La pluma y la historia

en Editorial/El Aromo nº 75

 

Fabián Harari

Editor responsable

 

De vuelta de su convalecencia, Cristina se dispone a darle una lenta pero segura agonía al movimiento que supo heredar. La renuncia de Moreno, como la de Abal Medina, expresa el alejamiento de dirigentes del núcleo duro del kirchnerismo. Luego de las PASO, la presidenta supo reconocer su fracaso y preguntó a un grupo de intendentes del conurbano qué podía hacer por ellos. “Echalo a Moreno”, fue la seca respuesta…

Es que, desde agosto hasta el momento, las grandes políticas se fueron elaborando paulatinamente al margen del círculo presidencial. El núcleo de esta nueva cabeza administrativa es el grupo Gestar, conformado por los principales gobernadores peronistas, que reunidos en Corrientes y luego en San Juan, delinearon cambios en la política económica. Fue en esta última reunión que se nombró al nuevo Jefe de Gabinete. Los candidatos eran Capitanich (Chaco) y Urribarri (Entre Ríos), pero este último, con mejor imagen en el cristinismo, recibió el veto de lo que se dio en llamar la “Liga del Norte”, integrada por los mandatarios Luis Beder Herrera (La Rioja), Jorge Capitanich (Chaco), Lucía Corpacci (Catamarca), Gildo Insfrán (Formosa), Sergio Uñac (San Juan) y Maurice Closs (Misiones). A estos, se suma Urtubey (Salta), quien perdió el peso que tenía, a partir de la última elección. Lo cierto es que entre agosto y octubre, el aparato histórico del PJ fue imponiendo condiciones al kirchnerismo.

Desde comienzos del 2013, y hasta las PASO, Cristina decidió concentrar sus energías en el presupuesto nacional. Levantó la apuesta y jugó su propia elección. Aspiraba a la re-re o, al menos, a ser el dedo elector del próximo candidato. Para ello, disminuyó los montos coparticipables. Si tomamos en cuenta la inflación, puede verse el comienzo de un ajuste de las partidas a las provincias. El resultado de agosto, ya lo sabemos: una baja importante del caudal electoral con respecto al 2011. En algunos casos (Chubut, Salta, San Juan y Santiago del Estero), se obtuvo la mitad de votos que en aquella elección.

La reacción no se hizo esperar y las provincias pusieron el grito en el cielo. Además de exigir mayores fondos, algunas decidieron buscar financiación propia por la vía del impuestazo o la deuda. En algunos casos, se capeó el temporal, como en Chaco, que merced un aumento del impuesto municipal y una promesa de pasar de 38 a 115 millones la coparticipación destinada al fondo de municipios, se aumentaron las asignaciones familiares entre un 64% y un 100%. Eso repercutió en la performance electoral: se pasó del 35% (en agosto) al 59% (en octubre). En otras provincias, como Salta, el impuestazo no hizo más que incrementar el rechazo en las urnas. Pero en La Rioja, Misiones, Río Negro y San Juan, la recuperación fue notable. Entre Ríos, por su parte, gozó de los favores presidenciales. No obstante, el kirchnerismo no pudo sostener a su gobernador como candidato frente a sus pares, lo que provocó que éste comenzara un acercamiento con Scioli.

Entonces, el nombramiento de Capitanich es una imposición de las provincias “vencedoras”. El gobernador de Chaco es un hombre con peso propio, que no reporta directamente a Cristina. Lejos de cualquier disciplina, fue a abrazar a Massa luego de las elecciones. Fue, como se sabe, Jefe de Gabinete de Duhalde y es parte del nervio del PJ. Junto a Daniel Scioli, normalizó la JUP, apadrinando a la agrupación “Felipe Vallese”, que desplazó a La Cámpora de la política universitaria. Con respecto a la relación con los medios, su mano derecha, Analía Liba, ya planea desplazar a los camporistas de la Subsecretaría de Comunicación Pública, a cargo de Rodrigo “Rodra” Rodríguez, lo que no será fácil ni se efectuará sin fuertes disputas. El flamante Jefe de Gabinete tiene “luz verde” para controlar todos los ministerios. Es decir, Cristina va a compartir el poder (si no lo está entregando ya). Este esquema fue un pedido de todos los partidos. Capitanich recibió los elogios de todos los opositores.

 

Cambios y acuerdos

 

A Axel Kicilloff se lo conocía como “el soviético”. No fue otro que Moreno quien así lo bautizó. Pues bien, “el soviético” estará bajo la órbita del “católico”  Jefe de Gabinete, con quien, en realidad, tiene una historia en común. Lejos de la leyenda de una juventud “de izquierda”, Kicilloff, hasta el 2001, trabajó como asesor del entonces funcionario de Desarrollo Social del menemismo y luego senador por el Chaco. A pesar de tal o cual berrinche de algunos periodistas, lo cierto es que varios empresarios mostraron su entusiasmo, como Bulgheroni o dirigentes de la  UIA. Su tarea estará supervisada y deberá reportar a Capitanich.

Otro de los fracasos del kirchnerismo duro se encuentra en el Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca. El candidato camporista era Francisco Anglesio, pero el cargo quedó para Carlos Casamiquela, de buena llegada con las corporaciones agrarias, quienes saludaron el nombramiento. En el caso de Juan Carlos Fábrega, presidente del BCRA, si bien fue amigo de la infancia de Néstor, se trata de quien puso como condición para asumir la partida de Moreno y el alejamiento del círculo de Máximo. El único baluarte que le queda al hijo del matrimonio presidencial es Juan Ignacio Forlón, al frente del Banco Nación. En definitiva, La Cámpora, ha pasado de ser una organización con aspiración de masas a una poco eficaz agencia de colocación de empleo.

¿No puede interpretarse el ascenso de Capitanich como un síntoma de fortaleza K, al bloquear el control de la administración por parte de Scioli? Solo si se tiene una visión demasiado ligada al corto plazo y a las individualidades. Hace un año, Cristina iba por la re-re o, en su defecto, iba a nombrar a su sucesor. El kirchnerismo y su liderazgo parecían trascender el 2015. Hoy, ya no designa a nadie. Toda su aspiración es durar los dos años que le quedan, mediando en una interna entre dirigentes con peso propio y que no son parte de su aparato. Eso, sin contar que tal vez deba incorporar en la balanza a Sergio Massa, que fue invitado por Caló, varios intendentes y hasta por el “Chino” Navarro a volver al PJ. Si no vuelve, es porque momentáneamente sus encuestas le indican otra cosa. Pero si quiere gobernar el país, tendrá que tener al aparato de su lado.

Ahora bien, Scioli y Capitanich son más parecidos de lo que quisieran suponer los oficialistas más exaltados. Han acordado varias políticas en común, como por ejemplo la Ley de Derribo o el acercamiento a la Iglesia católica en tiempos más ásperos. Mantuvieron una posición idéntica en el conflicto de 2008, que consistió en no perder los canales de diálogo con las entidades agrarias. Más allá de las disputas presupuestarias, provienen del núcleo común del PJ y nunca estuvieron ligados al armado transversal del kirchnerismo. Habrá un fuerte enfrentamiento personal, para dirimir quién es el candidato, pero ninguno es parte del armado K y, en términos de programa, representan lo mismo.

 

Nuevos rumbos

 

“Hay que matar la mosca, sin matar la vaca”. Así intentaba graficar Sergio Massa su relación con el Gobierno. Desplazar al personal político, impulsar ciertas medidas que permitan salir de la crisis, pero mantener el régimen. Como reconoce el propio intendente, se trata de una operación compleja.  El Gobierno tiene un problema fiscal, sus reservas se van agotando. Debería subir las tarifas, pero eso puede redundar en una protesta generalizada. Puede contar con el acuerdo de la oposición para hacerlo, claro. Pero eso podría provocar un estallido concentrado en “Que se vayan todos…”. Puede desdoblar las tarifas, para evitar una mayor fuga de dólares, pero eso es un obstáculo a los acuerdos con los organismos de crédito, para cuyo arreglo se designó al ex ministro de Economía. Sobre esto, hay un elemento adicional, ¿por qué se le prestaría a un gobierno en crisis, sin legitimidad política, que no puede aplicar un ajuste tarifario? Tal vez, el acercamiento del Gobierno con la oposición, dentro y fuera del PJ, tenga esa pretensión de presentarse como un bloque más sólido.

La elección de la izquierda tiene una gran importancia en este contexto. En primer lugar, porque inaugura la posibilidad de una fusión entre la revolución y las masas (véase el artículo de Eduardo Sartelli al respecto). Pero, en segundo, porque condiciona la salida a la crisis. El caudal de votos muestra la presencia de una voluntad social que no acuerda con la vía del ajuste. La existencia de una fuerza que se muestra potencialmente capaz de movilizar 1,2 millones de personas a lo largo del país, o 550.000 en el centro del poder, limita cualquier política. Un aumento tarifario no hará más que alimentar ese acercamiento entre la clase obrera y la izquierda. Seguramente, la oposición reclamará “políticas de Estado”, tendientes a que -con apoyo opositor o sin él- el oficialismo realice las duras tareas, cuyas consecuencias inmediatas su sucesor no querría afrontar, aunque pretenda recoger los frutos económicos y fiscales de mediano plazo.

El caso es que, ante la crisis, la burguesía muestra una voluntad de disminuir los niveles de enfrentamiento interno. Para ello, no duda en enterrar aquello que tuvo que construir. La izquierda debería responder con un nivel de cohesión organizativa mayor: un partido unificado, con todas las tendencias que exceden a los que dirigen hoy el FIT. La discusión programática, en este caso, es vital: hay que saber a dónde vamos y cómo. En algún momento, la realidad salda la discusión, el que acierta dirige y el que no, acompaña. Pero a falta de una unidad organizativa, los aciertos pierden eficacia  y los errores se magnifican. Lo primero, porque la eficacia sólo es aplicada en parte. Lo segundo, porque los desaciertos desvían y desmoralizan a toda una organización. La izquierda argentina ha hecho una gran elección. Mostró que tiene la oportunidad para realizar una política de masas. Ahora tiene que tomar una decisión: la de escribir, con su propia pluma, la Historia.

 

 

 

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