Goodbye Marx. Las teorías sobre el capital monopolista y el supuesto fin de la competencia

en El Aromo n° 37

Por Juan Kornblihtt – Es casi un lugar común acusar a los grandes monopolios de ser los causantes de los males provocados por el capitalismo. En este artículo, vamos a discutir esta idea. No porque los capitalistas más concentrados merezcan alguna defensa, sino porque la idea de que su poder reside en el carácter monopólico lleva a confusiones sobre cómo funciona el capitalismo, y, en gran medida, sobre cómo combatirlo. El economista norteamericano Paul Sweezy (1910-2004) es uno de los intelectuales más influyentes en el marxismo y es quien dio justificación teórica a la idea del dominio del capital monopolista en reemplazo de la competencia.1 Sus teorías están presentes en gran parte de las reivindicaciones y las consignas tradicionales de los partidos de izquierda en todas sus vertientes, desde maoístas a trotskistas. El debate puede parecer menor y reducirse a sutilezas. Sin embargo, lo que se esconde detrás de atribuirle a los monopolios el manejo de la economía, es la transformación absoluta de la teoría de Marx: el fi n de la competencia entre capitales implica, en definitiva, olvidarse de la teoría del valor. Una postura que se contrapone con datos de la realidad: el permanente aumento de la productividad de las empresas para ganar mercados, las disputas a través de la baja de precios en diferentes productos, la persistencia de varias empresas incluso en las ramas más concentradas y la tendencia histórica a la caída de la tasa de ganancia.

Adiós a la competencia

Marx señaló que en el capitalismo, a diferencia de otros modos de producción, la explotación se realizaba en forma económica y no política y que en esto era clave la competencia entre capitales. A partir de la acumulación originaria y de las revoluciones burguesas, se había producido una expropiación de los medios de producción, quedando de un lado los propietarios y del otro los obreros. Al ser todos formalmente iguales ante la ley, los burgueses no pueden apelar a la extracción de excedente por la fuerza bruta directa como ocurría en el feudalismo. Es el mercado el que aparece como principal articulador de la sociedad. Las empresas venden sus mercancías y los obreros, su capacidad de trabajar. El gran descubrimiento de Marx fue que detrás de esa compra y venta, en apariencia igualitaria y democrática, se escondía la expropiación de riqueza por los burgueses. El comercio de mercancías se realiza por el tiempo de trabajo promedio para producirlas, única sustancia que las hace igualables. Detrás de este intercambio se esconde la clave de la explotación. El obrero vende su fuerza de trabajo por su valor, es decir el tiempo necesario para reproducirse él y a su familia. Sin embargo, el capitalista compra la capacidad de utilizarla más tiempo del destinado por el obrero para producir bienes equivalentes a su salario. Así, el capitalista, al adquirir la fuerza de trabajo, obtiene un trabajo gratis mayor a lo que pagó por él. De allí surge la plusvalía. Pero el capitalista no puede quedarse conforme sino que debe vender las mercancías para obtener la ganancia que produjo el obrero. Es decir, debe volver al mercado. Allí se encuentra con que no está sólo y debe competir con otros burgueses en su misma situación, para ver quién vende más.

Para ganar, la clave está en conseguir el producto más barato posible. Por lo tanto, el capitalista no pone el precio que quiere. Éste debe ser menor que el de sus competidores, pero mayor o igual al tiempo que tardó en producirse. Así, la competencia lo obliga a impulsar la reducción del tiempo que tarda en producirse cada mercancía a través de un aumento en la productividad. Al hacerlo, vende las mercancías más barato aunque por encima de su costo, obteniendo una tasa de ganancia mayor que sus competidores. Pero esto no puede durar, porque nuevos inversores invertirán en la fabricación del mismo bien con la misma o mejor tecnología, atraídos precisamente por esa ganancia elevada. Esto obliga a todos a bajar el precio hasta el límite de su valor, el mínimo que le da la ganancia promedio.

Así, Marx señaló que la competencia era el mecanismo por el cual se fijaban los precios y en definitiva se expresaba la ley del valor. La consecuencia es una guerra permanente de capitales en busca de obtener ganancia. Para lograrlo, deben aumentar su productividad y a la vez destruir a sus competidores. De esta forma se produce un permanente desarrollo de las fuerzas productivas a la vez que se reduce el número de capitalistas, por la destrucción o anexión de unos a otros. Este proceso fue sintetizado como “concentración y centralización”.2

Todo el capitalismo se sostiene, por lo tanto, en una estructura de competencia de capitales. Como señalamos, ésta produce un proceso de guerra permanente. Proceso que, hacia fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, se expresaría con mayor virulencia, llevando al surgimiento de movimientos impulsados por la propia burguesía desplazada, que busca impedir su destrucción por las grandes compañías. El marxismo, influido por este clima de época, se nutrió de numerosas investigaciones hechas por la burguesía más débil y vio en las nuevas grandes corporaciones el fin de la competencia y la llegada del monopolio como un cambio cualitativo en la dinámica capitalista. En los autores clásicos como Lenin o Bujarin, este cambio intentaba ser conciliado con la ley del valor, pero será Sweezy quien extremará las conclusiones lógicas.

Adiós al valor

Sweezy, junto con Paul Baran, en el libro El capital monopolista, elaboraron un modelo de explicación de una economía dominada por estos monopolios. Según sus hipótesis, al limitarse la competencia, cada empresa individual podía fi jar los precios sin límites, más allá de la demanda. Salvo que tuviesen un espíritu altruista, los capitalistas ya no bajarían los precios, por el contrario los subirían en forma permanente, sólo limitados por el consumo. El resultado es que se anularía la determinación del valor al precio. Se rompería así lo que Marx llamó el intercambio de equivalentes. Para Marx, en el mercado no hay robos sino compra y venta de las mercancías por su valor. Con el monopolio, esto se terminaría, con lo cual se acabaría también la extracción de ganancias a través de la plusvalía. Por el contrario, para Sweezy los monopolistas podían obtener más ingresos al aplicar la fuerza directa que les da su presencia monopólica en el mercado. Así, desarrolló la teoría de los excedentes que reemplazarían a la plusvalía: “…preferimos el concepto excedente al tradicional de plusvalía de Marx, ya que el último probablemente se identifica, en la mente de la mayoría de la gente familiarizada con la teoría económica del marxismo, con la suma de utilidades, interés y renta”.3 El concepto de excedentes implica una extracción extraeconómica de los países donde residían los monopolios al resto de los países menos desarrollados a través del imperialismo, pero sin hacer referencia al trabajo humano como fuente principal. Esto implica un cambio fundamental: el fi n de la explotación económica, reemplazada por una explotación extraeconómica, regida por el poder político en forma directa a través del saqueo directo de riquezas.

La desaparición o atenuación de la competencia implica, para Sweezy, otra consecuencia lógica: el fi n del impulso de los capitalistas a innovar. Sin presión por bajar los precios, no hay presión por disminuir los tiempos de producción. Por lo tanto, el cambio tecnológico deja de ser inmanente a la dinámica del capital y queda reducido a los deseos de los capitalistas: si estos quieren tener más ganancias, innovarán (siempre y cuando los costos de la nueva técnica no sean mayores a las ganancias que obtienen). Con el fi n del valor, también se anularía la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, provocada por el aumento de la tecnología en reemplazo del trabajo. Acabada la innovación, se entra en una etapa de estancamiento crónico donde la economía es en forma creciente regulada por los monopolios. No se llega a una sociedad planifi cada, pero las crisis se atenúan. Estas conclusiones abrieron las puertas a posiciones reformistas, con la ilusión de que, limitando el poder de los monopolios, se podía lograr un capitalismo “para todos”, tanto obreros como pequeños y medianos capitales industriales.

Adiós a la ciencia

omo Sweezy mismo reconoce, el concepto de capital monopolista fue construido como un modelo ideal.4 El problema es que el estudio empírico demuestra que las condiciones de dominio monopólico no se cumplen ni, menos aún, sus consecuencias. En primer lugar, la supuesta centralización de capital no es absoluta. Por el contrario, si tomamos las principales ramas de la producción, como puede ser la automotriz, vemos que existe una fuerte y permanente competencia entre diferentes marcas a nivel mundial. Situación similar se observa en el análisis de la industria siderúrgica o en la alimentación. Los ejemplos pueden ser miles. Incluso en las ramas en las cuales se consolida un monopolio, la tendencia es a que, luego de un determinado período, éste desaparezca. Por ejemplo, la telefonía fija en la Argentina contó con derechos monopólicos establecidos desde el Estado, luego de las privatizaciones. Sin embargo, al existir una alta rentabilidad, aparecieron compañías de telefonía celular que impulsaron la competencia burlando el monopolio.

Tampoco se observa un aumento absoluto de los precios, otra de las premisas fuertes de Sweezy. Por el contrario, gran parte de los bienes cuestan menos que en el pasado. Basta mirar el precio de una calculadora, una computadora o aún más el de un teléfono celular hace sólo un par de años. Existen subas de precios en ciertas materias primas o el petróleo, donde efectivamente hay monopolios de las tierras, pero no en el grueso de los precios industriales.

La baja de precios lleva a mirar qué ocurre con la productividad y comprobar si el trabajo lo sigue determinando el tiempo de trabajo, como decía Marx, o hay que buscar la explicación en otro lado. En este aspecto, las investigaciones muestran que el estancamiento en la inversión pronosticado por Sweezy no se cumple. Distintos investigadores midieron el aumento de la productividad a partir de la incorporación de maquinaria, algo que efectivamente se comprueba no sólo en las mediciones generales de la economía mundial5, sino también en el estudio de ramas de la producción en particular. Por ejemplo en la producción de zapatos, de golosinas, textil, harinera o siderurgia muestran transformaciones en el proceso de producción en busca de reducir el trabajo vivo y aumentar la plusvalía relativa. Este aumento de la productividad cuestiona el estancamiento crónico. Algo que se comprueba cuando se observa la evolución de la tasa de ganancia. El monopolio implicaba para Sweezy un freno a su caída. Sin embargo, el aumento de la maquinaria por sobre el trabajo humano impulsó una tendencia a su caída desde la década del ’50 hasta la actualidad de más de un 50% según la medición que se tome.6

La investigación empírica demuestra que la idea del dominio del capital monopolista debe ser puesto en cuestión. Puede existir en algunas ramas, en determinados momentos, pero no explica la dinámica del capitalismo. Y sin embargo, ha sido incorporado sin cuestionamientos por gran parte de la izquierda. Se trata de una aplicación ajena al método científico defendido por Marx, pues reemplaza la investigación de las condiciones concretas de la acumulación de capital por la utilización mecánica de tipos ideales, sólo sostenidos en citas de autoridad. Por el contrario, lo que un programa para la revolución requiere es el análisis científico de la realidad en la que toca intervenir.


Notas

1Véase Baran, Paul y Paul Marlor Sweezy: El capital monopolista, Siglo XXI, Buenos Aires, 1969.
2Para una lectura didáctica que amplíe los conceptos resumidos en este párrafo, ver: Shaikh, Anwar, Valor, acumulación y crisis, Buenos Aires, Ediciones ryr, 2007 o sino remitirse directamente a Marx, Karl: El capital, Siglo XXI, México, 1998.
3Baran y Sweezy: op.cit., p. 13, cita al pie nº 6.
4Sweezy reconoce el uso de metodología de corte weberiana antes que marxista: “Mediante la construcción y análisis de modelos de segmentos o aspectos de la realidad que se estudia se llega aquí a una comprensión científi ca. El propósito de estos modelos no es refl ejar la imagen de la realidad, ni incluir todos sus elementos en sus medidas y proporciones exactas, sino más bien separarlos. (…) El modelo es y debe ser irreal en el sentido en que la palabra se usa más comúnmente.”, Baran y Sweezy, op. cit., p. 17 (el resaltado es nuestro).
5Véase, entre otras, las mediciones de Shaikh, Anwar: op. cit., p. 448 o Gerard Dumenil en http://www.jourdan. ens.fr/~levy, para los EE.UU. Mediciones que también se observan, aunque en menor escala, para la economía argentina, ver: Iñigo Carrera, J. La formación económica de la sociedad argentina, Imago Mundi, Bs. As., 2007.
6Véase Shaikh, Anwar: op. cit., p. 450 y Moseley, Fred: “Teoría marxista de la crisis y la economía de posguerra de los EE.UU.”, en Razón y Revolución n° 14, primavera 2005.

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