Algo más que hermanos

en El Aromo n° 42

Mara López

Grupo de Investigación de Literatura Popular – CEICS

“Debemos estar contentos de estar abriendo un camino, no para uno –yo me los abrí para mí solo y advertí que eso no servía para nada – sino para todo hombre decente que quisiese trabajar. Por eso me gustaría verlos contentos, viendo las cosas un poco más allá de nuestras pequeñas vidas”.2

Una biografía incompleta

La frase que aparece como epígrafe de este artículo, dicha en ocasión de su detención en la cárcel de Devoto, resume las contradicciones y la conciencia del programa que llevó adelante Francisco Urondo (1930-1976). Pero, al mismo tiempo, echa luz sobre las limitaciones de la biografía (parcialmente autobiográfica) escrita por su hermana y publicada el año pasado. La estructura del libro en cuestión respeta el desarrollo cronológico de la vida del poeta argentino. Comienza con su niñez en el seno familiar, atraviesa su juventud hasta llegar a los inicios de su producción estética, su compromiso político (sin que nos enteremos del por qué y el cómo) hasta su posterior asesinato. Junto con fragmentos escritos por la autora encontramos testimonios de familiares e intelectuales que refieren a la persona del biografiado. Vemos también fotografías con familiares y amigos que sirven a los fines que persigue la autora: mostrar al “hermano” en situaciones íntimas que, presumimos, son poco conocidas por los lectores. Los poemas de Urondo, en algunos casos inéditos, sirven para ilustrar los momentos relatados. Desde el comienzo, Beatriz Urondo destaca: “Voy a intentar lo que me toca. Paco como hermano. Porque de eso se trata esta historia, sobre la ley primera y el motor del ser humano: los vínculos”.3 La pregunta obvia es ¿de qué vínculos nos habla?. Obvia para cualquier individuo pero más obvia para el caso de Urondo: un militante montonero que dio su vida por un programa político. Porque un militante, es decir, un sujeto que decide hacer conciente su programa político y luchar por él, se constituye, por ello mismo, en alguien que supera las primeras relaciones. Pero, al mismo tiempo, recoge en su experiencia una calidad y cantidad de relaciones que lo hacen ser quien fue. Este aspecto de la vida del poeta queda rezagado frente a la cotidianeidad de sus días. Los capítulos en los cuales está dividido el libro, que carece de índice, son: “Triciclo y Galilea”, “La Galilea”, “Postales”, “Persecuta”, “Sangres” y “Después”. El primero se centra en comentarios de familiares (especialmente padre y hermana). La serie de anécdotas es numerosa: las vacaciones en la quinta que había adquirido el padre en Santa Fe, la relación con las tías solteronas, la primera experiencia en un velatorio, el temor en la sala de cine ante una película de terror. Todas ellas contribuyen a darnos una idea de cómo “era Paco” en la infancia. Los siguientes capítulos recuperan comentarios de amigos e intelectuales que conocieron a Urondo más allá del ámbito familiar. Es decir, a medida que avanza el relato (la vida del poeta) crece la cantidad de testimonios de quienes lo conocieron. En este camino, la conexión política de escritor con el programa de Montoneros desaparece en el más elegante anonimato. El capítulo 3, por ejemplo, nos habla del viaje de Urondo a Cuba pero no se nos dicen las razones que lo impulsaron a realizarlo. Lo máximo que podremos saber después de leerlo es cómo era el “Urondo padre”.4 Ahora bien, suponemos que aquí no hay una intención conciente por ocultar el recorrido político del poeta sino que es la consecuencia lógica de la absoluta despolitización de los autores, que le imponen esa tónica a todos los intervinientes. Es más, incluso los testimonios de algunos intelectuales, como Horacio Verbitsky, recuperan también el aspecto más cotidiano de Urondo: “Abría una botella y decía, encendamos la máquina de decir pavadas [el vino]. Le encantaba decir pavadas y escuchar pavadas… tenía una alegría… Paco era una fiesta”5 . Es cierto que en este fragmento Verbitsky apunta que “hablaban de política” (de la situación nacional, de la vuelta de Perón, de Cuba) pero, sin embargo, la respuesta parece marcada por la pregunta que habría precedido al testimonio, algo así como “¿cómo era Paco en la intimidad?”. Coherentemente con los testimonios, la imagen que se nos muestra de Urondo no puede ser sino despolitizada. “Persecuta”, el capítulo que pretende dar cuenta de la persecución política del biografiado, nos muestra a un núcleo familiar consternado por la detención del hermano: “En mis cartas, yo le preguntaba cuál era la causa por la que se había ‘enganchado’ en esta cruzada. Le confesaba que sentía temor por él. Me contestó diciendo lo hago por los Juan Francisco y los Javieres que andan por ahí, para que vivan en un mundo mejor que el que tenemos”6 . La “cruzada” no sabemos cuál es, podemos suponer que se trata del “luche y vuelve” pero, si es por el libro, jamás nos enteraremos. Francisco Urondo era conciente de que esa “cruzada” era en pos de algo más que su propia vida y que, incluso, no le permitiría decidir ni siquiera su propia muerte, puesto que su vida individual ya se encontraba atravesada por una serie de relaciones que lo superaban como individuo: “La vida no es una propiedad privada sino el producto del esfuerzo de muchos. Así, la muerte es algo que uno no solamente no define, que no sólo no define el enemigo ni el azar, que tampoco puede ponerse en juego por una determinación privada, ya que no se tiene derecho sobre ella: es el pueblo, una vez más, quien determina la suerte de la vida y la muerte de sus hijos. Y la osadía de morir, de dar y, consecuentemente, ganar esa vida, es un derecho que debe obtenerse inexcusablemente.”7 Es por esta razón que decide aceptar el viaje a Mendoza. Último encuentro con la hermana, indudablemente emotivo porque sabemos que será el último. Nuevamente, la incomprensión e incredulidad de la tarea que encaró Urondo: “También en esa despedida intuí, o más bien me pregunté, ¿sirve de algo? ¿No es inútil esta forma de sacrificio? Son preguntas que yo no respondo, porque el dolor me lo impide. Es una pregunta para ustedes. Jóvenes”8 . El anteúltimo capítulo, “Sangres”, nos relata la muerte del poeta pero, además, el proceso de recuperación del cadáver, bajo la responsabilidad de Beatriz. Este capítulo es importante porque nos muestra más claramente la posición política de la autora. Habiendo ido al Comando de Ejército en busca de datos sobre su hermano, se sorprende de la “traición” de las FF.AA. al pueblo. Según Beatriz Urondo, “Los soldados nacieron para defender la patria y el pueblo, no para su traición”.9 De la militancia de su hermano no aprendió, parece, que no se trata de una “traición” sino de una forma de operar coherente y fiel a un fin: garantizar la existencia y reproducción de la clase social a la que sirven. Justamente, la muerte de Urondo en sus manos nos lo demuestra: porque no era “uno más”, porque se oponía a un determinado orden social, porque para ese orden él era un problema, por eso fue asesinado. El último capítulo, “Después”, cierra el libro con otra serie de testimonios, entre ellos, nuevamente los familiares, Horacio Verbitsky, Juan Gelman y Rodolfo Walsh. El más lúcido, y el que más justicia hace a la vida que Urondo pretendió construir, es el último. Dice Walsh en la carta titulada “Mi querido Paco”, fechada en julio de 1976: “[un intelectual revolucionario puede] hablar con su pueblo y de su pueblo poniendo en ese diálogo lo mejor de su inteligencia y de su arte; puede narrar sus luchas, cantar sus penas, predecir sus victorias. Ya eso es suficiente, ya eso justifica. Pero vos nos enseñaste que no le está prohibido dar un paso más, convertirse él mismo en un hombre del pueblo, compartir su destino, compartir el arma de la crítica con la crítica de las armas. Gracias por esa elección”10. En este mismo capítulo, en lugar de retomar la línea marcada por Walsh, el libro cierra con una foto familiar que muestra a la autora con sus nietos y bisnietos: para ella, entonces, los verdaderos “vínculos”, los primeros y los últimos, son los familiares.

Una lectura fragmentaria (y política)

Como ya señalamos, se trata de un relato que se desenvuelve desde el ámbito familiar y no lo supera, a diferencia del “Urondo militante” que sí lo hizo. La estructura del libro es parcialmente fragmentaria: una suma de “retazos” que pretenden confluir en un “todo” que sería la vida del poeta. Este modo de presentación del material relevado es solidario de la imagen que se pretende mostrar: sólo un aspecto de su vida porque, después de todo, lo escribe su hermana. Sus autores nos podrían replicar que “sólo quisieron agregar una parte al todo ya conocido de Urondo”. La parte poco conocida, la parte íntima y personal de la cual todos se olvidan en virtud de recordar al Urondo militante, imagen tan trillada y repetida. Pero, a pesar de lo que su autora diga, el libro, en lugar de sumar, resta: la suma de las partes no nos da el todo. En este sentido, ¿qué amerita escribir un libro sobre Urondo? ¿Porque ha sido un buen hermano? ¿Porque ha sido uno de los poetas argentinos más relevantes del siglo XX? Ni siquiera eso. Urondo ha sido también un militante político asesinado por un personal represivo que veía en él a alguien más que al hermano de la autora. Si Urondo no hubiera llegado a ser quien fue, de nada valdría esta biografía puesto que a nadie podría interesarle, más que a su familia. Por eso mismo, reconstruir solamente la vida del Urondo “hermano, padre o amigo” es retacear una vida que fue más que ello y atravesó la historia: fue partícipe activo del proceso revolucionario más importante de la Argentina del siglo pasado. Olvidar en un sujeto como éste (que no es cualquiera) el aspecto que lo constituyó en tal implica la despolitización de quien pretendió una vida plenamente política, es decir, plenamente humana. Que Urondo mismo lo supo lo demuestra la cita que colocamos como epígrafe. ¿Por qué ensañarse, sin embargo, con la hermana del poeta, que finalmente expresa un dolor personal? Porque es solidaria, lo sepa o no, con una tendencia muy actual a releer los ’70 desde el plano puramente familiar, que desemboca usualmente, no sólo en la despolitización sino en el reproche, como en Los rubios, de Albertina Carri y M de Nicolás Prividera. No es casual que haya recibido tan buena prensa por parte de la revista Sudestada, que vive en cruzada permanente contra “los dogmas” de la izquierda.11 Que Urondo no estuvo lejos “de los dogmas” nos lo demostraría una simple cronología de su vida.

Notas

1 Editorial Nuestra América, Buenos Aires, 2007.

2 Fragmento de una de las cartas que Urondo escribe a su familia desde la cárcel de Devoto. En Hermano…, pág. 174. El subrayado es nuestro.

3 Op. cit., pág. 9

4 Op. cit., pág. 143

5 Op. cit., pág. 135

6 Op. cit., pág. 169

7 Urondo, Francisco, “Algunas reflexiones”, en Crisis, nº 17, setiembre de 1974.

8 Op. cit., pág. 213

9 Op. cit., pág. 243

10Op. cit., pág. 272

11Véase Harari, Fabián, “Mercachifles al servicio de su majestad”, en El Aromo nº 38, septiembre/octubre de 2007

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