El veneno de la derrota: Reseña de El carácter de la revolución en la Argentina. El PRT después del ERP, de Irma Antognazzi (Imago Mundi, Buenos Aires, 2014)

en El Aromo nº 83

 

 

Antognazzi defiende la necesidad de una revolución de carácter democrático a partir de un balance de lo que considera los errores del PRT-ERP en los ’70 y de los aciertos del MODEPA en los ’80 y ’90, reivindicando a este último como una experiencia a retomar. Se trata de la confesión de una derrota, la peor, la teórica.

 

Julieta Pacheco

Grupo de investigación de la lucha de clases en los ‘70

 

 

El libro Irma Antognazzi, El carácter de la revolución en la Argentina. El PRT después del ERP, es un intento de rescatar la historia de lo que habría sido la experiencia del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) en el exilio y en su retorno a la Argentina democrática. Para esto, recorre el devenir de los militantes que sortearon la represión y se reagruparon bajo un nuevo proceso histórico con la creación del Movimiento Democrático Popular Antiimperialista (MODEPA). El libro tiene la virtud de traer a la luz documentos escasamente trabajados, introduciendo el estudio de la izquierda a posteriori del ‘76. Sin embargo, lo hace mostrando una profunda confusión política que la lleva a utilizar la derrota del PRT-ERP como un elemento para apoyar hoy al kirchnerismo, en una defensa de una lucha ya no socialista, sino por la “democracia popular”.

 

Una tesis reformista

 

El objetivo del libro es plantear una discusión respecto del carácter de la revolución en la Argentina, lo cual es bienvenido toda vez que apela a la investigación para guiar una intervención política. Sin embargo, no realiza una contribución en ese sentido. Lo que hace Antognazzi es defender la necesidad de una “revolución” de carácter democrático a partir de un balance de lo que considera los errores del PRT-ERP en los ’70 y de los aciertos del MODEPA en los ’80 y ’90, reivindicando a este último como una experiencia a retomar.

La investigación se concentra en el análisis de los documentos del VI Congreso del PRT, realizado en el exterior, en 1979. Coincide con los balances que ese Congreso hace del accionar del partido en el pasado y con las propuestas a implementar. En ese sentido, afirma que si bien el PRT-ERP tenía planteado la cuestión de la toma del poder y la construcción de un campo político popular democrático y revolucionario, el problema fue su insuficiente asimilación del marxismo-leninismo. Este elemento, supuestamente reconocido por Santucho en 1976, habría impedido que el partido alcanzara la dirección del conjunto del pueblo. Esta debilidad se vería confirmada en su incapacidad para ofrecer una alternativa estratégica al gobierno democrático en el ‘73, caracterizar el reflujo de masas en el ’75, comprender las fuerzas económicas que promovían el golpe y el descuido de alianzas con otras clases sociales. Su error, en síntesis, sería un marcado “izquierdismo” que lo alejó del pueblo.

Estos problemas habrían sido tratados en el VI Congreso como parte de una profunda autocrítica. Como resultado se proponía reconstruir el partido y retornar al país con un propuesta superadora: el MODEPA, con una estrategia frentista con partidos reformistas y burgueses, y la defensa de un programa de conciliación de clases, siendo la contradicción principal “imperialismo-pueblo”.

El MODEPA fue creado en 1984 con el objetivo de generar un “amplio frente de político”.[1] Su primer congreso, en 1989, se planteó la “defensa de la democracia existente” y su “‘profundización’”. Para ello se vinculó con partidos de diverso signo: desde sectores del Justicialismo, pasando por el Partido Intransigente, hasta el Movimiento al Socialismo (con quien rompería por “sectario”). Incluso, con corporaciones burguesas como Asociación Pequeña y Mediana Empresa (APYME) y la Confederación General Económica (CGE). De este modo fue formando diferentes frentes a fin de erigir un “gran movimiento que involucre a los sectores populares, que denuncie el poder de la oligarquía financiera y los partidos que la representaban” (p. 62). Sin embargo, tendría corta vida dado que las diferencias en torno a las caracterizaciones de la etapa, el vuelco frentista y de defensa democrática, lo que la autora llama posiciones esquemáticas o izquierdistas derivadas de los antecedes trotskistas de la organización, habrían erosionado la capacidad de construcción política, llevando al Movimiento a su disolución en 1995. Este fracaso habría sido producto de la persistencia del “prejuicio que sostenía que toda democracia burguesa cierra de manera absoluta toda posibilidad para que esta pueda ser utilizada por el campo popular” (p. 88). Así las cosas, para Antognazzi, se volvía a repetirse el viejo “izquierdismo” de los ’70.

 

La reivindicación de la derrota

 

El libro en cuestión se encuentra atravesado por una importante confusión política y metodológica. En primer lugar, la continuidad de una organización política no se encuentra ni en el uso de sus siglas ni en la presencia de sus viejos militantes. Un partido es un programa. Si este cambia, es una organización diferente. Por lo tanto, lo que la autora nos intenta mostrar como una continuidad superadora, en realidad es una propuesta política diferente: de la construcción de una alternativa independiente de la clase obrera en el PRT-ERP a la defensa de la democracia burguesa y la alianza con partidos burgueses en los ’80.

El intento de filiar la política del MODEPA con los planteos de Santucho en Poder Burgués y Poder Revolucionario, en donde se plantearía un “frente democrático antiimperialista”, es cuanto menos un error grosero, sino una canallada. Si bien es necesario avanzar en una investigación sobre el Frente Antiimperialista y por el Socialismo (FAS) del PRT-ERP y su composición de clase, está claro que Santucho jamás promovió acuerdos con los gobiernos burgueses de turno, como sí nos invita a hacer hoy Antognazzi. Más bien todo lo contrario: el PRT-ERP batalló contra el reformismo peronista que, en 1973 con la llegada de su mayor cuadro, logró imponer un impasse en el proceso revolucionario. Eso lo convirtió, aún con sus déficits, en el mayor partido revolucionario de la etapa.

El pasaje del PRT-ERP al MODEPA no se explica por la profundización de una línea ya contenida en el partido en 1975, sino por un dato elemental que nuestra autora parece obviar: la profunda derrota que sufrió la fuerza social revolucionaria conformada en aquellos años. Una derrota que fue material (el aniquilamiento físico de militantes y activistas obreros), pero también moral, lo que significó el pasaje de valiosos militantes a las filas de la socialdemocracia. La misma Antognazzi, que militó en el PRT y en el MODEPA, es expresión de esta significativa transformación.

En realidad, la línea de defensa de la democracia burguesa tuvo su expresión política en la izquierda de los ’70. No fue justamente el PRT-ERP quien la desarrollo, sino Montoneros, que llevó adelante un programa reformista de liberación nacional. Como lo demuestra el análisis de la práctica concreta de la organización entre 1969 y 1976,[2] su desarrollo militar y de masas estuvo orientado a conseguir su objetivo político: el retorno de Perón para comenzar el proceso de liberación nacional, en la primera etapa y, hacia el final del período, para garantizar el funcionamiento de la democracia constitucional, es decir la participación electoral libre del peronismo. Esa fue una de las principales debilidades de Montoneros que repercutió en el desarrollo del conjunto de la fuerza social revolucionaria. En particular, en 1973 cuando el regreso de Perón obligaba a una profunda batalla ideológica contra el reformismo.

Tanto en sus impresiones sobre el PRT-ERP en los ‘70 como de la lucha de clases hoy, la autora asocia a la izquierda revolucionaria con “sectarismo”, sin comprender que lo que llama “izquierdismo”, es en realidad una necesidad de la lucha revolucionaria como resultado de una batalla ideológica por el desarrollo de la consciencia. Claro que en momentos de apogeo del reformismo, esa tarea de clarificación puede conllevar un momentáneo y relativo distanciamiento de fracciones de la clase obrera. Pero cuando la crisis hace lo propio y la burguesía no tiene más alternativa que descargarla sobre los trabajadores, esas organizaciones que no claudicaron políticamente, se prestigian como dirección de las masas. Quienes defienden la democracia en abstracto para formar espacios “amplios”, que albergan intereses opuestos, capitulan en la batalla ideológica y alcanzan un crecimiento superfluo y efímero.

 

Sobre llovido, mojado

 

La crítica de Antognazzi al PRT-ERP en los ’70 se hace extensiva a las organizaciones que hoy se asumen herederas de ese partido, y a la izquierda revolucionaria en general que “sostiene ‘el todo o nada’” (p. 89). Estos grupos no aprovecharían la coyuntura latinoamericana para “emprender una lucha de unidad por la construcción de poder popular”. Así, cuestiona las prácticas “piqueteras”, sus banderas rojas y consignas que los llevarían a coincidir “en sus resultados con los sectores que representan los intereses del poder financiero” (p. 89), es decir, le harían el juego a la derecha. Frente a ello, reivindica al “Peronismo del Siglo XXI”, junto al chavismo y la UNASUR. Todo un botón de muestra.

Queda claro a dónde conduce la defensa de la “democracia popular”. No casualmente Antognazzi toma 2003 como un año bisagra. Tomando ese año como hito, las “transformaciones sociales” aparecen como obra del kirchnerismo. Si estuviera más atenta al desarrollo histórico y menos obnubilada por Néstor y Cristina, podría darse cuenta que el proceso es el resultado de una recomposición en los ’90, que hace eclosión en 2001 y que todas las “transformaciones” a posteriori son el resultado de una política que busca contener las luchas dentro del marco del capitalismo. Así como en 1973 Perón ocupó el lugar de canalizador hacia el reformismo de fracciones de los sectores movilizados, en donde Montoneros jugó un rol central; desde el 2003 el gobierno K juega el rol de apropiarse de las luchas históricas del proletariado ubicándose como su heredero, cooptando a fracciones que se movilizaron en 2001 y limitando su clarificación política. Frente a ello, el “izquierdismo” es nuestra mejor herencia.

1Antognazzi, Irma: El carácter de la revolución en la Argentina. El PRT después del ERP, Imago Mundi, Buenos Aires, 2014, p. 63. Todas las citas a continuación, corresponden a esta publicación.

2Pacheco, Julieta: “Montoneros: la lucha armada para defender la democracia burguesa”, en Razón y Revolución, nº 24, Ediciones ryr, Buenos Aires, Segundo Semestre de 2012.

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