“Hoy no cualquiera puede trabajar de docente y aguantar lo que es la situación social”. Entrevista a Elena Rigatuso, Directora de la Escuela Nº 661 “Nicasio Oroño” y Secretaria de Nivel Primario de AMSAFE-Rosario

en El Aromo nº 55

aromo55_ges_entrevistaNatalia Alvarez Prieto
Grupo de investigación de educación argentina – CEICS

A fines de mayo, un estudiante denunció haber sido amenazado por un profesor con un arma de en una escuela técnica nocturna de Rosario. Según el alumno, el profesor se habría enfurecido al ver que escuchaba música con su celular. Por su parte, el docente, que cuenta con 32 años de ejercicio, negó el hecho y alegó que tenía el arma en su poder ya que la había llevado a arreglar antes de ingresar a la escuela. Según su testimonio,

“Ellos se asustaron porque cuando colgué la campera vieron la culata de la pistola en el bolsillo. Al terminar de dar clases me di cuenta de que todavía llevaba la pistola en la campera y me fui a guardarla en un armario bajo llave. En ese momento, se me cayó y lo vieron los chicos de 12 años. Cargué el arma para guardarla, para no olvidarme de las cosas. Pero los chicos llamaron a sus familiares y a la policía.”(1)

Luego del episodio, el profesor fue separado de su cargo, se le inició un sumario y dos causas judiciales (una por amenazas y otra por portación de armas). A la gravedad que reviste el hecho en sí mismo, se le suman las repercusiones sobre cada uno de sus partícipes. Recientemente, en una entrevista en un diario local, el docente declaró: “Siento una avalancha de emociones en la cabeza. Pensé hasta en suicidarme. Tengo una pastillita de cianuro en el bolsillo. Estoy desequilibrado mentalmente. Me sacaron de dar clase, me relegaron de la docencia y yo, acá en mi casa, no sé que voy a hacer.” (2)

Sin embargo, no se trata de una situación aislada. En el transcurso de un mes, se hicieron públicos dos casos graves más de violencia en las escuelas de Rosario. En una escuela secundaria un chico amenazó con un arma a sus compañeros y le gatilló varias veces a uno de ellos. En otra, una maestra de sexto grado trató de evitar que dos alumnos se golpearan y resultó herida.

En ese marco, una delegación de Amsafe, seccional Rosario, presentó una Carta Abierta(3)  ante las autoridades educativas. Allí, exigieron políticas preventivas y serias que den respuesta a las situaciones de violencia en las escuelas, que siguen repitiéndose. El gremio docente entiende que los casos de violencia en las instituciones educativas son una de las expresiones más agudas de una situación difícil que se extiende por muchas escuelas, que tiende a agravarse. Asimismo, denuncia que las autoridades educativas habrían elegido no asumir sus responsabilidades y minimizar los hechos. Ejemplo de ello ha sido que el aumento de la matrícula, especialmente en el nivel secundario, no fue secundado por la creación de las condiciones necesarias para atender a ese mayor número de alumnos (construcción de escuelas y aulas, creación de cargos y horas cátedra, etc.). Faltan tutores, preceptores, cargos de directivos en algunas escuelas, docentes de especialidades, etc. En cuanto a las aulas superpobladas, serían un anticipo de la deserción, la repitencia o de hechos de violencia. El gremio reclama también la creación de equipos interdisciplinarios de profesionales como trabajadores sociales, psicólogos y cientistas de la educación.

El Aromo entrevistó a Elena Rigatuso, Directora de la Escuela nº 661 “Nicasio Oroño”, Secretaria de Nivel Primario de Amsafe-Rosario y militante de la agrupación “Resistencia Docente”. Dicha agrupación forma parte del Frente Gremial 4 de abril, que acaba de ganar las elecciones de Amsafe, en el departamento de Rosario, por tercera vez consecutiva. La escuela en la que trabaja, ubicada en una zona de Rosario llamada “periférica”, recibe población sobrante para el capital  proveniente de la “Villa del Piso”.

En aquella oportunidad, le preguntamos sobre distintas cuestiones referidas a la violencia en las escuelas y su impacto sobre las condiciones de trabajo de los docentes.

EA: ¿Cómo cree que impacta la violencia en las escuelas en las condiciones de trabajo y de vida de los docentes?

ER: Si bien, como gremio, no vamos a sostener que la docencia es una vocación, como se sostenía a principios de siglo, es una profesión que tiene una enorme dosis de vocación, sin la cual, en la situación social que hay hoy no se sostendría. Hoy no cualquiera puede trabajar de docente. No cualquiera aguanta lo que es la situación social y lo que implica, porque esa cosa de que el docente pueda ser el transmisor de contenidos ocupa un pequeño lugar en lo que es su tarea general. Muchas horas de la vida laboral se van en tratar de hacer lazos. Pero no todo el mundo puede hacer lazos, porque la sociedad impacta sobre todos. Entonces, también pasa que algunos docentes se enloquecen, digamos, como hubo un caso hace una semana, que fue famoso, de un profesor que sacó un arma. El docente también es un sujeto social y también está sujeto a las presiones sociales. No todo el mundo responde con una sonrisa y pone la otra mejilla. Para los que tenemos muchos años de trabajo en sociedades urbano-marginales, con población muy carenciada, obviamente supone un desgaste extra que, de acuerdo a cual sea nuestra disposición ideológica, se aguanta más o menos o impacta directamente en las condiciones de salud de nuestros compañeros. Compañeros que tienen licencias por enfermedades psiquiátricas, stress, etc. O sea, les demanda un esfuerzo que realmente les afecta la salud.

EA: En general, existe cierto consenso entre funcionarios y especialistas de la educación en relación a que la violencia no sería más que una sensación, influida por los medios de comunicación. Por su parte, quienes sí admiten la existencia del fenómeno, responsabilizan, de manera más o menos consciente, a los docentes, acusándolos de ser autoritarios y bloquear el diálogo con y entre los estudiantes. ¿Cuáles considera que son las causas más profundas de la violencia en el espacio escolar?

ER: Hay una situación social de deterioro general y los docentes no somos marcianos. Somos personas, que estamos en esta misma sociedad y sujetos a estas mismas presiones. Las autoridades, en general, suelen responder que lo que se denuncia es una sensación, pero no es una sensación, es una realidad. Hay docentes que podemos estar más o mejor habilitados para el diálogo, pero hay una niñez y una juventud que nace, en el mejor y más profundo sentido del término, mal parida. Digamos que ya nace mal, que nace en terribles condiciones de vida, que no está en condiciones de establecer lazos a cierto nivel. Los chicos en la escuela pasan cuatro horas y fuera de la escuela muchas más. Mirá, hay un fenómeno que a mí me preocupa mucho y al que le doy mucha vuelta, por lo que es la población de mi escuela. Soy directora hace 10 años en un lugar emblemático acá, en Rosario. La “Villa del Piso” se llama. Las casillas donde los chicos viven son pequeñas. Las familias son muy numerosas y no entran dentro de las casillas. Entonces, los chicos pasan mucho tiempo afuera. El afuera es la vía del tren, jugando, comiendo por el campo. Cuando llegan a la escuela, el ambiente, que es el mismo desde hace décadas, les es un lugar absolutamente incómodo y extraño. No están acostumbrados, como los chicos de otro sector social, a llegar a una casa y estar alrededor de una mesa, o a tener su dormitorio y compartir un ámbito cerrado con la familia. Eso por un lado. Y están los otros, que también viven en esas mismas casillas, y que los padres, como cosa de cuidado, no los dejan salir y sólo tienen relaciones con sus familiares, con sus hermanos, con los primos, que viven en esas casillas. Entonces, la escuela es un espacio mucho más grande físicamente y quieren aprovecharlo. La violencia social se extrema en los sectores marginales pero no es que no llegó a la clase media, no es que no toca otros sectores.

EA: Como directora, ¿tuvo que enfrentar situaciones graves de violencia en la escuela?

ER: Siempre. Desde que tenemos constancia de que hay chicos muy maltratados en sus casas, hasta que los más maltratados se enfrentan entre ellos, porque repiten el trato que reciben. A veces, los docentes decimos “me falta el respeto”. Yo creo que no es que los chicos nos faltan el respeto sino que se perdió todo límite. No saben de estos límites. Entonces, los traspasan porque no saben que existen. Está permanentemente atravesada de hechos de violencia. Violencia es un chico que llega a la escuela cada vez más interesado en cuándo es el horario de la leche. El chico viene nervioso y preocupado por cuándo es el horario del comedor. Está preocupado por otra cosa que por lo que la escuela, en general, tiene para ofrecer como modelo.

EA: ¿Con qué herramientas institucionales cuentan los docentes para responder frente a estas situaciones?

ER: Cuentan con su buena voluntad. Tenemos en Santa Fe una ministra, la ministra Rasino, que hace mérito de decir que ellos no bajan línea curricular. Para nosotros eso es verdad. Dejaron de interesarse por lo que es la función específica de la escuela: transmitir cultura y alfabetizar. Quieren que la escuela sea un container, que tenga a los chicos, un poco en regla, acá adentro. Lo que dicen, a la vez que es verdad, es una verdad lastimosa y terrible. Cuando los que están en las direcciones de las escuelas no son compañeros bastante formados, que tengan herramientas para formar un proyecto educativo, la escuela naufraga. Por supuesto que los hechos de violencia se multiplican. Y digo, a la vez que es verdad, es mentira, porque eso es un currículum. Es que les dejó de importar la escuela como transmisora de cultura y les interesa como container. De la escuela pública hablo. Porque la más pobre de las escuelas privadas va a preocuparse por cumplir ese rol histórico que es alfabetizar en el amplio sentido.

NOTAS:

(1) La Capital, 03/06/2010.
(2) La Capital, 04/06/2010.
(3) Carta Abierta: “¿Hasta cuándo? La violencia crece y las autoridades ministeriales miran para otro lado”, Amsafe-Rosario, 04/06/2010.
(4) Según los datos proporcionados por la entrevistada, se trata de alumnos provenientes de familias que viven de changas, del cartoneo o de planes sociales.

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