Clásico piquetero: Una modesta proposición… – Jonathan Swift

en El Aromo nº 97

Una modesta proposición…

Jonathan Swift

(1667-1745)

Jonathan Swift fue un escritor irlandés fuertemente ligado a las experiencias revolucionarias de la burguesía de su país. Como tal, acompañó la lucha contra las clases feudales, pero advirtió sobre las consecuencias sociales del ascenso del capitalismo. En ese sentido, desarrolló una empatía con el proletariado naciente. Irlanda fue uno de los países que sufrió una decadencia económica y social con la aparición del capitalismo en Inglaterra. Dublín fue testigo de grandes hambrunas en 1708-1710, 1718-1721 y, finalmente, la que comenzó en 1728 y dio lugar a este texto satírico. Escrito en 1729, este panfleto constituye una burla a los textos de “especialistas” burgueses de la época, que elaboraban proyectos de corte liberal para erradicar la pobreza, llamadas, casualmente, “modestas proposiciones”. Ese fue el título que Swift eligió para su texto, que causó una viva impresión en su tiempo. Un alegato sobre las consecuencias de la mercantilización de la vida y del mundo propuesto por la burguesía.


Una modesta proposición, para evitar que los niños de la gente pobre de Irlanda se conviertan en una carga para sus padres o para el país, y para hacer que sean de provecho para el público:

Es objeto de melancolía para aquellos, que caminan por esta gran ciudad, o viajan por el campo, cuando ven las calles, los caminos y los portales llenos de pordioseras del sexo femenino, seguidas por tres, cuatro o seis niños, todos ellos cubiertos de harapos y molestando a cada pasajero al pedirle una limosna. Estas madres, en vez de ser capaces de trabajar para ganarse la vida, se ven forzadas a emplear todo su tiempo en vagar, implorando el sustento de sus inermes infantes que al crecer se convierten, por falta de trabajo, en ladrones, o dejan su amado país natal para pelear a favor del Pretendiente en España, o se venden en servidumbre a las Islas Barbados.

Creo que todas las partes están de acuerdo en que este prodigioso número de niños en los brazos, o en las espaldas o pegados a los talones de sus madres, y frecuentemente de sus padres, es en el actual deplorable estado del reino, una muy grave afrenta adicional; y por tanto quien pudiera encontrar un método justo, barato y sencillo para hacer de estos niños miembros respetables y útiles de la comunidad merecería tanto agradecimiento del público como para colocar su estatua como un salvador de la nación.

Pero mi intención está lejos de encontrarse restringida a proveer sólo para los niños de los pordioseros; es de un alcance mucho más grande, y deberá incluir a todos los infantes de cierta edad, nacidos de padres que, a efectos prácticos, tienen tan poca capacidad de mantenerlos como quienes demandan nuestra caridad en las calles.

Por mi parte, después de dedicar mis pensamientos por muchos años a este importante tema, y de ponderar maduramente los varios esquemas de nuestros planeadores, siempre he encontrado que se equivocan de plano en sus cálculos. Es verdad, un niño recién salido de su madre puede ser sostenido con su leche durante un año solar, con poca necesidad de sustento adicional: en el peor de los casos, por un valor no superior a dos chelines, los que la madre puede ciertamente obtener, o su equivalente en sobras, a través de su legítima ocupación de pedir limosna; y es exactamente al año de edad que propongo encargarse de ellos de tal manera que, en vez de ser una carga para sus padres, o la parroquia, o de carecer de alimentos y vestidos para el resto de sus vidas, deberán, por el contrario, contribuir a la alimentación, y parcialmente al vestido de muchos miles.

Con el número de almas en este reino estimado usualmente en alrededor un millón y medio, de estos calculo que habrá unas doscientas mil parejas cuyas mujeres sean fértiles; de tal número resto 30 mil parejas, que son capaces de mantener a sus propios hijos (aunque me temo que no puede haber tantas, bajo las pobres condiciones que imperan actualmente en el reino) pero concediendo esto, quedarán aún ciento setenta mil mujeres fértiles. De nuevo resto cincuenta mil, para considerar a quienes sufren de abortos espontáneos, o aquellas cuyos niños mueren por accidente o enfermedad antes del año. Quedan sólo ciento veinte mil niños nacidos anualmente de padres pobres. La pregunta, por tanto, es, ¿cómo se puede criar y sostener a este número? Lo cual, como ya he dicho, bajo las condiciones actuales es completamente imposible usando los métodos que se han propuesto. Pues no podemos emplearlos en la industria o la agricultura; no construyen casas (me refiero al campo) ni cultivan la tierra: es raro que puedan ganarse la vida robando antes de los seis años de edad; excepto cuando son de mente vivaz, aunque confieso que aprenden los rudimentos mucho antes; y en ese período, sin embargo, sólo pueden ser considerados como aprendices, como me ha informado un principal caballero en el condado de Cavan, quien me aseguró que nunca ha sabido de más de uno o dos casos de menores de seis años, aún en una parte del reino tan renombrada por su gran habilidad en ese arte.

Me aseguran nuestros mercaderes que un niño o niña de menos de doce años de edad no es vendible, y aún cuando llegan a esa edad, no reportarán más de tres libras, o tres libras y media corona en el mejor de los casos, en el mercado; lo que no puede compensar ni a los padres ni al reino por los nutrientes y harapos que habrán importado al menos cuatro veces ese valor.

Ahora, por tanto, propondré humildemente mis propios pensamientos, que espero no recibirán la menor objeción.

Me ha asegurado un sabio americano, que he conocido en Londres, que un niño saludable y bien alimentado es, al año de edad, un alimento de lo más delicioso y nutritivo, ya sea estofado, rostizado, horneado o hervido; y no tengo duda alguna de que servirá igualmente bien en un fricassé o un ragoust.

Por tanto, humildemente propongo a la consideración pública que de los ciento veinte mil niños ya computados, veinte mil sean reservados para crianza futura, de los que sólo una cuarta parte serán del sexo masculino; una proporción mayor a la que usamos para ovejas, ganado o cerdos, y mi razonamiento es que estos niños rara vez son producto del matrimonio, que es una circunstancia no muy apreciada por nuestros salvajes, y por tanto un macho será suficiente para servir a cuatro hembras. Que los restantes cien mil puedan, al cumplir un año de edad, ser ofrecidos en venta a personas de calidad y fortuna de todo el reino, siempre recomendando a la madre que los dejen mamar abundantemente durante el último mes para que estén rozagantes y gordos para una buena mesa. Un niño rendirá para dos platillos en una reunión de amigos, y cuando la familia cene sola, la mitad anterior o posterior hará un plato razonable, y sazonada con un poco de pimienta o sal, estará muy bien hervida en el cuarto día, sobre todo en el invierno.

He calculado, en promedio, que un niño recién nacido pesará cinco kilos y medio, y en un año solar, si se amamanta de manera tolerable, aumentará hasta casi 13 kilos.

Acepto que esta comida será algo cara, y por tanto muy adecuada para terratenientes quienes, tras haber devorado en su mayor parte a los padres, parecen tener el mayor derecho a hacer lo propio los niños.[…]

Ya he calculado que el costo de mantener al hijo de un pordiosero (en cuya categoría incluyo a todos los campesinos, jornaleros y a cuatro quintos de los granjeros) es de unos dos chelines al año, harapos incluídos; y creo que ningún caballero dudaría en pagar diez chelines por el cuerpo de un buen niño gordo que, como he dicho, rendirá para cuatro platos de excelente carne nutritiva, cuando vaya a cenar sólo con un amigo particular, o con su familia. Por tanto, el joven caballero aprenderá a ser un buen terrateniente y se hará popular entre sus renteros, la madre tendrá ocho chelines de ganancia neta, y estará en condiciones de trabajar hasta que produzca otro niño.

Quienes sean más ahorrativos (como, debo confesar, estos tiempos requieren) pueden desollar el cuerpo; la piel del cual, tratada artificialmente, hará unos guantes de dama admirables, y botas de verano para caballeros finos.

En cuanto a nuestra Ciudad de Dublín, pueden designarse mataderos para este propósito, en las partes más convenientes de ella, y estamos seguros de que no faltarán carniceros; aunque yo recomendaría comprar los niños vivos, y prepararlos recién sacrificados, tal y como hacemos al rostizar cerdos. […]

Algunas personas de espíritu desalentador están preocupadas por el vasto número de personas pobres que además son viejos, enfermos o inválidos; y se ha deseado que emplee mis pensamientos en ver qué puede hacerse para aliviar a la nación de tan pesada carga. Pero no me preocupa en lo más mínimo ese asunto, porque es muy bien sabido que todos los días mueren, y se pudren, por el frío y el hambre, y la suciedad, y los bichos, tan rápidamente como puede razonablemente esperarse. Y en cuanto a los jóvenes jornaleros, ya están casi en las mismas condiciones. No pueden encontrar trabajo, y por tanto languidecen por falta de sustento, a tal grado, que, si en algún momento son contratados por accidente para realizar labores manuales, no tienen la fuerza para realizarlas, y por tanto el país y ellos mismos son felizmente liberados de los males por venir.

Me he desviado demasiado, y por tanto regresaré a mi tópico. Creo que las ventajas de la proposición que he hecho son obvias y muchas, además de ser de la mayor importancia.[…]

Suponiendo que mil familias en esta ciudad serían clientes constantes de carne de infante, además de otros que podrían adquirirla en reuniones especiales, particularmente en bodas y bautizos, calculo que Dublín consumiría anualmente unos veinte mil cuerpos; y el resto del reino (donde probablemente podrían venderse un poco más baratos) los restantes ochenta mil.

No puedo pensar en una sola objeción que pueda ser presentada contra esta proposición, a menos que sea que el número de personas se verá muy reducido en el reino.[…]

Después de todo, no estoy tan violentamente seguro de mi propia opinión como para rechazar cualquier oferta, propuesta por hombres sabios, que deberá ser en igual medida inocente, barata, fácil y efectiva. Pero antes de que algo así sea propuesto en contradicción a mi esquema y ofreciendo uno mejor, deseo que el autor o autores se sirvan con madurez considerar dos puntos. Primero, a como están las cosas, cómo podrán encontrar alimento y vestido para cien mil bocas y espaldas inútiles. Y segundo, habiendo alrededor de un millón de criaturas de forma humana en este reino, cuyo completo sustento colocado en conjunto los dejaría con una deuda de dos millones de libras esterlinas, añadiendo a los que son pordioseros de profesión, a la masa de granjeros, renteros y jornaleros, con esposas e hijos, que son pordioseros de hecho; deseo que aquellos políticos a quienes desagrade mi propuesta, y que quizá tengan el atrevimiento de intentar una respuesta, que primero pregunten a los padres de estos mortales si no pensarían hoy que hubiera sido una gran felicidad ser vendidos como alimento al año de edad, del modo que describo, y así haber evitado la perpetua sucesión de desgracias que han vivido desde entonces por la opresión de los terratenientes, la imposibilidad de pagar renta sin tener dinero ni oficio, la falta de sustento básico, sin casa ni ropas que los cubran de las inclemencias del tiempo, y el inevitable prospecto de condenar a las mismas o peores miserias a sus descendientes para siempre.

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