Editorial (Aromo n° 70): entre calles y urnas

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Entre calles y urnas
Fabián Harari
 
A un año de su mejor triunfo, el kirchnerismo atraviesa su peor crisis. En el ciclo 2008-2009, las disputas no excedían a la burguesía. En este proceso, en cambio, la clase obrera dijo presente. El 8N representó la mayor movilización política de masas de los últimos 10 años. La idea de que un grupo de bloggeros macristas puede sacar a la calle semejante número de gente es francamente ridícula. Aquella que identifica a los caceroleros con la burguesía o la pequeña burguesía (toda la izquierda, junto al kirchnerismo), también. La concentración fue dominantemente obrera, por su composición y por las causas que la provocaron (véase artículo de Marina Kabat). 
Claro que tuvo sus límites. La marcha no apuntó hacia la Plaza de Mayo y, por lo tanto, evitó un giro que podía acercarla al terreno de una grave crisis política. Medio millón de personas caceroleando en las puertas de la Casa Rosada contra Cristina hubiera constituído un escenario de crisis política sumamente aguda y la oposición no está preparada ni espera intervenir en un desenlace de ese tipo. Las consignas que esgrimía la población (contra la corrupción, por una “justicia independiente”, por el fin del “autoritarismo”), las simpatías (Binner o por Macri) y los llamados previos a la marcha muestran una dirección moral de los opositores (las tareas y el programa). Recogieron problemas obreros y propusieron una solución liberal: “¿no le alcanza el salario? Falta justicia”. He ahí la clave de la “heterogeneidad”. No es que cada uno marchara por algo distinto, sino que predominaban las consignas abstractas propias de cualquier movimiento burgués no reformista. Mientras el reformismo suele apelar a intereses concretos de la clase obrera, Macri o Binner (como antes Carrió) aluden a frases que no tienen contenido específico, porque, en realidad, el núcleo de su programa pasa por otras variables (véase los artículos de Valeria Sleiman). Con todo, esta oposición no ejerció una dirección técnica: nadie es dueño de esas masas. A diferencia del 2009, cuando la clase obrera manifestó su descontento apoyando candidatos en las urnas, aquí apeló a la acción directa. Ese fue un punto que unificó al oficialismo y a la oposición: el pueblo gobierna a través de sus representantes, hay que respetar los tiempos electorales… Mientras Sergio Bergman explicaba todo esto, un manifestante alentaba a que la gente tomara las decisiones deliberando en la calle.  Con todo, hay un elemento central: a diferencia del 20N, aquí hay muchos trabajadores que no están contenidos por ninguna organización. Si la izquierda hubiera tomado nota de todo esto, habría intervenido más inteligentemente.
El 20N representó el primer paro nacional convocado por una central sindical contra un gobierno, en casi 11 años. El paro se hizo sentir en todo el país y suspendió casi todas las actividades. Incluso gremios oficialistas, que llamaron a carnerear, vieron a sus bases desoír ese mandato (véase artículo de Ianina Harari y Nicolás Villanova). Moyano y Micheli no convocaron a ninguna movilización, lo que mermó el impacto político de la jornada. 
Sin embargo, no fue un paro “dominguero”: se llevó adelante un fuerte operativo contra los intentos del sindicalismo oficialista de carnerear. Para ello, se realizaron 215 piquetes en todo el país. De ellos, 156 fueron cortes totales. En Capital y Provincia de Buenos Aires se registraron 37 cortes. Quienes garantizaron la mayor cantidad de piquetes fueron los estatales (64), seguidos por los camioneros (55) y los docentes (39). Como lo muestra la nota de Natalia Álvarez, estos últimos supieron desobedecer a su dirección. 
Con todo, resulta interesante señalar dos casos más. El primero es la incidencia de peones de taxis en los piquetes (11), contrariamente a los mandatos de Viviani. El segundo, más importante, la de los desocupados (29), que ocupan un cuarto lugar en cantidad de intervenciones. Sin tener el protagonismo que supo ostentar, el movimiento piquetero dijo presente a pesar de la dirección de la huelga, que intentó circunscribirla a los obreros ocupados (y de ellos, los mejores pagos). 
La izquierda tuvo una destacada actuación. Sin lograr el peso que supo tener hace 10 años, participó en 133 de los 215 piquetes, en 93 de los 156 de los cortes totales y en 16 de las 26 marchas. Fue, en gran parte, responsable del ingreso de los desocupados al movimiento. En particular, el PCR y el PO, quienes movilizaron a sus organizaciones barriales y, en ese orden, aportaron la mayor cantidad de contingentes a los cortes, aunque la diferencia entre el primero (70) y el segundo (36) es considerable. Lamentablemente, los partidos no pudieron organizar una intervención conjunta, lo que habría permitido utilizar más eficientemente las fuerzas y presentar un bloque sólido. Ni siquiera el FIT pudo unificar sus posiciones. IS decidió mimetizarse con Moyano, como ya viene haciéndolo. El PTS no sabía si apoyar la huelga o no. Venía de no participar del 10 de octubre y, como se decidió tarde, no pudo lograr que su principal bastión (Kraft) parase. El PO se llenó de lamentos, pero no revisó su responsabilidad en el asunto: siempre se opuso a un proceso de unificación partidaria y convirtió al FIT en un frente electoral. Luego del 8N, no llamó a discutir una intervención común, sino a discutir candidaturas. Que se asombre por las consecuencias es, simplemente, ingenuidad o cinismo.
 
Convulsiones 
La entrada de la clase obrera como factor de la crisis provocó una herida profunda en el kirchnerismo. Perdió la calle y gran parte de los sindicatos. A diferencia del 2008, ya no tiene el apoyo del conjunto de la burguesía industrial. Con un descontento todavía menor, en 2009, sus máximos referentes (en ese entonces, Scioli agachaba la cabeza) perdieron la elección con un candidato ignoto cuyo eje de campaña fue “alica, alicate”. Por lo tanto, de persistir este escenario, es difícil calibrar el tamaño de la derrota de Cristina en 2013. Por lo pronto, los intentos por la re-re han quedado suspendidos.
Para recuperar la iniciativa, el gobierno se debate entre mantener el esquema tal como está, con este nivel de ajuste (subsidios, cepo, control del comercio exterior, estatización de empresas) o recuperar terreno en su relación con la burguesía mediante uno aún más severo. Moreno y De Vido parecen personificar, respectivamente, cada una de las opciones.
Para llevarla a una decisión, la UIA intentó trazarle un programa a Cristina e invitó a Dilma Rousseff y a las cámaras empresariales brasileñas a la 18° Conferencia Industrial Argentina. El discurso de la mandataria brasileña ahorró los eufemismos y pidió flexibilizar las barreas arancelarias, sincerar el tipo de cambio, eliminar impuestos al capital, disciplina fiscal y, lo más importante, bajar los costos laborales. De Vido fue un importante operador del encuentro y viajó con Cristina a Brasilia para continuarlo. Moreno, en cambio, no participó de la conferencia y realizó su propia “contracumbre” con el empresario, dirigente de la cámara industrial de San Pablo (FIESP) y candidato a gobernador por el PSB, Paulo Skaf. A raíz de esto, Dilma vetó el ingreso de Moreno a las conversaciones en Brasil. 
El Secretario de Comercio, sin embargo, fue el designado para tratar con la CGT un “pacto social”, como forma de destrabar el conflicto con la clase obrera ocupada. Junto a Débora Georgi y Noemí Rial, reunió a los dirigentes oficialistas, a De Mendiguren y a otros once empresarios. El secretario ofreció mover el mínimo no imponible a cambio de lograr aumentos salariales inferiores al 20% (lo que prueba que ese impuesto tiene por función poner un techo al salario). Los sindicalistas se negaron y advirtieron que no pueden asegurar la extensión del acuerdo a todas las ramas. “Como a mí no me gustaba que me marcaran la cancha, no vamos a marcarle la cancha a nadie”, dijo Caló, en alusión a Moyano. 
Por ahora, no parece haber una definición sobre el curso a seguir, salvo pedir plata afuera para compensar lo que la renta no alcanza a cubrir (véase nota Emiliano Mussi). Si la consigue, dependerá de su cintura política poder revertir el negro panorama electoral. Por ahora, esta situación agrava la debilidad de Cristina. Scioli se reúne con Macri y Moyano, apoya el 8N y se le permite normalizar el PJ provincial con el apoyo de los intendentes y la presencia de Boudou. El acto en el Estadio Único que hizo el gobernador ya roza la provocación. Es que si la economía no levanta, van a tener que negociar con Daniel.
Por su parte, Macri y Binner se pelean por los restos de la UCR, la Coalición Cívica y, en el caso del PRO, del duhaldismo. Si Cristina derrapa en el 2013, Macri será opacado por Scioli y su rival será el FAP devenido en Alianza. Lo de Moyano y su partido de la Producción y el Trabajo parece estar diseñado para ingresar al Congreso y mantener una posición de fuerza en virtud del 2015.
 
La última estación del año
Luego del 20N, Moyano y Micheli convocaron a un acto para el 19 de diciembre. La relación con la rebelión popular no puede soslayarse. No obstante, se trata del límite hasta donde llegó la CGT y la CTA: la renuncia de Cavallo. Quedó para el 20 la caída de De la Rúa.
Con respecto a esta convocatoria, el PTS pasó de ausentarse el 10 de octubre y vacilar el 20N a llamar a marchar el 19D y hasta proponer un “partido de trabajadores”, curiosamente, cuando quien lo hace es Moyano. IS, por su parte, se acerca cada vez más al FAP. Sobrero estuvo en el acto del FAP el 23 de noviembre, en Costa Salguero. El PO descalificó el acto del 19 y pretendía hacerlo sólo el 20. Acusó al camionero de no tener intención de luchar por las reivindicaciones que levanta la marcha. Puede ser que no sea eficiente (aunque organizó un paro general y dos movilizaciones), pero el problema de Moyano no es que no intenta llevar mejoras corporativas a su gente, sino que su lucha no supera esa esfera y, cuando lo hace, ofrece a la clase obrera a Scioli o Macri. Incluso, nada se dice acerca de la mezquindad del planteo sindical de Moyano, que no contempla la situación de los obreros en negro, los tercerizados, los desocupados y los que, aún en blanco, no llegan a los topes. No se trata de “luchar más”, sino de luchar por otra cosa. El problema no es sólo preparar una huelga de 36 horas, sino discutir un reclamo que abarque al conjunto de una clase obrera fragmentada. Junto a la eliminación del impuesto a las ganancias, el reparto de las horas de trabajo, sin afectar el salario, es una reivindicación que puede unir al ocupado con el desocupado. El ocupado trabaja menos y el desocupado ingresa al sistema. Y frente al nuevo partido moyanista, ¿qué se va a ofrecer? ¿Un nuevo frente electoral? El 19, hace falta una columna única de toda la izquierda (incluyendo al PCR y el MST) que reclame una salida para todos los trabajadores. Luego, en vez de pensar en el 2013, habrá que discutir seriamente la formación del Partido, para una clase que volvió al camino. 

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