Coqueteando con el enemigo – Por Juan Manuel Duarte

en El Aromo n° 88

1357980653_284794_1357981101_noticia_normalSobre la caracterización de la economía argentina del PTS

El libro del PTS, La economía argentina en su laberinto. Lo que dejan doce años de kirchnerismo, ofrece varios elementos para debatir; nos concentraremos en la discusión en lo que hace a la caracterización de los últimos veinte años que, en líneas generales, no se desmarca de las argumentaciones oficiales.

Por Juan Manuel Duarte (GIHECA)

El PTS publicó un balance de la economía kirchnerista, tarea necesaria para, en palabras de Mercatante (su autor), brindar herramientas para las luchas venideras.[i] Invitamos al lector a que nos acompañe a revisar cuanto de ese objetivo se cumple.

La estructura es la de una compilación de artículos concatenados por el hecho de tratar sobre el kirchnerismo. Esto no sería algo necesariamente negativo, de no ser porque uno se encuentra con preocupantes imprecisiones y afirmaciones contradictorias. El libro ofrece varios elementos para debatir; nos concentraremos en la discusión en lo que hace a la caracterización de los últimos veinte años que, en líneas generales, no se desmarca de las argumentaciones oficiales.

Las características de la acumulación

El PTS caracteriza a la Argentina como un país semi-colonial. Su especificidad sería la de contar con una economía atrasada, dependiente y sometida políticamente (p. 16). Esta categoría tiene varios inconvenientes, además de reemplazar el estudio concreto por una “etiqueta”. Más grave aún, derivaciones políticas que acercan al nacionalismo.

Este estatus, si bien no se explica qué quiere decir, implicaría que el país vio bloqueado su desarrollo por el imperialismo. Un problema de esta noción es la impronta teleológica: todos pueden ser como las grandes potencias. Si no lo consiguen, debe ser culpa de algún elemento externo (los monopolios, el imperialismo). Así, se reemplaza la historia por un tipo ideal. A esto, Mercatante añade la idea peregrina de la incapacidad psicológica de la burguesía argentina, que pudiendo ser grande y potente, decidió estar “más presta a privilegiar las modestas ventajas que pudieran ofrecer las migajas caídas de la mesa del festín de las corporaciones imperialistas” (p. 74). El negocio está, pero los burgueses locales no lo quieren asumir. En las leyes de la reproducción del capitalismo argentino, Mercatante descubrió una nueva categoría; la del “capital migaja”. Este capital conformaría a los burgueses locales, siempre a la zaga del festín imperial.

Esos intereses, además, habrían asignado el lugar de Argentina como proveedor de commodities (p. 191). Nuevamente, se evita el estudio concreto: ese lugar no está asignado por nadie más que por la competitividad de la rama agraria, como ocurrió también con Canadá, Australia o el propio EEUU. El factor de la productividad es el que explica que otras ramas no prosperen. Tal es así que cuando un capital alcanza costos competitivos, ingresa en otros mercados, incluso en los imperialistas. Por ejemplo, los tubos de Techint, uno de los proveedores del sector petrolero norteamericano.[ii]

La noción de dependencia tiene también dificultades. Si el criterio para definirla es el peso del capital extranjero, hoy día difícilmente quede país sin algún grado de dependencia. Si el concepto se entiende como flujo de valor hacia el centro por el intercambio desigual, también es incorrecto. Como se sugiere en algún pasaje (p. 90, 196, aunque en el análisis se omite), la exportación de materias primas provoca el ingreso de una magnitud de riqueza en forma de renta, pagada por los compradores. Los proveedores de bienes agrarios (o petroleros o mineros) se convierten en una estafa al mercado mundial, obteniendo un ingreso mayor al que les correspondería por el tamaño de su capital.

El Imperio contraataca

Otro análisis contradictorio es el de la deuda externa, concebida como mecanismo de dominación. En ese punto, los países dependientes no podrían acumular pasivos en moneda propia, como los centrales. Ahora bien: según el Informe de Deuda Pública del Ministerio de Economía el 61,3% está en pesos, ya que es intra-sector público. Los acreedores son el BCRA, el Fondo de Garantía de Sustentabilidad (FGS) de la ANSES y el Banco de la Nación. Frente a la imposibilidad de hacerlo con el extranjero, el Estado argentino emite papelitos para endeudarse en pesos. Eso permite una serie de ventajas (licuar fácilmente las obligaciones y estafar a los acreedores locales), aunque impide obtener divisas. No se gana “margen de maniobra” como quiere Mercatante. Por eso la desesperación por volver a pedir en el mercado internacional. No por un afán de dependencia ni de estrechez de la burguesía, sino porque de eso depende su reproducción.

No satisfecho, el autor afirma que la deuda es “resultado de la condición dependiente de una formación capitalista como mecanismo de su perpetuación”. Pero otra vez la realidad le da la espalda: en términos absolutos, el país con la magnitud más grande de deuda es… Francia.[iii] El cuarto puesto lo ocupa Japón y el quinto China. La Argentina está 30°. Es cierto que esos países tienen un tamaño mayor. Veamos entonces el peso de la deuda pública sobre el PBI. El país más dependiente del mundo es… Japón, 231% sobre PBI. Francia (96%) está en el top 20. EEUU y Alemania tienen un nada despreciable 74%. La Argentina, con 42,7%, ocupa el 95° lugar. Mercatante, por un lado, olvida que la expansión del endeudamiento (capital ficticio) es un fenómeno generalizado producto de la crisis mundial. Por el otro, evalúa el efecto solo del lado del prestamista, sosteniendo que es un mecanismo que permite la apropiación de riqueza desde la época de la Baring (p. 57). Es cierto: todo aquel que presta espera un beneficio. Pero el que pide utiliza esos recursos en su provecho, ya sea para fortalecer una posición, o para al menos sobrevivir. El caso del empréstito de la Baring ejemplifica lo contrario de lo que se quiere probar: recibido en 1824, implicó un ingreso enorme en relación al presupuesto. Se terminó de pagar casi un siglo más tarde, cuando en relación a los ingresos del Estado las erogaciones implicaron porcentajes minúsculos.[iv] Ese es el papel que juega la deuda para la Argentina: no un elemento de saqueo, sino una forma que tiene el capital local de compensar su retraso productivo en el mercado mundial.

A su vez, sostiene que durante la década vivimos un período sin restricción externa por el superciclo de las commodities, que incluso facilitó alguna exportación industrial (p. 52). Cualquiera con uso de razón que lea esto, y que luego escuche a Kicillof explicar cómo se redujo el peso de la deuda del 166% al 40% del PBI, se hace kirchnerista sin mayores problemas. Después de todo, aunque se pagaron millones, cortamos las cadenas de la dominación. Así, se mete en un aprieto: no solo no da cuenta de la supuesta condición semicolonial, sino que la “restricción externa” imperialista no estuvo presente en la década kirchnerista. Toda una revelación.

Para salvar el intríngulis, se sugiere que no se utilizó para una política exterior más autónoma ni para atacar las conquistas del capital imperialista. El apego al tipo-ideal le obliga a dar saltos que impiden explicar los fundamentos de estos mecanismos.

Una periodización funcional a la burguesía

La periodización de la historia argentina reproduce el paquete del nacionalismo de modelos de acumulación, del que abusó el kirchnerismo. Así, el PTS afirma que entre 1976 y 2002 existieron trasformaciones estructurales en el modelo; bajo el menemismo se desarticuló la industria; y que a partir de 2003 empezó otra cosa. Como no puede definir la etapa con esta matriz, se lo caracteriza por la negativa: si Menem era neoliberal, Kirchner sería pos-neoliberal (p. 15). El concepto no sirve para nada, puesto que engloba infinitas variantes. Es la misma explicación que brinda la historiografía burguesa y el gobierno: bajo el peronismo y la ISI pintábamos para potencia, la dictadura impuso la desindustrialización y el endeudamiento, lo que llegó a su cenit con Menem; mientras que el kirchnerismo intentaría revertir la situación. El PTS solo plantea una diferencia de grado: lo que se declamaba era progresivo, pero los Kirchner no lo llevaron a cabo.

El esquema que escinde la historia en modelos regresivos (agroexportador y valorización financiera) y progresivos (vinculados al capital industrial bueno, como la ISI y el actual), donde el capital mercado internista y los trabajadores habrían fomentado el desarrollo productivo, mientras que el capital extranjero y las finanzas (capital malo) impulsaron la especulación y la pobreza,[v] es el planteo del nacionalismo filo-peronista estilo Basualdo o Ferrer. Se compra gratuitamente el llanto del capital que acumula en el país, que echa la culpa de su incapacidad competitiva a la opresión externa. Tampoco se comprende que el capital no existe sin todas sus personificaciones: la finanza es la forma que tiene de acelerar la circulación de plusvalor y el ciclo de valorización. No es una escisión malévola, sino parte de su propio despliegue.

Así y todo, el autor asegura que en 1995, pleno auge menemista, se alcanza el mejor desempeño histórico relativo en la productividad luego de 1980 (p. 31). Pero se concluye que la década del 90 está signada por la desindustrialización. Luego afirma que el complejo aceitero, de lácteos, de caños sin costura y de fertilizantes y golosinas produce a un nivel que permite competir internacionalmente hacia 1997 (p. 38). ¿En qué quedamos?

Por supuesto, el cierre de fábricas dejó gente en la calle. Y ningún revolucionario festeja los despidos. Pero defender los puestos no tiene nada que ver con defender al pequeño capital ineficiente. Decir que esa etapa fue desindustrializadora, es hacer un enorme favor a la burguesía pelagatos local. Es defender, junto al kirchnerismo, a los capitalistas, que son necesarios porque “dan trabajo”. Entre esto y el “desarrollo con inclusión” no hay mucha diferencia.

Balance a mitad de camino

El kirchnerismo habría sido un intento de ruptura con el período previo que no prosperó. El intento de desendeudarse, el intento de cortar la desindustrialización, el intento de refundar el Estado como mediador renacionalizando empresas estatales (que reintroducirían el “interés público contra el mercado”), el intento de disciplinar a la burguesía con la política del garrote discursivo y la zanahoria, son factores que encajan en la idea de que el kirchnerismo contenía algún elemento progresivo abortado. En esa perspectiva se comprende que lo caractericen como reformista, y que se hayan evitado mayores confrontaciones para no ofender a los simpatizantes oficialistas desencantados.

El kirchnerismo no puede comprenderse sin la crisis mundial y el ascenso de las luchas. La crisis provocó que fracciones más débiles de la burguesía se defendieran a partir de la construcción de alianzas internas. Esto, combinado con el ascenso de las masas, dio lugar a la aparición de los regímenes bonapartistas en la región (Evo, Chávez, Correa, Néstor). En Argentina, encontró uno de sus apoyos más firmes en la fracción de la burguesía ligada al mercado interno, que se benefició del aumento de la tasa de explotación y de la lluvia de subsidios, pero también en los consorcios locales y extranjeros más concentrados. Al plantear la dependencia y las tareas burguesas inconclusas como prioridad, el trotskismo tiende a ver elementos progresivos en esta alianza, que no se materializan por problemas psicológicos, y a conciliar con el nacionalismo.

El límite de la Argentina no es el imperialismo, ni su posición como proveedor de commodities, ni la mentalidad de su burguesía, ni la falta de capitalismo, sino su carácter chico y tardío. El capital no tiene trabas extra económicas para acumular. La incapacidad de la burguesía se debe a que no alcanza el grado de acumulación que tienen otras que llegaron antes o que cuentan con ventajas en la competencia (mano de obra barata, escala, etc).[vi] Por eso la Argentina se endeuda: porque su burguesía necesita compensar el atraso en la productividad con recursos extra. Por eso la tendencia desde hace 40 años a la baja del salario, por eso la inflación, por eso la devaluación periódica de la moneda. En ese proceso se inscribe el kirchnerismo, como una vuelta más de ese ciclo histórico de decadencia. No podemos esperar nada de esta clase social que nos gobierna, responsable de haber llevado al país hasta acá. Es necesario abandonar las concesiones innecesarias al nacionalismo y profundizar la organización independiente de los trabajadores frente al capital.


[i]Mercatante, Esteban: La economía argentina en su laberinto. Lo que dejan doce años de kirchnerismo, Ediciones IPS, 2015.

[ii]Kornblihtt, Juan: Crítica del marxismo liberal, Ediciones ryr, 2008.

[iii]En CIA World Factbook, https://www.cia.gov/library/publications/the-world-factbook/

[iv]Rossi, Santiago: “¿Quién estafó a quién?”, en El Aromo n° 76, 2014.

[v]Ver Bil, Damián: “Fantasías del pasado”, El Aromo n° 55, 2010; y Duarte, Juan M.: “Mitos reformistas”, El Aromo n° 85, 2015.

[vi]Sartelli, Eduardo: “El presente griego”, El Aromo n° 85, 2015.

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