El teatro como arma. Prólogo a Los Invertidos de José González Castillo

en El Aromo nº 63

a63_teatrocomoarmaMás conocido como padre de Cátulo Castillo, el anarquista José González Castillo merece un lugar destacado entre los mejores representantes de la producción teatral argentina. A la izquierda de Payró, pero con una filiación común en Ibsen y el teatro de tesis, el autor desplegó una intensa intervención crítica, constituyéndose en un elemento de la vida política y cultural de su época.

Rosana López Rodriguez
GILP-CEICS

El teatro “de ideas”

Desde fines del siglo XIX dos programas políticos imprimieron en la cultura argentina un movimiento que supo vincular la producción artística con la tarea militante. Tanto el socialismo como el anarquismo desarrollaron una política cultural y artística con intenciones pedagógicas y de propaganda. Baste recordar el caso de la Sociedad Luz y de la dramaturgia de tesis de Roberto J. Payró, para el socialismo, o la de Alberto Ghiraldo y Florencio Sánchez para el anarquismo. Estas obras que no se representaban en teatros del circuito comercial, encontraban su espacio en las agrupaciones filodramáticas: “entre los grupos de mayor actividad teatral en estos años puede citarse a la Juventud Socialista entre 1897 y 1899, y la Academia Filodramática Ermete Zacconi, ácrata, entre 1897 y 1902; el objetivo es la propaganda sobre la cuestión social”.1  Si bien solían representarse piezas breves cuyo montaje e interpretación fueran sencillos, dado que se trataba de grupos vocacionales, debemos remarcar que también representaron obras de la talla de Los tejedores de Gerhart Hauptmann, Un enemigo del pueblo de Henrik Ibsen o El poder de las tinieblas de León Tolstoi.

De todas las formas del teatro didáctico, nos interesa particularmente el teatro de tesis, puesto que casi todas las piezas escritas por González Castillo, ya fueran dramas, tragicomedias, comedias dramáticas o sainetes, plantean “una tesis filosófica, política o moral, intentando convencer al público acerca de su legitimidad, invitándole a recurrir más a su racionalidad que a su emotividad”.2  Muchos escritores pueden ser enrolados en esta línea: Henrik Ibsen, George Bernard Shaw, Paul Claudel, Jean Paul Sartre, Máximo Gorki. Muchas veces, la intención del desarrollo de la tesis, de una idea, ha conducido al olvido de la forma estética, debido a la utilización de discursos explícitos, cuya obviedad convierte al receptor en un niño aleccionado. Como señala Patrice Pavis, el valor del teatro de tesis, además de perderse por la simplificación y vulgarización del planteo, puede también arruinarse por la excesiva sutileza de los argumentos. Una tesis presentada en términos tan complejos como en A puerta cerrada, de Sartre, lleva a la mutilación del potencial crítico del teatro “de ideas”, al limitarse a minorías extremadamente cultas. Ni uno ni otro pecado cometieron en su época las piezas de González Castillo, tan populares como polémicas. El estreno de cada obra suya siempre constituía un acontecimiento cultural y político.

La crítica de la cultura burguesa

De toda la producción del autor, el drama realista Los invertidos es el que ha provocado mayores controversias, tanto en su época como en los análisis e interpretaciones posteriores. Algunos investigadores, como Osvaldo Bazán en su Historia de la homosexualidad, han considerado que, en consonancia con el higienismo imperante, la obra constituye un claro ejemplo de homofobia. La condena mortal del desenlace solo podría explicarse por una condena moral a la orientación sexual del protagonista.

Esta interpretación tiene a su favor los dichos del propio Doctor Florez, el médico legista protagonista de la obra, que anticipa su propio castigo en el informe pericial del caso del asesino hermafrodita: “Además… hay una ley secreta… extraña, fatal, que siempre hace justicia en esos seres, eliminándolos trágicamente, cuando la vida les pesa como una carga… Irredentos convencidos… el suicidio es ‘su última, su buena evolución’ como diría Verlaine”. Esta lectura podría apoyarse también en tres paratextos del propio autor. En el primero, “Dos palabras”, del día del estreno, dice que la homosexualidad es una enfermedad, un vicio repugnante; su obra será de utilidad aleccionadora para evitar esa amenaza. Luego, el texto de descargo ante el Concejo Deliberante de la Ciudad de Buenos Aires, escrito después de la prohibición de la pieza por el intendente municipal bajo la acusación de inmoralidad. Como verá el lector, González Castillo alegó allí que su fin era “moralizador”, argumento que enfatizará en un tercer texto publicado a propósito del reestreno, “La moral en el teatro”. En su drama, insistía, se combatía un “vicio nefasto” con la intención de “inspirar repugnancia por esos tristes individuos que la crápula ha rebajado del plano común de los hombres.” Esta concepción del problema es común a la ideología higienista dominante en la época, que también preconizaba la internalización del suicidio como forma de “cura” al “problema”.3

No es ésta, sin embargo, la única interpretación. Jorge Salessi, otro de los historiadores que hoy juzgan como homofóbica Los invertidos, cita al cronista teatral del diario Última hora, que se pregunta lo siguiente:

“¿Por qué mata esa mujer? [se refiere a la mujer de Florez, que asesina al amante de su marido] Hubiese sido más obra y sobre todo más obra de González Castillo si el Doctor Flos [sic], hombre talentoso y superior, hubiese concebido el suicidio después de una reflexión honda, estando, por encima de sus vicios y de sus deseos, la conciencia.”4

Curiosamente, Salessi no se explaya sobre qué significa esta frase. Una lectura posible podría apuntar a la sospecha del cronista acerca de la verdadera posición del autor. De alguna manera, se sugiere que Florez no se suicida por reconocerse homosexual, sino por la hipocresía social. Su suicidio no es un acto de grandeza, como corresponde a los héroes del teatro de tesis sino de inconsciencia. Entonces, o se trata de una obra fallida de González Castillo, o el problema que allí se discute es otro. Esta divergencia que aquí se insinúa, se amplía en lecturas posteriores, que han llegado a considerar que Los invertidos es una apología de la diversidad sexual y vanguardia de la estética queer.5 Sin llegar a ese punto, el director teatral Mariano Dossena, responsable de la puesta actual de la obra, en línea con aquella que ya montara Alberto Ure en los años ’90, plantea que la tragedia surge, más que por la homosexualidad, por causa de la hipocresía de clase y que la heterosexualidad es la que provoca la muerte de Florez.

Una tercera interpretación puede arriesgarse, con el fin de superar posiciones dicotómicas. Por empezar, con todo lo fuertes que las afirmaciones homofóbicas del autor suenen, es necesario contextualizarlas. Los tres paratextos mencionados fueron realizados en un contexto de censura. Debemos tener en cuenta que, antes del estreno del día 14 de setiembre de 1914 en el Teatro Nacional, un representante de la inspección municipal de teatros ya le había solicitado al autor el cambio del título. El mismo día del estreno asistieron inspectores municipales, quienes no presentaron ninguna objeción, pero a pesar de lo favorable de su informe, antes de la novena representación, la obra fue prohibida por el intendente Anchorena, debiendo González Castillo apelar al Concejo Deliberante para conseguir su reposición.

Aun así, es verdad que lo dicho está y que hay que buscar argumentos más fuertes si se quiere defender otra perspectiva. Y lo cierto es que la obra ofrece una posibilidad interpretativa menos sesgada que la de la homofobia o la de la apología: el suicidio del Doctor Florez se desencadena ante la muerte de Pérez y la inevitable revelación de la verdad. El médico pierde a su amante y debe enfrentar a una sociedad que lo condenará. ¿Qué móvil lo empuja al suicidio? ¿Ha internalizado que la buena evolución del invertido es la de quitarse la vida? O lo que es lo mismo, ¿es consciente de la decisión que toma? No, el protagonista no lo hace convencido sino presionado. Es lo que destaca el cronista de Última hora. Lo mata su mujer, tan hipócrita que es capaz de engañarlo con su mejor amigo; lo mata la exigencia de una doble vida, la imposición moral del sexismo y la lógica binaria de roles de género. Lo mata el terror a verse expuesto socialmente, él, un profesional de renombre debiendo asumir una verdad que todos los prejuicios de su clase lo obligaron a ocultar. Florez es víctima de los prejuicios sociales y profesionales que lo reprimieron toda su vida. Es decir, el tema de la obra, la “tesis” no tiene que ver con la homosexualidad, sino con la hipocresía social. La homosexualidad es la excusa para encuadrar el problema.

Desde este punto de vista, los retratos homosexuales resultan contradictorios con las opiniones explícitas del autor en aquellos paratextos. Nótese que, por ejemplo, la escena en la que intervienen los travestis, la Princesa de Borbón y la Juanita, es festiva, sin dramatismo, con la naturalidad propia de aquellos individuos que han podido escapar a la ideología de la heterosexualidad. No hay aquí ni desprecio ni condena. Es cierto que en la obra hay también un homosexual que corrompe, el “crápula” Pérez, pero su delito es más el de la hipocresía que el de la orientación sexual. Al mismo tiempo, hay personajes heterosexuales que son muy fuertemente cuestionados. Clara, la esposa de Florez y amante de Pérez, puede llevar adelante tranquilamente una doble vida hasta que, desde el lugar de una supuesta moralidad, de la norma impuesta por el binarismo heterosexual, se permite juzgar como engaño lo que hace su marido y no lo que ella misma ha estado haciendo. Es más, ella es la verdadera asesina, en tanto que al matar a Pérez se asegura que la homosexualidad de su marido saldrá necesariamente a la luz. No sería disparatado pensar que la buena señora Clara ha cometido un crimen perfecto, en tanto será juzgada favorablemente por la moralidad de su época. Florez debe morir, entonces, porque su propia clase no le permite liberarse, a diferencia de las travestis de la garçonnière. Y si la homofobia se encuentra también en la clase obrera, resulta evidente también su mayor tolerancia. El vector de la hipocresía social es una clase específica, la burguesía.

Un autor que construyó toda una literatura contra los prejuicios sociales, probablemente no haya podido escapar a todos los prejuicios de su época. Sin embargo, incluso a su pesar, escribió un texto que superó a su propio autor. Esta diferencia entre la obra y su progenitor, precepto metodológico elemental, ayuda a comprender el intríngulis: concientemente, Castillo podía ser homofóbico, pero la lógica de su intervención político-estética se resuelve en sentido contrario.

La obra de Castillo conserva una vigencia evidente. Ello se debe, sencillamente, a que la cultura a cuya crítica dedicó su obra, la cultura burguesa, sigue dominando la escena social. No es extraño, en tanto que no hace otra cosa que expresar en este campo el dominio general de la misma clase. Podemos decir, entonces, que, más allá de sus limitaciones personales, su obra constituirá, hasta el día que otros modelen otra sociedad (y por ende, otra moral) una referencia crítica indispensable.

Notas
1 Seibel, Beatriz: Historia del teatro argentino, Corregidor, Buenos Aires, 2002, pág. 298.
2 Pavis, Patrice: Diccionario del teatro, Paidós, Buenos Aires, 2008, págs. 449-450.
3 Véase Bunge, Carlos Octavio: “Notas sobre el problema de la degeneración”, en Revista de Filosofía, n° 4, 1918, págs. 7 a 31.
4 Tomado de Salessi, Jorge: Médicos, maleantes y maricas, Beatriz Viterbo Editora, Rosario, 1995, pág. 375.
5 Trerotola, Diego: “Transgénero criollo”, Página/12, 20/3/2011.

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