Las nuevas funciones sociales de la escuela

en El Aromo nº 4

 

Por Marina Kabat, Grupo de Investigación de Procesos de Trabajo del CEICS

 

Hace 10 o 20 años en el secundario se adquirían conocimientos útiles para el mundo laboral. Especialmente en los colegios industriales y comerciales. Un perito mercantil podía trabajar en una oficina porque tenía una base de contabilidad, taquigrafía y mecanografía, del mismo modo que un industrial dominaba el dibujo técnico y tareas prácticas de taller. Hoy el desarrollo técnico ha hecho prescindibles estos saberes. Haber ido a un industrial sigue siendo útil para trabajar en un taller familiar, pero es irrelevante en una gran fábrica automatizada. Las PC revolucionaron el trabajo de oficina, no hacen faltas varios años de estudio para llevar la contabilidad, basta con un breve curso de Excel.

La enseñanza ha disminuido su nivel. Esto se vincula con tendencias económicas de fondo: no hay una enseñanza de calidad porque los conocimientos necesarios para trabajar disminuyeron. Normalmente escuchamos lo contrario: que se extendió la enseñanza obligatoria para responder a las nuevas demandas de conocimientos. Pero el resultado de esta extensión fue “primarizar” la educación media. Con el objetivo de retener a los chicos en las escuelas se trata de evitar que repitan de año, incluso presionando a los docentes para que aprueben alumnos que no han asistido a clases (en EGB3 los alumnos no quedan libres) o a quienes no tienen los conocimientos mínimos. Lo importante no es lo que los alumnos aprendan, sino que estén en la escuela, bajo la idea de que es preferible que vegeten en las aulas a que estén en la calle. Además de esta función policíaca la escuela tiene reservado otro rol: apartar del mercado laboral a los jóvenes. Antes, a un chico que no le iba bien en la escuela se le decía “estudiás o trabajás”. Hoy esa posibilidad no existe. Al retener a los adolescentes en la escuela se evita que se incorporen al mercado laboral que no podría absorberlos, aumentando la tasa de desocupación. Hoy las principales funciones de la escuela son: el disciplinamiento y la asistencia social. La función educativa queda relegada. Últimamente han aparecido numerosos estudios sobre el “malestar docente”. Se trata de estudios que reconocen los problemas materiales del desempeño docente, pero que a la hora de las soluciones, atribuyen la responsabilidad a los maestros: en vez de mejorar los salarios y crear cargos institucionales (equipos de psicopedagogos, por ejemplo), simplemente sugieren hablar entre los maestros y tratar de resolver creativamente los problemas. Como todas las obras sobre salud del trabajador, la preocupación por el obrero esta supeditada al aumento de la productividad. Se considera que el ausentismo responde a un malestar del trabajador que se quiere revertir para mejorar la productividad, pero sin aumentar los salarios.

Efectivamente existe una especie de malestar o desencanto entre los docentes. Sus causas se relacionan con el proceso que hemos analizado, especialmente con la mutación de las funciones de la escuela. El sistema educativo argentino, que nace para disciplinar a los inmigrantes, especialmente anarquistas, sostuvo uno de los principales mitos de nuestra sociedad: la igualdad de los ciudadanos. Se supone que en democracia todos somos iguales porque votamos y que tenemos las mismas oportunidades porque podemos acceder a la educación. Históricamente los docentes fueron los primeros en sostener el carácter igualatorio de la educación, por ello el resquebrajamiento de ese mito afectó duramente la propia percepción de su trabajo. Otro tanto ocurre con el deterioro de los contenidos educativos. Profesores preparados para transmitir conocimientos científicos deben completar la enseñanza de la lecto-escritura. El docente es convertido en una especie de celador al que sólo se le exige que mantenga a los chicos “tranquilos”. La decepción de los docentes deriva en gran medida del desengaño frente a las ideas burguesas sobre la educación que antes habían defendido. En este sentido el “malestar docente” no es negativo si conduce a un progresivo distanciamiento de dichas posturas y a una toma de posición a favor de la lucha de clases.

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