Elefantes socialistas: la prohibición de libros para niños durante la dictadura

en El Aromo nº 65

a65rominacarlosRomina De Luca y Carlos Di Paolo
GES– CEICS

¿Usted piensa que la literatura es inocente? ¿Le parece que la literatura infantil es neutra para los chicos? Si respondió que sí, entonces lea esta nota. Va a entender por qué el Proceso censuró varios libros para niños, que hablaban de huelgas, explotación y de la (amarga) vida obrera.

La dictadura no sólo se dedicó a matar gente. Su objetivo era eliminar la posibilidad de un nuevo desafío al sistema. Por eso, desde sus inicios, reconoció la importancia del sistema educativo como lugar en el que se naturalizan determinadas concepciones acerca del mundo. El régimen estaba seriamente preocupado por cómo la institución educativa había sido “alcanzada y afectada por la prédica y el accionar de nefastas tendencias ideológicas cuyo objetivo es la destrucción progresiva de los principios y valores que sustentan y definen la argentinidad”1. Se referían, evidentemente, a la crisis de conciencia burguesa que afectaba a la escuela y sobre la que debían intervenir, porque un sistema no está a salvo cuando se matan o encarcelan los dirigentes revolucionarios, sino cuando nadie piensa en cambiarlo.

Dentro del proceso de liquidación moral de la fuerza revolucionaria, la dictadura puso su ojo en un rubro particular: los libros. La represión implicó la requisa de más de 80 mil libros de la editorial Eudeba en febrero de 1977, la gran quema en La Calera en abril de 1976 y la de más de un millón de libros de la Biblioteca CEAL, en Sarandí, en agosto de 1980.
En noviembre de 1976, el Ministro de Educación, Ricardo Pedro Bruera, decidió crear un organismo de inteligencia encubierto, bajo el nombre de área de “Recursos Humanos”. A la cabeza de esa estructura se ubicó el Coronel Agustín Camilo Valladares. Esa área desarrolló la Operación Enseñanza, dedicada a perseguir docentes, estudiantes, escritores e investigar y censurar materiales pedagógicos subversivos. El área funcionaba con personal de la SIDE. En ese marco se desarrollaron las actividades que pasamos a relatar.

Libros para aprender

La reacción ideológica no se limitó al campo de la literatura para adultos. El régimen militar también se dedicó a intervenir en un rubro en apariencia inofensivo: la literatura dirigida al público infantil. A través de una Comisión de Fiscalización del Libro de Lectura Escolar, se encargó de revisar cuáles eran los libros de circulación en las aulas. Lo hizo para determinar si ellos resultaban adecuados por sus temas o diseños. Aquí, los mecanismos de denuncia interna cobraron centralidad. Si bien hallamos algunos casos absurdos como el de la prohibición del libro de física La cuba electrolítica (por considerar que aludía al país caribeño), la mayoría de los textos fueron censurados por su contenido, con un criterio político. Veamos los casos.

Nada de huelgas

Dentro de los libros prohibidos, encontramos Un elefante ocupa mucho espacio, de Elsa Bornemann, que fue incorporado en la lista negra el 13 de octubre de 1977. El decreto de prohibición señalaba su rol de adoctrinamiento, con el “agravante a la moral, a la Iglesia, a la familia, al ser humano y a la sociedad que éste compone”2. ¿Qué narraba la historia? Víctor, un elefante de circo, decide declarar una huelga general en el circo del que formaba parte por considerar que, junto al resto de los animales, “trabajaban para que el dueño del circo se llenara los bolsillos de dinero”. Luego de convencer al resto y oficiar de delegado se declaró “Circo tomado por sus trabajadores. Huelga general de animales”. Los animales doblegaron a los hombres y los hicieron hacer piruetas, hasta que los humanos se dieron por vencidos. Como resultado de la contienda, los curiosos huelguistas regresaron a la selva en libertad. Todos viajaron en un avión, menos Víctor que ocupó uno él solo porque “todos sabemos un elefante ocupa mucho, mucho espacio”.

La explotación no existe

En octubre del ’78 se prohibió mediante el Decreto nº 1.831, el libro Cuentos para chicos traviesos, de Jacques Prévert, editado por la editorial Fausto. Allí, diversas historias de animales permiten cuestionar la explotación. Por ejemplo, en el cuento “Escena de la vida de los antílopes”, se narra lo siguiente:

“Los habitantes de África son los hombres negros, pero también hay hombres blancos que van para hacer negocios y necesitan que los negros los ayuden, pero a los negros les gusta más bailar que construir caminos y ferrocarriles […], pero es un trabajo muy duro que a menudo los hace morir […] los negros se ven obligados a hacer el ferrocarril […] y los blancos los llaman ‘trabajadores voluntarios’ […], a menudo los negros están muy mal alimentados”.

El cuento también utiliza términos como “camaradas” para referirse a los animales, ya que la historia está narrada desde la visión de los antílopes.

La propiedad privada es sagrada

Uno de los casos más emblemáticos fue la prohibición de La torre de cubos de Laura Devetach3. En su momento, se esgrimió que era portador de una ilimitada fantasía y que realizaba cuestionamientos ideológico-sociales. El libro contiene nueve historias. En “La planta de Bartolo”, el protagonista (Bartolo) siembra un cuaderno en un macetón y la planta, un día, comienza a dar cuadernos. Entonces, “Bartolo dijo ‘¡Ahora todos los chicos tendrán cuadernos!’”. El niño tiene esa idea porque, en el pueblo, los cuadernos eran muy caros y las madres se enojaban con sus hijos cuando éstos terminaban un cuaderno, en lugar de ponerse contentas porque sus hijos escribían mucho. Claro está, en la historia, el que se enoja “de verdad” es “el vendedor de cuadernos” quien intenta comprar la planta de Bartolo. Sin embargo, el niño junto a sus amigos deciden no venderla ni por todas las cosas del mundo.

La infancia es una sola

El libro de Devetach (al que nos referimos más arriba) atraviesa otro tópico urticante para la dictadura: el de infancias tristes (es decir, las obreras). En “El pueblo dibujado” la autora narra la historia de Laurita, quien siempre se quedaba sola en su casa con su gato, porque sus padres trabajaban. La nena quería dibujar en la pared, a colores, pero “no tenía con qué pintar (…) solamente tenía para hacer su dibujo un pedazo de tiza que encontró en la calle, un cascote rojo y un carbón”. Solo podía dibujar en la pared (lo que evidencia que no tenía papeles). En efecto, era una infancia pobre: dormía en la cocina “porque no había otra pieza en la casita” y se encargaba de hacer la sopa para cuando regresaran su mamá y su papá, que venían siempre cansados de trabajar.

Algo similar sucede con el caso del libro Dulce de Leche de Carlos Joaquín Duran y Noemí Beatriz Tornadú, editado por Editorial Estrada. En su versión de 1974, el libro cuenta la historia “Una familia nómade” del siguiente modo: “hay trabajos que no son continuos (…) se los llama temporarios. Para ellos, se emplean obreros temporarios”. Dentro de los trabajos se encuentra la vendimia, la esquila, cosecha de papa, duraznos, manzana, tabaco, algodón, yerba. El libro ilustra a obreros trabajando en las distintas actividades. Y narra: “trabajan mujeres y hombres, matrimonios con hijos (…) César es hijo de una de esas familias, por eso nunca pudo ir a una escuela (…) es analfabeto”. O bien “Juan de la ciudad y Pedro del bosque”. Mientras Juan vivía en la ciudad, donde todo era gris, nunca iba a la plaza, porque tenía que esperar una fila de diez niños para hamacarse. Juan pensaba qué bien lo pasarían los niños que vivían en el bosque. Su alter ego en la historia, Pedro, se cuidaba de los mosquitos, en invierno pasaba frío y antes de ir a la escuela hacía faenas.
El caso de Dulce de Leche resulta ejemplificador del temor que atravesaba a los autores una vez que sus libros pasaban a formar parte de las listas prohibidas. En este caso, ambos autores aceptaron las correcciones que les marcaron sus censores. Por ello, la misma historia de Juan y Pedro, en su versión de 1977, narra la vida de dos niños felices “en sus particularidades”.

Batalla por las letras

Lo aquí narrado no agota los cientos de libros censurados durante la última dictadura militar4. En los casos seleccionados, sus autores no tenían pasados activos en la militancia ni declaraban abiertamente simpatizantes de la fuerza social revolucionaria. Por el contrario, en sus testimonios todos manifiestan recibir la censura con sorpresa. Sin embargo, ello no le quita mérito a sus obras. Ellas expresan la crisis de conciencia burguesa y una empatía con la fuerza revolucionaria. En ese sentido, el canon literario, aun en este campo, no puede abstraerse de la lucha de clases. Siempre interviene. Por eso, el régimen militar se encargó de prohibirlos. No porque los militares fuesen paranoicos o delirantes, sino porque eran conscientes y consecuentes en una batalla que no se agotaba en el campo material (destrucción de militantes) ni político (toma del poder), sino que debía ir más allá: la victoria en el plano cultural. Es decir, imponerse de tal modo que el vencido piense como el vencedor. En ese sentido, la literatura para público infantil cumple un papel fundamental: la formación temprana de la conciencia y la estructura sentimental de toda la población.

Galtieri expreso que “en el campo intelectual la lucha es más larga, más a fondo […] va a demandar mayor tiempo que la lucha militar”. Es cierto. De hecho, esa escalada reaccionaria continuó bajo la democracia. La profundidad de esa larga derrota se percibe en los cambios en la forma de presentar los problemas. Mientras antes hubo libros que hablaban de huelgas y de explotación, hoy nos hablan de concordia y de la “dignidad” del trabajo. Mientras ayer nos narraban la vida pobre y obrera de Laurita, hoy los materiales del Ministerio de Educación nos cuentan todas las cosas que podemos comprar en la Feria de Tristán, sin importar cuánto dinero tengamos5. Resulta increíble que la izquierda revolucionaria, hoy día, sostenga una abstracta “libertad de los artistas”, negando la relación del texto con su contexto (que no es otro que la lucha de clases). Deberíamos aprender del enemigo.
Notas
1 Boletín de Comunicaciones nº 61, Resolución nº 1635 del 3 de noviembre de 1978, p. 2.
2 El Decreto nº 3.155 también prohíbe el libro El nacimiento, los niños y el amor de Agnés Rosenstiehl. Ambos libros fueron editados por Fausto.
3 El libro fue prohibido primero en Santa Fe. Posteriormente la censura se extendió al resto del país a través del Decreto 380 de mayo de 1979.
4 “La ultrabomba”, “Cinco Dedos”, “La línea” y “El pueblo que no quería ser gris” son libros tan interesantes como los anteriores. No los hemos desarrollado aquí por cuestiones de espacio.
5 La Feria de Tristán es, en el cuento, un mercado donde todos los niños, sin distinción de clase, pueden comprar lo que quieran. Véase “En la Feria de Tristán” en Al son de las palabras, serie Piedra Libre para Todos, Ministerio de Educación de la Nación, 2010.

3 Comentarios

  1. Que beuna nota, estaba buscando ese libro que lei en mi infancia en dictadura especialmente por el cuento Juan de la ciudad Pedro del bosque y ahora no recuerdo exactamente si estaba lo de pasaba frio.. creo que no.

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