El clásico: ¿Cuál es el propósito de estos juicios? – León Trotsky

en Clásico piquetero/El Aromo nº 56

trotskyUn escritor norteamericano, conversando conmigo, se quejó de esta manera: “Me cuesta creer que usted haya entablado una alianza con el fascismo, pero lo mismo me cuesta creer que Stalin haya llevado a cabo un fraude judicial tan horrible”. El autor de este comentario simplemente me da lástima. En efecto, es difícil encontrar una solución si uno observa la cuestión exclusivamente desde el punto de vista de la psicología individual y no desde la política. No quiero negar la importancia del elemento individual en la historia. Ni Stalin ni yo nos encontramos en nuestras actuales posiciones por accidente. Pero nosotros no creamos estas posiciones. Ambos entramos en este drama como representantes de ideas y principios claros. A su vez, las ideas y los principios no caen del cielo, tienen profundas raíces sociales. Por eso hay que tomar, no la abstracción psicológica de Stalin como un “hombre”, sino su personalidad concreta e histórica como líder de la burocracia soviética. Uno puede entender los actos de Stalin sólo a partir de las condiciones de existencia del nuevo estrato privilegiado, ávido de poder, ávido de comodidades materiales, que teme por sus posiciones, que teme a las masas, que odia a muerte a toda oposición.
La posición de una burocracia privilegiada en una sociedad que esa misma burocracia llama socialista no es sólo contradictoria, también es falsa. Cuanto más precipitado es el salto desde el trastrocamiento de Octubre -que puso al desnudo toda la falsedad social- hasta la situación actual, en la que una casta de advenedizos se ve obligada a encubrir sus úlceras sociales, más crudas son las mentiras termidorianas. Por consiguiente, no se trata sólo de la depravación individual de tal o cual persona, sino de la corrupción encaramada en la posición de todo un grupo social para el cual mentir se ha convertido en una necesidad política vital. En la lucha por sus posiciones recién adquiridas, esta casta se ha reeducado a sí misma, y al mismo tiempo reeducó -o más bien, desmoralizó- a sus dirigentes. Levantó sobre sus hombros al hombre que expresa sus intereses con más resolución y menos piedad. Así, Stalin, que alguna vez fue un revolucionario, se convirtió en el dirigente de la casta termidoriana.
Las fórmulas del marxismo, que expresan los intereses de las masas, se le volvieron cada vez más inconvenientes a la burocracia en la medida en inevitablemente, se dirigían contra sus intereses. Desde el momento en que comencé a oponerme a la burocracia sus cortesanos teóricos comenzaron a llamar a la esencia revolucionaria del marxismo, “trotskismo”. Al mismo tiempo, la concepción oficial del leninismo cambiaba año a año, cada más adaptada a las necesidades de la casta gobernante. Libros dedicados a la historia del Partido, la Revolución de Octubre, o la teoría del leninismo, se revisaban anualmente. Aporté un ejemplo de la actividad literaria del propio Stalin. En 1918, escribió que la victoria de la insurrección de Octubre fue asegurada “principalmente y por encima de todo” por la dirección de Trotsky. En 1924, Stalin escribió que Trotsky no desempeñó ningún papel especial en la Revolución de Octubre. Toda la historiografía se ajustó a esta letra. Esto significa en la práctica que cientos de jóvenes académicos y miles de periodistas se han entrenado sistemáticamente en el espíritu de la falsificación. Quién resistió fue neutralizado. Esto se aplica en una medida a los propagandistas, los funcionarios, los jueces, por no hablar de los magistrados de instrucción de la GPU. Las incesantes purgas partidarias apuntaron sobre todo a erradicar el “trotskismo”, y durante estas purgas, no sólo trabajadores descontentos fueron llamados “trotskistas”, sino también los escritores que presentaban honestamente hechos históricos o citas que contradecían la estandarización oficial más reciente. Los novelistas y artistas estaban sujetos al mismo régimen. La atmósfera espiritual del país llegó a estar totalmente impregnada con el veneno de los convencionalismos, las mentiras y los fraudes judiciales.

Todas las posibilidades a lo largo de este camino se agotaron pronto. Las falsificaciones teóricas e históricas ya no alcanzaban sus objetivos; la gente se empezó a acostumbrar demasiado a ellas. Era necesario darle a la represión burocrática una base más masiva. Para reforzar la falsificación literaria empezaron las acusaciones de carácter criminal.
Mi exilio de la URSS fue motivado oficialmente por la acusación de que yo había preparado una “insurrección armada”. Sin embargo, la acusación lanzada contra mí ni siquiera fue publicada en la prensa. Hoy puede parecer increíble, pero ya en 1929 nos enfrentábamos en la prensa soviética con acusaciones contra los trotskistas de “sabotaje”, “espionaje”, “preparación de descarrilamientos”, etc. Sin embargo, no hubo un solo juicio alrededor de estas acusaciones. El asunto se limitaba a una verdadera calumnia que representaba, sin embargo, el primer eslabón de la preparación del fraude judicial posterior. Para justificar la represión, era necesario tener acusaciones fraguadas. Para darles peso a las acusaciones falsas, era necesario reforzarlas con más represión brutal. Así, la lógica de la lucha condujo a Stalin por el camino de las gigantescas amalgamas judiciales.
También se le hizo necesario por razones internacionales. Si la burocracia soviética no quiere revoluciones y las teme, no puede, al mismo tiempo renunciar abiertamente a las tradiciones revolucionarias sin socavar su prestigio dentro de la URSS. Sin embargo, la bancarrota evidente de la Comintern abre el camino para una nueva Internacional. Desde 1933 la idea de nuevos partidos revolucionarios bajo la bandera de la IV Internacional ha encontrado gran éxito en el Viejo y en el Nuevo Mundo. Sólo con gran dificultad, puede un observador externo apreciar las dimensiones reales de este éxito. No se puede medir por las estadísticas de crecimiento de su militancia. La tendencia general de desarrollo tiene una importancia mucho mayor. Por todas las secciones de la Internacional Comunista se están extendiendo profundas fisuras internas, que al primer choque histórico darán lugar a divisiones y debacles. Si Stalin le teme al pequeño Boletín de la Oposición y castiga con pena de muerte su introducción en la URSS, no es difícil entender el miedo que se apodera de la burocracia ante la posibilidad de que penetren en la URSS las noticias del sacrificado trabajo de la IV Internacional al servicio de la clase obrera.
La autoridad moral de los dirigentes de la burocracia y, sobre todo, de Stalin, se apoya en gran medida en la torre de Babel de calumnias y falsificaciones erigida durante trece años. La autoridad moral de la Comintern se basa única y exclusivamente en la autoridad moral de la burocracia soviética. A su vez, Stalin necesita de la autoridad y el apoyo de la Comintern ante los obreros rusos. Esta torre de Babel, que asusta a sus propios constructores, se mantiene dentro de la URSS con la ayuda de una represión cada vez más terrible, y fuera de la URSS, con la ayuda de un gigantesco aparato que, a través de los recursos derivados del trabajo de los obreros y los campesinos soviéticos, envenena la opinión pública mundial con el virus de las mentiras, las falsificaciones y el chantaje. Millones de personas en todo el mundo identifican la Revolución de Octubre con la burocracia termidoriana, la Unión Soviética con la camarilla de Stalin, los obreros revolucionarios con el aparato completamente desmoralizado de la Comintern. La primera brecha en esta gran torre de Babel necesariamente hará que se derrumbe por completo, y enterrará bajo sus restos la autoridad de los jefes termidorianos. ¡Por eso para Stalin es una cuestión de vida o muerte exterminar a la IV Internacional, mientras todavía está en estado embrionario! Ahora, mientras estamos aquí examinando los Procesos de Moscú, el Comité Ejecutivo de la Comintern, de acuerdo con la información en la prensa, está sentado en Moscú. Su agenda es la siguiente: la lucha contra el trotskismo mundial. La sesión del Comité Ejecutivo de la Comintern no es sólo un eslabón en la larga cadena de los fraudes de Moscú, sino también la proyección de éstos en el ámbito mundial. Mañana vamos a oír hablar de nuevas fechorías de los trotskistas en España, de su apoyo directo o indirecto a los fascistas. Los ecos de esta vil calumnia, de hecho, ya se han escuchado en esta sala. Mañana escucharemos cómo los trotskistas en los Estados Unidos están preparando sabotajes ferroviarios y la obstrucción del canal de Panamá según los interes del Japón. Vamos a enterarnos pasado mañana de cómo los trotskistas en México están preparando medidas para la restauración de Porfirio Díaz. ¿Usted dice que Díaz murió hace mucho tiempo? Los creadores de amalgamas en Moscú no se detienen ante tan poca cosa. No se detienen ante nada, absolutamente nada. Política y moralmente, es una cuestión de vida o muerte para ellos. Los emisarios de la GPU están merodeando por todos los países del Viejo y del Nuevo Mundo. No falta dinero. ¿Qué significa para la camarilla gastar o cincuenta millones de dólares de más o de menos con tal de mantener su autoridad y su poder? Estos señores compran consciencias humanas como sacos de papas. Veremos esto en muchos ejemplos.
Afortunadamente, no todas las personas se pueden comprar. De lo contrario la humanidad se habría podrido desde hace mucho tiempo. Aquí, materializada en la Comisión, tenemos una célula preciosa de la consciencia publica no comercializable. Todos aquellos con sed de purificación de la atmósfera social se dirigirán instintivamente hacia la Comisión. A pesar de las intrigas, los sobornos y la calumnia, serán rápidamente protegidos por la armadura de la simpatía de las amplias masas populares.
¡Señoras y señores de la Comisión! Ya hace cinco años -repito, ¡cinco años!— que vengo exigiendo incesantemente la creación de una comisión internacional de investigación. El día que recibí el telegrama sobre la creación de su Subcomisión fue un motivo de festejo en mi vida. Algunos amigos preguntaron con ansiedad: ¿los estalinistas no van a entrar en la Comisión ya que en un primer momento entraron en el Comité para la Defensa de Trotsky? Yo les respondí: arrastrados a la luz del día, los estalinistas no son temibles. Por el contrario, recibo con gusto las preguntas más venenosas de los estalinistas; para desmoronarlas no tengo más que decir lo que realmente ocurrió. La prensa mundial les dará la publicidad necesaria a mis respuestas.
Sabía de antemano que la GPU sobornaría a periodistas y periódicos enteros. Pero no dudé ni por un momento en que la consciencia del mundo no se puede sobornar y que también en este caso se anotará una de sus victorias más espléndidas.
¡Estimados miembros de la Comisión! La experiencia de mi vida, en la que no han escaseado ni los triunfos ni los fracasos, no sólo no ha destruido mi fe en el claro y luminoso futuro de la humanidad, sino que, por el contrario, me ha dado un temple indestructible. Esta fe en la razón, en la verdad, en la solidaridad humana que a la edad de dieciocho años me llevó a las barriadas obreras de la ciudad provinciana rusa de Nikolaief, la he conservado plena y completamente. Se ha vuelto más madura, pero no menos ardiente.
En el hecho mismo de la formación de la Comisión -en el hecho de que a su cabeza esté un hombre de una autoridad moral inquebrantable, un hombre que en virtud de su edad debería tener el derecho a permanecer fuera de las escaramuzas de la arena política-, en este hecho veo un refuerzo nuevo y verdaderamente magnífico del optimismo revolucionario que constituye el elemento fundamental de mi vida.
¡Señoras y señores de la Comisión! ¡Sr. procurador Finerty! ¡Y usted, mi defensor y amigo, Goldman! Permítanme expresar a todos ustedes mi profunda gratitud, que en este caso no lleva un carácter personal. Y permítanme, para concluir, expresar mi profundo respeto al educador, filósofo y personificación del genuino idealismo norteamericano, el académico que dirige el trabajo de vuestra Comisión.

*Fragmento final del alegato de Trotsky frente a la comisión Dewey. Tomado de El caso León Trotsky.

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