Editorial: Anticipos – Sebastián Cominiello

en Editorial/El Aromo nº 48

2sebasaromo48 Comprender un hecho significa identificar las causas que lo provocaron. Es decir, sus  determinaciones. A qué debe denominarse “determinación” es uno de los problemas  que aquejan a las discusiones científicas. Allí suele acusarse al marxismo de reducir un  conjunto complejo de fenómenos históricos a una sola causa: la ley económica. En  realidad, el marxismo nunca ha postulado la existencia de una sola causa, sino de un  conjunto de ellas. A diferencia del pensamiento ingenuo, no cree que éstas se hallen  predispuestas “democráticamente”. Por el contrario, conforman una jerarquía. Como  las muñecas rusas: una causa se halla contenida en otra más grande. Este límite que  ponen las más voluminosas a las más pequeñas es la determinación. La economía es,  entonces, la materia prima, la argamasa que permite o impide la construcción de cierto proceso. Pasado ese punto, los fenómenos comienzan a depender del factor subjetivo.

La crisis económica no ha tenido el mismo correlato en la lucha de clases a lo largo del planeta. Incluso allí donde provocó crisis políticas (Grecia, Islandia, Medio Oriente), cada región adquirió una dinámica diferente. ¿Qué determina entonces ese cuadro desigual? La propia historia de la lucha de clases. Clases mejor preparadas, con valiosas tradiciones y con direcciones a la altura de la tarea correrán mejor suerte. Así, los tiempos de crisis suelen contener ciertos defasajes.
En Argentina, la crisis política se está procesando más aceleradamente de lo que marcarían los tiempos económicos. Mientras lo peor de la debacle aun está por venir, la clase dominante está dando muestras de ser sumamente sensible a sus efectos. Y a reaccionar en consecuencia.
Por un lado, el deshilachamiento de un gobierno que anuncia desprendimientos por derecha e izquierda. Cada día que pasa, pierde otro dirigente. A la burguesía agraria se le ha sumado la fracción bancaria. La UIA ya tiene su líder opositor. Acorralado, el kirchnerismo obligó a todos aquellos con responsabilidades ejecutivas a presentarse. Está jugando todo lo que le queda, que no es mucho. Ya dio por perdida la elección en Capital, Córdoba y Santa Fe. En Buenos Aires, tuvo que presentar Scioli, un opositor en las filas propias. Se conminó a los intendentes a participar de las listas, pero no pudo evitarse que éstos pusieran gente afín en las rivales. El gobierno tendrá un congreso opositor. Si perdió una votación clave con uno “oficialista”, imagine el lector lo que le espera después de diciembre. La postergación de la candidatura del máximo dirigente kirchnerista, el ex presidente, revela las dudas sobre su popularidad. Lo curioso es que se arriesga todo para poder llevarse algo. Se presente Néstor o no, ya perdió. El adelantamiento de las elecciones, lejos de dar aires, ha acelerado la descomposición del régimen. Al primero que madrugó la jugada electoral de Kirchner es a él mismo.
Sin embargo, también vemos que la burguesía ya comenzó a preparar la conspiración y, eventualmente, el recambio. El arco opositor logró conformar alianzas más amplias. Entre ellas, la reconstrucción del duhaldismo en el corazón de la política K: la Provincia de Buenos Aires. Los medios más importantes también comenzaron una campaña destituyente. Una fracción mayoritaria de la burguesía intentará profundizar la crisis política tras la búsqueda de un desenlace. Van a jugar con fuego. Tal vez no lo sepan, o tal vez sí, pero no tienen alternativa y, echadas las cartas, les conviene dar el primer paso. Detrás de todo esto, es interesante señalar el acicateo de la burguesía a las elecciones en función del torbellino que se avecina. Con todo, las peripecias del oficialismo y la oposición muestran que desde el inicio del reflujo, en junio del 2002, no lograron constituir un Partido del Orden. Una tarea que no se realizó en “épocas de prosperidad” y que ahora se transforma en urgente y de pronóstico reservado.
Este adelantamiento de la crisis política comenzó a repercutir en las masas. Se observa un claro giro en su conciencia. Los partidos subieron y bajaron candidatos. Ninguno tiene dirigentes presentables que no hayan sido ya presentados. Carrió, por ejemplo, se escondió detrás de un insípido Prat Gay. Las renuncias apresuradas de Michetti y Solá a sus funciones revelan un clima de rechazo al conjunto de las candidaturas. Cobra fuerza el descontento con el personal político burgués y se escucha un susurro que parecía olvidado: “que se vayan todos…”.
¿Qué explica este defasaje relativo? La propia historia de la lucha de clases en Argentina. Aquí la clase obrera protagonizó el mayor fenómeno de masas a nivel mundial de los últimos 30 años. Estableció una importante alianza con la pequeña burguesía y aisló a su contrincante. El sistema no terminó de reponerse cuando ya se encuentra de nuevo cuesta abajo. La crisis nunca se fue, como tampoco quienes la protagonizaron, sólo estaban esperando el momento para retomar la marcha. Ahora, con mayor experiencia a cuestas, cada clase realiza sus movimientos en forma más acelerada.
En este panorama se hace necesaria la intervención política de la izquierda que ha mostrado una vocación revolucionaria. Es el momento de que las organizaciones que defendieron los intereses de la clase obrera, en diferentes ámbitos y circunstancias, lo hagan también el 28 de junio. Nos referimos, vale aclararlo, a los partidos que levantaron el programa de independencia de clase (PO-MAS-PTS), a diferencia de aquellos que demostraron una vocación de conciliación con el enemigo (MST-IS-PCR). Se trata de organizaciones que, más allá de sus deficiencias, frente al conflicto más importante de estos años (el enfrentamiento gobierno-campo) no acudieron en defensa de ninguna fracción patronal. Están construyendo un programa en el transcurso de los enfrentamientos.
En varias ocasiones nos hemos manifestado contra la unidad abstracta de la izquierda. Siempre insistimos en que ninguna voluntad o “generosidad” de los dirigentes puede llegar a unir aquello que la realidad separa. Sin embargo, en estos años, una serie de organizaciones políticas ha comenzado a labrar un programa común allí donde debe construirse: en la lucha de clases. Por ello, lamentamos que esa confluencia real no haya tenido su correlato en un frente para este combate, en medio de esta crisis. Se debilita así una intervención necesaria, mientras el enemigo se aglutina.
La batalla electoral no es una lucha por colocar un candidato. Es el campo donde se desarrolla un programa. Todos los que han sabido defenderlo en otras instancias deben alinearse para ésta. Es lógico entonces que se plantee una alianza entre las diferentes organizaciones y que se ponga sobre la mesa el problema de la dirección. En ese sentido, creemos que el criterio del PO es correcto: la elección de candidatos tiene que estar relacionada directamente con las fuerzas que esos partidos representan en la realidad. Aquí no cabe ninguna democracia organizacional ni federalismo alguno. Ostentar una sigla, por sí mismo, no da derecho absolutamente a nada. Quien dirige en la lucha de clases encabeza y el resto debe acompañar. Y no estará haciendo campaña para otro, sino para su programa, salvo que crea que el crecimiento de la conciencia revolucionaria lo va a perjudicar. El argumento “federalista” (una organización, un puesto) es puramente burocrático: pretende negar el desarrollo real de la lucha por la vía administrativa.
En función de lo antedicho, debe quedar claro, en primer lugar, que la acción de votar en blanco o impugnar el voto manifiesta una alianza con el régimen. Implica abstenerse o negarse a llevar, a ese ámbito, el programa que las organizaciones vienen defendiendo. Tampoco se debe alentar a aquellas organizaciones que constituyen un obstáculo al desarrollo de la revolución (MST). Es importante defender el programa revolucionario en esta instancia. Nos referimos al voto a los partidos señalados anteriormente (PO-MAS-PTS). Los tres participan de la construcción cotidiana de la revolución. De ellos, sin embargo, el Partido Obrero ha demostrado un mayor desempeño en la lucha de clases y una mejor comprensión de la naturaleza de la intervención electoral. Es decir, se ha constituido en el mejor defensor del programa. Llamamos, entonces, a apoyarlo en esta batalla.

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