Las cosas por su nombre. A propósito de las XIII Jornadas Interescuelas

en El Aromo nº 62

a62_jornadas_gesNatalia Álvarez Prieto
GES– CEICS

El mes pasado se llevaron a cabo las XIII Jornadas Interescuelas en San Fernando del Valle de Catamarca. Convocadas cada dos años, estos encuentros congregan a una importante cantidad de estudiantes e intelectuales de diversas disciplinas. Se trata de un ámbito muy propenso al elitismo, al empirismo y al posmodernismo. Es decir, por lo general, de una reunión hostil al marxismo. Lo que vamos a contar acá es lo que sucedió en una de las mesas, aquella llamada “Alternativas y contextos en Historia de la Educación. Siglos XIX y XX”.

Ante todo, una pequeña pero importante digresión. Previamente, una ponencia presentada por una compañera nuestra, Doctora en Historia y docente de la UBA, fue desaprobada por las coordinadoras de la mesa “Historia de las relaciones entre los funcionarios estatales, los docentes y las políticas educativas”. ¿Las razones? La aparición de criterios ad-hoc para aprobar su trabajo -específicamente, la exigencia de incorporar un estado de la cuestión, a lo que no accedimos. Casualmente, se trataba de una mesa coordinada por dos investigadoras con las que habíamos discutido acérrimamente dos años atrás, en las mismas jornadas.

Bien, pasemos al caso. En la mesa referida, presentamos una ponencia en la que analizábamos la evolución de la violencia en las escuelas durante la década 1995-2005. Al terminar, nos convertimos, una vez más, en el blanco de las críticas más diversas por parte de los presentes.

Estas breves líneas persiguen dos objetivos concretos. Por un lado, responder a los cuestionamientos efectuados a nuestro trabajo. Probablemente, nos enfrentamos con una intelectualidad no pueda comprender qué es una fuente, un marco teórico o conceptos tales como “capitalismo”, “clase obrera”, “burguesía” y “explotación”. Un síntoma claro de la hegemonía de la que hoy goza la ideología burguesa.

La temida fuente

Una crítica frecuente a nuestra investigación es la fuente que empleamos para dar cuenta de los casos de violencia en las escuelas de nuestro país: la prensa escrita. En esta oportunidad, el diario Clarín. Lamentablemente, los especialistas de la educación desdeñan tal fuente de información por considerarla poco confiable, sea por la escasa cobertura que realizaría de los hechos de violencia o por su contenido tendencioso. Por un lado, parece que tendremos que repetir hasta el hartazgo que para reconstruir empíricamente el fenómeno no contamos con otro insumo, ya que en nuestro país no existen estadísticas oficiales. Está claro que la fuente presenta sesgos importantes tales como la selección de los casos más graves y espectaculares. Sin embargo, no debemos perder de vista que toda fuente presenta algún tipo de limitación que debe ser advertida por el investigador. Así, nada más “sesgado” que una de las fuentes elegidas frecuentemente por los especialistas: las entrevistas. Ello, si por sesgo se entiende las operaciones selectivas, valorativas y afectivas de todo ejercicio memorístico como el que realiza un entrevistado. El problema aparece cuando -como suele ocurrir- tal fuente es considerada no ya para estudiar las representaciones de los actores sobre determinado fenómeno, sino para reconstruirlo. Por el contrario, nosotros no pretendemos que una fuente reconstruya la realidad en su totalidad ni, mucho menos, que explique lo que no puede explicar. En ese sentido, resulta evidente que los diarios no registran todos los episodios de violencia en las escuelas, algo que tampoco podría reconstruirse utilizando otras fuentes y, menos que menos, las entrevistas o encuestas. Sin embargo, parece que vamos a tener que aclarar que los diarios sólo nos permiten realizar una aproximación al fenómeno que nos permite saber, por ejemplo, si los casos pueden contarse -por lo menos- de a diez o de a cien. En ese sentido, en tanto toda fuente debe cruzarse, cotejarse y complementarse con otras -algo que rara vez hacen quienes nos reprochan-, conocemos el largo camino que deberá realizar nuestra investigación para poder explicar el fenómeno en cuestión. Fenómeno que, por cierto, hasta ahora ningún investigador ha intentado reconstruir empíricamente.

Peor aún, quienes cuestionan nuestra investigación no hacen más que opinar sin ningún sustento ni estudio previo que los avale. Así, nos dicen, por ejemplo, que siempre hubo violencia en las escuelas y que, por tanto, hoy no hay más que antes, argumento ahistórico si las hay. Lo más insólito es que citan investigaciones sumamente reconocidas, pero de nulo valor a la hora de encarar este problema. Por ejemplo, un estudio efectuado sobre la base de entrevistas realizadas a algunos docentes y estudiantes que asistían a tres escuelas perdidas en una localidad bonaerense entre 1940 y 1980.

Sin embargo, el “problema de la fuente” encubre una dificultad mayor: la perspectiva posmoderna dominante. Aquella que sostiene que la realidad se compone y se explica a partir de las representaciones y el discurso de los “actores”. Así, oímos una serie de ponencias -sumamente elogiadas- asentadas sobre lo que los sujetos piensan -o dicen que piensan- para explicar la realidad. En ese sentido, parece que tendremos que hacer un gran esfuerzo para explicar algo tan simple como que no es lo mismo lo que alguien dice de sí mismo que lo que realmente es. Una distancia que da origen a la ciencia.Un problema de fondo

Como decíamos, el problema de fondo es la perspectiva posmoderna que, con mayor o menor grado de conciencia, sostiene gran parte de la academia desde hace ya algunas décadas. Una ideología que supone la negación de la ciencia misma al considerar que resulta imposible conocer la realidad, si es que se acepta su existencia. Es por ello que buena parte del mundillo académico se inquieta frente a un investigador marxista. Si bien resulta poco elegante condenarlo a uno por marxista de manera explícita, durante nuestra participación en las Jornadas no han tenido ningún empacho en hacerlo. Así, demostrando un profundo desconocimiento, nos han llegado a cuestionar ya que el marxismo “clásico” sería positivista. Ahora bien, ¿de dónde surge esa pobre identificación del marxismo y el positivismo? Probablemente, de la imposibilidad de discernir entre dos teorías que se han propuesto conocer la realidad, objetivo que les resulta completamente ajeno. El positivismo surge con el agotamiento del impulso revolucionario burgués, a fines del siglo XIX. Es una ideología que intenta fijar la realidad en torno a un esquema preestablecido y representa lo que el marxismo históricamente combatió. Quienes nos critican, deberían leer la Dialéctica de la naturaleza de Engels, entre otras cosas. El positivismo tiene raíz kantiana y el marxismo hegeliana, pero esta gente no conoce ni a Kant ni a Hegel. No se puede discutir con alguien que equipara a Marx con Lombroso. Una verdadera vergüenza y una falta de respeto a los asistentes que personas sin formación coordinen y comenten una mesa.

Claro que no todos emplean argumentos tan ridículos. Una de las coordinadoras de la mesa en la que presentábamos nuestro trabajo, nos planteó una crítica un tanto más elegante. Desde su óptica, partir de determinados supuestos teóricos -marxistas- nos llevaría a “encorsetar” la investigación que desarrollamos. En ese momento, pudimos explicarle que nada parte de cero. Hace mucho tiempo que se desestimo la teoría de la “tabula rasa” de Locke. La ciencia no parte de cero, porque el conocimiento es acumulativo. Por ello, toda investigación comienza solo allí donde existe un vacío de conocimiento. Sin embargo, algunas de las ponencias presentadas con anterioridad fueron celebradas aún cuando se calzaran -en términos generales, sin explicitarlo- “corsets” un tanto más ajustados -por ejemplo, las teorías del discurso que, muchas veces, confunden a este último con la realidad. Necesariamente, llegamos a la conclusión lógica que la crítica no apuntaba al empleo de supuestos teóricos en general sino a unos en particular: los provenientes del marxismo. En ese sentido, luego de dar nuestra respuesta, la misma coordinadora fue un poco más explícita. Así, nos planteó que, al sostener una perspectiva que afirma la existencia de clases sociales, tendríamos que concluir que los “pobres” son más violentos. Un argumento que ya hemos oído en otras oportunidades y que busca descalificarnos haciéndonos pasar por retrógradas. Ahora bien, a diferencia de la postura romántica que sostiene este tipo de intelectuales, nosotros afirmamos que es posible que exista algún vínculo, no lineal ni mecánico, entre la violencia descompuesta -sin un objetivo ni una organización colectiva que la respalde- y la pauperización de las condiciones de vida de amplias fracciones de la clase obrera. Sin embargo, el posmodernismo ha llegado a la convicción ridícula de que la pobreza es el paraíso terrenal, olvidando las penurias cotidianas que supone. Penurias que pueden dar lugar a la organización y a la construcción de un horizonte colectivo -tal es el caso, por ejemplo, de las organizaciones de trabajadores desocupados- o a la impotencia y al aislamiento de aquellos que comparten el mismo tormento, lo que muchas veces da lugar a la violencia asociadas a fracciones del lumpenproletariado. En ese sentido, el sujeto individual sólo puede trascender las contradicciones sociales que lo atraviesan una vez que comprende que su situación es la de muchos y que necesariamente podrá transformar la realidad junto a ellos. Claro que la burguesía también es violenta. De hecho, es la clase más violenta de todas en tanto su existencia misma depende de la reproducción de relaciones sociales violentas, las relaciones de explotación. Sin embargo, resultaría algo grotesco equiparar ese tipo de violencia con aquella de la que nosotros intentamos dar cuenta.

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