Del trabajo a casa. «El último yankee», de Arthur Miller

en El Aromo n° 37

Por Rosana López Rodríguez – En el Teatro Regio del Complejo Teatral de Buenos Aires se estrenó una obra de Arthur Milller, El último yankee. Dirigida por Laura Yusem, y escrita en 1993, esta pieza cuenta la historia de dos matrimonios, los Hamilton y los Frick. En la primera escena, se encuentran Leroy Hamilton (Alejandro Awada) y John Frick (Aldo Barbero) en la sala de espera de un neuro-psiquiátrico, en las afueras de Nueva Inglaterra. Leroy es un “hombre de mediana edad y el otro, veinte años mayor”. Las mujeres de ambos, Patricia (Beatriz Spelzini) y Karen (Alicia Berdaxagar), están internadas allí pues han sufrido colapsos nerviosos a causa de la depresión.

La acción de la obra se estructura y va avanzando a partir de la confrontación de una serie de pares de opuestos. Uno de ellos es el de género, que contrapone a los miembros de ambas parejas entre sí: Leroy-Patricia y John-Karen.

Leroy es un carpintero que trabaja con esmero y es descendiente de Alexander Hamilton, uno de los “padres fundadores” de los EE.UU. Los conflictos que tiene su esposa, hija de inmigrantes suecos, tienen su raíz en las contradicciones entre sus expectativas adolescentes y la vida modesta que lleva en la actualidad, al lado de Leroy. Es madre de siete hijos y no soporta que su marido se resigne a llevar una vida sin ambiciones económicas. Leroy se conforma con hacer bien su trabajo (que le brinda mucho placer y satisfacciones) y con que le paguen lo necesario para vivir sin apremios; ella, por el contrario, espera siempre más. Él se entusiasma con los pequeños placeres: los días de sol, patinar sobre hielo o tocar el banjo. Ella le reprocha el auto viejo, las dificultades, la falta de aspiraciones. Él -que ya la ha internado varias veces como producto de diversas crisis- la visita, la contiene, la espera, pero no puede sino reprocharle su actitud egoísta. Cuando ella le reclama que no tiene sueños para el futuro, él insiste en que prefiere la modestia a perecer por los sueños. Como los hermanos mayores de Patricia, que se suicidaron porque no pudieron cumplir con las expectativas que habían forjado: debían ser los mejores, los primeros, hombres exitosos que no pudieron resistir la frustración que les imponía el mandato familiar y social.

La relación enferma entre Karen y John es también la causa de la depresión de Karen. Ella es temerosa, sometida a la voluntad de su marido, que no le presta atención ni respeta sus intereses. A Karen le gusta el zapateo americano, pero sólo ensaya en su casa, de la cual no sale ni siquiera para hacer las compras. En una de las últimas escenas de la obra, cuando los maridos ingresan a la sala a ver a sus esposas, Karen baila vestida con el traje que se ha comprado al efecto, a pedido de Patricia, quien la estimula a salir de su encierro emocional. Su presentación es patética y su marido se siente avergonzado. La maltrata verbalmente y ella termina vencida por la relación asfixiante con su esposo, de la que no puede liberarse.

La otra oposición sobre la base de la cual funciona la obra y es más importante que la anterior, es la de clase. Los Frick tienen fortuna, empresas y pozos petroleros. Sin embargo, la relación matrimonial entre John y Karen está mucho más deteriorada (y de hecho, no se recompone) que la relación entre Leroy y Patricia. Las tensiones de los Frick no se resuelven, las de los Hamilton se superan, pues se dan cuenta de que todavía existe amor entre ellos. Se dan cuenta de que tienen todo por delante porque se tienen el uno al otro.

Mientras Leroy dice disfrutar de su trabajo y de las cosas simples de la vida, John no comprende qué le sucede ni por qué su esposa ha llegado a esa situación. Cree que con el bienestar económico es suficiente. Si no pasan necesidades, ¿cuál es el problema que aqueja a Karen?, se pregunta John. Mientras Leroy comprende, John ignora. Si John se queja de que los obreros pretenden ganar mucho, Leroy le hace notar que los obreros también tienen derecho a llevar una vida sin apremios y sobre todo, a que su trabajo sea remunerado como corresponde. El esfuerzo, la dedicación, el amor artesanal por el trabajo, merecen algo más que una calurosa felicitación.

Mientras Patricia estimula a Karen a que haga lo que le gusta, a que no espere el beneplácito de su marido, ella continúa dependiendo de la opinión de los demás. Cuando Patricia puede superar su depresión (al liberarse de la dependencia de los psicofármacos), Karen aparece más dependiente y su autoestima más humillada…

La obra toma partido por una de las dos clases: la que tiene futuro es la pareja perteneciente a la clase obrera. Los valores positivos, el amor, el vitalismo, la fuerza del trabajo son los elementos que Miller (y la puesta), rescatan en el desenlace de la obra, más allá del individualismo presente en esa resolución. Los Frick pierden frente a la capacidad de disfrute, trabajo y adaptación de los trabajadores.

Ayer: el liberalismo progresista

Las tensiones familiares mencionadas son, con todo, causas superficiales que expresan que una sociedad que no sabe justipreciar los verdaderos valores, resiente las relaciones humanas. En este sentido, el autor ha declarado que: “por fin he comprendido que el estado en que se encuentran estos matrimonios se corresponde con la triste situación de nuestra civilización”.1 La directora de la puesta también señala en una entrevista que la obra es una metáfora de la sociedad y cita una frase de la obra: “Cualquiera que vive en este país no puede no estar deprimido”.2

Uno de los subtemas de la obra es, entonces, la liberación de la ideología yankee3 del sueño americano. Los mandatos de ser los primeros, de consumir constantemente, de enriquecimiento progresivo, ese sueño americano que ha llevado a la destrucción a miles de norteamericanos, por la vía de la guerra o del suicidio. La confianza en ese sueño es ideología y esto Miller lo muestra en un personaje de otra obra: el Willy Loman de La muerte de un viajante (1949), que se suicida (al igual que los hermanos de Patricia) cuando se frustra la posibilidad de cumplir el sueño prometido.4 Leroy se salva porque es el último yankee con esta ideología y será el primero que, cuando salga con su esposa del sanatorio, enfrente la vida como el primer yankee liberado. En palabras del autor: “Willy, al igual que otros héroes trágicos como Macbeth o Edipo, es un fanático enceguecido por su visión, no ve más allá de eso. El Yankee siempre se ve en función de los demás, por eso lo considero más cuerdo. También se podría ver la diferencia de los cuarenta años de la historia norteamericana”.5

El último yanquee es testimonio del optimismo político de su autor, un optimismo que se incubó en los ’90. Miller confía en el progreso, de allí que la pareja que se salve sea la más joven (de hecho, un personaje todo el tiempo presente en escena -Nya Quesada- en una especie de permanente coma farmacológico, es la de mayor edad de las tres internadas). La obra muestra la gradación generacional ascendente: paciente – Karen – Patricia. El autor revela su liberalismo progresista en ese optimismo: “Mi padre era analfabeto (…). La idea de que yo fuera escritor era inimaginable. Pero a pesar de eso era un hombre de negocios que tenía a su cargo quinientas personas que trabajaban en tres fábricas diferentes […]” y “[…] con el tiempo las cosas han mejorado. Detesto admitirlo, pero es cierto. Vivimos más años, antes se consideraba inevitable que millones de personas sean pobres y que algunos cientos estén por encima”.6

La crítica social de Miller apunta a la ideología en todas sus formas: la religión (mejor dicho, sus representantes, como el pastor que asiste a Patricia, que está con ella porque le cae “simpática”, antes que por la salvación de su alma), la creencia en que los yankees son los mejores, el zapateo americano de Karen (como una crítica a la industria del entretenimiento y en particular, a las producciones hollywoodenses, distractoras y vacías de contenido). Pero el epítome de la ideología en la obra está representado por los fármacos que ha consumido Patricia: la dopan, le quitan conciencia, no le permiten ver la realidad y recién cuando deja de tomarlos (por una decisión personal) se libera. En ese momento se da cuenta de que no debe culpar a su esposo por lo que ella considera falta de ambición. A partir de allí se inicia la recuperación. Cabe señalar que Leroy siempre ha sospechado de todos estos componentes ideológicos, aunque no ha luchado lo suficiente contra ellos: nunca le ha caído bien el pastor que visitaba a su mujer, nunca fue un devoto de ninguna religión y siempre creyó que la medicación perjudicaba, antes que mejoraba, a Patricia.

Hoy: la cultura del trabajo

¿A quién salva el Jesús que representa Leroy? ¿Qué valores rescata hoy este personaje que es carpintero y construye un altar? Este hombre que se ha despojado de la ideología y de la parte de mentira que implica, sólo “intenta salvar a su esposa, no al mundo”, según el autor. Significa esto que la postura valiosa, la que levanta la misma puesta es la del esfuerzo individual. Recupera el placer que da el trabajo bien remunerado. Es una apología del self made man que no pretende ascender de clase, porque la felicidad radica en los pequeños gustos. No hay que vivir como los Frick, “solamente para hacer plata”, como afirma la directora. Tampoco hay que llegar a ser el primero de la fila porque no hay fila, no hay varios contra los que competir o contra quienes luchar, sino que, como expresa el protagonista y remarca la directora de la obra en la entrevista citada: “La fila está compuesta por una sola persona”. Dice Yusem: “Leroy es el último yankee, porque en la opinión del autor ya no hay hombres que tengan los valores que él mismo apreciaba: el sentir orgullo por una tarea manual, el tener una vida sana y disfrutar de la naturaleza. Leroy está decidido a no ganar dinero, a estar al margen de la locura americana”.

En realidad, y a despecho de la perspectiva pesimista de la directora con relación a la interpretación del adjetivo último, la obra y su puesta rebosan optimismo y vitalidad en la pareja protagónica y en su mensaje. Efectivamente, es el último de una dinastía que creyó en algún momento en esa ideología del progreso y el ascenso social, pero es a su vez el primero de una nueva dinastía que cree en esos valores que expone Miller (y también Yusem) a través de Leroy.

El último yankee argentino le habla a todos aquellos que han formado parte de la pequeña burguesía, hoy proletarizada. Aquellos que han abrigado expectativas heredadas de progreso gracias al estudio o a la propiedad de un pequeño capital, pero que hoy deben trabajar como obreros. No hay que creer en el mito del ascenso social, debemos abandonar esa ideología si no queremos vivir frustrados. El último pequeño burgués que abandone sus fantasías de aburguesarse, será el primer obrero argentino digno de vivir una vida feliz.

Hoy que el índice de desocupación cacarea que se ha bajado a un dígito, el obrero ocupado debiera ser un obrero orgulloso de su trabajo. El trabajo nos hará libres, pues nos rescatará de la ideología del progreso y del consumo. Nos conformaremos con poco, porque no es necesaria la acumulación para ser feliz. Después de todo, los niños ricos tal vez sigan teniendo tristeza…


Notas

1Palabras del autor tomadas del programa de la puesta que reseñamos.
2“Radiografía de la exclusión”, entrevista a Laura Yusem en Página/12, pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/index-2007-03-26.html
3“Yankee” es en Miller equivalente a WASP (White, Anglosaxon, Protestant), Blanco, Anglosajón, Protestante, a los habitantes de Nueva Inglaterra.
4Willy Loman, un viajante de comercio oculta a sus allegados sus fracasos en su empleo y, tras ser despedido, se estrella con su coche para que su familia pudiese cobrar su seguro de vida y su hijo tuviese una vida mejor que la suya.
5Conferencia de Arthur Miller en APdeBA (Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires) en el año 1993, p.451. Puede consultarse la versión electrónica en www.apdeba.org/publicaciones/2005/03/pdf/Arthur Miller en APdeBA.pdf
6Conferencia en APdeBa, p.455.

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