Contra la corriente. Reseña del libro «Qué (no) hacer. Apuntes para una crítica de los regímenes emancipatorios», de Miguel Mazzeo

en El Aromo n° 33

Por Sebastián Cominiello – El debate sobre las formas de organización y el modo de lograr la transformación social es tan viejo como la historia de la lucha de clases. Las polémicas discusiones sobre el horizontalismo, el verticalismo, la toma del poder, la centralización, han estado siempre presentes, y adquieren mayor relevancia en momentos en los que el proletariado construye una alternativa potencialmente. Por eso, es importante que estos debates afloren y nos permitan comprender la mejor forma de encarar un proceso tan complejo como es la transformación social. Este es el sentido del libro de Miguel Mazzeo ¿Qué (no) hacer?1, en donde se plantea un análisis crítico de la acción política de la izquierda argentina. Esta expresión teórica tiene, a nuestro entender, críticas positivas a posiciones estrictamente autonomistas, pero también posee planteos y propuestas erróneas, que terminan identificándose con los peligros que el propio autor menciona.

Autonomista radical no…

El autor comienza por distanciarse de posiciones “extremadamente” autonomistas que llevan a coincidir, en sus prácticas, con las ONGs o terminan en una integración al sistema al que quieren oponerse. A esta posición política, la sitúa con la expresión de “conciencia ingenua”. Explica el autor: “… no dejan de preocuparnos las coincidencias que se pueden encontrar si comparamos los puntos de vista de intelectuales que, desde la izquierda radical ‘autonomista’, se han caracterizado por su embestida contra el eje estatal con los fundamentos más característicos de los intelectuales orgánicos de los mercados y las corporaciones, es decir los fundamentos mismos del neoconservadurismo”2. Como el autor sostiene, gran parte del autonomismo niega al Estado como entidad real y operante, y supone que el sólo hecho de cerrar los ojos frente a su existencia, alcanza para que ella se desvanezca.

Así, en busca de la originalidad y la creatividad se observa una operación de reemplazo de la “conciencia crítica” por la “conciencia ingenua”, que tiende a ser funcional con las concepciones preñadas de eurocentrismo. Es característico de estas posiciones la reivindicación del “micropoder” o “poder local”, la pérdida de una concepción de la totalidad, diluyendo los procesos de emancipación en actos individuales, conquistas aisladas y “placeres solitarios”. Además, es característico que, reivindicando experiencias modestas y asiladas, se lapidan en forma despiadada e insolente todas las experiencias revolucionarias triunfantes, como la Revolución Francesa, la Rusa, la China, etc.

El trabajo realiza una crítica justa frente a posiciones como la de Holloway (“antipoder”) o la de Negri (“contrapoder”). El autor se pregunta: si el Estado es central para la perpetuación del capitalismo, para la reproducción de su dominación, para la acumulación del capital y para el control de las clases subalternas, ¿podríamos derrotar a la burguesía sin disputarle ese dispositivo estratégico? La respuesta es concluyente: de ninguna manera. El Estado reproduce la posición de la clase dominante en el plano material, político e ideológico. Es una porción de poder, el ejercicio del poder estatal por parte de las clases subalternas resulta una instancia instrumental en la perspectiva revolucionaria.

A partir de aquí es que se plantea el eje fundamental que marcará las críticas a la acción militante de la izquierda partidaria: “¿Cómo construir, y llegado el caso ejercer, un poder político (estatal) que aporte a la construcción de una nación popular y democrática y a la emancipación de los sectores populares en una perspectiva anticapitalista orientada a superar la postura defensiva del trabajo?”. Desde esta pregunta es que va a desarrollar los motivos por los cuales es necesario repensar las formas de organización necesarias para la revolución.

…pero bolchevique tampoco

Luego de hacer una crítica contundente a las posiciones “extremadamente autonomistas”, Mazzeo se plantea, como segundo objetivo, demostrar la inviabilidad del itinerario revolucionario identificado con la figura de Lenin. Su principal hipótesis es que lo que usualmente se entiende por leninismo estaría agotado como instancia política a causa de su improductividad e ineficacia de cara a las necesidades emancipatorias actuales. Para que recobre vigencia, el trabajo nos propone integrarlo en una nueva síntesis.

Según Mazzeo el ¿Qué hacer? plantea el socialismo como una posición ajena a la experiencia y a la acción práctica de los trabajadores. En este leninismo (porque según Mazzeo habría varios), la necesidad de pensar un vínculo más orgánico con las masas prácticamente no aparecería, al igual que la preocupación por las formas de conciencia populares. Es esta concepción la que estaría en la base de la formación de un partido de cuadros. Este actuaría según un recetario revolucionario que tendría tan sólo dos objetivos: aprender a identificar situaciones revolucionarias y prepararse para aprovecharlas. Así, este leninismo estaría deineado como un saber hiperpolítco sobre el aprovechamiento de la historia.

Estas características pertenecen, según el autor, a un Leninismo “jacobino-blanquista”, el de ¿Qué hacer?. No obstante, ese no es el único posible. Otro, diferente, es el leninismo “de base”, que se expresa en Tesis de abril complementado, además, por un leninismo “libertario”, el de El Estado y la Revolución, sostenido en la lógica de la participación. Así, el autor concluye que el leninismo termina escindiendo la política de la sociedad. La emancipación, para Mazzeo, debiera ser obra de los trabajadores, no de un grupo específico con cualidades extraordinarias. Señala, asimismo, Lenin no llegó a plantear una articulación dialéctica entre estos diferentes “momentos” de su obra. El autor también arremete contra la figura de Trosky. Según el trabajo que reseñamos, éste también habría caído en el error de desvincularse de la conciencia de las clases subalternas. Así lo explica Mazzeo: “Cuando el trabajador piensa, deja de serlo o se convierte en intelectual. Este planteo elitista (de Trotsky) considera que las masas sólo pueden sufrir y patalear, denota un alto grado de pesimismo respecto de sus capacidades para tomar conciencia de ese sufrimiento, de su carácter inhumano y de su naturaleza histórica y modificable. Las masas se concebían lentas y no cabía esperar que se hicieran ‘culturales’”. Por lo tanto, el dirigente del Soviet de Petrogrado y el creador del Ejército Rojo habría sustituido la acción de las masas por el partido, sancionándose la escisión de la teoría y la práctica. La primera se habría convertido un saber rígido y la segunda, en un empirismo seco.

¿Qué propuesta?

Llega, entonces el turno de que Mazzeo explique cómo deben organizarse las masas, ya que las formas clásicas no son las adecuadas: “Para una concepción revolucionaria, “desde abajo”, que (…) es la única verdaderamente revolucionaria, el ‘plan preconcebido’ es más necesario de lo que Trotski suponía. Pero no se trata de un plan formal y cerrado, un plan que prevé todas las alternativas e impone el camino obligado, sino un esbozo surgido al calor de las luchas contra la sociedad vieja”. Su planteo es que “Nadie puede enseñarles a las masas los rudimentos para la construcción de un orden alternativo al capitalismo”. El desafío sería, entonces, pensar la complementación de formas centralizadas con otras no centralizadas, con organizaciones no institucionales y flexibles. Este planteo va de la mano con la su hipótesis más general de que en América Latina se establece la existencia de un “sujeto popular fragmentado o plural”. En Argentina, particularmente, la clase obrera habría perdido su centralidad estratégica. Por lo tanto, deberíamos apelar a “nuevos sujetos”. La forma de organización por excelencia es el movimiento. El libro plantea la necesidad de repensar la relación entre el movimiento “espontáneo” y la “conciencia revolucionaria”. La “ideología independiente” no debería provenir de afuera, sino que debería ser elaborada por las masas en el curso de su movimiento.

Lo viejo, lo nuevo y lo que no nos sirve

En primer lugar, cualquier revolucionario debería mirar con respeto a quienes lo precedieron. Particularmente, si lograron victorias históricas. Más aún si frente a esas gestas uno no tiene nada para ofrecer. El leninismo “tradicional” fue el único que construyó revoluciones reales, contantes y sonantes, frente a la burguesía. ¿Qué experiencia victoriosa tiene para ofrecernos el autonomismo, en cualquiera de sus variantes? Lo que debería explicar Mazzeo es por qué Lenin y Trotsky llevaron a millones de obreros al poder en el país más reaccionario de Europa, siendo que no entendían a las masas…

Recordemos que Lenin reconocía tres formas de lucha: la económica, la política y la teórica. A esta última le asignaba una importancia fundamental: “Sin teoría revolucionaria, no puede haber tampoco movimiento revolucionario. Nunca se insistirá lo bastante sobre esta idea en un tiempo en que a la prédica en boga del oportunismo va unido un apasionamiento por las formas más estrechas de la actividad práctica. (…) no queremos más que indicar que sólo un partido dirigido por una teoría de vanguardia puede cumplir la misión combatiente de vanguardia”. Frases proféticas si las hay. Pero Mazzeo, ve en esa vanguardia al freno del desarrollo del movimiento revolucionario. En el caso de los intelectuales deben ocupar un lugar de acompañamiento, de “aprendizaje” del movimiento. De esta manera la vanguardia se gesta en el movimiento mismo. Pero el movimiento no puede generar por sí solo una teoría vanguardista. Esta tarea requiere de años de preparación y de desarrollo científico de la realidad por parte de compañeros especializados. Creer que, con la buena voluntad de los sectores populares, se puede llegar al desarrollo de una teoría que comprenda el funcionamiento de la totalidad, es considerar que el espontaneísmo de las masas tiene un resultado más eficaz que los partidos políticos. Varias experiencias históricas demuestran lo contrario.

Según el autor, las Tesis de abril, conformarían un leninismo “de base”, es decir, correcto. Pues bien, en ese momento las masas apoyaban al régimen provisional, a Kerensky. Según Mazzeo, la dirección del bolchevismo decidió que no debía “imponerle” nada a las masas y dejar que el movimiento genere conciencia. En concreto, apoyó al gobierno de Kerensky para no enemistarse con las mayorías. ¿Esto es cierto? ¿Lenin llegó desde Alemania para aconsejar “seguir la conciencia de las bases”? Veamos:

“El nuestro debe ser un trabajo de crítica, de esclarecimiento de los errores de los partidos pequeñoburgueses socialista revolucionario y socialdemócrata; de preparación y unificación de los elementos de un partido comunista conscientemente proletario, y de curación del proletariado de la embriaguez pequeñoburguesa ‘general’ […] no puede progresar una revolución, que se ha estancado, que se ha atascado con frases y ‘marca el paso’ no por causa de obstáculos externos, no por causa de la burguesía […], sino por causa de la fe irracional del pueblo. Sólo venciendo esa fe irracional […] podremos liberarnos de la orgía de fraseología revolucionara reinante y estimular la conciencia, tanto del proletariado como de las masas”.3

Para caracterizar a un autor hay que tomarse el trabajo de leerlo… La salida que encuentra Mazzeo al problema de la acción militante parte de un análisis erróneo de la realidad, como el de creer que la clase obrera perdió su centralidad. En realidad, el proceso de empobrecimiento y expropiación de la clase media no hace sino engrosar las filas de la clase obrera. Suponer que ha perdido centralidad es afirmar que los desposeídos ahora son propietarios. Durante la década de 1990 la clase obrera, aunque no dejaba de crecer como clase, se encontraba en una anomia política. Eso habilitó a que más de uno imaginara nuevos sujetos populares. No obstante, la recomposición del movimiento se llevó por delante todas las originalidades. Efectivamente, la fracción desocupada de la clase obrera fue la que se cargó con cinco presidentes, en la calle y a los garrotazos. Y en todo el proceso posterior, los agrupamientos que más crecieron fueron los constituidos por esa izquierda “leninista” que se supone no entiende a las masas. El problema es otro: Mazzeo no entiende a Lenin. Lo que observa como momentos inconexos de su desarrollo, es la incapacidad de Mazzeo para conectar los diferentes momentos del proceso revolucionario y sus necesidades.

Seguir el torrente de la conciencia de las masas a donde nos lleve, puede devolvernos a lugares muy sombríos. Mazzeo no ha podido superar su prejuicio anti-partido, a pesar de su buena voluntad: ¿por qué los MTDs, hoy un puntal de la política del gobierno, son más “populares” que agrupamientos mucho más numerosos y extendidos como la CCC y el Polo Obrero? Si Mazzeo quiere ser “popular” debiera hacerse kirchnerista. Si no, debe disponerse, como todo buen revolucionario, a luchar contra la corriente durante gran parte de su vida, aunque sea la corriente del “pueblo”.


Notas

1 Mazzeo, Miguel: ¿Qué [no] hacer? Apuntes para una crítica de los regímenes emancipatorios, Editorial Antropofagia, Buenos Aires, 2005.
2 Idem, p. 20.
3 Lenin, Vladimir Ilch, Tesis de abril. Las tareas del proletariado en nuestra revolución, en
Obras Completas, t. XXIV, Editorial Cartago, Buenos Aires, 1970, pp. 480-481.

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