La primacía de las ventajas absolutas

en El Aromo nº 54

Fernando Dachevsky – OME

La noción de que la competencia internacional generará beneficios para todos sus participantes se apoya en un concepto fundamental: las ventajas comparativas. La teoría de las ventajas comparativas tiene como propósito primordial plantear que todos los participantes del comercio internacional saldrán beneficiados, sin importar su eficiencia absoluta. Es decir, la producción de un país puede ser más costosa en todos los bienes que se comercien en el mercado mundial, pero aun así, podrá salir beneficiado y su balanza comercial equilibrada. ¿Qué significa esto? Según esta teoría, el comercio internacional se terminará configurando de manera tal que cada país se especialice en lo que mejor sabe hacer (aunque lo haga de manera ineficiente) y que de esa especialización se llegará a un equilibrio sin perdedores.
Ahora bien, ¿cómo funcionarían las ventajas comparativas? David Ricardo fue quien primero desarrolló sus mecanismos. Su explicación se apoya en dos pilares fundamentales. El primero, es que en el mercado internacional rige una dinámica distinta a la que rige en el mercado interno. En palabras del propio Ricardo, “la misma regla que establece el valor relativo de los bienes en un país no rige el valor relativo del precio de los productos intercambiados entre dos o más países”1. Es decir, Ricardo necesita de un mecanismo que permita justificar que si bien los valores relativos de los productos se forman en torno a sus tiempos de trabajo dentro del mercado interno, en el mercado internacional hay una disociación. Este mecanismo, que constituye el segundo pilar de su teoría, es la Teoría Cuantitativa del Dinero (TCD). Según la TCD, los flujos de oro entre países afectarán directamente sus niveles de precios. Esto permitirá que, si bien en una primera instancia, el país más ineficiente en términos absolutos será deficitario, las salidas netas de dinero desde ese país provocarán una disminución de sus precios, a la vez que éstos tenderán a subir en el país superavitario. Siguiendo con el razonamiento, la baja de precios en el primer país lo hará más atractivo para los consumidores. De esta manera, el país ineficiente pasará a ser superavitario y el eficiente deficitario. Este movimiento continuo de precios en torno a las cantidades de oro disponibles en cada país tenderá a equilibrarse en el punto en que los países involucrados tengan un comercio equilibrado. El cual coincidirá en el punto en que los países se especialicen en la exportación de los bienes en los que cuentan con ventajas comparativas.
Las posteriores teorías del comercio internacional plantean diferencias con respecto a lo planteado originalmente por Ricardo, en el sentido de que abandonan de manera definitiva la ley de valor-trabajo e incluyen, con mayor formalización matemática, otras consideraciones. Sin embargo, se siguen apoyando en los costos comparativos e introducen mecanismos monetarios similares como fundamento de sus elucubraciones acerca del comercio internacional.
La teoría de las ventajas comparativas parte de un error básico. Esto es, que el sujeto del comercio internacional no son los países, sino los capitales. Esta precisión es importante, sobre todo si se habla de los “beneficios del comercio internacional”. La idea de que el país se beneficia es una abstracción que esconde las relaciones básicas que organizan la sociedad. En este sentido, cuando hablamos de las posibilidades de un país de de ganar posiciones en el mercado mundial, nos estamos refiriendo a las posibilidades que tienen los capitales allí alojados.
Ahora bien, para poder analizar estas posibilidades es necesario primero reexaminar el mecanismo sobre la cual se sostiene dicha teoría: la relación entre los flujos de dinero y el nivel de precios. En la medida en que el dinero funciona como un representante general del valor de las mercancías, no se lo puede pensar en abstracción del proceso de producción de valor y plusvalor. Por lo tanto, los movimientos de dinero, las tasas de cambio y, en definitiva, los precios no son elementos autónomos, sino que expresan capacidades de valorización de capital.
A diferencia de la generalidad de las mercancías que necesitan venderse lo antes posible para poder realizarse, el dinero puede actuar como reserva de valor y, por lo tanto, atesorarse. Es de esperar, entonces, que la salida de divisas del país ineficiente se traduzca en una caída del dinero prestable, una suba de la tasa de interés y, en consecuencia, una restricción en la capacidad de financiar la producción de mercancías en dicho país. Lo inverso sucederá en el país superavitario. Por lo tanto, los flujos de dinero repercutirán en la capacidad de financiar a los capitales, antes que en los precios.
En definitiva, no hay nada en los flujos de divisas que permitan revertir la primacía de las ventajas absolutas.  Las ventajas absolutas nunca llegan a devenir en comparativas y se mantienen como las ordenadoras del comercio internacional. El país que aloja capitales con menores costos, es decir con ventajas absolutas, podrá contar con un superávit para financiar a sus capitales, mientras que el país ineficiente caerá en déficits crónicos.
Ahora bien, la salida de divisas tiene un límite para financiar el déficit comercial. Llegado determinado punto, será necesario pedir préstamos para poder seguir financiando a los capitales del país ineficiente. Este préstamo no surgirá de la nada, sino que lo proveerán aquellos países que atesoraron reservas por ser exitosos en la competencia internacional. Dicho endeudamiento externo significará, en lo inmediato, un ingreso de divisas para financiar a los capitales que operan al interior del país. En la medida en que ese ingreso por endeudamiento no se traduzca en un incremento en la capacidad competitiva acorde, alimentará una burbuja que tarde o temprano explotará. Cualquier parecido con la situación Argentina no es pura coincidencia.
Es necesario subrayar en la idea de que el comercio genera igualdad, sólo perturbada por elementos externos, es falsa. Es el intercambio de mercancías por su valor lo que da lugar a las diferencias entre capitales y entre países. Esta advertencia no sólo le cabe a los economistas liberales, sino que debiera llamar la atención a aquellos autoproclamados marxistas que cargan sus tintas en los movimientos de capitales para describir situaciones de opresión nacional y explicar así los problemas de las economías “subdesarrolladas”. La idea de que el problema de economías como la Argentina está en el “vaciamiento financiero” sólo puede tener lugar en la cabeza de aquellos que idealizan el comercio de mercancías. Lo cual, es solidario con la explicación de que las diferencias entre países serían producto del accionar de monopolios financieros que se desarrollarían en el marco de una etapa imperialista, distinta a la de libre-competencia que habría funcionado con anterioridad.

NOTAS

1 Ricardo, David: Principios de economía política y tributación, México, FCE, 1959, p. 102.

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