. Sin embargo, para 1949, esta legislación no era ninguna novedad. La estatización del subsuelo no fue introducida por el peronismo, sino que ya se encontraba vigente desde la sanción del Código de Minería de 1886, el cual rigió desde un comienzo a la explotación petrolera en el país. Allí, se quitaba toda posibilidad de privatización de los yacimientos estableciendo que la propiedad de éstos sería ejercida por el Estado nacional o provincial, dependiendo del territorio (artículo 7º) y que, aun en los casos donde el suelo fuera de dominio privado, el subsuelo sería propiedad del Estado (artículo 11º).
Por otra parte, al mismo tiempo que el código minero estatizaba el subsuelo, comprometía ceder su explotación al capital privado mediante concesiones. Sin embargo, no hubo que esperar al peronismo para que se le pusieran límites a los capitales privados, sino que, durante la década de 1930, se observaron modificaciones en este sentido. Para ese memento, una serie de elementos se conjugaron para que se produjera un incremento de la producción estatal por sobre la privada. En 1929, el rendimiento de los pozos se había reducido a la tercera parte, con relación a los valores de sólo cinco años atrás y se imponía la necesidad de incorporar nuevas reservas. Al igual que sucediera en años previos, esta tarea recaería en la empresa estatal. La razón de esto es fácilmente comprensible: incorporar reservas era una tarea más costosa en Argentina, con relación a otros países donde ya operaban las compañías privadas. En un contexto de estancamiento, producto de la crisis del ‘30, el interés de las compañías no era el desarrollo de las costosas reservas argentinas, sino abastecer a sus refinerías locales. Estas excedían en capacidad a la extracción local de crudo, con petróleo más barato proveniente de otras regiones donde operaban, como Venezuela o la incipiente región de Medio Oriente. La debilidad del petróleo local en la competencia internacional impuso la necesidad del avance estatal. Dando cuenta de estos antecedentes, la constitución de 1949 no constituye más que una declaración de principios que no introducía ninguna novedad. El capital privado podría seguir operando en las concesiones vigentes o, como sucedería después, por medio de YPF, a través de contratos.

La crisis energética

Durante las décadas del ‘30 y ‘40, se habían logrado importantes incorporaciones de reservas. Sin embargo, en el gobierno peronista se llegó a un cuello de botella en materia petrolera. La ampliación en el horizonte productivo no pudo evitar que el mercado interno creciera con mayor velocidad que la producción local.
A pesar de los nuevos descubrimientos, la expansión de la producción persistía como un problema pendiente. Es que no basta con conocer la existencia de nuevos yacimientos para incrementar la producción petrolera. El descubrimiento es sólo el primer paso. Luego es necesario desarrollar las reservas: conocer su magnitud real, equipar los yacimientos para que estén en condiciones de extraer petróleo, garantizar el transporte a las refinerías, para luego incurrir en los gastos propios de la extracción.
El crecimiento de la petrolera estatal tenía un límite muy concreto: la falta de capital. A su vez, hacia la segunda mitad del gobierno peronista, el mercado interno no podía ser satisfecho sólo con YPF y, por lo tanto, comenzó a agravarse la negatividad de la balanza comercial. Luego de la crisis de 1949, se evidenció que las exportaciones generales no podían hacer frente a la creciente necesidad de importaciones, dentro de las cuales el petróleo ocupaba un lugar creciente.
El problema era la falta de capital y Perón era plenamente conciente de las debilidades de la industria local para poder financiar las inversiones necesarias. Así lo afirmaría en la mencionada sesión del Congreso de la Nación: “la cuestión no radica en la falta de combustibles, sino en los medios para localizar y extraer de nuestro subsuelo toda esa enorme riqueza potencial”.2
Para resolver la cuestión, Perón arreglaría con la Standard Oil de California la realización de un contrato por el cual, en términos generales, la empresa ponía el capital necesario e YPF se comprometía a comprarle la producción. Pocos meses después de presentado el proyecto, el gobierno de Perón caía y el contrato con la Standard Oil se frustraba. Sin embargo, Frondizi suscribió contratos petroleros similares, con varios capitales de distinta procedencia. El resultado: la producción local se expandió como nunca antes, casi cuadruplicándose en sólo 10 años.

Pragmatismo capitalista

Autores como Bernal buscaron rescatar la decisión de Perón, señalando el pragmatismo de éste para sanear la sangría de divisas y enfrentar la crisis energética. El pensamiento estrecho y localista del nacionalismo no puede más que debatirse si Perón hizo bien o mal en cederle un contrato a una compañía privada. Planteado en estos términos, todo pareciera reducirse a las acciones de Perón. Sin embargo el problema no radica en este plano. La pregunta que hay que responder es por qué los capitales privados, que durante los años ‘30 y ‘40 no parecían interesados en desarrollar el petróleo argentino, terminaron compitiendo entre ellos para hacerse de áreas de explotación, a partir de finales de la década de 1950 y 1960, que en definitiva llevó a la expansión de la industria. Ese cambio de situación no se puede explicarse desde el ámbito acotado de la política nacional. Es necesario apelar a la dinámica del mercado mundial.
Para la década de 1950, un cambio sustancial se había producido en la economía internacional. Durante las décadas anteriores, la industria petrolera se encontraba signada por la sobreproducción mundial, resultado de la crisis de 1930 y, por lo tanto, no había interés en desarrollar zonas costosas como la Argentina. Finalizada la Segunda Guerra Mundial, el capitalismo se había relanzado y la industria petrolera comenzaba a expandirse hacia nuevas regiones. Las petroleras consideraban que en Argentina, una vez que se dispusiera del suficiente petróleo local para abastecer al mercado interno, se decretarían restricciones a las importaciones. Aquellas refinadoras que no produjesen crudo, tendrían que comprarlo a sus competidores. Por lo tanto, los capitales mostraron su disposición a realizar inversiones para producir crudo en el país.3 Es decir, antes que la política nacionalista, lo que permitió la expansión de la producción fue la competencia entre los capitales privados por el mercado argentino, en un momento de expansión general de la industria petrolera mundial.

Viento de cola

La expansión de la industria petrolera argentina no se puede explicar desde la voluntad política de los gobiernos. Es necesario ver, en primera instancia, las posibilidades económicas que permitieron dichas políticas. La idea de que el petróleo argentino debió esperar a que el pragmatismo y el realismo de Perón iluminaran el camino a seguir, no es más que una ilusión propia de quienes piensan el desarrollo económico nacional en abstracción de la economía mundial.4 Fue la expansión de la industria petrolera mundial de posguerra la que le dio el empujón necesario al petróleo local. Hoy, ese impulso económico ya no existe y toda pretensión de desarrollo económico nacional no es más que una mera ilusión. Los límites históricos de la industria del petróleo en Argentina no fueron impuestos externamente, sino que radicaron en los propios límites del capitalismo argentino. De lo que se trata, entonces, es de lograr la superación de dichos límites, por la única vía posible: eliminar el sistema que los produce.

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1Bernal, Federico: Petróleo, Estado y soberanía. Hacia la empresa multiestatal latinoamericana de hidrocarburos, Editorial Biblos, Buenos Aires, 2005, p. 74.
2Discurso de Juan Perón ante la Cámara de Diputados, Mayo 11 de 1955, en RA: Diario de sesiones, Cámara de Diputados, p. 120.
3Odell, Peter: Geografía económica del petróleo, Oikos-Tau, Barcelona, 1968, p. 65.
4En esta perspectiva ver, entre otros, Bernal, Federico: op. cit. y Conigliaro, Francisco: “La política petrolera de Perón”, 3/4/2005, en www.lapatriagrande.com.ar.

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