El partido socialista y el revolucionarismo apartidista

en El Aromo n° 39

Vladimir Ilch Lenin
(1870-1924)

El movimiento revolucionario de Rusia, a medida que se extiende con celeridad en nuevos sectores de la población, crea una serie de organizaciones que no son partidarias. La necesidad de unirse se manifiesta con tanta mayor fuerza, cuanto más ha sido contenida y perseguida. Las organizaciones surgen sin cesar, adoptando una u otra forma, a menudo no cristalizada todavía, y su carácter es sumamente original.

El riguroso espíritu de partido es la consecuencia y el resultado de una lucha de clases altamente desarrollada. Y, a la inversa, los intereses de una franca y amplia lucha de clases, demandan el desarrollo de un riguroso espíritu de partido. Por eso, el partido del proletariado conciente, la socialdemocracia, combate siempre y con toda razón el no partidismo, y trabaja con perseverancia en crear un partido obrero socialista fiel a los principios y bien cohesionado. Esta labor tiene éxito entre las masas a medida que el desarrollo del capitalismo divide a todo el pueblo cada vez más profundamente en clases y agudiza las contradicciones entre ellas. Es plenamente comprensible que la actual revolución haya engendrado y engendre en Rusia tantas organizaciones que no son partidarias. […]

El carácter de la revolución en desarrollo, que hemos descrito, da origen, naturalmente, a organizaciones que no partidarias. El movimiento en su conjunto adquiere inevitablemente un sello de apartidismo, apariencia apartidista; pero, claro está, sólo apariencia. La necesidad de una vida “humana” y civilizada, de organizarse en defensa de la dignidad humana, de los propios derechos como hombre y ciudadano, abarca a todos, une a todas las clases, rebasa con gigantesco ímpetu todas las fronteras de partido, conmueve a personas que están muy lejos todavía de poder elevarse hasta una posición partidista. La necesidad vital de conquistar derechos y reformas inmediatas, elementales, esenciales, relega a segundo plano por así decirlo, toda idea y toda consideración acerca de lo que vendrá después. La preocupación por la lucha presente, necesaria y legítima, porque sin ella el éxito en la lucha es imposible, obliga a idealizar esos objetivos inmediatos y elementales, los pinta de color de rosa e inclusive los envuelve a veces en un ropaje fantástico. La simple democracia, la vulgar democracia burguesa, se toma por socialismo y es “registrado” como tal. Todo es, al parecer, “apartidista”; todo parece fundirse en un solo movimiento “liberador” (que, en realidad, libera a toda la sociedad burguesa); todo adquiere un ligero, ligerísimo tinte de “socialismo” debido sobre todo al papel dirigente que desempeña el proletariado socialista en la lucha democrática.

La idea del apartidismo no puede dejar de alcanzar, en tales condiciones, ciertas victorias pasajeras. El apartidismo no puede dejar de convertirse en una consigna de moda, pues la moda se arrastra desvalida a la zaga de los acontecimientos y una organización apartidista aparece precisamente como el fenómeno más “habitual” en la superficie de la vida política; democratismo apartidista, movimiento huelguístico apartidista, revolucionarismo apartidista.

Cabe preguntar ahora: ¿cuál debe ser la actitud de los integrantes, de los representantes de las diversas clases, ante este hecho del apartidismo, ante la idea del apartidismo? Debe ser, no en el sentido subjetivo, o sea qué actitud sería deseable ante este hecho, sino en el sentido objetivo, es decir, qué actitud imponen los intereses y los puntos de vista de las diversas clases.

Como ya dijimos, el apartidismo es un producto o, si se quiere, una expresión del carácter burgués de nuestra revolución. La burguesía no puede dejar de tender al apartidismo, pues la ausencia de partidos entre quienes luchan por la liberación de la sociedad burguesa implica la ausencia de una nueva lucha contra esa misma sociedad burguesa. Quien libra una lucha “antipartidista” por la libertad, no comprende el carácter burgués de la libertad, o bien santifica el sistema burgués o bien aplaza la lucha contra ese régimen, su “perfeccionamiento” para las calendas griegas. Y, a la inversa, quien conciente o inconcientemente es adicto al régimen burgués no puede dejar de sentirse atraído por la idea del apartidismo.

En una sociedad basada en la división en clases, la lucha entre las clases hostiles se convierte indefectiblemente, en determinada etapa de su desarrollo, en lucha política. La lucha entre los partidos es la expresión más íntegra, completa y específica de la lucha política entre las clases. El apartidismo significa indiferencia ante la lucha de los partidos. Pero esa indiferencia no es equivalente a la neutralidad, a la abstención en la lucha, pues en la lucha de clases no puede haber neutrales, en la sociedad capitalista no es posible “abstenerse” de participar en el intercambio de productos o de fuerza de trabajo. Y el intercambio engendra, indefectiblemente, la lucha económica, y tras ella la lucha política. Por eso, permanecer indiferente ante la lucha no significa, en realidad, apartarse o abstenerse de la lucha ni ser neutral. La indiferencia es el apoyo tácito al fuerte, al que domina. En Rusia, el que fue indiferente a la autocracia antes de su caída en la revolución de octubre, tácitamente apoyaba a la autocracia. En la Europa de hoy los que son indiferentes a la dominación de la burguesía, tácitamente apoyan a la burguesía. Quien es indiferente ante la idea de que la lucha por la libertad es de carácter burgués, apoya tácitamente la dominación de la burguesía en esa lucha, en la Rusia libre que se está construyendo. La indiferencia política no es otra cosa que saciedad política. El que está lleno es “indiferente” e “insensible” ante un pedazo de pan; pero el hambriento siempre tomará “partido” frente a un pedazo de pan. La “indiferencia y la insensibilidad” de una persona ante un pedazo de pan no significa que no tiene necesidad de pan, sino que lo tiene asegurado, que jamás le falta, que se ha instalado sólidamente en el “partido” de los saciados. En la sociedad burguesa, el apartidismo es la forma hipócrita, disimulada, pasiva, de expresar adhesión al partido de los saciados, de los que dominan, de los explotadores.

El apartidismo es una idea burguesa. El espíritu de partido es una idea socialista. Esta tesis es aplicable, en general, a toda sociedad burguesa. Desde luego, hay que saber aplicar esta verdad general a los distintos problemas y casos particulares. Pero olvidar esta verdad cuando la sociedad burguesa en su conjunto se alza contra el feudalismo y la autocracia, significa en la práctica renunciar por completo a la crítica socialista de la sociedad burguesa.

La revolución rusa, a pesar de que aún se encuentra en la etapa inicial de su desarrollo, proporciona ya no poco material para confirmar las consideraciones generales expuestas. Sólo la socialdemocracia, el partido del proletariado con conciencia de clase, siempre defendió y defiende el riguroso espíritu de partido. Nuestros liberales, representantes de los puntos de vista de la burguesía, aborrecen el espíritu socialista de partido y no quieren oír hablar de la lucha de clases.[…]

Defender la independencia ideológica y política del partido del proletariado es la obligación constante, inmutable y absoluta de los socialistas. Quien no cumple con esta obligación, deja en la práctica de ser socialista, por muy sinceras que sean sus convicciones “socialistas” (socialistas de palabra). Para los socialistas participar en organizaciones apartidistas es sólo admisible como excepción. Y los propios fines de esta participación, su carácter, sus condiciones, etc., deben subordinarse por entero a la tarea fundamental: preparar y organizar al proletariado socialista para la dirección conciente de la revolución socialista.

Las circunstancias pueden obligarnos a participar en organizaciones apartidistas, sobre todo en el período de la revolución democrática y, en particular, de una revolución democrática en la que el proletariado desempeña un papel relevante. Tal participación puede ser necesaria, por ejemplo, para difundir el socialismo ante un auditorio democrático no definido o en interés de la lucha conjunta de socialistas y demócratas revolucionarios frente a la contrarrevolución. En el primer caso, esa participación será un medio de dar a conocer nuestras ideas; en el segundo, un pacto de lucha en aras de la consecución de determinados objetivos revolucionarios. En ambos casos, la participación sólo puede ser temporaria. En ambos casos, sólo es admisible a condición de resguardar en forma total la independencia del partido obrero y a condición de que el partido en su conjunto vigile y oriente a sus miembros o a los grupos “delegados” en las asociaciones o los soviets apartidistas.

* Publicado en Nóvaia Zhizn, 26 de noviembre y 2 de diciembre de 1905.

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