Cuentas pendientes – Por Guido Lissandrello

en El Aromo nº 82

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Reseña del libro El trotskismo y el debate en torno a la lucha armada. Moreno, Santucho y la Ruptura del PRT, de Martin Mangiantini, El Topo Blindado, Buenos Aires, 2014

Este libro repone los ejes fundamentales de la disputa entre Moreno y Santucho, pero se detiene justo allí donde se encuentra el problema. Así se priva de sacar las conclusiones políticas del caso: el papel en la derrota de los ‘70 tanto de la estrategia guevarista como del seguidismo morenista.

Por Guido Lissandrello (Grupo de Investigación de la Lucha de Clases en los ‘70-CEICS)

Este año, la editorial de El Topo Blindado lanzó un nuevo título, escrito por Martín Mangiantini. Un libro que introduce, por la vía de reconstruir el debate entre Nahuel Moreno y Roberto Santucho, una problemática fundamental de los años ’60 y ’70 que ha tenido escasa atención historiográfica: las discusiones estratégicas que enfrentaron al guevarismo y al insurrecionalismo. En este sentido, el libro es bienvenido toda vez que, con documentos en mano, reconstruye un debate de suma importancia que no perdió vigencia hoy. Si bien la estrategia guevarista sufrió una derrota en aquellos años, de la que no pudo recuperarse, el problema de la construcción del partido revolucionario sigue siendo un problema acuciante. Mangiantini aborda este debate, reponiendo los ejes fundamentales que marcaron la disputa entre Moreno y Santucho, pero termina el análisis justo allí donde comienza el problema fundamental.

La superficie

En 1965, se produjo la fusión entre la organización Palabra Obrera (PO), liderada por Nahuel Moreno, y el Frente Revolucionario Indoamericanista Popular (FRIP), que impulsaban los hermanos Santucho en el norte del país. Así nació el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT). Sin embargo, esta experiencia tuvo corta vida, hacia 1967 se inició un debate estratégico que culminó dos años después con la ruptura que dio vida al PRT-El Combatiente, liderado por Santucho, y al PRT-La Verdad, de Moreno.

Es este el debate en el que se introduce Mangiantini y que, hasta ahora, no había tenido un tratamiento documental específico. El libro tiene la virtud de reconstruir los ejes principales del debate, mediante el relevamiento de las fuentes escritas pertinentes, e incluso logra

identificar los antecedentes inmediatos de aquella polémica, signados por el impacto de la Revolución Cubana: la que sostuviera primero Moreno con Daniel “Che” Pereyra, enviado por PO a Perú a fortalecer la lucha de Hugo Blanco; y luego con Ángel “Vasco” Bengoechea, quien terminaría por formar las Fuerzas Armadas de la Revolución Nacional (FARN). Estas discusiones giraron en torno a la cuestión estratégica, en particular, el papel de lucha armada.1

Abordando estos debates previos, el autor identifica los núcleos generales de la concepción morenista, que luego se replicarán en la discusión con Santucho, a saber: la estructura política para la revolución, la relación vanguardia-masas, el sujeto revolucionario y la coyuntura latinoamericana y argentina. Cuando se dio este debate, Moreno, en su intervención, apunto a destacar que la estrategia fundamental de los revolucionarios era la construcción de un partido con inserción de masas, para lo cual se debían desarrollar diversas tácticas según la coyuntura. El partido debía insertarse en las luchas cotidianas de la clase teniendo un papel destacado las consignas transicionales. Por el contrario, Santucho sostenía, según el autor, que el partido marxista-leninista debía estar acompañado de la construcción de un brazo armado para desarrollar la “guerra civil prolongada”. En relación a ello, el “despertar” de la consciencia sería fruto de la acción armada para la movilización y educación de las masas (pp. 84 y 85). Esto último es, sin embargo, muy discutible. El PRT-ERP no limitó la propaganda y agitación política a lo militar. Sus prensas, tanto El Combatiente,Estrella Roja como el diario El mundo, que alcanzaron tiradas de decenas de miles, evidencian una preocupación sustantiva por la disputa de la consciencia, así como toda la infraestructura abocada a su impresión y distribución.

A pesar de esto, la reconstrucción del autor muestra cómo se delinearon dos estrategias enfrentadas: la de Moreno, que se abocó a la construcción del partido en el seno de la clase obrera -para lo cual se volvía fundamental el trabajo de inserción en cuerpos de delegados y comisiones internas-, y la de Santucho, que privilegió la construcción de un brazo armado subordinando a ella las tareas de dirección política. Sin embargo, esto constituye solamente la superficie del problema…

Un balance ausente

Las conclusiones del libro son, naturalmente, la parte más sustanciosa. Allí Mangiantini hace un balance general del morenismo y el PRT-ERP en los ’70. Del primero señala que “se convirtió en una corriente con cierto peso político en la vanguardia del movimiento obrero y con influencia e inserción” (p. 132); mientras que del segundo indica que “fue, sin dudas, la organización revolucionaria marxista con mayor influencia […] logró como estructura política una relevante penetración en ciertos sectores de la clase obrera y de la juventud” (p. 131). Mangiantini reconoce aquí el importante desarrollo del PRT-ERP. Algo que lo distancia del sentido común sobre los años ’70 e incluso de Hernán Camarero, quien en el prólogo señala que esta organización “fue actuando conforme a un planteo foquista […] captando la adhesión de cientos de abnegados militantes juveniles y sindicales, para conducirlos a un combate contra el aparato armado del Estado cada vez más autónomo de la acción de las masas” (p. 14).

Es en este punto donde aparece el problema nodal en torno al debate como puntapié para examinar las estrategias que se desarrollaron en el seno de la izquierda. Lo que debiéramos preguntarnos es lo siguiente: si el morenismo desarrolló una estrategia adecuada para la estructura económico-social de la Argentina, orientándose a la construcción del partido revolucionario por medio del desarrollo político de la consciencia de la clase obrera, ¿por qué el PRT-ERP, que sobreestimó las tareas militares por sobre la construcción político-partidaria, alcanzó una mayor inserción en la clase obrera?

El libro no ofrece respuestas a este interrogante, que aparece sobrevolando la parte final del mismo, y que constituye en el fondo la esencia del debate. Sólo muestra, a través de documentos, que Moreno privilegió la construcción partidaria, lo cual, en esos términos, es correcto. Ahora ¿qué es “construir el partido”? ¿Qué papel tiene este en relación a las masas? Es allí donde pueden encontrarse algunos elementos para pensar las limitaciones de aquella corriente.

El morenismo se caracterizó por su incapacidad para erigirse en dirección política independiente de la clase obrera, puesto que su forma de concebir la construcción partidaria suponía que la tarea fundamental era identificar a la vanguardia de la clase (aquella que lidera la disputa en el nivel económico reivindicativo) y “acompañar” su lucha, plegándose a cada una de sus iniciativas (ya sea una huelga, tomas, formas de lucha armada, etc.). De ese modo, resignaba la posibilidad de desplegar la tarea intelectual del partido, disputando la conciencia de la clase obrera, en pos de favorecer el acercamiento a la clase. Esto expresa una concepción espontaneísta de la conciencia obrera, donde el pasaje de lo económico-reivindicativo a lo político se daría por la acumulación de luchas parciales, quedando el partido relegado a una función de acompañante. Esto aparece incluso en algunos de los documentos que trabaja Mangiantini (“Un documento escandaloso”, “La Revolución Latinoamericana”, entre otros) y él mismo se ve obligado a reconocerlo cuando afirma que “para Moreno, el rol del partido recaía en el punto medio de insertarse en los conflictos desde su militancia y colaborar para que estos finalizaran en triunfos” (p. 83). Con este importante déficit, en los años ’70 el morenismo no logró ofrecerse como alternativa política a las fracciones de la clase obrera que, a partir del Cordobazo, comenzaban a romper con el peronismo. En un momento en que el alza de la lucha de clases imponía la necesidad de una profunda disputa ideológica en el marco de un proceso revolucionario, el morenismo claudicaba ante el reformismo, subordinándose a las capas mayoritarias de la clase obrera que se mantenían fieles a ese programa. A ello lo condenaba su estrategia seguidista.

Por su parte, el PRT-ERP se adelantó al momento político-militar de la lucha de clases. Sobreestimando las tareas militares por sobre la construcción del partido en el seno de las masas, complotó contra su propio desarrollo político. Sumado a su defensa de un programa guevarista que llamaba a completar tareas burguesas pendientes y a privilegiar la alianza de la clase obrera con un campesinado inexistente en la argentina. Pero, incluso con estos importantes déficits programáticos y estratégicos, el PRT-ERP intervino activamente en la crisis del reformismo, avanzando en la clarificación de la consciencia de ciertas fracciones de la clase obrera. Esto le permitió un mayor desarrollo en el seno del proletariado, incluso en un contexto tan adverso como fue el retorno del mayor cuadro del reformismo argentino, Perón, en 1973. Claro que, de no haber destinado buena parte de sus fuerzas militantes a la construcción de un brazo armado, su proyección como dirección de la clase obrera se hubiese potenciado.

En suma, no pudiendo conectar los alcances y limitaciones del desarrollo de ambas organizaciones con sus planteos estratégicos contenidos en el debate Moreno-Santucho, Mangiantini se priva de sacar las conclusiones políticas del caso: el papel en la derrota de los ’70 tanto de la estrategia guevarista como del seguidismo morenista. Solo partiendo de esta base podemos sacar las lecciones para la lucha de hoy.

Notas

1 Para un balance de estas discusiones véase: “La voz de un imprescindible”, prólogo a Memorias de un militante internacionalista, de Daniel Pereyra, Ediciones ryr, Buenos Aires, 2014.

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