Efectos secundarios – Guido lisandrello

en El Aromo nº 93

jtpEfectos secundarios. El desarrollo sindical de Montoneros en los tiempos del Pacto Social 

La JTP luchaba por salubridad e higiene, de allí que hiciera particular hincapié en los cambios de la legislación laboral, pero no en la abolición del trabajo. No ponía en cuestión aquello que tampoco cuestionaba su programa: el capitalismo.

 Guido Lissandrello

Grupo de Investigación de la Lucha de Clases en los ’70-CEICS


En 1973 Montoneros lanzaba su propia corriente sindical, destinada a disputarle a la burocracia la representación de los trabajadores en el Movimiento Peronista y en la CGT. Ese mismo año, el peronismo retornaba al poder y, Pacto Social mediante, congelaba por dos años las negociaciones salariales. Lo hacía acompañado de una tibia recomposición salarial, tras una profunda caída en 1972, que no revertía el deterioro de las condiciones de reproducción de la clase obrera que se arrastraba desde 1952. Era un verdadero desafío para Montoneros: ¿cómo puede crecer un frente sindical cuando la lucha salarial le aparece vedada y no pretende enfrentar al artífice de ello? La naciente Juventud Trabajadora Peronista (JTP) debía entonces encontrar una vía de construcción que evitara lo salarial. La respuesta la encontró en una interesante propuesta de lucha por normas de seguridad, salubridad e higiene que le permitió crecer sin sacar los pies del peronismo ni enfrentarse con su gobierno.

Legislar

El puntal de la política sindical de la JTP fue la creación del Instituto de Medicina del Trabajo (IMT), con sede la Facultad de Medicina de la UBA. En sentido estricto, la iniciativa partió de una pequeña organización político-militar, Los Obreros, que se había incorporado a Montoneros en la primera parte de 1973. Uno de sus referentes, Ricardo Saiegh, era un médico que había tenido experiencia con los sindicatos metalúrgicos y mecánicos de Córdoba, a partir del estudio de las condiciones de trabajo. Allí había madurado una concepción crítica de la medicina laboral dedicada a “controlar y asegurar los mayores niveles de eficiencia del material humano en función de la productividad”.1

De la maduración de esas ideas surgió el proyecto del IMT. Este comenzó a materializarse con la llegada de Cámpora al gobierno, el acercamiento de Los Obreros a Montoneros y la creciente influencia de la Juventud Universitaria Peronista (JUP) en la UBA. En efecto, Mario Testa, hombre afín a la JUP, fue nombrado interventor de Medicina y fue él quien dio luz verde al proyecto del IMT, del que Saiegh sería director. El 16 de julio de ese año fue oficializada la creación del Instituto, para “poner la facultad al servicio del pueblo”. El IMT debía entonces cumplir esa tarea para lo cual se le encargaban funciones de docencia, investigación, acopio de información y documentación, asesoramiento laboral, extensión universitaria y formación de auxiliares de la salud laboral. Se le destinaban recursos financieros propios y las estructuras de la Facultad. Finalmente, se le asignaba una tarea de apoyo al gobierno, en la medida que “abordará el estudio de las normas que protejan la salud del trabajador, a efectos de proponer al Parlamento tal legislación”.2 Asimismo, debía vincularse con los trabajadores para “dotarlos de los conocimientos imprescindibles de tal manera que la preservación de su salud y el mejoramiento de las condiciones de trabajo pasara a integrar la problemática de la defensa de sus derechos”.3 En suma, poner un coto legal a la degradación de las condiciones de salubridad del trabajo producto del “sojuzgamiento nacional” de los “monopolios extranjeros”. Nótese que la contracara implícita de esto es la “humanidad” del capital nacional…

Siguiendo los lineamientos de Saiegh, el Instituto sostenía que la Medicina Laboral era producto de la “entrega” del país desde 1955. Este tipo de medicina, servil al imperialismo, posicionaría al médico no como un “tratante” que busca un diagnóstico correcto y el tratamiento de la enfermedad, sino como un “policía”, un agente patronal destinado al control del ausentismo, siendo su función demostrar la veracidad o falsedad de la enfermedad aducida por el trabajador. En oposición a ello, el IMT debía fomentar la formación de nuevos profesionales y el desarrollo de líneas de investigación en estrecho vínculo con la clase obrera. Esto condujo al desarrollo de un trabajo multidisciplinar, confluyendo médicos, psicólogos, toxicólogos, economistas, antropólogos, sociólogos, ingenieros, químicos y abogados encargados de la legislación laboral.

La propuesta del IMT atrajo capas intelectuales de la pequeña burguesía, que eran convocadas a poner sus conocimientos al servicio de la construcción sindical montonera y la creación de una nueva legislación laboral “salubre”. Se intentaba así fundar una nueva medicina, más cercana a los intereses inmediatos de la clase obrera, pero que no avanzaba en sus intereses históricos. Podía reclamar ropa de trabajo, instrumentos de protección o jornadas salubres, acotando el problema sólo a la salud en la fábrica, sin llegar al fondo del asunto: el propio trabajo alienado que degrada la salud física, mental, emocional y la experiencia vital misma de los trabajadores reduciéndola a vivir para trabajar. De ese modo, las denuncias se concentraban en tal o cual patrón que no cumplía con determinadas normas de seguridad, pero no advertía la ligazón entre la “enfermedad” del obrero y la “salud” del capital y, por tanto, no llegaba al fondo del asunto. Además, su análisis del problema no excedía el ámbito de la fábrica, cuando la vida del obrero (y, por lo tanto, su salud) es erosionada por el capital en un sentido mucho más amplio (transporte, vivienda, servicios, stress, falta de esparcimiento).

El trabajo mata

Dentro del IMT convivían profesionales de diversas tendencias, no obstante lo cual, su dirección y la mayoría de sus secretarías se encontraban en manos de militantes montoneros y, en particular, de la JTP. Guillermo Greco, quien fuera el máximo responsable de la corriente sindical montonera en 1973, fue el encargado de articular ambas instancias y convertir el conocimiento científico aportado por el IMT en consignas para la organización en los ámbitos de trabajo. No sorprende entonces, encontrar en cada una de las ramas donde el Instituto desarrolló su labor, agrupaciones de base, comisiones internas y cuerpos de delegados en manos de la JTP.

Uno de los casos paradigmáticos fue el de Astilleros Astarsa. Allí la JTP supo construir una agrupación con una importante influencia en los trabajadores, que impulsó la lucha por la constitución de una Comisión Obrera de Control de la Higiene y Salubridad. Los accidentes en la rama eran moneda corriente, al punto que se consideraba que la construcción de cada barco se llevaba la vida de dos obreros. En efecto, la Comisión surgió luego de la muerte de un trabajador, lo que desencadenó la toma de las instalaciones. Lo cierto es que una vez constituidas los trabajadores carecían, más allá de su conocimiento “vivencial”, de herramientas para sostenerla. Allí entró en acción el IMT, que inició un programa de estudio de accidentes de trabajo en la industria naval, para el que colaboraron médicos e ingenieros. El resultado de la investigación hizo hincapié en la fatiga industrial como agente de los accidentes laborales, entendiendo que estos eran el resultado de una forma de organización del trabajo que obliga a cumplir largas jornadas produciendo desgaste físico y psíquico. Con este insumo, los trabajadores batallaron, y finalmente consiguieron, la declaración de insalubridad de las tareas y un control cotidiano sobre las condiciones de cada sección. Así la JTP contaba con un potente insumo para la lucha en el plano económico reivindicativo.

El de Astarsa es uno de los casos más evidentes, no solo porque el IMT tuvo una estrecha influencia sino también porque allí la inserción de la JTP fue notable, al punto que se extendió a varios de los astilleros cercanos (Pagliettini, Acquamarina, Mestrina, Forte y No Me). Podríamos seguir enumerando casos, para encontrar que esta articulación entre IMT y JTP se repite en ceramistas, telefónicos, metalúrgicos, mecánicos, textiles, vestido y mineros.

En todos estos casos se observa un peso mayor de los reclamos de salubridad e higiene impulsados por la JTP, por sobre los salariales, que no desaparecen pero sí allí se adopta una posición pasiva.4 Con todo, ambos reclamos se mueven en el plano de las reivindicaciones inmediatas de la clase obrera y muestran la negativa a asociar la lucha sindical a la lucha política. Se intenta circunscribir los conflictos a determinadas patronales (siempre extranjeras) que no cumplen con normas de salubridad o paga salarios bajos. Pero en ningún momento, se enfrenta al Pacto como pieza central del intento por reanimar las ilusiones reformistas de la clase obrera, en un momento en que fracciones de ella ponen en cuestión el capitalismo mismo.5 Como tal, la experiencia del IMT es una muestra de la crisis del reformismo que se expresó en Montoneros y que evidencia sus límites en la incapacidad por resolver dicha crisis por fuera de las soluciones burguesas.

La muerte del trabajo alienado 

La política que se dio la JTP para crecer, sin cuestionar a Perón y su Pacto Social, fue realmente efectiva. Logró atraer a capas de la pequeña burguesía intelectual, que fueron convocados para construir desde su campo específico de acción. Ese conocimiento fue un insumo que le permitió a Montoneros estar en mejores condiciones para impulsar los reclamos por la salubridad y la higiene en un momento en que estos cobraban centralidad al estar vedado el reclamo salarial Así ganó seccionales de sindicatos, comisiones internas y delegados. Con ello, podía rivalizar con la burocracia sindical peronista, hacer crecer su activismo y estar en mejores condiciones para la disputa dentro del Movimiento, sin enfrentar al gobierno. Servía entonces a la estrategia movimientista que se había propuesto. Pero, justamente, allí se encontraba su límite. La mejora en las condiciones de trabajo permitía crecer sindicalmente, pero se mantenía siempre dentro del corset de hierro del reformismo. La JTP luchaba por la salubridad y la higiene, de allí que hiciera particular hincapié en los cambios de la legislación laboral, pero no en la abolición del trabajo alienado. Así como el peronismo buscaba armonizar los intereses de obreros y burgueses con salarios y ganancias justas (el fifty-fifty), encontraba su correlato en el “trabajo salubre”. De ese modo, la lucha de la JTP se mantenía en los límites del reformista de Montoneros, no ponía en cuestión aquello que tampoco cuestionaba su programa: el capitalismo.

Notas

1IMT: Fundamentos, Julio de 1973, p. 6.

2IMT: Boletín nº 1, 1973, p. 12.

3IMT: Un año de realizaciones, 1974, p. 27.

4Hemos analizado esto en:  https://goo.gl/jJwMwE

5Véase https://goo.gl/ctfgjs

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