Etnografía de la miseria, miseria de la etnografía

en El Aromo n° 43

Juan Manuel Irribarren

Taller de Estudios sociales – CEICS

Las comunidades étnicas habitantes del Gran Chaco han sido analizadas desde distintas corrientes antropológicas en su mayoría erradas y esencialistas. Gastón Gordillo, autor de En el Gran Chaco, Antropologías e historias1 , a pesar de ser uno de los exponentes “progresistas” de la antropología argentina, incurre en los mismos errores que sus predecesores. El libro analiza el modo de vida y el proceso de inserción de los tobas y wichis en el Estado argentino, es decir, de cómo se introdujeron las relaciones capitalistas y que rol cumplían estas comunidades en las mismas. En este sentido, aporta una serie de datos concretos y, partiendo de un abordaje histórico materialista, critica a las corrientes fenomenológicas (autores como Marcelo Bórmida, exponente de la antropología argentina en los ‘70, que planteaban analizar al objeto de estudio como algo estático y como un ente en sí, sin relación con su entorno) o culturalistas. Las últimas justifican las prácticas de los grupos étnicos según costumbres de su propia cultura, llegando a decir, por ejemplo, que los tobas preferían trabajar como empleados públicos porque equivale a sus prácticas de cazadores y recolectores, en donde obtenían su subsistencia al instante y a través de algo dado por la naturaleza en vez de ser agricultores… Gordillo pretende algo distinto con su análisis. Sin embargo, la posición teórica de la que parte, en donde la memoria social construye la realidad, lo lleva a los mismos errores de quienes critica.

Memoria social o cómo la experiencia construye la realidad

Gordillo estudia la memoria social para ver cómo se desarrolla el proceso de internalización y reformulación de los discursos hegemónicos por parte de los actores sociales. En este sentido, analiza distintos relatos que, a su juicio, construyen relaciones espacio-temporales producto de la experiencia de los protagonistas. Así, por ejemplo, las historias de pobreza y explotación son las que definirían, en un determinado momento y lugar, las paupérrimas condiciones de vida de los grupos étnicos. En otras palabras, la pobreza sería producto de los relatos, es decir, la experiencia como creadora de la realidad. En su libro titulado Nosotros vamos a estar acá para siempre. Historias Toba, declara: “Si hay algo que he aprendido de mi trabajo con los tobas es que toda memoria es al mismo tiempo historia real y culturalmente construida y que no hay proceso histórico cuya objetividad pueda verse como algo externo a, o separado, de la subjetividad cultural de sus protagonistas”2 . Ahora bien, sostener que la experiencia determina la realidad equivale a eliminar cualquier análisis objetivo y suprime cualquier tipo de determinante existente. Esta postura teórica, parte de los estudios de E. P. Thompson,3 en los cuales como la experiencia define la realidad, y ésta es delimitada por la experiencia, se produce un círculo en donde no se llega a ninguna conclusión más que el relato mismo. Por ello, en última instancia, ésta deja de existir como una totalidad única producto de las relaciones sociales determinadas por un modo de producción y se transforma en diferentes realidades propias de cada individuo. Así, este tipo de análisis deja de lado al materialismo histórico y se centra en un estudio de tipo subjetivista, individualista y relativista.

La situación de la clase obrera en el Chaco

Desde su inserción en el Estado argentino, a comienzos del siglo XX, las comunidades étnicas de la región del Gran Chaco, se constituyeron como parte de la clase obrera. A partir de las excursiones militares, tobas, wichis y los distintos grupos étnicos pasaron a ser mano de obra barata tanto para la producción de zafra en distintos ingenios, como el de San Martín del Tabacal, como para el cultivo de algodón y otras materias primas que se producen en la región. Por su condición étnica, eran segregados al sector más bajo de la clase obrera, teniendo que soportar las peores condiciones de trabajo, con los salarios más miserables de toda la escala salarial. A partir de 1960, con la mecanización de la producción, fueron expulsados de los ingenios pasando a formar parte de la sobrepoblación relativa. Mientras que capas obreras de residencia urbana en su misma situación encontraron otros medios de subsistencia, como el cartoneo, los tobas recurrieron a la marisca. Esta práctica, que viene de la época “precapitalista”, consiste en la recolección de los alimentos (frutos, raíces, miel) del monte chaqueño, así como también de la caza y la pesca. Si bien con el desarrollo capitalista, la extensión de los cultivos comerciales y cambios en el régimen hídrico de los ríos, se redujo la disponibilidad de estos recursos naturales, los mismos siguen constituyendo una fuente de alimento para dichas comunidades. Con el retorno de la democracia, gran parte de la población se volcó al empleo público, ocupando diferentes cargos y jerarquías. Así, algunos en la comunidad dejaron de depender del monte, mientras que otros seguían practicando la marisca para la subsistencia. En este sentido, distintos sectores de la clase obrera comenzaron a mantenerse entre ellos, por medio de una reciprocidad en donde quienes más tenían repartían a quienes menos tenían. Veamos ahora cómo, por medio de la lente del subjetivismo, estos datos se transforman en prácticas contrahegemónicas, diferenciación de clase y otros conceptos erróneos.

Lo confunden todo

Para Gordillo, los relatos construyen la realidad. Esta afirmación lo lleva a plantear dos cuestiones: por un lado, que la marisca es un mecanismo de resistencia frente a la hegemonía y la explotación laboral y, por otro lado, que al dejar de sustentarse por medio de la marisca, distintos grupos dejan de ser clase obrera y pasan a formar parte de la pequeña burguesía. Como vimos, la marisca es un mecanismo de subsistencia. El autor entiende que, producto de la alta explotación que sufren los grupos étnicos, éstos se refugian en la práctica de la marisca como forma de enfrentar a dicha explotación y, a su vez, como resistencia frente a los valores hegemónicos. Para ello, se sustenta en relatos en donde ven a la marisca como algo propio del grupo y que siempre va a estar, a diferencia de otras formas de subsistencia. Sin embargo, deja de lado otra serie de relatos en donde la marisca es vista de forma negativa: “La gente tiene hambre. En el monte, casi no hay miel, no hay pescado. […] Meterse en el monte es mucho trabajo. Ando todo el día y vuelvo cansado, porque el monte es lejos. Después, a la mañana, ¿Qué voy a comer? Nada…” (p. 82). Como el autor no parte de un análisis objetivo, y no le preocupa otra realidad por fuera de la que el discurso crea, Gordillo se desentiende del problema material que este hombre le plantea, a saber, que del monte, de la marisca, no es posible subsistir. Gordillo desatiende este problema real y cree que la preocupación no se debe sino a problemas ideológicos, subjetivos: el contacto con el mundo mercantil habría generado en los tobas nuevas necesidades (como si alimentarse bien no fuera una necesidad genérica) y modificado sus valores, de tal modo que ahora aprecian más los alimentos comprados frente a los que obtienen en el monte. Por otro lado, Gordillo considera que al cambiar su forma de producción doméstica por relaciones asalariadas en el empleo público, sectores de las comunidades dejan de pertenecer a la clase obrera para ser parte de la pequeña burguesía. Así, por ejemplo, un auxiliar docente sería parte de la pequeña burguesía (p. 136). Nuevamente, incurre en un error, al definir una clase por lo que las personas dicen (el grupo los identifica como “los ricos”) y no por las relaciones de producción, olvidando que, retomando el ejemplo, un auxiliar docente vive de vender su fuerza de trabajo, es decir que pertenece a la clase obrera. Una consecuencia de la existencia de distintos sectores dentro de la clase obrera, es que se produzca una cadena de ayuda entre ellos para lograr la subsistencia (por la deficiencia del monte). Este fenómeno, característico de la clase obrera en distintos contextos históricos, en donde la fracción desocupada es mantenida, mediante diversos mecanismos, por las fracciones ocupadas, en el Chaco adquiere formas y prácticas culturales específicas simplemente por su peculiar origen histórico. Ese elemento menor del gran proceso, común y corriente de la proletarización, lleva al autor a asociarlo en forma exclusiva con valores propios de la cultura.

El que no quiere ver…

El subjetivismo metodológico acuñado por los exponentes “progresistas” de la antropología argentina hace imposible un análisis de la totalidad de la realidad. Esto los lleva a transformar un medio de vida (la marisca) en una práctica de resistencia, cuando en realidad es sólo una forma de subsistencia insuficiente (por que no llega a cubrir el las necesidades vitales), que probablemente se abandonaría si se tuvieran a mano otros medios de vida. La hegemonía es la expresión del dominio de una clase, que mediante una combinación de coerción y consenso logra imponer su dominación como natural o necesaria a las clases dominadas. Las supuestas prácticas contrahegemónicas detalladas por Gordillo, no son tales puesto que no cuestionan la dominación de la burguesía. Recolectar miel del bosque o practicar el shamanismo no son acciones que amenacen la dominación burguesa y no van a mejorar las condiciones de vida de estas comunidades. Las condiciones de pobreza, la explotación laboral y todas las desigualdades son producto del sistema capitalista y la única salida para acabar con ellas es la superación del mismo por medio de una revolución socialista. Gordillo, en cambio, busca las respuestas en el pasado, lo que le impide toda intervención práctica efectiva y lo emparenta teóricamente con los colegas que critica. Creer que la disconformidad respecto a la escasez y el hambre de quienes se ven obligados a subsistir de menguantes recursos naturales, es el resultado de una especie de aculturación, equivale a desconocer las necesidades más urgentes de estas comunidades. Implica, también, atribuir a los tobas una naturaleza esencial ahistórica que estarían traicionando por el sólo hecho de desear un plato diario de comida.

Notas

1 Editorial Prometeo, 2006

2 Gastón Gordillo, Nosotros vamos a estar acá para siempre. Historias Tobas, Biblos, 2006.

3 Miguel A. Caínzos López, “Clase, acción y estructura: de E. P. Thompson al posmarxismo”, en Zona Abierta 50, enero-marzo de 1989. Los estudios de Thompson equivale a lo que sería el análisis emic en la Antropología.

 

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