El manejo del tiempo. Una entrevista a Andrés Rivera

en El Aromo n° 33

Por Rosana López Rodríguez y Fabián Harari

Queríamos empezar con su historia familiar, con su padre…

Mauricio Moisés. Hijo único de un padre que militaba en la socialdemocracia polaca. La represión de los aristócratas polacos, de los coroneles polacos, lo lleva al exilio. Como muchos judíos de lo que fue la URSS, en medio de la guerra civil de la Polonia de los aristócratas y los coroneles, embarcó en un puerto francés y llegó a la Argentina sólo con su alma. Lo primero que hizo fue buscar el sindicato del vestido. Lo encontró, durmió 13 días en la Plaza Once y luego ingresó a un taller. Mi padre fue hasta su muerte un obrero calificado. Obrero calificado como era, pasó a ser el dirigente de ese taller y luego del sindicato de obreros del vestido. Nunca dejó de ser eso, un obrero del vestido. Fue miembro del PC argentino. Yo había ingresado al PC en septiembre de 1945 y me expulsaron en 1964. Lo hicieron por prudencia. Digo prudencia porque yo manifesté mis desacuerdos con la línea política del PC. Era la época de la coexistencia pacífica. Fui calificado de nacionalista burgués, chinoísta y otros calificativos. Mi padre calló siempre. Aceptó lo que me había ocurrido. Mi madre conoció el antecedente directo del holocausto: en su ciudad natal, en el sur de Ucrania, en cuatro horas los soldados degollaron a seis mil judíos. La familia de mi madre se salvó porque a mi abuela se le ocurrió, cuando entraron dos asesinos en la casa, decir la palabra tifus. En aquel momento era más mortífero el tifus que las ametralladoras.

¿Estas historias familiares y, al mismo tiempo, políticas, tienen que ver con su ingreso a la literatura?

Mi tío trotskista, Felipe, fue el primero que puso ante nosotros una novela de Roberto Arlt. Ahí se inicia mi incursión en la literatura argentina. Esa es, más o menos, mi relación con la literatura y la política. Fui calificado, soy calificado como un novelista político o histórico, lo cual es una falsedad. Que yo haya escrito El farmer, esto es, Juan Manuel de Rosas en el exilio, y La revolución es un sueño eterno, en torno a la vida en un joven Juan José Castelli, que muere en cárcel, no implica que yo sea un novelista histórico. Implica meramente que soy novelista.

Esa literatura a la que Ud. ingresa está dominada por la figura de Borges, aunque más de un crítico o escritor cuestiona su centralidad, como Castelnuovo, que no lo consideraba un buen escritor a pesar de la calidad de su técnica, o el mismo Viñas que afirma que Rodolfo Walsh era mejor. ¿Ud qué opina?

Creo que Rodolfo Walsh era un escritor excepcional. Se anticipó a Truman Capote. Cito un sólo título: El caso Satanowsky. Cinco años antes que Truman Capote escribiera A sangre fría y esperara siete años a que el estado norteamericano asesinara a esos dos delincuentes para poner punto final a su obra. De las afirmaciones de David Viñas no quiero hacerme cargo. Con respecto a Borges, repare en Emma Zunz. Si yo quiero llevar este análisis a un extremo, diría que es un cuento clasista.

Hay una tendencia bastante generalizada hoy a considerar que la literatura es un mero pasatiempo y que los escritores de ficción no hacen política…

Cuando se plantea eso, es una necesidad de acomodamiento a la realidad material: tengo que ser un escritor que vende y me acomodo a lo que el mercado pretende. Atengámonos a los hechos: las pequeñas editoriales que me publicaron a mí hasta que me dieron el Premio Nacional de Literatura, quebraron todas. Será porque me publicaron a mí, pero eso es lo que les pasó. Hasta que, en 1987, me dieron el Premio por una novela muy mala, El precio que apareció en 1957. Ahí me retiré de todo trabajo asalariado. Todavía éste era un país caliente. ¿Qué quiero decir con esto? Nos fuimos como les dije antes, a Córdoba y la consigna central de los trabajadores mejor pagos de la industria metal-mecánica era “ni golpe ni elección, revolución”. Hoy Córdoba vive en la anomia, y la clase obrera como clase, no como una clase que piensa en su emancipación, ha sido reducida a los términos más mínimos posibles.

En relación a la narrativa argentina actual, ¿sigue a los escritores más jóvenes, como Florencia Abbate, Juan Terranova o Martín Kohan?

No. Me queda poco tiempo y quiero usar ese tiempo que es la única propiedad privada que respeto. Usted me pregunta por estos nuevos narradores y qué quiere que le diga. No puedo opinar sobre Florencia Abbate o algún otro porque tengo mucho que leer.

¿La literatura puede intervenir en la lucha de clases? Y si puede intervenir en la lucha de clases, y en el campo revolucionario, ¿cuáles son las características de esta intervención?

A mi juicio, la literatura siempre interviene, le guste o no le guste a quienes escriben. Marx dijo alguna vez que Balzac, que era un monárquico, ponía en escena a héroes plebeyos. Víctor Hugo, Los miserables. El inspector Jean Valjean participa del primer levantamiento obrero que conoció la historia, en 1848. En nuestro país podemos decir que desde los ’70 hay manifestaciones esporádicas y están actuando a su manera grupos como los de ustedes. ¿Qué más? No tengo críticas que realizar a grupos como ustedes, no conozco exactamente qué hacen, salvo esta literatura, cuánta inserción tienen en lo que queda de la clase obrera y que pasa con los intelectuales. Los intelectuales tienen que mantener una distancia con respecto al Estado. Yo fui unos de los beneficiarios de este estado. En algún momento se les ocurrió darme le Premio Nacional de Literatura. No creo que haya pensado en ganar, simplemente que el jurado que recibió eso y no encontró a nadie mejor que a mí. Yo soy un privilegiado: de los $309,5 que me pagaban por el premio nacional, recibo ahora $2.200, tengo mi jubilación de privilegio…

La plata nunca se pregunta de dónde viene sino para qué se usa…

También está Bertold Brecht, que dijo que uno se siente mejor con el bolsillo lleno.

Me dijo que había leído mi artículo en la Veintitrés…1

A mí me pareció excepcionalmente bueno y me pregunté por qué la revista 23 se lo había publicado. Usted debería continuar ese artículo.

Lo que sucede es que planteamos responder a la polémica y nos dijeron que todavía no, que iban a pedirles que escribieran a las otras personas involucradas en esta cuestión y que posiblemente más adelante…

Olvídese.

Tendremos que sacarlo en El Aromo…

Es probable.

Siguiendo con los intelectuales, la primera plana del campo “progresista” está ocupada por personajes como Juan Carlos Portantiero, Beatriz Sarlo, Horacio Tarcus y otros. En general, repudian su propia trayectoria revolucionaria. A mí me resultaba interesante la comparación con sus personajes. Castelli, Paz y Rosas, son gente que no se repudia a sí misma…

En primer lugar, Beatriz Sarlo y Horacio Tarcus están hablando o utilizando su propio pasado, no es que reniegan de él, lo están usando. Por eso Tarcus tiene un centro de investigación sobre la izquierda y escribe en La Nación. Beatriz Sarlo es una figura muy destacada en la universidad, ha pasado por los EE.UU., es una mujer inteligente y dirige esa revista, Punto de Vista, que no sólo nuclea un grupo reducido de intelectuales, sino que irradia opiniones que yo no creo que confundan a los intelectuales, pero sí que influyen en lo que se podría llamar los jóvenes intelectuales, que van de los 25 a los 40 años. El presidente Néstor Kirchner y quienes lo rodean, se aprovechan de eso, no me interesa si deliberadamente o no. En este país no hay intelectuales transgresores ni de izquierda ni de centro, ni de centro izquierda (que no sé qué quiere decir eso). Intelectuales de derecha yo creo que no existen, no hay intelectuales de derecha inteligentes. Eso se probó en los años de la dictadura militar. Los intelectuales tienen opciones, pero si hablamos de la Argentina, ¿qué opciones hay? ¿De qué trasgresión hablamos, si permiten a cualquiera decir cualquier cosa? No molesta al sistema, no le hace daño. Y no le hace daño porque la clase obrera ha sido reducida a su más mínima expresión, los gordos siguen al frente de la CGT, no hay movimientos obreros alternativos.

No son arrepentidos. Horacio Tarcus es hoy subdirector de la biblioteca nacional. Y Horacio González director, y es cualquier cosa menos peronista. Creo que es muy inteligente en algún punto. Y a quien yo respeto. ¿Qué es lo que viene a plantear Horacio Tarcus? Que hay un capitalismo bueno. No un capitalismo salvaje como siempre fue. El capitalismo por su esencia siempre va a ser salvaje, va a ser brutal aun en los países más refinados.

¿Qué piensa de este fenómeno de intelectuales kirchneristas tipo Felipe Pigna?

Felipe Pigna se convirtió en un comerciante. Yo lo presenté 4 veces. Pero vos no podés escribir en 5 lados distintos.

Hace una defensa historiográfica de Kirchner…

Sí, claro.

A través de una acción ideológica muy profunda, lo han comprado centenares de miles…

Sí. Yo presenté su primer libro, porque me pareció que se diferenciaba desde Bartolomé Mitre a Félix Luna. A mí me pareció necesario. Pero cuando advertí que empezaba a ocupar todos los diarios, los micrófonos, me preguntaba, ¿tendrá tiempo para dormir?

O para escribir. O para investigar. ¿A usted qué le parece la reunión de intelectuales que está tratando de hacer José Nun por el proyecto del Bicentenario?

José Nun también es un intelectual de izquierda. Se dan cuenta que hay una trama muy amplia con parte de las segundas filas del kirchnerismo, para atraer, atrapar a intelectuales que citan a Marx porque ya no es peligroso.

¿Usted cree que ya no es peligroso?

Eso es lo que ellos suponen. Además, queda bien, porque habla de una amplitud.

Pero hay gente que estuvo en la izquierda y dice que siguen en la izquierda, pero que apoya a Kirchner porque las cosas cambiaron. ¿Es cierto que las cosas cambiaron o los que cambiaron son ellos?

En primer lugar, cambiaron ellos. En segundo lugar, después de 30 años el presidente Kirchner puede darse el lujo de defender los derechos humanos y de recibir a la señora Hebe de Bonafini en su despacho y dejar que le saquen fotos. La señora de Hebe de Bonafini fue madre de dos montoneros, hay una relación política, ya no quiero hablar ideológica, entre el presidente Kirchner y la señora de Bonafini. Un actor llevó La revolución es un sueño eterno al Bauen, que es uno de los depósitos del PC. Me llamó por teléfono para decirme que todos los viernes a las 20:30 iba a dar La revolución… en la casa de las Madres. Yo le expliqué mi fuerte desencuentro ellas. Él me dijo que no había problema, que había hablado con las madres y que decían que yo podía ir cuando quisiera. Obviamente que no fui y no pienso ir porque no voy a ser cómplice de una dama que afirmó que López era alguien que estaba preparado. Al fin y al cabo, te tenés que cuidar hasta del portero de tu casa.

Yo estaba pensando en el eje temático de gran parte de sus novelas, que es el de la violencia, que en muchos casos es la violencia de la lucha de clases pero que también se extiende a la violencia de género, por ejemplo, en La sierva.

Ustedes hablan de género, y debo decirle a qué aspira Lucrecia, la sierva: a ser patrona. Ha estado dominada por Saúl, que es caracterizado como un burgués cínico y culto, ya viejo y juez, además. Entonces, de qué género me habla. ¿Una Lucrecia que cuya aspiración máxima es llegar a ser patrona y que le den de comer en la boca? En la novela Esto por ahora, estamos en otra zona. En primer lugar, allí se dice que Lucas no sabe pensar. Y Daiana lo maneja porque es inteligente y porque sabe abrirse de piernas. Entonces, dispone de él como de un asesino, y detrás está Facundo, que sí es un tipo inteligente, que sabe marcharse de Córdoba en el momento oportuno. Y que asiste a la muerte de Lucas.

En ese sentido, lo que aparece como violencia de género, es una violencia implícita en la de la lucha de clases. Ella quiere tener el lugar de burguesa…

¿Cómo define hoy usted la lucha de clases? ¿Quién está al frente de la lucha? En el programa que vi ayer, Lejtman da cuenta del bombardeo a Plaza de Mayo en junio del ’55. En ese momento yo era secretario de la comisión interna de la fábrica donde trabajaba, como tejedor de seda. El personal se componía entre hombres y mujeres, de 100 personas. Dos semanas antes llegó a la fábrica el capo mafia de la asociación obrera textil de Villa Lynch, del partido de San Martín. Algo agitado el hombre, creo que genuinamente desesperado. Convoqué a una asamblea en el patio de la fábrica y este hombre planteó que estaba en peligro el General, que la oligarquía lo quería derrocar y que había armas en el sindicato, que, al primer anuncio de intento oligárquico contra el General, fuéramos a buscar las armas para defender a Perón. Ese día recibimos un aviso que aviones estaban bombardeando Plaza de Mayo. Paré la fábrica y dije que el que quisiera venir que viniera, pero que yo iba a buscar las armas. Allá fuimos dos. Alguien de cuyo nombre no me acuerdo, porque le decíamos el Petiso. Llegamos a la puerta del sindicato y estaba cerrada. El Petiso me dijo: “vamos a tomar una ginebra”. Volvimos a atravesar Villa Lynch que estaba cerrada, nadie en la calle, ni un perro. Cruzamos la General Paz, llegamos a Buenos Aires, encontramos un boliche abierto y nos tomamos un par de ginebras.

En sus novelas aparece mucho el tema de la violencia política. Toma momentos de la lucha de clases, la Revolución de Mayo, la Semana Trágica, aparece el Cordobazo. Después de los ’70, ¿qué hitos de la lucha de clases novelaría?

Me dije hace mucho tiempo que esta situación debía escribirla otro. A mí ya no me alcanza el tiempo. Hay una frase Borges que dice que da más placer leer a los otros que escribir. Tengo entre mis planes escribir una novela acerca de esta anomia. Seguramente alguien la escribirá mejor que yo.

La pregunta era cuál es el lugar de la violencia, porque hoy en día muchos dicen que está mal la violencia, que el mundo no se cambia con la violencia, hay que cambiarlo sin tomar el poder.

Yo creo que, si hubiera aquí un grupo revolucionario, debería preguntarse si debe ir o no a las elecciones. Hay una historia que es muy ilustrativa. Un revolucionario alemán, Bebel, pronunció un discurso y la derecha lo aplaudió. Bebel volvió a levantarse y preguntó en voz alta: “¿qué habrás dicho de malo viejo Bebel para que ellos te aplaudan?”. No creo que se pueda tomar el poder sin violencia. La burguesía va a defender su poder con las armas. Siempre.


Notas

1 Se refiere a “A la derecha de Montecristo”, de Rosana López Rodriguez, en Veintitrés, Año 9, nº 430, Buenos Aires, pp. 6-7.

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