La izquierda española ante el desafío separatista

en El Aromo nº 99/Entradas

En definitiva, toda esta polarización (y no ya una hipotética independencia de Cataluña), tendrá como consecuencia la generación de un movimiento españolista cohesionado contra la traición de la izquierda y el separatismo. Porque lo que verdaderamente cohesiona es la identificación de un enemigo claro que no requiera de un mensaje elaborado.

 

Juan Pablo Mateo

Colaborador


En las últimas semanas, el tema que ha concentrado la actualidad política en España es el problema territorial. Tanto, que ya parece que han desaparecido las preocupaciones tradicionales del desempleo, la precariedad o la desigualdad. De primeras, un gran triunfo para las fuerzas reaccionarias.

El pasado 1 de octubre se celebró un simulacro de referéndum por la autodeterminación de Cataluña, ante el cual el Estado respondió con las fuerzas de seguridad. Las imágenes de unas fuerzas policiales golpeando a los ciudadanos han dado la vuelta al mundo, y ya se ha construido el correspondiente relato: el gobierno de Madrid, heredero de Franco y su centralismo, habría utilizado una violencia desmedida ante una pacífica población que sólo quería votar. Si nos centramos en los medios de la izquierda anticapitalista, sobre todo en el ámbito anglosajón (Jacobin, SocialistWorker), resulta claro que el victimismo y la manipulación han logrado una importante victoria allende las fronteras.

No obstante, en estas breves líneas quisiera aclarar mi posición crítica con este relato, y más en general, con la actividad de la izquierda en España, repetida acríticamente por una serie de intelectuales que parecen haber olvidado la vergüenza, el rigor y la perspectiva marxista. Brevemente, considero que la izquierda española debiera oponerse radicalmente a este golpe de Estado de los secesionistas, y defender la unidad de la nación, es decir, de la clase trabajadora. Frente a la moda de la política basada en la identidad, los hechos diferenciales, los sentimientos y un fundamentalismo democrático reaccionario, la izquierda debería recuperar un análisis de clase, con un enfoque materialista de los procesos sociales para articular una estrategia política sobre lo que no puede ser sino el sujeto de referencia, los trabajadores.

Particularidades de la izquierda española

Pensando en un lector latinoamericano, me permito en primer lugar exponer algunas particularidades de la izquierda española que resultan necesarias para entender el problema territorial. La izquierda española no ha estado al margen del proceso de degeneración de la izquierda a nivel mundial en las últimas décadas, a partir de las derrotas del movimiento obrero, la desaparición del campo socialista, y la adopción de los valores propios de las fuerzas de la derecha. A nivel estatal, tenemos una izquierda (más allá de la socialdemocracia del PSOE) articulada en torno al Partido Comunista, que impulsó la formación de la coalición Izquierda Unida (IU) al calor de las movilizaciones contra la incorporación de España a la OTAN a mediados de la década de 1980, y la nueva formación Podemos, popularizada a raíz del movimiento del 15-M y el protagonismo que los medios de comunicación la brindaron para frenar a IU, a lo que podemos añadir tanto las izquierdas regionalistas (Aragón, Valencia) como las independentistas (Galicia, País Vasco y Cataluña).

El manual del buen izquierdista señala que España es sinónimo de imperialismo, inquisición, atraso, y se recomienda utilizar en su lugar el término “Estado español”. Para esta izquierda, España no es una nación, sino un estado plurinacional, o si acaso una nación de naciones. Éstas ─las naciones─ existen no por fenómenos materiales, sino que sustentan su existencia en el sentimiento que tengan sus ciudadanos, y además tanto lo catalán, lo vasco, gallego (podemos continuar la enumeración), es absolutamente progresista, aunque ello obligue a desconocer las raíces históricas neofeudales profundamente reaccionarias. En verdad, supone una vuelta al romanticismo decimonónico esta sustitución de elementos objetivos como la clase social y la nación por la subjetividad e indefinición de los sentimientos y los pueblos. Idealistamente, se alude a una unión voluntaria del conjunto de pueblos del Estado español, como si el establecimiento de las fronteras hubiera sido en algún lugar un proceso democrático, y la dialéctica de Estados una invención.

Resulta absolutamente cierto que una de las victorias del dictador fascista Francisco Franco es haber arrebatado a la izquierda el término España, dejando a los progres la defensa del derecho de autodeterminación, la descentralización, el federalismo, el deseo de fragmentar España, y gastar dinero en fomentar el uso de cualquier lengua que no sea el castellano (pues no está bien visto decir idioma español para no herir sensibilidades). Nada refleja mejor que esta derrota ideológica cuando se asume el discurso de la derecha, resignándose a perder la idea de España, y convirtiendo a un mediocre en una suerte de nuevo Cid Campeador que sigue ganando batallas después de muerto.

El significado del referéndum

La izquierda patria repite acríticamente que la democracia consiste en votar, por lo que no puede ser delito organizar un referéndum. De ahí el éxito del término “derecho a decidir”, todo un triunfo de las fuerzas separatistas.1 Por ello, debemos preguntarnos por el significado de la realización de este referéndum separatista.

En primer lugar, no podemos analizarlo como un acto consistente en introducir papeletas en unos contenedores que denominamos urnas, y tampoco se puede caracterizar como un mecanismo para la expresión de la voluntad ciudadana. En esa identificación abstracta de la votación con la democracia, ¿sería lícito utilizar la coartada del derecho a decidir para someter a votación la discriminación de un grupo de personas por razón del sexo, raza, o lo que sea? ¿es democrático que una región se arrogue el derecho a decidir excluyendo al resto de ciudadanos de la nación?

Esta consideración no es sino una de las herencias de esta izquierda postmoderna, ejemplificada en el 15-M, que considera que el origen de los problemas radica en la falta de democracia, la corrupción, o aspectos conexos al margen de las relaciones de producción. La izquierda debería sin embargo defender que la estructura territorial de la nación constituye un elemento cualitativamente diferente al conjunto de cuestiones que, efectivamente, pueden ser objeto de consultas ciudadanas. Así, la propia integridad de la nación se erige en un presupuesto de la democracia que, en su caso, permite evitar lo que no es sino la esencia del problema catalán, el chantaje de una región relativamente rica ante una redistribución inter-regional de ingresos de la que no quiere formar parte.

De hecho, se pasa por alto que su industrialización se sustentó en un proteccionismo brindado por el gobierno central, lo que significaba que el resto de España pagaría un sobrecoste al adquirir los productos (textiles) producidos en Cataluña, perjudicando la capacidad exportadora de las opresoras regiones agrícolas de la meseta castellana. No olvidemos que el consenso de la derecha y la izquierda independentista en Cataluña se cimienta en ese ‘Madrid/España ens roba’ basado en las denominadas ‘balanzas fiscales’ (lo que se paga en concepto de impuestos y se recibe en forma de gasto público), y aderezado todo ello con un odio y desprecio a España alimentado gracias a la cesión de las competencias en educación.2

La estrategia de la izquierda realmente existente

Resulta muy triste que importantes representantes de la izquierda no independentista (Izquierda Unida, Podemos, y los movimientos periféricos) critiquen este referéndum no por su esencia, sino porque carece de garantías democráticas. En consecuencia, la solución pasaría por la realización de una votación en la que el pueblo de Cataluña decidiera su relación con España.

Estos dirigentes parecen olvidar que un referéndum en el que sólo voten los ciudadanos catalanes vulnera la soberanía nacional. Y yo me pregunto, ¿no era precisamente de izquierdas defenderla, y mucho más en la coyuntura actual, en la que existe un centro y una periferia en el seno de la Eurozona? ¿O sólo vale ad hoc en el ‘todos contra el Partido Popular’ que actualmente gobierna el país? El simple reconocimiento del derecho a la autodeterminación para los habitantes de una región implica ya que se les reconoce como sujeto político soberano. En estas condiciones, desaparece automáticamente la soberanía nacional, el fundamento democrático de una nación, del que la clase trabajadora es su elemento mayoritario. Así, la soberanía pasaría por tanto a ser no un fundamento, sino un mero resultado del posible acuerdo coyuntural de la decisión de las diversas entidades soberanas (Cataluña, País Vasco, Galicia, y cualquier pueblo), cuando en verdad esta facultad no puede ser nunca un derecho de una región, sino una cesión por parte del soberano, la ciudadanía del conjunto del país.

Si, de manera alternativa, consideramos que los grupos sociales de rentas más elevadas expresan su oposición a pagar más impuestos (la fiscalidad progresiva) en virtud de un sentimiento muy arraigado en ellos, proporcionando además la coartada teórica de los economistas liberales, cualquier izquierdista diría que no le importa en absoluto su opinión, los sentimientos o deseos. Como no puede ser de otra manera, argumentará en torno a las razones de la fiscalidad progresiva, y señalará que si no pagan, entonces deberá actuar la justicia según el marco legal vigente. Aquí, seguramente la política basada en la identidad, los sentimientos y los hechos diferenciales no tendría mucha justificación. Ahora bien, si estos ciudadanos, en lugar de vivir desperdigados, residen en una misma región, entonces parece que sí nos deben importar sus hechos diferenciales, aunque sean fruto de su propio egoísmo y hayan sido alimentados por un sistema educativo y de (des)información basado en el odio a España.

Por tanto, llegados a este punto, no queda otra alternativa para la izquierda que tratar de enterrar esa pseudo-ideología buenista y basarse en lo que por otra parte ha caracterizado a la izquierda revolucionaria en su análisis materialista, los elementos objetivos de las relaciones de explotación y la clase social. Por ello, debería haberse opuesto al golpe de Estado del 6-7 de septiembre en el parlamento catalán y a la realización de la votación del 1-O, ante lo cual las medidas establecidas en la Constitución son absolutamente justificables.

Sin embargo, junto a la propuesta de un referéndum pactado, ahora resulta que la moda en esta izquierda es hablar de negociación, pactos, hacer política, para seducir a Cataluña para que se sienta cómoda en su encaje territorial. Por extensión, tras la propuesta de activación del artículo 155 de la Constitución por parte del gobierno ante la desobediencia del gobierno autonómico de Cataluña, junto al encarcelamiento (absolutamente de acuerdo a derecho) de los dirigentes de las organizaciones reaccionarias y separtistas ANC y Omnium Cultural, los disparates enunciados por estos izquierdistas han alcanzado límites insospechados. Se habla de presos políticos, de un golpe de Estado del gobierno, de una colonización de Cataluña, de una vulneración de la democracia, y un largo etcétera de despropósitos propios del típico ultraizquierdismo-progre infantil.

En todo este ridículo, se debe considerar que la izquierda está identificando el autogobierno de Cataluña con la democracia, y se alude al conjunto de competencias de que dispone como una conquista democrática producto de la lucha democrática.3 Y tras esta idea tan arraigada, se sigue el necesario corolario, a saber, la concesión de más autonomía para Cataluña. ¿Qué se puede negociar si no con los secesionistas? Si no se admite su objetivo final, sólo cabe ofrecer un caramelo que resulta absolutamente contradictorio con los intereses de los trabajadores. Y aquí es donde estos progres acaban coincidiendo con los liberales. Efectivamente, el ministro de Economía, Luis de Guindos, “abre la mano a ofrecer a Catalunya más dinero, mayor autonomía financiera y el estudio de un mejor sistema de financiación … si se abandona la senda de la independencia.”4 Estas afirmaciones van en la línea de las reclamaciones de los empresarios, que ya han comenzado a pescar en río revuelto, solicitando “una reforma que alivie a Cataluña de la ‘carga’ de España.” En plena coherencia con el liberalismo económico, “el presidente del Círculo de Empresarios … ha reclamado … una reforma de la financiación autonómica que acabe con las “transferencias indefinidas y sin condiciones” de las comunidades autónomas con mayor renta per cápita a las más pobres”.5

Propuestas para la izquierda y perspectivas futuras

En lugar de hacer el juego a un movimiento secesionista que no tiene nada de progresista, la izquierda debería ser coherente y empezar por defender la igualdad de los ciudadanos del país. Si se apuesta por una mejora salarial, más derechos laborales, acceso a servicios sociales, y se lucha por convenios colectivos amplios en lugar de acuerdos de empresa, ¿por qué en materia territorial la izquierda se vuelve reaccionaria? ¿por qué no se denuncia algo tan de derechas y neofeudal (pues procede de 1878, tras la última guerra carlista) como el cupo vasco,6 por el cual las regiones vasca y navarra tienen privilegios fiscales respecto del resto de comunidades? ¿cómo es posible aludir a la “identidad personal” para justificar que los trabajadores en España tengan derecho a servicios sociales desiguales?

En este sentido, ¿por qué la izquierda nunca ha considerado las injusticias que ocurren en Cataluña, producto de décadas de inculcar la ideología supremacista del catalanismo y vulnerar derechos de los que sólo hablan el castellano? Porque resulta más que cansino seguir escuchando la misma cantinela victimista de la represión cultural (que no económica) de un franquismo que duró 36 años (1939-75), cuando la represión física fue muchísimo más cruel en las regiones más pobres de Andalucía o Extremadura, y además desde 1980 el idioma que está discriminado en esta región es el común de los españoles. En efecto, se ha aplicado una política de inmersión lingüística que prácticamente ha hecho desaparecer el castellano de las escuelas. Los padres que han denunciado el incumplimiento del 25% de las clases en castellano han sufrido un acoso vergonzoso. Como también ocurre con los niños que tienen ciertas dificultades en el aprendizaje y se agrava por no poder estudiar en su idioma materno, o la desigualdad que supone que los ciudadanos que no hablan catalán tengan menos posibilidades de acceder a ciertos trabajos en Cataluña, pues la puntuación que se otorga al conocimiento del catalán (cuando la imperiosa necesidad de saberlo) prácticamente elimina las posibilidades de que el resto de ciudadanos puedan optar a plazas de funcionario público en esta región. ¿Acaso todo esto no es una injusticia que debería movilizar a la izquierda en defensa de la justicia social? ¿dónde están estos nuevos dirigentes surgidos al calor del 15.M, jóvenes y sobradamente preparados, para criticar al nacionalismo periférico reaccionario? Luego se extrañan de que el partido ‘españolista’ Ciudadanos, que no es precisamente de izquierdas, reciba el voto del cinturón obrero de Barcelona, de aquellos que emigraron en los años sesenta allí donde había más crecimiento económico y nivel de vida.

Siendo realistas, hay que aceptar que actualmente no va a haber ningún cambio mínimamente revolucionario o transformador. Nos guste o no, la relación de fuerzas no es favorable, incluida en Cataluña a pesar de los delirios de la CUP (Candidaturas de Unidad Popular). A lo largo de toda la crisis, la dominación del capital no se ha visto amenazada a pesar de las oleadas de protesta. Por diversas razones, la izquierda no tiene ahora mismo capacidad alguna por lograr modificar de manera mínimamente significativa los pilares del sistema. En las áreas desarrolladas, la derecha se ha visto fortalecida con la crisis (Estados Unidos, Francia, Alemania), la izquierda alternativa ha fracasado estrepitosamente donde ha ganado (Grecia), y sólo en Portugal se ha logrado algún avance en coalición con los socialistas.

En España, después de que haya pasado lo peor de la crisis, y tras haber descafeinado la izquierda podemita su propuesta programática totalmente mediante un ejercicio de mercadotecnia electoral, se ha logrado poco más del 20% de los votos. Los distintos descontentos han sido canalizados mediante el ascenso de Ciudadanos, la apuesta mediática inicial por Podemos frente a IU y su posterior moderación socialdemócrata de facto, junto al separatismo interclasista (¿acaso recordamos alguna influencia del separatismo en el movimiento del 15M?).

Por otra parte, esta confrontación territorial, lejos de sentar las bases de un giro transformador por la izquierda, como es la estrategia de la izquierda postmoderna, me temo que pueda dar lugar a un ascenso de un nacionalismo español liderado por la extrema derecha. Consideremos que cuando la izquierda no aborda cuestiones trascendentales como la construcción europea o la dimensión territorial, muy posiblemente sea la derecha la que ocupe ese hueco con un mensaje reaccionario. En definitiva, toda esta polarización (y no ya una hipotética independencia de Cataluña), tendrá como consecuencia la generación de un movimiento españolista cohesionado contra la traición de la izquierda y el separatismo. Porque lo que verdaderamente cohesiona es la identificación de un enemigo claro que no requiera de un mensaje elaborado.

Y mientras escribo estas líneas, este temor se ve apoyado por los hechos. Los estudios electorales muestran una caída de votos de la izquierda (IU-Podemos), así como el PP, mientras que es el partido Ciudadanos, de centro derecha, que nació en Cataluña para defender el unionismo, el que verdaderamente está capitalizando el descontento, lo que implica una mayor expectativa de votos para el conjunto de la derecha.7 Empiezan, pues, a surgir temores en las fuerzas de izquierda ante el espantoso ridículo y la traición que están cometiendo. Carolina Bescansa, una de las fundadoras de Podemos, ha señalado (si bien es cierto que por puro cálculo electoral) que “me gustaría un Podemos que le hablase más a España y a los españoles y no solo a los independentistas,”8 lo que ha supuesto su purga (perdón, cese) inmediata de la comisión constitucional del Congreso. Al mismo tiempo, el coordinador federal de lo que queda de la Izquierda Unida entregada a Podemos, Alberto Garzón, señala que “no es coherente ser independentista y ser comunista, en un contexto como el que estamos hablando en Catalunya”, ¡mientras a continuación sigue repitiendo los lugares comunes de una izquierda desnortada!9 Lo que venga difícilmente puede ser positivo, pues la izquierda ni está ni se la espera.

NOTAS

1 Su inventor fue Agustí Colomines, vinculado a la derecha independentista, quien reconoció que «esto del derecho a decidir es una chorrada que nos inventamos para no decir lo que es: derecho a la autodeterminación, y punto pelota» (Crónica Global, 19 de septiembre de 2013. https://cronicaglobal.elespanol.com/politica/el-derecho-a-decidir-una-invencion-reciente-del-nacionalismo-catalan_529_102.html).Para una crítica, remito a Mateo, Juan Pablo. “La farsa del derecho a decidir y la soberanía nacional”, Crónica Popular, 30 de octubre de 2014. <http://www.cronicapopular.es/2014/10/la-farsa-del-derecho-a-decidir-y-la-soberania-nacional/>

2 Existen muchas denuncias sobre el adoctrinamiento catalanista en las escuelas catalanas, donde en ciertos libros de texto se enseña que Cataluña es una nación que pertenece a la Unión Europea, y se ofrece una visión de la historia en términos de confrontación con una España que supuestamente suprimió su independencia en 1714 y la volvió a bombardear durante la Guerra Civil de 1936-39, lo que supone una falsificación de la historia. Véase al respecto, por ejemplo, las declaraciones de Jordi Cantallops, inspector de educación en Barcelona (El Mundo, 16 de octubre. <http://www.elmundo.es/cataluna/2017/10/16/59e3ae1a46163f94488b4640.html>.

3 Olvidando que tanto Marx como Lenin, por ejemplo, eran profundamente centralistas y defendían la indivisibilidad de la nación.

4 La Vanguardia, 21 de septiembre, <http://www.lavanguardia.com/economia/20170921/431444036720/guindos-independencia-catalunya-referendum.html>.

5 El Confidencial, 25 de septiembre. <https://www.elconfidencial.com/economia/2017-09-25/circulo-empresarios-cataluna-reforma-financiacion-autonomica-transferencias_1449005/>.

6 El denominado concierto económico del País Vasco y Navarra, regiones con un PIB per cápita muy superior al promedio del país, por el que recaudan el conjunto de impuestos y pagan un cupo al Estado, pero que supone una mayor capacidad recaudatoria y una menor aportación al fondo común. Constituye una herencia del antiguo régimen, y paradójicamente, aceptado por la izquierda independentista (y étnica) vasca, así como por Podemos, Izquierda Unida y demás. Huelga decir que se opone a cualquier valor progresista. Véase por ejemplo Calvet, Enrique. “El escándalo del cupo vasco”, El Mundo, 13 de mayo de 2017. <http://www.elmundo.es/opinion/2017/05/13/5915e61d22601d39348b4621.html>

7 Véase el estudio de intención de voto del diario Público (22 de octubre), en <http://www.publico.es/politica/crisis-catalana-hunde-pp-sondeos-c-s-le-arrebata-millon-votos.html>

8 Público, 25 de octubre. <http://www.publico.es/politica/carolina-bescansa-me-gustaria-le-hablase-mas-espana-y-no-independentistas.html>

9 Público, 23 de octubre. <http://www.publico.es/politica/alberto-garzon-no-coherente-independentista-comunista-contexto-catalan.html>

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