Cadáveres incómodos – Por Eduardo Sartelli

en El Aromo n° 21

Cadáveres incómodos. A propósito de “viejas” y “nuevas” izquierdas, entre el apogeo y el ocaso del peronismo

Por Eduardo Sartelli

Historiador y Autor de La plaza es nuestra

La izquierda
En el número 3 de Razón y Revolución, publicamos una compilación de textos que resumían, grosso modo, las caracterizaciones que la izquierda había hecho del peronismo. Rodolfo Puigróss, Rodolfo Ghioldi y Silvio Frondizi desgranaban las tres posiciones básicas: el peronismo como revolución; el peronismo como fascismo; el peronismo como bonapartismo1. De esta tríada se deducían diferentes variantes estratégicas para superar el problema clave: la separación que el 17 de octubre había operado entre los partidos de izquierda y la clase obrera. Esas variantes iban desde la integración plena a la estructura y el programa peronista, hasta la militancia opositora en las filas del “gorilismo” más extremo. En el medio, posiciones que vacilaban entre una integración a la estructura pero
no al programa (el “entrismo”) y la asimilación del programa con una estructura propia (“Nueva izquierda”). La mayoría de los intelectuales, partidos y agrupamientos de izquierda de la época puede ubicarse en alguna de esas posiciones. Puigróss no fue el único intelectual en integrarse abiertamente al peronismo. Pensemos, por ejemplo, en Rodolfo Walsh. Montoneros fue el producto más genuino de esa estrategia.
El Partido Socialista, seguido con ciertas reticencias y hasta cierto punto por el Comunista, fue el más consecuente entre los “gorilas” de izquierda. De su seno se desgajaron expresiones que asimilaban el programa desde una estructura propia: el Partido Socialista de Vanguardia, por ejemplo, hacía desde allí el trayecto que el MALENA recorría desde el radicalismo. El PC, por su parte, dio lugar al PCR y a Vanguardia Comunista, repitiendo con diferencias de grado la historia del comunismo. El trotskismo morenista, el tronco común de los actuales PTS, MAS, MST y otros, ejemplifica la variante “entrista”. Si repetir la Unión Democrática aún más a la derecha no podía tener otra consecuencia que un aislamiento cada vez mayor (que llevaría finalmente a los restos del PS a apoyar el golpe
de Videla), las otras actitudes no dieron mejores resultados, aunque el contacto con la clase fuera aparentemente más fácil. En efecto, ninguno de los agrupamientos que especularon que con la cercanía al peronismo tendrían mejores oportunidades de intervención, pudo mostrar resultados muy alentadores en ese sentido.
El caso del PRT es ciertamente distinto y tal vez el producto más original de todo ese proceso. Su construcción se alejaba de las variantes anteriores, en tanto entendía que el camino que llevaba a la conciliación con el peronismo era una vía muerta. En ese aspecto, Santucho probablemente encarnó la forma más adecuada para enfrentar el problema ante el cual la mayoría de la izquierda naufragó: programa propio, estructura propia. La clave del PRT fue de orden programático: el único partido de izquierda que alcanzó relevancia política sin claudicar ante el nacionalismo burgués peronista. Su problema fue otro: la estrategia. Efectivamente, la estrategia del PRT consistía en la construcción del ejército popular antes de conquistar la hegemonía en el seno de la clase obrera. Sin esa hegemonía,
el resultado no podía ser otro que el auto aislamiento. En términos estrictos, Santucho antepuso la construcción del aparato militar del partido al partido mismo.
Párrafo aparte merece el variopinto conjunto de lo que ha venido a denominarse “nueva izquierda”. No hay mucho de sustantivo detrás de esa denominación presuntuosa con la que suele caracterizarse a agrupamientos que, por lo general, coinciden en rechazar la organización partidaria de tipo bolchevique. Básicamente, “nueva izquierda” es el denominador común para posiciones que, en nombre del anti-stalinismo, eran simple anti-leninismo.
Esa “nueva izquierda” resultó ser un momento de pasaje de militantes surgidos por lo común del mundo universitario y que terminaron recalando en organizaciones político militares en los ’70. El MALENA, proyección del contornismo, es el ejemplo más claro. En general, como el autonomismo actual, rechazaban las formas organizativas más eficientes y consideraban que su atraso político era, en realidad, la conciencia más avanzada del proceso revolucionario. La “nueva izquierda” no podía superar a la “vieja” más que de palabra. En cuanto se planteó una intervención política real, las condiciones objetivas de la lucha de clases la empujaron a reflexionar con más seriedad el problema de la organización y del programa. El resultado fue, las más de las veces, una recaída en el ultra-izquierdismo o en el peronismo, en términos programáticos, y en comportamientos mucho más burocráticos que aquellos que criticaban, en términos organizativos. Es curioso que muchos de sus protagonistas todavía hoy no hayan sacado las conclusiones correctas de esas experiencias, en particular, la necesidad de estructurar un partido sobre las bases del centralismo democrático bolchevique2.
Sea por su claudicación ante el peronismo, sea por su estrategia equivocada o por sus prejuicios organizativos, esta izquierda iba a tener serias dificultades a la hora de enfrentar la coyuntura revolucionaria desatada a partir de 1969. Sería, sin embargo, no tanto injusto
como inútil considerar que ésta es la única causa de la derrota de los ’70. No es ni siquiera la más importante, aunque no carece de importancia. Entre otras cosas porque partidos que
reivindicaran un programa de independencia de clase, que buscaran la hegemonía en el seno del proletariado y que tuvieran un modelo organizativo bolchevique existían: va como ejemplo Política Obrera. Sin embargo, no lograron tener un papel protagónico, ni siquiera relevante. El problema, entonces, excede a las acciones de la izquierda, a sus estrategias y programas. Hunde sus raíces en la clase obrera misma y en las de las fracciones de clase que buscaron su alianza. Estas consideraciones, sin embargo, exceden las posibilidades de análisis de este artículo. Diremos, no obstante, algo sobre el asunto.
La clase obrera

El núcleo de la cuestión reside en la conciencia de la clase obrera, en el grado de su desarrollo y, por lo tanto, en la estrategia que estaba dispuesta a apoyar. La intervención de partidos y agrupaciones no es neutral en ese proceso de la conciencia, pero es un hecho que el grueso de la clase obrera se mantuvo fiel a la estrategia reformista que alcanzó su cenit en el primer gobierno de Perón. Es un hecho que sólo una fracción minoritaria logró hilvanar una estrategia revolucionaria. Fue esa fracción minoritaria la que dio pie a las esperanzas de todos los agrupamientos de izquierda de los que venimos hablando. Decimos “esperanzas” y no “ilusiones”: las potencialidades del proceso abierto en 1969 ameritaban intentar las construcciones más audaces.
Insistimos, no es éste el lugar en el que podamos discutir en detalle las raíces del persistente reformismo de la clase obrera argentina. Sin embargo, lo que sí podemos señalar es que se
trataba de un reformismo exitoso, de una estrategia con la cual la clase obtuvo resultados positivos. No es necesario que se repitan aquí las notables conquistas del proletariado argentino bajo el reinado peronista. Un reformismo que contaba, además, con una estructura poderosa (el movimiento obrero) y un cuadro político notable, Perón. Entender su lugar en este proceso, ayuda a comprender el desenlace del drama. Lamentamos decir al lector, una vez más, que no podemos en estas líneas explayarnos sobre este punto. Nos comprometemos, sin embargo, a hacerlo en futuras ediciones de este periódico. Adelantemos algo, no obstante, sobre el fenómeno más allá de su titular.
El peronismo

Definido como bonapartismo, el peronismo oscila entre la burguesía y la clase obrera, aprovechando una situación de relativo equilibrio de fuerzas. En condiciones de un capitalismo débil, la burguesía en cuestión se presenta como nacionalismo en el mismo momento en que su antagonista lo hace como reformismo.
Nacionalismo más reformismo es la fórmula ideológica que actúa como soldadura del bonapartismo. En condiciones de crisis de pasaje de crecimiento en extensión a crecimiento en profundidad, el bonapartismo oscila entre las variantes de reforma y conservación; en condiciones de crisis orgánica, el bonapartismo oscila entre revolución y contrarrevolución. En el primer momento, el bonapartismo se enfrenta al imperialismo; en el segundo caso, se entrega al imperialismo. La diferencia entre los dos momentos del bonapartismo es sustantiva, tanto como la que separa los dos primeros gobiernos de Perón del tercero: en el primero encarna la lucha democrática de la clase obrera; en el segundo, es la avanzada de la contrarrevolución. En la primera, Perón es expulsado del poder por la burguesía; en el segundo, es la llave maestra del dispositivo represivo de la burguesía. Si oponerse al bonapartismo en la primera etapa implicaba aislarse de la clase obrera, no hacerlo en el segundo implicaba entregar a la clase obrera a la contrarrevolución.
La “nueva izquierda” hoy

El proceso que la sociedad argentina comienza a vivir hacia fines del segundo gobierno peronista, era el inicio de una tendencia cuyas consecuencias definitivas sólo pueden verse hoy.
Las transformaciones que ha vivido (y vive todavía) la Argentina, han dado por tierra con
las condiciones que hicieron posible la experiencia reformista. La virtual desaparición de
los dos polos del bonapartismo original, reformismo y nacionalismo, transforman la experiencia Kirchner en la sombra de la experiencia Perón. Kirchner no es el primero que sueña con renovar el bonapartismo peronista: bajo la forma de Tercer Movimiento Histórico, ya Alfonsín se había, ahora sí, ilusionado con reanudar un esquema de dominación social del estilo del “Coronel de los trabajadores”. Pero las ilusiones, ilusiones son. El proceso revolucionario ha resurgido de las cenizas tras veinte años de contrarrevolución. La clase obrera, profundamente transformada, tiende hoy a alinearse hacia estrategias que buscan superar las limitaciones del reformismo. Esta nueva tendencia encuentra a la izquierda en otro lugar.
Ya no en el margen de la historia, cuyo canal transcurre por otro lado, sino en el centro de la historia misma. Esta izquierda ha superado (quiero decir: tiende a superar) ese antiguo abismo que la separaba de la clase. En sentido estricto, esta izquierda actual es la verdadera
“nueva izquierda”, en tanto surge de un nuevo proceso histórico, no importa que la historia de sus nomenclaturas pueda remontarse en más de un caso a más de cuarenta o cincuenta años atrás. Es nueva en tanto tiende a expresar esa superación del reformismo. No hace falta que señalemos que no toda esta izquierda expresa cabalmente esta tendencia revolucionaria. No hace falta, porque lo hemos dicho muchas veces, que la más nueva de esta “nueva izquierda” es la que se agrupa en lo que queda del movimiento piquetero “duro” y de la Asamblea Nacional de Trabajadores Ocupados y Desocupados. Es en este sentido que sostenemos que los agrupamientos que repiten, en la actualidad, los planteos autonomistas y anti-leninistas de aquella “nueva izquierda” de los sesenta, no son otra cosa que la forma que, paradójicamente, asume hoy la “vieja izquierda”, esa que fracasó en superar el reformismo y en resolver el problema de la organización de los que luchan. Las dos variantes de esa izquierda pretenden presentarse hoy como una alborada promisoria: el reformismo de la CTA, de Barrios de Pie, de todos los ilusos en el kirchnerismo; los autonomistas negadores del partido.
Son, sin embargo, la expresión del mayor fracaso histórico de la izquierda argentina. El fracaso de los ’70 es su fracaso.
Se nos dirá que no le adjudicamos ninguna responsabilidad al PRT ni a Santucho. Es cierto, se equivocaron de estrategia, pero no conciliaron con el reformismo y comprendieron la necesidad del partido. Es una pena que hayan antepuesto a esa tarea, la construcción del ejército. Hoy, la izquierda más avanzada no es la que se propone repetir esos errores estratégicos sino la que, desde ese legado, los supera. Lo que hace más sencilla la tarea es la nueva predisposición del proletariado a una tarea de alcances históricos. Reformismo y autonomismo son cosa vieja, cosa del pasado. Cadáveres incómodos en su condición de pretérito de la historia, que se niegan a descansar en la paz de los sepulcros.

 

Notas

1“La línea sinuosa. Miradas sobre el peronismo entre la caída y el retorno”, Razón y Revolución n°3, Invierno de 1997. Los textos fueron tomados del libro de Carlos Strasser, Las izquierdas en el proceso político argentino, Palestra, Bs. As., 1959.
2Véanse en este mismo número de El Aromo, los reportajes a Flaskamp y Patiño y las declaraciones de Vazeilles.

Etiquetas:

Deja una respuesta

Your email address will not be published.

*

Últimas novedades de El Aromo n° 21

El robo del siglo

Como venimos explicando, el gobierno de los Fernández es un gobierno de
Ir a Arriba