Editorial – Debajo de la alfombra – Eduardo Sartelli

en El Aromo nº 91

Imagen1-EditorialPor Eduardo Sartelli

La “crisis de las tarifas” será recordada en el futuro como el momento en el que el gobierno Macri debió reconocer que la ecuación social instalada en el 2001 no resultaría tan sencilla de resolver. La maraña de contradicciones construida por Néstor y Cristina no es la consecuencia necesaria de un simple capricho. Es la estructura resultante del juego de ensayo y error durante el cual el matrimonio presidencial armó su poder sobre la base de las fuerzas existentes. El macrismo leyó bien la situación general, pero no calculó adecuadamente la profundidad del problema. Empecemos por una analogía histórica para comprender mejor el escenario.

Las expectativas de los que prohijaron el golpe del 55 contra Perón se concentraban, para decirlo rápidamente, en la máxima filosófica que dicta que “muerto el perro, se acabó la rabia”. El peronismo había sido simplemente un fenómeno estatal, el resultado de la pura coerción; por lo tanto, con la enajenación del aparato del Estado de manos del “tirano prófugo”, todo se encaminaba fácilmente. La historia se demostró cruel para con los dueños de esta creencia. Las fuerzas sociales que construyeron el “movimiento” y entronaron a su líder, no desaparecieron por la momentánea ausencia de quien ostentaba su titularidad indiscutida. El conjunto de fuerzas cuya alianza llamamos “peronismo”, rescató, una vez más a su conductor del ostracismo. Si Perón pudo volver a reinar en la política argentina, desde fuera o desde dentro del país, se debió al simple hecho de que era el mejor cuadro que esas fuerzas se habían dado, el que concentraba en sí el conjunto de relaciones que hacían posible esa alianza.

Las esperanzas actuales de los ultra-kirchneristas como Diana Conti o la TPR, es que esa historia se repita y que una oleada popular desencalle el barco que se empecina en estrellarse en Comodoro Py, transformando esa derrota en una marcha triunfal. Lo que le quita fuerza a esa perspectiva, es la naturaleza peculiar de las fuerzas que se ordenaron en el 2001. Por empezar, la pequeña burguesía del “que se vayan todos”, que fue cooptada por el kirchnerismo a fuerza de promesas: el combate a la corrupción menemista, satisfecho a medias por el recambio de la suprema corte; la “justicia” con los derechos humanos; las fortunas que se destinaron al aparato “cultural”; la bonanza económica que permitió el renacimiento de las pymes. La otra pata de la alianza “piquete-cacerola”, el movimiento piquetero, que fue domesticado con la incorporación al gobierno de sus principales dirigentes y la expansión de la asistencia social. La apertura de las paritarias y, otra vez, la expansión económica, atrajo, primero que a nadie, a la fracción mejor ubicada de la clase obrera, los asalariados en blanco de los grandes sindicatos, grandes ausentes del Argentinazo, pero aliados indispensables de cualquier gobierno, por su propio peso. El grueso de la burguesía se plegó rápidamente a quien recomponía el mercado interno y ofrecía negocios “para todos y todas”. ¿Por qué esta configuración de fuerzas difícilmente vaya a rescatar a Cristina de su debacle? Por varias razones, pero en especial, una.

Más allá de la larga lista de argumentos que podrían esgrimirse contra las ilusiones ultristas, la más importante es que hay muchos herederos en mejores condiciones que la Dama del Calafate. Hay muchos “kirchneristas” reclamando la herencia, pero no precisamente los que se reconocerían en ese rótulo. Por el contrario, los que se autodenominan “kirchneristas” probablemente no estén en condiciones legales de exigir nada. Como consecuencia de la estrategia macrista para lidiar con Cristina y los suyos, es difícil que alguno de los ex capitostes K pueda hacerse cargo de la dirección de la estructura moribunda. El que no esté preso, estará luchando por evitar la cárcel. Esa es la razón por la que no se avizora por ningún lado al dirigente cristinista que sea capaz de reconstruir un “movimiento” que tuvo siempre un muy bajo nivel de estructuración. Las fuerzas que ya eran difíciles de controlar en el gobierno, dudosamente se alineen a la voz que clama en el glaciar. Si la CGT tiene muchas opciones antes que volver a recalar en Cristina, el mundo “piquetero” es fácilmente cooptable por el macrismo y con muy poca plata: lo demostró Morales en Jujuy, Vidal en Buenos Aires y hasta Macri, Carolina Stanley y sus abrazos con Pérsico mediante. Lo que le saltó a la cara a “Mauri” en el cacerolazo fue, más bien, el mundo de la pequeña burguesía, que participó limitadamente y con contradicciones, y el de los asalariados “blancos”, enojados por la suma de tarifas más impuesto a las ganancias. Creer que detrás de todo estuvo La Cámpora es un tanto ingenuo. Con un poco más de “kirchnerismo”, esta gente vuelve al redil amarillo.

Los principales herederos de la debacle K son otros. El más obvio es Massa, un kirchnerista adecentado por algunos años de oposición ambigua. Fue esa ambigüedad la que marcó su derrota frente al actual titular del Ejecutivo, el principal heredero del kirchnerismo. Efectivamente, es Macri, un kirchnerista insospechado precisamente por años de una oposición “gorila” al “modelo K”, el que tiene en sus manos el testamento disputado. Mauricio representa un caso particular del Teorema de Baglini. Recordemos que el famoso “teorema” enunciado en los ’80 por el diputado radical que le dio su nombre, indica que la radicalidad política disminuye a medida que el político en cuestión se acerca al poder. Esto fue siempre interpretado pensando en que era fácil estar a la izquierda en la oposición, pero que el gobierno requiere políticas de “derecha”. De modo que un político astuto empieza con “revolución productiva” y “salariazo” y termina, ya en el sillón de Rivadavia, con Bunge y Born al comando de la economía. En el caso del Hombre del globo amarillo, su radicalidad aumentó a medida que se acercaba al poder, un camino que va desde Melconián a Prat Gay, es decir, desde la “derecha anti-modelo” al núcleo duro del kirchnerismo economico. O lo que es lo mismo, del shock al gradualismo. Como el principal asesor económico de Scioli, Miguel Bein, lo reconoció públicamente, Macri ni es de derecha ni “neoliberal”. Es “desarrollista”.

¿Qué es el desarrollismo? La otra cara del “populismo”. Ambos forman la estructura política que corresponde a la estructura de fuerzas sociales que domina la Argentina. Esas fuerzas empujan todas en el sentido de evitar el colapso de una estructura económica imposible. Como ya dijimos muchas veces, el capitalismo argentino es chico y tardío, sin mecanismos de compensación, más allá de la renta agraria. En tanto ésta estuvo ausente en los últimos sesenta años, la contracara de su ausencia fue la expansión de la deuda, la inflación y la devaluación permanente. Si algo transformó en excepcional al ciclo kirchnerista, fue el retorno de la renta agraria como base de sustento del mercado interno. Todas las empresas, nacionales o extranjeras funcionan a partir del subsidio estatal, de allí que el capitalismo argentino siempre fue un capitalismo “de amigos”. Lo que caracterizó al capitalismo de amigos K fue la naturaleza de advenedizos de los nuevos “amigos”, que en el contexto bonapartista escondía (y a eso se le llama “corrupción”) una tendencia a la constitución del Estado como fuente de acumulación autónoma del personal político, excluyendo, sobre todo cuando los recursos comenzaron a escasear, a los “amigos” tradicionales. La oscilación política en la Argentina no es “populismo”-“neoliberalismo”, porque en la Argentina nadie es “liberal”. Ni a las más concentradas empresas extranjeras que operan en el país se les ocurriría apoyar a quien intente realmente “abrir la economía”. El mismo resquemor guardan contra quien intente eliminar la “corrupción”: los sobreprecios de la obra pública y de las compras del Estado, son parte componente normal de la tasa de ganancia que hace posibles algunos negocios en un escenario perimido en términos de la productividad del trabajo que impera a nivel mundial.

De modo que, cuando las fuerzas que defienden el mercado interno por abajo (proletariado, pequeña y mediana burguesía) adquieren cierta independencia política, el sistema se quiebra y comienza el “que se vayan todos”. Cuando la dilapidación de recursos con la cual se aplaca la emergencia política se acaba, la única forma de volver a una situación manejable es el “desarrollismo”, es decir, reunir lo que queda y relanzar la acumulación de capital concentrando la plusvalía total en las empresas más poderosas: inversión en servicios básicos, transporte y energía, control de gastos, apertura a inversiones extranjeras, beneficios a las grandes compañías y eliminación de pymes. Como estas grandes empresas son “pymes” a escala mundial, lo que el desarrollismo consigue es prolongar la agonía por un período no demasiado largo. Más allá de las nomenclaturas y de los nombres propios, el contenido del ciclo argentino es éste. Macri es, simplemente, una nueva vuelta de esta calesita, que lleva más de sesenta años girando.

Lo que hace especial a este último giro, es la resistencia que encuentra en la “herencia”. Todos los planes de ajuste anteriores se alzaron sobre la base de una derrota política de la base “popular” del “populismo”. Macri no obtuvo más una victoria política contra el personal populista. Buena parte de esa victoria se consiguió gracias a su propia conversión al “populismo”, invirtiendo la ley que sanciona el teorema de Baglini. Macri debe decidir, ahora, si profundiza su perfil “desarrollista” o se transforma definitivamente en el heredero de Cristina. Si elige este último camino, la Argentina vivirá una nueva “fiesta”, basada ahora en el endeudamiento masivo, sendero ya iniciado por la actual gestión y solo abandonado temporalmente por el probable éxito del blanqueo.

Como sea, la izquierda tiene la oportunidad de terciar en el reparto de fuerzas sociales en marcha, porque por mucho que se “cristinice” Macri, la situación lo obliga a mantener una dosis elevada de “desarrollismo”. Pero la condición es que logre aparecer como un actor con probabilidades de disputar roles protagónicos. Para ello resulta imprescindible superar la experiencia del FIT, un fracaso a todas luces. ¿De qué forma?: un congreso de militantes de todas las expresiones de la izquierda revolucionaria que cree una nueva alternativa. Si la izquierda falla en este objetivo, Macri logrará barrer la crisis bajo la alfombra, prolongando otra vez la agonía de una estructura que no da para más, con las consecuencias que son fáciles de imaginar para el pueblo argentino.

4 Comentarios

  1. Hola. Hasta dónde yo se, nadie explica como Argentina podría pasar de ser un «país pyme» a un gran exportador, con empresas de inserción internacional, aunque algunos apelen al expediente de bajar los salarios, devaluar, etc., todas medidas de corto alcance. Personalmente me gusta el modelo desarrollista y creo que si Argentina aplicara el «vivir con lo nuestro» le podría dar a toda la población un razonable nivel de vida, aunque lejos del modelo Americano, Europeo o Asiático. No creo que el hiper-consumo de bienes sea el valor supremo de un país. Creo que cuando Argentina fue desarrollista y aplicaba el «vivir con lo nuestro» si bien convivíamos con productos, que aunque útiles eran un tanto absoletos, teníamos la enorme fortuna de contar con sólo el 5% de la población en estado de pobreza. Actualmente disponemos, por un lado de productos top (Mercedes, etc) y un 30% de pobreza. Recuerdo un reportaje a un cura que se había ido a hacer labor social al África que cuando le preguntaron por qué no se había quedado en Argentina respondió: en la argentina no había pobres. (Muy interesante el artículo de E. S.) Saludos.

  2. Coincido en general con todo el diagnòstico que hacen. En cuanto al FIT, es absolutamente inocuo; con esos dirigentes al frente de la izquierda argentina, nuestra mediocre e ineficiente burguesìa nacional no tiene nada que temer.

  3. Hola. Soy una especie de militante de izquierda y me vivo encontrando con problemas al momento de la militancia. Estos problemas son algo que al principio pensé se debían a mi falta de formación, pero después de algunos años me di cuenta de algo extraordinario, pero en el mal sentido. No tengo como explicarle a quien me quiera escuchar, de una manera creible, que se pueda ver como probable, dos puntos elementales: como sería ese socialismo del que cada vez trato de hablar menos para no decir que no se, y cual es el programa, la secuencia de acciones políticas y económicas que podrían llevarnos ahí. Esto es increible ya que es un problema a nivel teórico, justamente en lo que los marxistas nos destacamos. Sin eso, vamos a seguir yendo al muere en la militancia y van a seguir dando lástima las figuras que con mucho esfuerzo logramos hacer conocer para que nos consigan una tribuna.

  4. Hola Diego, efectivamente, como vos decís, una de las cuestiones que venimos criticándole al resto de la izquierda, en particular al FIT, es la falta de propaganda socialista, algo que quedó muy claro en la campaña electoral. Pareciera que no pueden superar la agitación sindical y explicarles a los trabajadores que luchamos por algo más que un aumento de salario, que queremos transformar la sociedad y construir el socialismo, y lo que eso significa. Para la campaña de hecho sacamos un volante con el título “¿Pensaste en Socialismo?”, donde explicábamos qué era el socialismo y cómo se transformaría la vida en una sociedad así. Estamos haciendo muchas actividades en ese sentido y militando con esa línea, que tienda a plantear la discusión programática. Si te interesa conocer más y acercarte, escribinos a: ceics@ceics.org.ar. Saludos!

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