Editorial: Se cierra un ciclo (político). La izquierda, los intelectuales y las elecciones en Buenos Aires

en El Aromo nº 61

Eduardo Sartelli EditorialEduardo Sartelli
Director del Centro de Estudios e Investigación en Ciencias Sociales

La izquierda revolucionaria tuvo su mejor elección en la Ciudad de Buenos Aires en el año 2000. No es extraño: ese tipo de cosas sucede en vísperas de las grandes conmociones sociales. Creer que partidos que prometen el fin del mundo puedan ganar elecciones o incluso sacar porcentajes importantes en momentos en los que el sistema se recupera o demuestra su salud, no se corresponde con la verdad histórica. Podría señalarse, con justa razón, que eso no explica guarismos tan magros, pero así y todo, el panorama de conjunto no cambia: ocho años continuados de renta sojera a niveles récord en términos históricos y distribuida con cierta generosidad, ablandan cualquier dureza. Lo que resulta interesante, como fenómeno social, es el desprecio de una ciudad en la que esa generosidad se exhibió con mayor amplitud, habida cuenta de la masa de subsidios de todo tipo que recibe su población. Ese hecho probablemente esté detrás de las expresiones del nuevo jefe de campaña de Macri, Aníbal Fernández, y de las de sus empleados, como Fito Páez, que como buenos obsecuentes tratan de gritar aún más alto y de insultar más groseramente que su propio mecenas. Un buen análisis, como el que debiera hacer el kirchnerismo si quisiera evitar sorpresas aún mayores, debiera recordar algunas de las cosas que olvida ese pésimo cantante, mediocre letrista y nulo intelectual que evita prolijamente retirar la viga que obstaculiza la visión del ojo propio.
El kirchnerismo, ya lo hemos dicho muchas veces, ha venido a consolidar la tasa de explotación propia del menemismo. Se mida como se mida, todos los indicadores sociales actuales no son muy diferentes de los años ’90. Comparando con el nadir de la crisis, el abismo del 2002, la estrella de Cristina parece estar en su cenit, pero es una ilusión óptica: las diferencias sociales se han estirado más y hoy los ricos son más ricos que hace 10 años. Gracias a Madres, Schoklender y compañía, hasta ese verso de los derechos humanos se ha desgastado, más ahora cuando se destapa que el candidato de Cristina para suceder a Hugo Moyano, Gerardo Martínez, era agente del Batallón 601 en 1978. Eso es lo que explica que Macri haya ganado con holgura en todas las comunas. Llevando como candidatos a un ex funcionario de Grosso, creador de la “escuela shopping”, y al que le faltan al menos un par de litros de sangre, al referente nacional de las patotas sindicales responsables del asesinato de Mariano Ferreyra y a un simple usufructuador de luchas pasadas que no luchó nunca, no se pueden esperar milagros. Con suerte, simplemente repitió la elección anterior, cuando tuvo que dividir fuerzas con un ahora desvaído Telerman, carente ya de los aparatos punteriles con los que cuenta todo jefe de gobierno de la CABA.
Mirando con más cuidado, el kirchnerismo es víctima de sus propias contradicciones: para evitar que le copen el gobierno, debe eliminar todo centro de poder independiente; para ganar las elecciones, necesita de la presencia activa de todos ellos. Es obvio que la CGT no jugó fuerte en Capital y que no lo hará en el resto del país. No se explicaría fácilmente que los intendentes del conurbano, a los que se les inventa listas paralelas, tuvieran una actitud diferente. El episodio Verna demuestra que gobernadores a los que se les imponen vices y diputados de La Cámpora, pueden esconder sueños de venganza a corto plazo: no sería raro ver a Scioli festejar su reelección en medio de la catástrofe electoral de Cristina, posibilidad de la que ya tuvimos muestra en las elecciones del 2009. Al mismo tiempo, para no romper del todo con ese esquema de poder, se termina ninguneando a los arrimados, dejándolos en el ridículo, como a Sabatella. En ese contexto, la única esperanza es una performance extraordinaria de La Cámpora, asunto poco creíble si uno presta atención a que Cabandié recibió la mitad de votos que Filmus. Si el panorama es ése, a Cristina sólo le queda el aliento de su marido muerto, es decir, los “logros” de su propio gobierno, porque si las elecciones de agosto operan como una verdadera primaria, es decir, seleccionan a un candidato de la oposición como jefe más o menos indiscutido, ni siquiera las taras de los que tiene enfrente vendrán en su ayuda.
Que Buenos Aires haya votado a Macri para protestar contra Cristina no significa ninguna derechización. Primero, porque Macri no ha hecho nada diferente del gobierno nacional. Segundo, porque ya tenía una magnitud similar de votos. Tercero, porque el propio Jefe de Gobierno es hijo del Argentinazo. De todos modos, es lo que suele suceder: para protestar contra el ajuste de Zapatero, la España “indignada” se apresta a votar a Rajoy. La conciencia siempre sigue caminos complejos. El significado profundo de esta elección es otro: el voto al “régimen”. La ciudad que destronó cinco presidentes, la que repudió a la democracia burguesa con la abstención y el voto en blanco, acaba de emitir un voto positivo del 97,81%, en una elección con un presentismo muy elevado para los últimos años. Es decir, la crisis política que llevó finalmente al poder al bonapartismo kirchnerista termina de cerrarse. Eso no quiere decir que no pueda reabrirse al calor de la crisis mundial. Pero, si hemos de juzgar por la reciente elección en Buenos Aires, el sistema político se ha recompuesto. No hay que confundir la crisis del gobierno, previsiblemente en marcha, con la del régimen.

Como dijimos, la conciencia sigue caminos complejos. Esa es la razón por la cual las políticas oportunistas tienen corto vuelo, si es que despegan. Me refiero a la apuesta del FIT al voto “democrático”. Mucha asamblea de intelectuales, mucha firma, mucha solicitada, pero no nos votó más que la tropa propia. El resto se rindió al voto “útil”, es decir, a Pino o a Filmus, sobre todo a éste último. Coquetear con oportunistas como Martín Kohan o Diego Rojas para lo único que sirve es para construir figuritas que a la primera de cambio se dan vuelta como media, como sucedió con la SEA. La consecuencia más importante es, sin embargo, otra: obliterar una política seria hacia los intelectuales, lo que requiere de otros instrumentos y de un aliciente mayor que una elección municipal. Si el FIT no es capaz de darse una tarea tal, los convocados para la ocasión debieran pensar seriamente en la formación de una Asamblea Permanente de Intelectuales Revolucionarios, cuya función sea la de atacar la renovada confianza de las masas en el régimen y su sistema, de cara a las graves contradicciones que deberá enfrentar el gobierno el año que viene, gane quien gane en octubre. Que la crisis política abierta en el 2001 haya sido controlada, no significa que la crisis económica y su correlato social hayan sido superados. Ellos sacarán, a corto o mediano plazo, otras vez a las masas a la calle.

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