El clásico del mes. Otra vez, sobre la cuestión del bonapartismo Escrito en Quatrième Internationale, febrero de 1937

en El Aromo n° 32

Por León Trotsky (1879-1940)

Algunos críticos se quejan de que usamos demasiado extensa y diversamente el término bonapartismo. Esos críticos no advierten que lo mismo sucede con otros términos del vocabulario político, como por ejemplo democracia y dictadura, para no mencionar Estado, sociedad, gobiernos, etcétera. Hablamos de la democracia del pasado (basada en la esclavitud), de la democracia de las corporaciones medievales, de la democracia burguesa, de la democracia proletaria (refiriéndonos al Estado), así como de la democracia en los partidos, en los sindicatos, en los gremios, etcétera. El marxismo no puede renunciar a esos conceptos económicos ya establecidos ni dejar de aplicarlos a los nuevos fenómenos; de otro modo la transmisión del conocimiento humano sería en general imposible. A riesgo de equivocarse, el marxismo tiene que definir en cada caso el contenido social del concepto y la tendencia de su evolución. Recordemos que Marx y Engels no sólo caracterizaron como bonapartista el régimen de Napoleón III sino también el de Bismarck. El 12 de abril de 1890 Engels le escribía a Sorge: “Hoy en día todo gobierno se está volviendo bonapartista, nolens volens”. Eso fue más o menos cierto durante un prolongado período en que la agricultura estaba en crisis y la industria deprimida. El nuevo auge del capitalismo, desde 1895 en adelante, debilitó las tendencias bonapartistas; la decadencia del capitalismo después de la Guerra las fortaleció considerablemente. En su Historia de la Gran Revolución Rusa, Chernov1 saca a relucir declaraciones de Lenin y Trotsky describiendo al régimen de Kerenski como bonapartismo embrionario; rechazando esta caracterización, dice sentenciosamente: “El bonapartismo levanta vuelo con alas de gloria”. Este “vuelo” teórico es muy al estilo de Chernov, pero Marx, Engels y Lenin no definían al bonapartismo de acuerdo a vuelos retóricos sino en base a una específica relación entre las clases.

Entendemos por bonapartismo el régimen en el cual la clase económicamente dominante, aunque cuenta con los medios necesarios para gobernar con métodos democráticos, se ve obligada a tolerar -para preservar su propiedad- la dominación incontrolada del gobierno por un aparato militar y policial, por un “salvador” coronado. Este tipo de situación se crea cuando las contradicciones de clase se vuelven particularmente agudas; el objetivo del bonapartismo es prevenir las explosiones. La sociedad burguesa pasó más de una vez por épocas así; pero eran, por así decirlo, solamente ensayos. La decadencia actual del capitalismo no sólo quitó definitivamente toda base de apoyo a la democracia; también reveló que el viejo bonapartismo resulta totalmente inadecuado; lo ha reemplazado el fascismo. Sin embargo, como puente entre la democracia y el fascismo (en 1917 en Rusia como “puente” entre la democracia y el bolchevismo), aparece un “régimen personal” que se eleva por encima de la democracia y concilia con ambos bandos, mientras, a la vez, protege los intereses de la clase dominante; basta con dar esta definición para que el término bonapartismo resulte totalmente aclarado.

De todos modos, hacemos notar que:

 

  1. Ni uno solo de nuestros críticos se tomó la molestia de señalar el carácter específico de los gobiernos prefascistas: Giolitti y Facta en Italia; Bruening, Papen y Schleicher en Alemania; Dollfuss en Austria; Doumergue y Flandin en Francia.
  2. Hasta hoy nadie propuso otro término. Por nuestra parte, no necesitamos buscar otro; el término empleado por Marx, Engels y Lenin nos parece totalmente satisfactorio.

 

¿Por qué insistimos en esta cuestión? Porque es de colosal importancia teórica y política. Se puede decir que oficialmente se abre en un país una etapa prerrevolucionaria (o prefascista) en el momento en que el conflicto entre las clases divididas en dos campos hostiles traslada el eje del poder fuera del Parlamento. Por lo tanto, el bonapartismo caracteriza el último plazo con que cuenta la vanguardia proletaria para la conquista del poder. Al no comprender la naturaleza del régimen bonapartista, los stalinistas se ven llevados a dar el siguiente diagnóstico: “no es una situación revolucionaria”, e ignoran la situación prerrevolucionaria. Las cosas se complican cuando usamos el término bonapartismo refiriéndonos al régimen de Stalin y hablamos de “bonapartismo soviético”. “No, -exclaman nuestros críticos- ustedes tienen demasiados bonapartismos; es inadmisible hacer tan extensivo el término”, etcétera. Generalmente se hace este tipo de objeciones -abstractas, formales y gramaticales- cuando no se tiene nada que decir sobre el tema.

No caben dudas de que ni Marx, ni Engels, ni Lenin usaron el término bonapartismo refiriéndose a un Estado obrero; no tiene nada de sorprendente, ya que no tuvieron ocasión de hacerlo. (Que Lenin no dudó en utilizar para el Estado obrero, con las necesarias reservas, términos usados para el régimen burgués lo demuestra, por ejemplo, su expresión “capitalismo de estado soviético”) ¿Pero qué se puede hacer cuando los buenos viejos libros no nos dan las indicaciones necesarias? Tratar de arreglárselas usando la propia cabeza. ¿Qué significa el “régimen personal” de Stalin y cuál es su origen? En última instancia es producto de una aguda lucha de clases entre el proletariado y la burguesía. Con la ayuda de los aparatos burocrático y policial, el poder del “salvador” del pueblo y árbitro de la burocracia como casta dominante se elevó por encima de la democracia soviética reduciéndola a una sombra de sí misma. La función objetiva del “salvador” es proteger las nuevas formas de propiedad usurpando las funciones políticas de la clase dominante. ¿Acaso esta precisa caracterización del régimen socialista no es a la vez la definición sociológica científica del bonapartismo?

El valor incomparable del término radica en que nos permite descubrir inmediatamente afinidades históricas sumamente instructivas y determinar dónde están sus raíces sociales. Surge la conclusión siguiente: la ofensiva de las fuerzas plebeyas o proletarias contra la burguesía dominante, así como la ofensiva de las fuerzas pequeño burguesas o burguesas contra el proletariado dominante, puede terminar en regímenes políticos totalmente análogos (simétricos). Este es el hecho indiscutible que nos permite descubrir el término bonapartismo.

Cuando Engels escribía “Todo gobierno se está volviendo bonapartista, nolens volens”, pensaba seguramente sólo en las tendencias del proceso. En este terreno como en cualquier otro, la cantidad se transforma en cualidad. Toda democracia burguesa tiene rasgos bonapartistas. También se puede descubrir, con buenas razones, elementos bonapartistas en el régimen soviético de Lenin. Pero el arte del pensamiento científico consiste en determinar, precisamente, dónde la cantidad se transforma en una nueva cualidad. En la era de Lenin el bonapartismo soviético era una posibilidad; en la era de Stalin se ha convertido en una realidad. El término bonapartismo confunde a los pensadores ingenuos (a lo Chernov) porque evoca la imagen del modelo histórico de Napoleón, así como el término cesarismo evoca la imagen de Julio César. De hecho, ambos términos se desprendieron hace mucho de las figuras históricas que les dieron origen. Cuando hablamos de bonapartismo, sin aditamentos, no pensamos en analogías históricas sino en una definición sociológica. Del mismo modo, el término chovinismo tiene un carácter tan general como nacionalismo, aunque el primero proviene del nombre del burgués francés Chauvin y el segundo de nación. Sin embargo, en algunos casos, cuando hablamos de bonapartismo tenemos en mente una afinidad histórica más concreta. Así, el régimen de Stalin, que es la traducción del bonapartismo al idioma del Estado soviético, revela al mismo tiempo una cantidad de rasgos complementarios que recuerdan el régimen del Consulado (o del Imperio, pero todavía sin corona). No es casual: ambos regímenes siguieron a grandes revoluciones y las usurparon.

Vemos que un uso correcto, es decir dialéctico, del término bonapartismo no sólo no nos conduce al esquematismo -esa úlcera del pensamiento-, sino que nos permite caracterizar bien concretamente el fenómeno que nos interesa; a éste no se lo toma aislado, como “algo en sí mismo”, sino en su conexión histórica con muchos otros fenómenos relacionados con él. ¿Qué más se le puede pedir a un término científico?

Notas

1 Victor Chernov (1876-1952), fue el fundador del Partido Social Revolucionario Ruso. Participó en la Conferencia de Zimmerwald. Fue Ministro de Agricultura en el gobierno de Kerenski y se opuso a la Revolución de octubre.

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